jueves, 13 de diciembre de 2018

El linaje castellano de los Mora

El linaje castellano de los Mora. Raíces de una familia judía de la Mancha

Por David Gómez de Mora


* Resumen

La historia del linaje de los Mora es muy extensa. Las referencias sobre el origen de la línea genealógica de Cuenca comienzan en las tierras de Toledo, hacia el final de la Edad Media, específicamente en el pueblo de Quintanar de la Orden. Allí vivía Hernando de Mora, el cabeza de una de las familias de la pequeña burguesía.

Hernando trabajó como comerciante y su esposa descendía de otra familia poderosa con un estatus social similar. Ambos eran judíos y habían mantenido sus tradiciones familiares.

Durante este período, la Inquisición Española comenzó a perseguir a la comunidad judía, por esta razón la familia de Hernando estaba en peligro. Hernando y muchos descendientes fueron asesinados por la misma causa, no obstante nunca se resignaron a perder sus tradiciones, continuando aun así con una estrategia de proyectar el linaje en la que sus hijos y nietos se casaban con familias bien asentadas de otros clanes criptojudíos.

Los Mora de manera valiente continuaron con la práctica del criptojudaísmo, así como una parte de sus integrantes migró hacia las tierra de Cuenca en diferentes períodos de la historia. En esta ciudad, la lucha y la persecución continuaría por parte de la Inqusisicón Española.

Palabras clave: Criptojudaísmo. Mora. Inquisición Española. Cuenca. Toledo.


* Abstract

The history of the Mora lineage is very extensive. The references about the origin of the genealogical line of Cuenca start in the lands of Toledo, by the end of the Middle Ages, specifically in the village of Quintanar de la Orden. There lived Hernando de Mora, the head of one of the families in the petite bourgeoisie.

Hernando worked as a merchant and her wife descended from another powerful family with a similar social status. They were Jews and had kept the family traditions.

During this period the Spanish Inquisition started to persecute the Jewish community, for this reason, Hernando's family were in danger. Hernando and a lot of descendants were murdered by the Inquisition, but never resigned to lose their Jewish traditions. On this account, they continued with the same strategy of projecting their lineage and having their children and grandchildren married with wealthy families of other Crypto-Jewish clans. 

The courage of the Mora's representatives entailed the practice of the Crypto-Judaism and the migration of a part of the family to Cuenca Lands in different periods of the history. At this city, the fight and persecution by the Spanish Inquisition continued.

Key words: Crypto-Judaism. Mora. Spanish Inquisition. Cuenca. Toledo.



I. El criptojudaísmo como seña de identidad

Parece ser que a finales del siglo XVI en las tierras de Cuenca hay un evidente interés en desmantelar las comunidades judías, que a pesar de su previa persecución, expulsión o conversión, quedaba claro que continuaban con vida, estando dispuestas a seguir con sus tradiciones religiosas, independientemente del coste que aquello les conllevase. 

Este fenómeno se vivirá en múltiples puntos del país, aunque en el caso de Cuenca, gracias a la rica documentación que nos ha llegado del fondo de la Inquisición, sabemos que esa situación se convirtió en una realidad permanente, que se recrudeció de manera intensa en diversos intervalos de tiempo. En este sentido se mueve la línea de Parello, quien ya nos sitúa en escena al referirse a los episodios del sud de la provincia, a través de “las "complicidades" que involucraban exclusivamente a los marranos portugueses (las"complicidades" de La Roda y Santa María del Campo) o grupos mixtos de judíos españoles y portugueses. Los registros de los juicios por judaísmo contra varios miembros de la familia Mora, conservados en el Archivo Diocesano de Cuenca y en el Archivo Histórico Nacional, son un claro ejemplo más” (Parello, 2009, 187). Ciertamente, nuestra área de Castilla pudo ser un hervidero en los momentos de mayor represión, si la comparamos con otras franjas de la geografía peninsular, en donde la acción de la Inquisición fue más laxa, de ahí que el panorama que por aquellas fechas se podían vivir en puntos concretos como los citados anteriormente, son sin duda dignos de estudio, debido a la cierta singularidad que guardan. Muestra de ello nos la refleja el mismo autor en otra publicación, en donde señala como en “los tribunales de Valencia, Barcelona y Zaragoza no se dieron tales represiones, por lo cual podemos afirmar que esto es un fenómeno puramente castellano” (Parello, 2001, 395).

En ese sentido vemos una vez más, como “el ejemplo de La Mancha demuestra la fiabilidad de los archivos inquisitoriales para apreciar la realidad del criptojudaísmo. Pues afirmar que estos archivos sólo pueden ofrecernos una imagen estereotipada, generada por la propia Inquisición, demuestra una profunda ignorancia de estas fuentes, o una singular indiferencia en su despojo” (Amiel, 542).

Sobre la presencia de linajes conversos en la provincia de Cuenca tenemos diferentes trabajos pertenecientes al ámbito local, que están vinculados con la temática genealógica, pero que evidencian como una parte considerable de las élites del lugar, estaban estrechamente relacionadas con la religión judía. Esto lo vemos especialmente en el eslabón nobiliario, puesto que muchas de las grandes familias de hidalgos, tenían una ascendencia judía, que en más de un proceso inquisitorial pudo comprometer a las aspiraciones de sus representantes, “de hecho, la llegada de inmigrantes portugueses a La Mancha y la diócesis de Cuenca, que comenzó en 1565-1570, dio lugar a lo que se conoce como el preludio del siglo portugués” (Parello, 2009, 188), efecto que desencadenó un enorme malestar no sólo entre las familias de antiguos cristianos, sino que incluso entre las propios neoconversas, fenómeno que sumado a la llegada de un amplio contingente de moriscos procedentes de las tierras de Granada, complicaron más si cabe los conflictos que se vivían en aquellas fechas (buen ejemplo los hemos observado, aunque en una escala más leve, en el caso de Buenache de Alarcón, donde a través de la recolección de diferentes testimonios en los procesos de inquisición, se producen numerosas acusaciones, que tiene su origen en los cambios sociales que estaban empezando a generarse en aquella área geográfica). 

Verdaderamente la competencia no se hallaba tanto en las familias de moriscos, pues la gran mayoría regentaban oficios de bajo rango, de ahí que el problema para muchos de los linajes locales estaba en los criptojudíos, que con su formación y disponibilidad de recursos, acababan convirtiéndose en un problema de intereses para las casas que habían atesorado el control del lugar de manera histórica.

