jueves, 29 de octubre de 2020

La Peraleja durante 1769 a través de su libro de defunciones

Aquel fue uno de los muchos años que se vivieron en La Peraleja, otro más, sin excesivos cambios o novedades que alteraran la rutina de un municipio con una vida prácticamente dedicada a las labores agrícolas, y que había conseguido ensalzar a algunas de sus familias desde siglos atrás. Una gesta lograda gracias a la riqueza que generaba la posesión de fincas, junto otros ingresos que podían proceder de oficios complementarios, y que en su conjunto fueron la clave de la prosperidad de muchas casas de su vecindario.

Molina, Olmo, Benito, Jarabo, Palenciano, Hernán-Saiz, Parrilla, González-Breto, Vicente o de la Peña, son sólo algunas de aquellas estirpes que en determinadas líneas alcanzaron cierta comodidad, pues sabiamente superior pactar un conjunto de políticas matrimoniales locales, y que ayudaron a la tenencia de bienes dentro del pueblo, fenómeno que permitió la inversión de una parte de este dinero en el pago de estudios religiosos en varios de sus hijos, así como la obtención de alguna de las escasas escribanías que había en la localidad.

Durante 1769, sabemos por las referencias testamentarias del libro de defunciones del lugar, que los escribanos eran Miguel Parrilla y Juan Jarabo. Conocemos por sus reseñas algunas de las últimas voluntades de varios de los integrantes de estas familias, tal y como sucederá con María de Molina, quien era viuda de Bernardo de Hernán-Saiz. Esta testaría ante Juan Jarabo con pago de 100 misas el día de su entierro, habiendo casando en primeras nupcias con Diego de Huete.

Meses antes fallecía Miguel del Olmo, esposo de Ana Martínez. Éste era hijo de una familia de propietarios locales que trabajan igualmente la tierra. Miguel testó ante el escribano Parrilla con manda de 120 misas. Resultan interesantes los datos que nos proporciona sobre sus tres hijos, a quienes dejará en sus últimas voluntades como herederos de todos sus bienes (dos de ellos eran eclesiásticos). Por un lado tendríamos a don Francisco del Olmo, quien ejercerá como presbítero, así como Fray Antonio del Olmo, que será monje en el Monasterio de San Bartolomé. Recordemos que por aquellas fechas era importante para la familia que uno o varios de los vástagos ejercieran dentro del clero, pues esto daba poder y nombre a los integrantes de la casa. Ya hemos repetido en múltiples ocasiones el orgullo y tranquilidad que suponía para muchas personas el disponer de un familiar en el seno de la Iglesia, para así contar con un rezo permanente de misas por la salvación de su alma. Esto hará que Carlos del Olmo se acabara convirtiendo en la única línea de varón que permitirá que se prolongue la descendencia tras casar con María Palenciano en el año 1744. María era hija de José Palenciano y Ana Isabel González y González, una familia de la pequeña nobleza local (los González-Breto). Será precisamente poco tiempo antes, cuando este mismo José Palenciano, morirá con pago de 130 misas, dejando entre sus herederas a la esposa de Carlos del Olmo, lo que obviamente facilitaría en la medida de lo posible que la descendencia pudiese contar con ciertos recursos.

Otro peralejero con parte de su familia vinculada al brazo religioso fue José Benito, quien por aquellas mismas fechas moría, mandando reposar su cuerpo en un lugar privilegiado del templo, se trataba de la capilla del Santísimo Cristo de la Luz. Una información de interés, puesto que no sabemos si ese lugar tenía algo que ver con el punto de enterramiento del linaje familiar, hecho que de cara a futuras investigaciones vamos a estudiar, puesto que hemos de decir que no contábamos con ninguna referencia hasta la fecha. José testará ante Juan Jarabo, solicitando el rezo de 200 misas, además de donar una limosna de 150 reales. Su primera esposa fue Micaela de Molina, y entre sus hijos mencionará a don José Benito (personaje que por aquel entonces era cura en Villar del Águila). Sin lugar a dudas este será un ejemplo más de ese modelo familiar con recursos, y que verá en la Iglesia una de las principales salidas para proyectar el nombre del clan. No olvidemos que esta casa ya había ostentando con anterioridad la escribanía en el municipio, además de haber entroncado en diferentes ocasiones con gente de bien como los Jarabo, por lo que nadie ponía en duda sus influencias dentro del modesto vecindario en el que siempre destacaron por tener hijos que abrazaron la vida contemplativa.

