Durante estas últimas
décadas, la geografía se ha sumergido en un espacio continuamente cambiante,
que no sabemos hasta que punto, puede afectarle a medio o largo plazo.
Para muchos ser geógrafo
se reduce a la mera función de planificar y ordenar el territorio, para otros,
prevenir o diseñar modelos de actuación que influyan de modo directo en el
espacio…, y así podríamos describir tantas aplicaciones, como geógrafos existen
en la faz de la Tierra.
Resulta por ello
necesario, plantearse la duda de si es posible crear de la geografía una
ciencia pura, que sirva única y exclusivamente para un mismo ámbito de estudio.
Los miles de años que nos
separan desde los griegos, han servido para mostrarnos que el mundo de la
geografía es más complejo de lo que puede parecer.
Tanto tiempo, ha dado para
complementarse y buscar multitudes de nexos con materias similares, e incluso
para subdividir desde las mismas entrañas, campos de estudio, que al fin y al
cabo retroalimentan el extenso contenido que abarca el espacio de las ciencias
humanas, y por índole, el de la geografía.
El conflicto cualitativista-cuantitativista,
parecía que había quedado atrás durante los años ochenta del siglo pasado, no
obstante, cada día me pregunto si tal vez no está más vivo que nunca, puesto
que sigue siendo una constante presente a la hora de tratar los medios de
análisis que se aplican en esta ciencia.
Desde luego, no seré el
único que pensará que creer fervorosamente en uno u otro modelo, acaba siendo
un grave error, ya que ambos pueden complementarse, e incluso dependiendo de lo
que se desee realizar, aplicarse conjuntamente.
Si hay algo que diferencia
la investigación cuantitativista de la cualitativista, es que la primera viene
automáticamente dirigida, mientras que la segunda, va generándose a medida que
el geógrafo va trabajando aquello que le interesa. Se enfrentan pues dos
posiciones completamente opuestas, en donde la inflexibilidad y el cambio, el
objetivismo y el subjetivismo o el empirismo y la especulación, colisionan de
pleno.
La irrupción del
cualitativismo se debe en buena medida a la convergencia de diferentes prismas,
entre los que tendríamos la participación de las personas, la pluralidad
cultural y la crisis del modelo anterior existente en la investigación geográfica.
Del primero poco queda por
decir, ya que se trata de un aspecto que cada día va creciendo, pues cualquier
persona que posea una mínima sensibilidad y conocimiento del lugar que habita o
estudia, comenzará a adquirir una serie de valores y conocimientos, que le servirán
para pensar y juzgar, si una determinada actuación, afectará de una u otra
manera sobre ese entorno que conoce en primera persona. Dicho de alguna forma,
con el cualitativismo, el geógrafo ya no tiene por qué ser un miembro de esta
disciplina.
Las aportaciones
efectuadas desde la participación ciudadana, serán sin lugar a duda cruciales
para esclarecer muchas líneas, que en diferentes ocasiones desde dentro de la
geografía se nos pueden escapar, debido a la globalidad y complejidad de variables
que interactúan dentro de esta ciencia.
En cuanto al segundo
aspecto, la creciente multiculturalidad, ha afectado de lleno al
cuantitativismo hermético que imperaba décadas atrás. Las diferentes
aportaciones que un observador puede ofrecer, son sumamente importantes,
siempre y cuando estemos dispuestos a compararlas y añadirlas a otras tantas
efectuadas por personas igual de dispares o diferentes. Y es que la
heterogeneidad de visiones, así como su continua creación, acaban
convirtiéndose en una herramienta de gran ayuda, para describir con mayor
nitidez, los problemas o elementos que componen el espacio donde nos
encontramos.
No quisiera olvidar la
tercera variable, que, aunque pueda parecer hoy la más insignificante, fue hace
cuarenta años atrás el germen que impulsó el nacimiento del cualitativismo. La
crisis cuantitativista, derivada de un modelo encorsetado a la hora de ir más
allá de recopilar o presentar estudios que solían regirse dentro de una misma
línea. La introducción de diferentes formas de percibir, analizar y ver el
territorio, serán un detonante, que abrirá esos dos frentes, y que durante tanto
tiempo ha mantenido separados los dos grandes bloques de la investigación
geográfica, pero no por ello los únicos imperantes, puesto que entremedio nos
encontramos con otras técnicas y aplicaciones, que acaban entremezclándose con
todo lo que existe, de ahí la ambigüedad y abstracción existente de la
geografía, en detrimento de las tesis simplistas o endogámicas con las que en
más de una ocasión nos han hecho verla.
Al respecto, existen
muchas herramientas, que ayudan a trabajar dentro de esta línea, y que vienen a
ser en realidad los engranajes que ponen en marcha los motores de esa
ingeniería geográfica, capaz de sintetizar un vasto contenido de materias, que
interactúan de manera completamente ordenada y eficaz, independientemente del
albedrio o nutrido número de diferencias que puedan ofrecernos sus detalles
desde el exterior.