Resulta imposible pasar por alto la apreciación que recoge en su obra referente sobre el judaísmo en España, el historiador y experto en la materia, Joseph Pérez (los judíos en España), al reseñar que las diferencias entre judíos y cristianos eran meramente en el aspecto religioso, en lugar del racial que inconscientemente muchos han creído ver, cuando al respecto añade que “parece claro que los judíos no constituían una etnia aparte; sino que se distinguían por su condición religiosa, no por la raza y, si exceptuamos las creencias y los hábitos relacionados con ellas, en nada se diferenciaban de los demás habitantes del Imperio Romano. Es muy acertada, a este respecto, la aclaración de Luís García Iglesias <<el ser judío era una condición religiosa y no racial>>” (1978, 20, Pérez, 20).

La abundancia de judíos (muchos de ellos, neoconversos en las últimas generaciones) ocupando los principales cargos de las administraciones locales y el clero a lo largo de los siglos XV-XVI, queda reflejada genialmente en un testimonio que recoge Dimas Pérez en sus notas sobre la documentación del Archivo de la Inquisición, cuando leemos que a través de un proceso, el señor “Hernando de Huesca, escribano, fue acusado de decir que toda la flor de Castilla viene de casta de judío. Y había añadido: -si no, miradlo por Cuenca, que todos los escribanos e regidores son confesos… e que los cristianos viejos tenian envidia dellos porque valian mas e privaban con todos e tenian muchos- (Archivo Diocesano de Cuenca, Leg. 91/nº1336). Confesión, como se ve, reveladora de la conciencia de poder económico y de validamiento social que tenían los mismos conversos, y que está en consonancia con otra afirmación de un converso de Huete: “Más quiero ser judío que no otro cristiano viejo, porque no tienen de comer si no es los judíos” (Pérez Ramírez, 30).

En el presente artículo, nuestro interés radica en el caso concreto de la familia Mora, y que a raíz de las persecuciones que comenzaron a iniciarse en la Mancha a finales del siglo XV, obligaron a que éstos disparasen su política de movilidad, lo que los llevará por diferentes puntos de la meseta, con especial frecuencia hacia tierras conquenses. “Tal vez podamos inferir que los inquisidores no querían eliminar a la familia Mora por completo, sino más bien manchar su honor y reputación colectiva. Los dos autos de fe celebrados el 12 de agosto de 1590 y el 16 de agosto de 1592 frente a la Catedral, en la Plaza Mayor de Cuenca, sólo pueden explicarse dentro del contexto del objetivo de la Inquisición de desacreditar a todo el grupo familiar” (Parello, 2009, 190). Esta política de derrocar a gentes que ostentaban cierto poder dentro del marco local, fue una estrategia habitual, y para nada aislada o baladí. Así se conseguía de forma efectiva dar un toque de atención a aquellos otros linajes, que a pesar de gozar en muchas ocasiones de menos poder, influencias y recursos en su lugar de instalación, quedaban claramente avisados, siempre y cuando hubiese sospechas o indicios de que formaran parte de la comunidad judía.

El referido Jospeh Pérez tampoco pasa por alto el caso de los Mora cuando menciona que: “en la misma España se dieron casos de criptojudaísmo. Uno de los más conocidos es el que ocurrió en Quintanar de la Orden, en la Mancha, comarca a la que, a finales del siglo XV, muchos judíos habían ido a buscar refugio en las tierras de las órdenes militares (…) De aquella zona procede uno de los más célebres escritores marranos, Antonio Enríquez Gómez (c. 1600-1663). En 1598, el famoso inquisidor Luís Páramo ya había mencionado de paso aquella comunidad de judaizantes cuya cabeza visible era Diego de Mora, abuelo de Antonio Enríquez” (Pérez, 245).

Desconocemos hasta que punto el acecho a los Mora fue algo excepcional, pues si lo cierto es que en pocas ocasiones hemos visto una política de señalización tan contundente, no por ello el resultado sería satisfactorio para los intereses del Santo Oficio, pues en este caso sabemos que no todos sus integrantes se achantaron, si tenemos en cuenta que “todos los miembros de la familia eran conscientes de ser de ascendencia neocristiana y descendientes de la Casa de Israel. En otras palabras, la familia Mora se veía a sí misma como un grupo etnosocial, que vivía separado de la sociedad mayoritaria de los viejos cristianos. La conciencia de otredad era esencial para la identidad del grupo. Juan de Mora, por ejemplo, declaró su estatus de converso con orgullo y arrogancia, lo que molestó a los inquisidores: enorgullecerse de su ascendencia y línea de sangre” (Parello, 2009, 193).

Sabemos que “la mayor parte de la familia Mora vivía en la ciudad de Quintanar de la Orden, dentro de la provincia de Toledo, en la región conocida como La Mancha Aragonesa. Desde 1375, Quintanar fue el centro administrativo del distrito bajo la jurisdicción de la Orden de Santiago de la Espada” (Parello, 2009, 190). Por aquellos tiempos, el núcleo familiar se movía entre Alcázar de Consuegra y Quintanar de la Orden, no obstante, las políticas persecutorias, creemos que motivarían un mayor grado de dispersidad en algunos de sus descendientes hasta sitios más “seguros” o apartados. Sabemos que por ejemplo alguno de los integrantes, establecen lazos en Socuéllamos (Ciudad Real), así como en diversos puntos de la provincia de Cuenca.

Resulta interesante el planteamiento de Kramer-Hellinx cuando viene a decir que el judaísmo en muchas ocasiones se practicaba simplemente coma una especie de seña identificativa, que dentro de ese hermetismo religioso de cara al exterior, tenía más peso como símbolo de identidad entre la comunidad, que obedecer a una razón puramente de fe, ello a raíz de la caza que el Santo Oficio emprende contra las familia criptojudías: “el odio y las persecuciones de la Inquisición, en vez de acercarlos al cristianismo, los motivaba a adherir cuanto fuera posible a lo que la sociedad declaraba herejía. De aquí se origina la insistencia de los judaizantes en memorizar su liturgia y seguir las costumbres hebreas, aunque fuera de un modo simbólico” (Kramer-Hellinx, 126).

Caro Baroja (en Révah y Wilke, un écrivain, 113) nos dice que el 30 de agosto de 1590, el comerciante Juan López de Armenia, nacido en Socuéllamos, hijo de María López de Mora y de Alonso López de Armenia, residente en Alcázar, declaraba que su tío Diego de Mora le había instruido en el judaísmo, celebrando sus costumbres, tales como enjuagar la sangre de la carne eliminando los tendones, no comer tocino y otros tantos ritos (…) (Salomon, 113, de Archivo Diocesano de Cuenca, Inquisición Leg. 138). Pero parece ser que aquellas costumbres no sólo se reducían al ámbito religioso, pues iban más allá, y se integraban en un ideario sobre la conducta y la forma de ser con sus convecinos, “así durante las pascuas, los Mora solían dar limosna a los cristianos nuevos desamparados y convidarse unos a otros” (Parello, 2001, 408). La pervivencia de las ceremonias era vital, pues aquello era uno de los pocos signos de identidad que de puertas hacia dentro nadie les podía arrebatar, en ese sentido sabemos como Diego de Mora, es quien desde su casa de Quintanar seguía manteniendo la festividad del sábado, además de otras actividades religiosas, entre las que obviamente no faltaba la lectura de libros prohibidos. “A veces los Mora incluso convidaban a su mesa a comensales moriscos que venían a compartir con ellos la -carne muerta con ceremonia de la ley de Moises-” (Parello, 2001, 409).



II. El perfil económico de los Mora

Analizados los trabajos de diversos autores, entre los que destacamos especialmente a V. Parello, queda claro por los resultados arrojados que la familia Mora disponía de una buena cantidad de recursos que les ayudaron a vivir en buenas condiciones. Desde luego el marco geográfico fue indispensable, ya que se posicionaban “en el cruce entre las rutas comerciales que unían las ciudades de Valencia, Alicante y Murcia con el corazón de Castilla por un lado, y Cataluña, Teruel y la provincia de Cuenca con Andalucía por el otro. Rica en agricultura y capital administrativo, también ofreció empleo en el sector terciario. Esto, junto con sus características demográficas extremadamente dinámicas, hicieron de la ciudad la pareja perfecta para el perfil socio-profesional de los Mora” (Parello, 2009, 190-191). “Como agricultores, la familia Mora se integró en la vida económica general de un pueblo donde la mayoría de la población vivía del sector de las materias primas, como leemos en las Relaciones topográficas: “la gente de este pueblo vive de la agricultura de trigo y cebada, así como de sus cosechas de vino, oliva y azafrán, además de la cría de ovejas y algunos caprinos”. Paralelamente a sus actividades agrícolas, la familia Mora tenía presencia en el sector financiero. Como comerciantes de textiles, especias y ganado, combinaron negocios y administración pública” (Parello, 2009, 191). Como bien comenta Joseph Pérez “los judíos eran los que, por los contactos que mantenían en todas las partes, desempeñaban un papel fundamental en la economía” (Pérez, 83).

Al final de su trabajo Parello (páginas 200-205) nos ofrece una relación genealógica de los integrantes de la familia, arrancando desde Hernando de Mora, el mercader de Alcázar de Consuegra, y que fue ejecutado por el Santo Oficio en 1496 (marido de Catalina Gómez).

De este matrimonio se expande su linaje por diferentes puntos de Toledo, Ciudad Real y Cuenca. Conocemos con mayor detalle la línea de su hijo Juan de Mora, quién residió en Tembleque y era esposo de Mari López. Su hermana María de Mora vivía en la localidad de su padre y fue mujer del procurador Juan González (también perseguido por el Santo Oficio). De la descendencia de Juan de Mora, conocemos 12 hijos, cifra que no es casual y que simbolizaba la docena de tribus de Israel (estos fueron Juana de Mora, Inés de Mora, Juan de Mora, Hernando de Mora, Lope de Mora, Diego de Mora, Francisco de Mora, Isabel de Mora, Elvira de Mora, Pedro de Mora, María de Mora y Catalina de Mora). De ellos podemos destacar a Juana de Mora, mujer de Juan López de Armenia, labrador de Socuéllamos y cuya familia fue también notablemente perseguida. Inés de Mora, era la mujer de Francisco Navarro -alguacil-, de donde nacerá Francisco Navarro de Mora, alguacil y ganadero que casó con Jerónima de León (vecina de Belmonte), y que a falta de un estudio genealógico más preciso, pensamos que estaría relacionada con el famoso poeta, humanista y religioso don Fray Luís de León, también de origen converso y vecino de la misma localidad. 

El siguiente hijo de Juan y Mari fue Juan de Mora, arrendador de rentas, que celebró hasta tres bodas con Catalina Carrillo, Isabel Falcón y Luisa Díaz, y entre cuyos hijos figurarán Lope de Mora, Francisco de Mora y Antonio de Mora –ganaderos-, Juan de Mora -arquitecto- y Cristóbal de Mora -escribano notario-. El cuarto hijo de Juan y Mari es Hernando de Mora –boticario y arrendador de rentas-, marido de Beatriz Gómez, y del que sabemos que su descendencia se moverá por la zona de la Manchuela, es el caso de Juan de Mora, hijo suyo y que casará con una López de Armenia de Socuéllamos, u otro hijo llamado Álvaro de Mora, que lo hará con Catalina Ruiz, vecina de Belmonte. 

El quinto hijo de Juan y María es Lope de Mora, quien nos interesa bastante, ya que es el responsable de la descendencia que se mueve por el área de la alcarria conquense, así éste casó con Beatriz Carrillo, destacando como línea principal la de su hijo Juan de Mora y de Carrillo, marido de Beatriz Gómez (quién fue hija del Licenciado Bedoya, médico optense, de linaje sobradamente conocido en la localidad y obviamente con raíces conversas). Fruto de ese enlace entre Juan y Beatriz, nacerán diversos hijos que intercalarán en primer lugar el apellido materno, es el caso del militar Baltasar Carrillo o Juan Bautista de Bedoya, servidor del Marqués de Poza. El sexto hijo mencionado anteriormente, Diego de Mora, casó en dos ocasiones (con María de Villanueva y Mari López de Armenia). De estos matrimonios nacerá una nutrida descendencia, como será el caso de Francisco de Mora –arrendador de rentas- y marido de Leonor de Enríquez, del que conocemos a su nieto (célebre dramaturgo y poeta lírico español del siglo de Oro), Antonio Enríquez Gómez, pero que para no ser perseguido por la Inquisición esconderá el apellido paterno, además de tomar durante un tiempo considerable el nombre y apellido falso de Fernando de Zárate y Castronovo, y que como veremos en el apartado número cinco de este artículo, tenía motivos más que fundados para realizarlo. María de Mora, hermana de Francisco, casó con el Condestable de Albacete, Pedro de Sauca, así como su hermana Francisca de Mora, lo hará a su vez con su hermano Hernando de Sauca. 