Como decimos, hay una
inmensa variedad de modos y técnicas de trabajo. Cada uno puede escoger la que
considere más viable, o con el que se sienta más a gusto.
Y es que, en este sentido,
la interpretación es la esencia de esa geografía a la que me refiero. Está muy
bien que se transcriban y copien documentos para poder trabajar luego sobre
ellos, del mismo modo resulta importantísimo describir los elementos destacados
de un lugar o un objeto, pero la verdadera investigación no sólo se reduce a
esto. Ciertamente son actos indispensables, pero no la solución para conseguir
llegar al fondo de una cuestión. De ellos debe surgir una materia, que será a
la postre, la aportación que realizaremos, y que se basará en nuestra
percepción o interpretación personal. La misma de la que seguramente en un
futuro se efectuarán múltiples matices, correcciones y críticas por otros
investigadores, e incluso por el mismo que en su día la realizo. Y es que tal y
como está comprobado, las grandes aportaciones suelen venir de modelos previos,
que modificándose o extendiéndose desde su base, ayudan a consolidar una nueva
teoría, de la misma forma que sucede con los brotes que florecen de un árbol
muerto.
Labores como la
recolección de datos, desarrollo constante de anotaciones personales, y la
consecuente programación de estas hacia diferentes hipótesis, son algunas de
las formas con las que trabaja el geógrafo cualitativista.
Uno de los objetivos es
que esa investigación alcance un significado para nosotros, donde se partirá de
una exploración previa, sea de datos o de un terreno, que posteriormente iremos
reduciendo y estructurando, para a posteriori lanzar las primeras impresiones
respaldadas por afirmaciones, que darán lugar a unos resultados, y desde los
que formularemos nuestra impresión personal, intentando llegar más allá de la
presentación de una fórmula, y por lo tanto sin quedarnos estancados, y
proponer un eslabón más, que siempre a través de la hipótesis sea posible.
Y es que la hipótesis, es
en parte esa esencia final que caracteriza muchas de las investigaciones
cualitativistas en el ámbito geográfico. Partimos de que no sabemos con
exactitud si esta puede ser o no verdadera, a pesar de las razones que nos
hacen pensar y creer firmemente en que esa idea es cierta y perfecta.
Sabemos que la hipótesis
puede mostrarse de diferentes formas, de ahí que en más de una ocasión la
empleamos para proponer de modo provisional algo que no podemos manifestar con
mayor rotundidad, o incluso como una idea que florece de una propuesta menos
rígida, pero que necesita pulirse, debido a los frentes que deja abiertos, pero
que no por ello, la invalidan como tal.
El origen desde el que
nace una investigación, y los consiguientes caminos que va tomando hasta llegar
a su punto final, se ven obviamente influenciados por la o las hipótesis que
van formulándose con el transcurso de ese estudio. Ya que la hipótesis es la
que acaba condicionando todo el proceso.
Ser o intentar parecer un
geógrafo, no sólo se reduce a disponer de una formación académica que puede
derivar de la propia universidad o desde el interés autodidacta, sino que entra
en juego algo más profundo, que, aunque parezca absurdo, es lo que por esencia
natural conecta el ser humano con el espacio geográfico. Una relación
simbiótica que hemos perdido con el transcurso de los siglos, y que no sólo se
sostiene por el respeto hacia un hábitat.
Algo muy personal, y para
muchos discutible, es la división de materias en las que cada uno fragmenta la
geografía. Lo más práctico sería partir desde la visión clásica y simple, que a
grandes rasgos diferencia la geografía humana y geografía física, y de las que
posteriormente parten las sub-ramas que especializan sus contenidos: geomorfología,
climatología, paleogeografía, biogeografía…, y donde si queremos rizar el rizo,
podemos hallar otras consiguientes especializaciones. Muchos geógrafos parten de un modelo en el que convergen
cinco ramas que acapararían la geografía completa (humana o antropogeografía,
animal o biológica, matemática, astronómica y física), otros hablan de más de
diez. Yo en mi caso parto de un total de siete. De ahí, que como comentaba con
anterioridad, esto sea una cuestión más personal que otra cosa.
Este entramado de
disciplinas, que parece no tener un límite, debe de verse más como una virtud
de nuestra ciencia, en lugar de un defecto. Cosa que no siempre sucede, y por
la que en más de una ocasión nos hemos preguntado si ello no le resta cierta “personalidad”.
Algunos autores incluso
van más lejos, y llegan a afirmar que ya hemos llegado a una fase de
degradación inevitable, que inmediatamente irá precedida por el final de esta
disciplina, debido a muchas razones, entre las que destaca su aislamiento del
campo humanista, junto la mayor sofisticación tecnológica con la que los
geógrafos del siglo XXI ven su territorio.
David
Gómez de Mora