La lista se extiende y para no ser pesados, nos remitimos directamente a otra de las hijas de Juan y Mari, se trata de Isabel de Mora, quién casó con Diego del Campo, mercader bien posicionado, de cuya unión nacerá Alonso del Campo de Mora, mercader, que dejará entre su descendencia a Rodrigo del Campo -notario- o a Juan del Campo -boticario-.

Retrato de Antonio (de Mora) Enríquez Gómez que aparece en sus obras.

Los trabajos desempeñados por los Mora fueron variados. Creemos que no estaban mal remunerados, a pesar de que “cuando los inquisidores les preguntaron acerca de sus actividades profesionales, muchos de los miembros de la familia Mora respondieron que eran pequeños agricultores o ganaderos, que se ganaban la vida con la agricultura y la cría de ovejas: viñedos, olivares, ovejas merinas, etc. Los registros abundan en declaraciones como "vive de su patrimonio" y "trabajó y mejoró su patrimonio". En términos de las comunidades de los nuevos cristianos, una presencia tan masiva en el sector primario es la primera afirmación de los Mora” (Parello, 2009, 191).

Quien mejor conoce la distribución de los sectores económicos que ocuparon la familia de los Mora, ha sido Vicent Parello (Parello, 2009, 192), pues revisando cada uno de los expedientes de inquisición, determinó la profesión de algunas de sus personalidades de acorde a los tres principales grupos sectoriales. De ello extrae que el 24% de los miembros trabajaban para el sector primario, mientras que sólo un 8% dentro del sector secundario. Será en el sector terciario, donde habrá una mayor cantidad de integrantes, el 68%, cifra que no debería de extrañarnos si tenemos en cuenta que muchos de los componentes de la familia irían formándose académicamente y por lo tanto gozar de una mayor posibilidad de alcanzar puestos de carácter administrativo y funcionarial. “En esta área, la familia Mora creó verdaderas corporaciones de comerciantes y recaudadores de impuestos. Por ejemplo, Lope, hijo de Juan de Mora y Mari López, fue a la vez pequeño agricultor, ganadero y arrendador de la renta, recaudando los impuestos sobre el ganado y el vino, así como el impuesto de "alcabala del viento" aplicado a los bienes vendidos por comerciantes ambulantes. Su hermano Hernando era dueño de una tienda de especias, administraba los bienes de la iglesia parroquial y también era un arrendador de la renta para el vino y los impuestos al ganado. En contraste con el trabajo en la tierra, que se decía que mejoraba todas las virtudes cristianas, el pensamiento general es que aquellas actividades comerciales eran vistas como vergonzosas y despreciables, con connotaciones pervertidas relacionadas con una forma de vida burguesa, vinculadas con la impureza del dinero y la impureza étnica. La familia Mora era, por lo tanto, miembro de una burguesía urbana que se estaba integrando cada vez más en una economía mixta, semirural, agrícola y comercial. Sin embargo, a diferencia de muchos cristianos nuevos en otros lugares, no gravitaron hacia los ayuntamientos y las autoridades locales. Aunque jugaron un papel clave en la economía de La Mancha en el siglo XVIII, la familia Mora nunca tuvo un papel importante en la escena política. Por este motivo, su perfil está más cerca de las comunidades portuguesas judías-conversas de La Roda y Santa María del Campo que de las comunidades autóctonas y autóctonas de judíos del distrito de Campo de Calatrava” (Parello, 2009, 192, de Archivo Diocesano de Cuenca, Leg. 320/nº4618).



III. Las políticas endogámicas de los Mora

Las estrategias matrimoniales entre las comunidades judías estaban a la orden del día. No olvidemos que al margen de los valores religiosos, había un sentimiento de pertenencia a una casta, que económicamente no cabe la menor duda que en muchas ocasiones se hallaba por encima de la media. Esto retroalimentaba un sentimiento de odio y envidia de los cristianos viejos, hacia los judíos, y que acababa transformándose en un distanciamiento recíproco. “En el curso de los juicios, los Moras siguieron refiriéndose a -parientes-. Ellos compartían el mismo patrón, un sentimiento de pertenencia a una gran familia homogénea y una identidad común. En la sociedad de ese período, el apellido de una persona sirvió como elemento de discriminación social según el honor o deshonra que se le atribuyese. Es por eso que ciertos patrones se asociaron preferentemente con otros en la esfera del matrimonio, dando lugar a estructuras sociales de tipo clan. Como veremos más adelante, la familia Mora se casó principalmente con gentes de Alcázar de Consuegra, como los Villanueva o Falcón” (Parello, 2009, 193).

Aquellos enlaces nunca eran casuales, y muchas veces solían agrupar varios hermanos de una familia con otros cuantos de la otra, de esta forma se sellaba un nexo más fuerte entre las comunidades. Remarcar que ello no sólo ocurría dentro de las casas judías, sino que, entre la gran mayoría de las élites sociales, en las que se intentaba fortalecer el estatus de sus integrantes. En nuestro caso de estudio, sabemos por ejemplo que “el linaje de Mora se puede subdividir en varias casas, cada una de las cuales incluye a los padres, a sus hijos y, a menudo, a otros parientes cercanos como primos, sobrinos y sobrinas. La casa de Juan de Mora, Mari López y sus doce hijos, evocando a las doce tribus de Israel, dio lugar a otras once casas. Los acusados ​​se refieren repetidamente a "la casa", especialmente cuando se abordan temas relacionados con la práctica criptojudaíca” (Parello, 2009, 193).

Tal y como resaltábamos en líneas anteriores, “la familia Mora practicó una estricta política matrimonial que solo admitía a un pequeño número de familias conversas de las provincias de Cuenca y Toledo. Así formaron redes de parentesco con las siguientes familias: López de Armenia (cuatro matrimonios), Vega-Ruiz (tres matrimonios), Villanueva (tres matrimonios), Gómez-Bedoya (tres matrimonios), Moya (tres matrimonios), Navarro (dos matrimonios), Campo (dos matrimonios), Carrillo (dos matrimonios), Falcón (un matrimonio), Enríquez (un matrimonio) y Villaescusa (un matrimonio). En muchas ocasiones, los Moras ignoraron la prohibición de la Iglesia del matrimonio entre parientes hasta el cuarto grado de consanguinidad. De hecho, era bastante común que los miembros de la familia se casaran con sus primos hermano o sobrino/sobrinas” (Parello, 2009, 195).

Este tipo de estrategias matrimoniales se extendían por toda nuestra geografía entre los componentes de los grupos bien posicionados, fenómeno que se agudiza de forma especial tras 1391, como respuesta de las nuevas casas cristianas en donde sigue produciéndose una  política de matrimonio selectivo entre linajes conversos, y que se observa dentro de la misma provincia, es el caso de la ciudad de Huete y sus alrededores, donde el cronista de la Ventosa, Guillermo Fernández Rabadán ha comprobado en sus estudios genealógicos como el grado de consanguinidad resulta estrechísimo entre aquellas familias con un pasado judío, y que apreciamos en los casos de linajes destacados como los de la Muela, Santacruz, Alcocer, y otros poseedores de Señoríos, así como posteriormente propietarios de títulos nobiliarios. No debemos de pasar por alto que “cuando hablamos de endogamia patronímica y parental, necesariamente estamos hablando de restricciones en el campo del matrimonio. Dado el número limitado de familias en el grupo de individuos elegibles, llega un punto en el que se vuelve difícil encontrar un cónyuge. En una situación de "escasez" es preferible permanecer célibe que hacer un matrimonio inadecuado que podría conducir a una pérdida de la identidad colectiva” (Parello, 2009, 195).

La idea de establecer lazos sanguíneos entre personas con un mismo pasado religioso, creemos que no sólo era una estrategia que se efectuaba por motivos de seguridad (y que obviamente existía, tal y como relata Beatriz de Mora, cuando hablaba por experiencia propia, de que no se fiaba de sus criados porque podían denunciar ante el Santo Oficio las prácticas religiosas heréticas de sus amos (Parello, 2001, 404, del Archivo Diocesano de Cuenca, Leg. 318/nº4586), sino que ya habríamos de sumar un componente ideológico de identidad o pertenencia, que veremos aflorar en múltiples ocasiones, a lo largo de la historia en diferentes lugares, que para explicar de manera detallada, ya deberíamos dedicar en otro trabajo monográfico, y que guarda ciertos paralelismos con la mentalidad que por ejemplo afloró en la Barcelona burguesa de finales del siglo XIX. En ese aspecto nos llama notablemente la atención “la conciencia que tenían los Mora de pertenecer a la -casta- y a la -generación- de los cristianos nuevos de judíos descendientes de la casa de Israel. Se definían pues como un grupo étnico-social aparte que vivía al margen de la sociedad mayoritaria cristiana vieja. Esta conciencia de la alteridad resulta fundamental para comprender la identidad de grupo. Juan de Mora, por ejemplo, transforma en título de nobleza lo que se consideraba en aquel entonces como una terrible mácula: <<preciándose de la casta y generación que era, no tenía por affrenta que le llamasen judío, antes se holgava dello>> (Parello, 2001, 403, del Archivo Diocesano de Cuenca, Leg. 328/nº4587). 

Sabemos que este tipo de declaraciones no fueron aisladas dentro de la comunidad critpojudía, de ahí que ese sentimiento de pertenencia a un colectivo que se encontraba en un eslabón superior, no era sólo cosa de los Mora, sino que una idea muy extendida dentro de aquella comunidad religiosa.



IV. La biblioteca de los Mora

Sin lugar a dudas, Parello también es el autor que con mayor detenimiento ha tratado la cuestión vinculante a las diferentes obras escritas que poseían la familia de los Mora, esta alusión queda reflejada cuando al referirse a los libros de lectura que tenía la familia, comenta como “los inquisidores se mostraban muy preocupados por la presencia de ciertos libros en casa de los Mora. Se trataba, mayormente, de novelas de caballerías, de la Biblia en romance, de manuales de devoción y de piedad como el Flos sanctorum de Alonso de Villegas publicado en 1588, las Horas de Nuestra Señora, un libro de Salmos de San Benito, la Torre de David o el Espejo de la consolación, así como de literatura mística en el caso de las obras de fray Luís de Granada” (Parello, 2001, 406).

Gracias a las declaraciones de los múltiples testigos que son llevados ante el Santo Oficio, puede percibirse la importancia que tenían los libros para familias que practicaban el criptojudaísmo, ya no sólo desde la perspectiva religiosa, sino que también en lo alusivo a la generación de un pensamiento crítico y reflexivo, que incrementaba su sensibilidad por la formación y la cultura.

La familia Mora, como muchas de las que componían la burguesía judía, coleccionaban piezas escritas, que además de entretenerles con sus lecturas, les valían para adquirir diferentes tipos de conocimientos, que iban más allá del ámbito creencial. Este tipo de bibliotecas familiares preocupaban severamente a la Inquisición, pues no olvidemos que desde el Santo Oficio se tenía claro qué tipo de publicaciones eran profanas, y que a través de sus índices prohibidos, intentaban averiguar si se encontraban en propiedad de los interrogados, valiendo como una prueba de peso que dejara en un lugar irrefutable su veredicto de condena:

“María de Mora, esposa de Pedro de Sauca, había aprendido a observar las tres pascuas judías de su padre Diego de Mora, quien las había aprendido de un libro titulado “Las edades del Mundo”. Cuando Luisa, la hija de Juan de Mora, fue arrestada por la Inquisición, dijo que ella tenía un libro viejo que encontraron que se llamaba la Torre de David, así como otro sobre San Benito y sus monjes, argumentando que no era de ella. Sabemos por ejemplo que su tía leyó el Espejo de Consolación, obra que había sido traída de la casa de Alonso del Campo" (Parello, 2009, 199, de Archivo Diocesano de Cuenca, Leg. 331/nº4734).

Pero para entender las claves de la supremacía cultural de la comunidad judía y su consiguiente control de los oficios mejor posicionados, nos tenemos que ir a las cifras estadísticas que presenta Amiel, y que por otro lado adjunta de Richard L. Kagan, puesto que a través de los expedientes de los procesos inquisitoriales del Archivo Diocesano de Cuenca, se puede averiguar cuál era el verdadero nivel de culturización de las comunidades judías en el siglo XVI. De sus datos se desprende que entre los judíos juzgados en Cuenca durante 1540-1600, la tasa de alfabetismo entre los varones de esa comunidad religiosa era de un 34%, mientras que si nos vamos al periodo de 1571-1593, esta llega a la cifra de un 51 % (Amiel, 511; Kagan, 1974). En cambio, en la Península durante 1860 el porcentaje de hombres alfabetizados todavía era de un 31%, y no será hasta 1920 cuando se supera el umbral del 50% (de Gabriel, 1997).

La lectura de las sagradas escrituras de manera colectiva, en la compañía de la familia y amigos, así como la rutina de estudiarlas e intercambiar ideas, era un arma de doble filo que no sólo servía para la pervivencia del conocimiento de la misma, sino que también de generar un caldo de cultivo idóneo para frenar el analfabetismo, en el que desde edades tempranas los niños se sumergían en el interés por incrementar su formación, fenómeno que obviamente les facilitaba el acceso a una educación y previa inmersión en un espacio laboral que iba más allá de los trabajos mecánicos.


Portada de la obra de Jerónimo de Lemos (La Torre de David). Google books

Las familias con las que enlazan los Mora, formarán parte de los núcleos burgueses que compartirán esta misma sensibilidad, así nos lo demuestra una referencia que aporta Salomon (132), cuando al referirse a la residencia de la familia apellidada del Campo (a través del legajo 330/nº4707 del Archivo Diocesano de Cuenca), se dice que Hernando de Mora (ganadero) en su proceso de 1591, describiendo una sesión clandestina de estudio bíblico dirigida por Rodrigo del Campo en el palacio de las casas de Alonso del Campo, se cita que cuando a Isabel de Mora -la ciega- se le preguntó dónde enseñaba su padre las oraciones, ella contestó que “en su casa, en un palacio de ella, estando solos, sin que personas ninguna oviese”. Rodrigo del Campo era notario, hijo de Alonso del Campo de Mora, de oficio mercader, y nieto paterno de Diego del Campo, también mercader, y de su esposa Isabel de Mora, hija a su vez de Juan de Mora y Mari López.

Este tipo de testimonios lo vemos en la función que por ejemplo tenía Rodrigo del Campo con su familia, quien se encargaba de traducir los textos (Amiel, 517). Otro caso es el de su familiar, Luisa de Mora Carrillo, ésta procedente de Huete, quien dice que había descubierto uno de estos libros en casa de su tía, Isabel de Mora (Amiel, 530). Con ello queda comprobado como las diferentes líneas del linaje poseían obras impresas. En este sentido Joseph Pérez comenta que “en la familia Mora, el judaísmo se transmitía fundamentalmente por vía oral, de generación en generación, pero algunos libros servían también para profundizar algunos aspectos. Muchos de estos libros eran perfectamente ortodoxos desde el punto de vista de la Iglesia católica y la Inquisición estaba muy alejada de pensar que podían ser utilizados con malos fines” (Pérez, 251).

Una hipótesis (planteada por Salomon, 129), viene a esbozar si los textos que la familia de los Mora tenía en Quintanar, podían derivar de versiones impresas que habían obtenido a través de las comunidades sefardís italianas. Recordemos que los Mora eran mercaderes, y es muy factible que entre sus compras e intercambios pudieran hacerse con material de esta tipología.

Prueba de esta continua movilidad de los Mora nos la comenta Parello (194) quién al referirse a Cristóbal de Mora de Molina, miembro del linaje que acabó arrestado en el gran proceso de 1590, relata con sólo 20 años diversas experiencias de su vida, que se asemejan mucho a la de los héroes de la novela picaresca. Parello cita que Cristóbal llegó a vivir en la casa del tesorero Luís Vázquez de Acuña, así como un año antes de su detención (tras una leve estancia en Quintanar de la Orden), viajó a Murcia, donde se enroló como soldado de infantería en la armada del capitán Pellicer.

Tampoco ha de extrañarnos la presencia de grandes personajes del mundo literario gracias a ese ambiente en el que claramente aflora una notoria sensibilidad por el campo de las letras, tal y como sucedió con Antonio Enríquez Gómez, conocido durante un tiempo como Fernando de Zárate y Castronovo, un famoso dramaturgo, narrador y poeta lírico español del Siglo de Oro. Sabemos que Antonio “nació en Cuenca en 1600. Desde el siglo XVI, más de treinta de sus antepasados paternos -los Mora- habían sufrido persecuciones inquisitoriales por herejía” (Kramer-Hellinx, 125). 

Sabemos que Antonio, era descendiente directo por línea recta de varón de la familia Mora, pues su padre era el señor don Diego Enríquez de Villanueva (o de Mora), hijo a su vez del arrendador de rentas Francisco de Mora, y su madre Leonor Enríquez (de cuya madre tomará los apellidos debido a la peligrosidad que por aquellas fechas conllevaba el paterno, pues no olvidemos que una década antes se celebraron los famoso juicios en los que el linaje se vio tan sumamente perjudicado). Su bisabuelo era Diego de Mora, arrendador de rentas  y “rabino de Quintanar de la Orden, siendo denunciado por haber tratado de adoctrinar a sus parientes y vecinos en la Ley de Moisés, y que acabó muriendo en la cárcel de la Inquisición” (Caro Baroja, I, 450; Wilke; Révah, 110-138; Cordente 28-39, en Kramer-Hellinx, 125), así como tataranieto de Juan de Mora y Mari López, y trastataranieto de Hernando de Mora, el cabeza del linaje acechado por la Inquisición. Dicho esto quedaba clara la línea recta de varón de este autor, así como los motivos que le llevaron a su padre como a él a ese cambio completo de identidad.



V. La persecución de la familia

Como hemos visto, la familia de los Mora se movilizó por diferentes puntos del territorio conquense y colindantes, así lo apreciamos en los testimonios de los integrantes que se desplazaron hacia el área de la Manchuela, entre San Clemente y Belmonte, llegando a Socuéllamos (provincia de Ciudad de Real), así como también en el caso de Huete (en la zona norte de la provincia de Cuenca), donde había constancia de una rica comunidad judía que habitaba en el barrio de Santa María de Atienza, y que por aquellas fechas estaba controlada por el Cabildo de San Juan Evangelista, pero donde tal y como revelan algunos documentos relacionados con las causas del Santo Oficio, es evidente que existía desde dentro una creciente cantidad de representantes criptojudíos. Obviamente los Mora sabían dónde iban, y en qué puntos podían encontrarse con familias que siguieran manteniendo los mismos ritos. “Conviene destacar como la detención de algunos de los miembros de una familia producía la dispersión de estos grupos, unos por ser detenidos rápidamente y otros por huir del lugar. El Santo Oficio solía condenar a todos a la vez, compareciendo en el mismo auto de fe familias enteras o en los posteriores celebrados inmediatamente. En este proceso de eliminación de la herejía no se salvaban los niños que eran condenados junto a sus padres y hermanos” (Arias y Fernández, 45).

La historia sobre la persecución de este linaje tiene su punto de partida a finales del siglo XV, así lo explica Parello quien comenta como “a través de las causas de fe de los Mora, podemos remontarnos a la primera crónica del judaísmo castellano con la implantación de la Inquisición en Ciudad Real en 1483 y su traslado a Toledo en 1485. Hernando de Mora, mercader y tendero de especería, oriundo de Alcázar de Consuegra fue relajado el 25 de septiembre de 1496” (Parello, 2001, 397). Esta sentencia le vendrá como anillo al dedo un siglo después al secretario Julián de Apuche a la hora de buscar procesos y genealogías para seguir acusando a sus descendientes.

Parece ser que Hernando de Mora en 1495 llegó a pagar “la suma de 3.000 maravedís para poder llevar seda, oro, plata, perlas y piedras preciosas, además de tener armas, montar a cabo y gozar de las demás cosas arbitrarias prohibidas a los hijos y nietos de condenados por la Inquisición” (Parello, 2001, 398). Resulta más que obvia la política de acoso y persecución hacia la familia, previa confiscación de sus bienes. Esto nos hace pensar que por esa época, muy probablemente el proceso de proyección del linaje era bastante intenso, de ahí que, si nunca se hubiese iniciado esta cruzada contra sus integrantes, muy probablemente los Mora podrían haber conseguido entrar dentro de las corporaciones nobiliarias, pues al fin y al cabo arrastraban un pasado paralelo al de la gran mayoría de familias nobles que en esos momentos lo habían o estaban intentando suprimir.  No olvidemos que esta estrategia de amedrentamiento no sólo se ciñe a los Mora, sino que a todas aquellas familias que giraban entorno a su círculo familiar, de ahí que también fuesen perseguidos los padres de María López, hija de Pedro López Farín y Catalina López, y que fueron relajados por la Inquisición, ya estando muertos, de ahí que se exhumaron sus cadáveres para posteriormente ser quemados (Parello, 2001, 398).

Como bien indica este autor parece obvio que los Mora gozaron de una tregua inquisitorial entre 1520 y 1580 (Parello, 2001, 402), un período que nosotros consideramos crucial y que abarcaría tres generaciones, en las que el linaje, sabiendo que cargaba una marca difícil de borrar, comenzará a organizarse en algunas de sus líneas, intentando pasar desapercibido. No olvidemos que estamos hablando de una familia con notable descendencia, y que tras su proceso de esparcimiento por diversos puntos de la Mancha, tuvo que empezar de cero en algunos de aquellos municipios en lo que iba a fijar su instalación. Pensamos que las condenas hacia Hernando y su familia, fueron severamente perjudiciales, de ahí que las líneas que buscaron la proyección social, intentarían alejarse lo mayormente posible de aquel recuerdo y entorno, es por ello que nosotros consideremos que la actitud que pudo tomar la descendencia, fue variada, clasificándola a grandes rasgos en tres grupos.

Por un lado nos encontraríamos con las líneas de los Mora que siguieron practicando el judaísmo de manera oculta, a pesar del riesgo que conllevaba aquello, en esta corriente ubicaríamos especialmente la casa de Quintanar, en donde sus integrantes decidieron permanecer en el mismo punto de origen donde se desató la persecución, independientemente de los futuros palos que podían seguir cayéndoles (y siempre al margen de que estos de puertas hacia afuera dijeran ser cristianos), pues el sambenito de su apellido, aparte de cualquier acusación, por leve o infundada que fuese, siempre era un peligro. En este sector también solaparíamos aquellos Mora, que optaron por la huida hacia zonas más lejanas, como será el caso de Belmonte, o especialmente la ciudad de Huete, donde es bien sabida la instalación de una comunidad criptojudía perfectamente organizada, que desde el Barrio de Atienza, albergaba un número considerable de linajes que tampoco olvidaban sus raíces. Obviamente, aquel lugar era una especie de islote, desde el que de manera discreta, las élites seguían practicando sus políticas económicas y matrimoniales, que nos recuerda mucho a las que se vivirían en la zona de Quintanar en tiempos de la ejecución de Hernando de Mora.

En otro segundo grupo tendríamos a los representantes de la familia, que optaron por sumergirse de pleno con la religiosidad cristiana (aunque no sabemos hasta que punto en el seno más íntimo de la familia aquello era una realidad). En este caso la estrategia consistió en escapar del punto caliente, mostrando una especial predilección de movilidad por el área meridional de la provincia de Cuenca, y tierras colindantes (entorno de la Manchuela), allí, desde núcleos rurales mucho más pequeños y modestos, con las consiguientes menores posibilidades de proyectarse, la familia de los Mora buscaba una tranquilidad, que premiaba muy por encima de las pretensiones y creencias religiosas del primer grupo.

Por último, nos encontraríamos con lo que nosotros hemos bautizado como un tercer grupo, y que sería el formado por aquellos integrantes que consideraron conveniente dirigirse hacia la misma ciudad de Cuenca, debido a su importancia demográfica, y así pasar desapercibidos, puesto que a priori el mayor tamaño de la localidad era un factor a favor, además de que era sobradamente sabido (tal y como nos referíamos al principio del artículo en el testimonio de Hernando de Huesca), que en esa ciudad tanto el Santo Oficio como el brazo noble, tenía sus raíces escasas generaciones atrás, en familias con un claro origen converso. Suponemos, que no será casualidad que la línea del célebre dramaturgo, asentada en esta ciudad, reaccionara inmediatamente cambiando sus apellidos, tras los acontecimientos vividos en el mismo lugar. 

Tampoco nos parece casual la dificultad que conlleva aclarar el origen genealógico del ilustre arquitecto Juan Gómez de Mora (y que como hipótesis, pensamos que estaría relacionado con el mismo linaje. Cuestión que pretendemos tratar en una futura publicación). No olvidemos que la diferencia entre el arquitecto y la familia del dramaturgo, estribaría en que Juan como su tío el arquitecto Francisco de Mora, o su madre (que casó con el artista cabeza de la conocida estirpe de pintores renacentista conquenses), tenían claro que para sobrevivir y seguir proyectándose habían de renunciar al pasado judío o cualquier tipo de elemento que los relacionara con la cultura hebrea, de ahí que el propio Juan aparece redactando un auto de fe celebrado en Madrid en 1632, puesto que al ser trazador y Maestro Mayor de obras reales, se le encomendó la tarea de realizar los preparativos del referido auto, como si de un cristiano viejo inmaculado se tratase, así como su madre, o su tío, quienes pensamos que fueron más prácticos, rechazando por completo continuar con la tradición judía, tomando un claro compromiso con la religión cristiana, y que suponemos ya se habría iniciado con la generación de su padre, el zapatero Francisco de Mora, y que se encargaría de cuidar bastante la imagen, además de la previa desaparición de pruebas que pudieran dañar su nombre, y que obviamente desde el Santo Oficio se encargarían de facilitarles, puesto que se encontraban bajo la protección del Rey, mientras tanto, en la misma ciudad de Cuenca, la otra parte de los Mora es perseguida. En ese colectivo entraría la familia del famoso dramaturgo, y que se vio forzada a exiliarse a Francia.

De este modo tan peculiar, apreciaríamos las dos caras de la moneda, donde por un lado estarían aquellos portadores del apellido Mora, que gracias al respaldo de la nobleza y el clero,  pudieron proyectarse de manera meteórica, pues no olvidemos que Francisco de Mora fue el arquitecto renacentista que llegó a ser nombrado Maestro Mayor de obras reales así como de la Villa de Madrid, y el mencionado sobrino suyo, Juan Gómez de Mora, continuará con la tradición de su tío, alcanzando el rango de Maestro Mayor de la Obras del Alcázar de Madrid, además de llegar a ser arquitecto personal del Rey Felipe III. Tampoco deberíamos olvidar a los hermanos y sobrinos de Juan, quienes seguirían trabajando para las iglesias conquenses en la elaboración de pinturas como retablos, desde donde recibirían múltiples encargos. Creemos que la familia del arquitecto y su descendencia, además de escoger el camino de la iglesia cristiana, tuvo la fortuna de verse favorecida por encuadrarse de modo casual  en el justo intervalo de tregua, que como indica Parello, fue de 1520 a 1580, de este modo la generación del padre de Francisco el arquitecto, viendo lo ocurrido, como los problemas que podía acarrear el ser un Mora en aquel lugar, actuaron de forma inteligente, acercándose a aquellos círculos en los que podían estar a salvo.

Por lo que se respecta a los Mora de ese primer grupo antes descrito, el momento de mayor persecución se genera durante la penúltima década del siglo XVI, a pesar de que ya a finales del siglo XV fueron quemados algunos de sus ancestros.

Como bien indica Parello, “casi todos los miembros de la familia Mora salieron en los dos autos de fe que tuvieron lugar en la Plaza Mayor de Cuenca el 12 de agosto de 1590 y el 16 de agosto de 1592. Donde a modo de ejemplo, Beatriz, hija del difunto Hernando de Mora, fue relajada al brazo seglar durante el primer auto de fe conquense (Parello, 2001, 401). En esta línea, y continuando con lo anteriormente dicho “el 12 de agosto de 1590, fueron castigadas con penas varias, treinta y cinco personas de ambos sexos, doce de ellas vecinas de Quintanar de la Orden, de la familia apellidada de Mora (…) A Francisco de Mora y á Beatriz, su sobrina, les descargaron tal nube de palos y piedras que les saltaron los sesos, lanzándose parte de ellos sobre la ropa de un labrador, quién arrancó el pedazo de su vestimenta por no llevar en sí mancha de un judío, así como otro espectador quemó el capote salpicado de sangre de las víctimas” (Arias y Fernández, 55, de Archivo Diocesano de Cuenca, Inquisición Leg. 319/nº4606).

Las cifras que corroboran esta persecución contra un conjunto concreto de la población son más que evidentes, cuando vemos que en total existen 54 denuncias contra miembros de la familia Mora (sólo entre 1579-1588), formando parte de la detención masiva de 1588: donde además hay 6 de los 7 niños de Diego de Mora y su prima Luisa” (Salomon, 106).

Respecto a los abuelos paternos del dramaturgo, sabemos que Leonor Enríquez y su esposo Francisco de Mora Molina, fueron encarcelados, por haber escondido dinero en su jardín, de modo que sus hijos Diego (el padre del escritor) y Antonio quedaron desamparados. Para proteger a sus hijos, Leonor cambió su apellido, omitiendo el de los Mora al ser varios miembros condenados a la hoguera (Kramer-Hellinx, 126). Se sabe que “Antonio Enríquez de Villanueva (o de Mora) y Diego Enríquez Villanueva (o de Mora), respectivamente tío y padre del escritor, se escaparon clandestinamente a Francia después de haber sido denunciados a la Inquisición (…) la Inquisición confiscó al padre de Enríquez Gómez toda su hacienda más la herencia de su mujer Isabel Gómez (cristiana vieja), y la dote de su nuera” (Kramer-Hellinx, 126).

Francisco de Mora (de oficio ganadero), tenía bien claro los sambenitos del linaje. Pues no olvidemos un extracto del juicio de su abuelo, Hernando de Mora, residente de Alcázar de Consuegra, quién fue llevado a la hoguera el 25 de octubre de 1496 en Toledo. “En el juicio de Francisco de Mora (el anciano), relajado por el brazo secular en el primer auto de Cuenca del 12 de agosto de 1590, descubrimos tres piezas de archivos sobre el pasado de su persona o sus ascendentes: una es una condena, otra de 1565, por haber violado las reglas del perdón, es decir, haber ejercitado un cargo al que no tenía derecho debido a la presencia de un convicto del Santo Oficio entre sus ascendentes y la condena por judaísmo de su madre, Mari López, dictada por la Inquisición de Cuenca, en San Clemente, el 2 de febrero de 1517” (Amiel, 535). Arias y Fernández (71) recalcan que en este auto de fe del 12 de agosto de 1590 hubo en total tres miembros de la familia Mora relajados. “El relajado es el hereje reconciliado y vuelto a reincidir en la herejía y por ello se les relaja al brazo secular, es decir, se les condena a muerte a la hoguera (…) Se les ofrecía la posibilidad de elegir entre arrepentirse antes de la culminación del auto de Fe, en cuyo caso eran estrangulados al inicio del encendido de las llamas; pero si no se producía el arrepentimiento eran quemados vivos”. 



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davidgomezdemora@hotmail.com

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Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 20 libros entre 2007-2023, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).