Tampoco podemos pasar por alto la figura de Gerónima de la Peña, viuda de Francisco Vicente, quien en 1769 tras morir mandará el pago de 150 misas. Esta donaría además una casaca, que dejará a cargo del pago de sus hijos Miguel, Julián y Ana Vicente (esta esposa de Manuel Palenciano). Gerónima creará una fundación sobre una finca que tenía una cabida de dos almudes y medio. Dicha propiedad lindaba por arriba con una memoria de Portalrubio, mientras que por abajo con una tierra de las monjas de Priego. Datos de sumo interés, ya que reflejan de nuevo como el clero continuaba teniendo en su poder muchas de las parcelas agrícolas del término. Bien es cierto que el marquesado de La Peraleja pudo llevar aparejado otras muchas propiedades que escapaban de los dominios de agricultores de la localidad, un problema con el que tenían que lidiar aquellos labradores que pretendían expandir sus ambiciones al querer adquirir una mayor cantidad de tierras, pues la legislación les impedía comprar, al estar sujetas a una figura que incapacitaba su venta o partición, no obstante, ello no sería problema para determinadas casas que ya disponían de un buen lote con las que ganarse la vida.

Finalmente, como decíamos, 1769 fue uno de los años en los que todavía la rutina sosegada seguía siendo una de las principales señas por las que se caracterizaba el quehacer diario del campesino peralejero. Habrá que esperar un poco a la llegada de las políticas liberales, que en cuestión de varias décadas cambiarán parte del escenario económico con el que se había forjado aquel tipo de sociedad rural, en la que elementos como la devoción y la promoción eclesiástica de algunos de los vástagos de la familia, eran credenciales lo suficientemente importantes para remarcar el poder y aspiraciones de vecinos que se preocupaban por el nombre y descendencia de los suyos.

David Gómez de Mora

Referencias:

* Libro III de defunciones (1694-1779), Sig. 30/16, P. 817

miércoles, 28 de octubre de 2020

Notas sobre el ganado peñiscolano siglos atrás

En las ordenanzas municipales de principios del siglo XVIII se deja claro que normas habían de seguir los habitantes de este lugar, estipulándose que actividades iban a penalizarse, especialmente en lo vinculante con aquellos daños ocasionados por animales de rebaños a propietarios agrícolas de la población. Sabemos por ejemplo que si el ganado caprino entraba en los campos de algarroba (especialmente en los existentes en el camino de Alcalà de Xivert), se establece que su responsable habría de pagar una multa de 60 sueldos, de los que veinte iban a parar a la corona, otros 20 a la universidad de la villa y la veintena restante para el que realizaba la denuncia.

Igualmente la limitación se extenderá a las fincas de viñas durante un determinado periodo del año, puesto que las cabezas caprinas y lanares también causaban repercusiones negativas en las plantaciones. Para ello se estipulará una fecha que abarcaba desde el 11 de marzo hasta el día de Todos los Santos, pues será cuando ya se daba la vendimia por finalizada. La multa en caso de incumplimiento ascendía a 60 sueldos. Incluso se indicaba que si un animal deshiciera un margen de piedra, el responsable había de abonar una cantidad de cinco sueldos como compensación al afectado.

Otro tipo de restricciones en el que las ordenanzas también serán clarificadoras, son aquellas que indicarán como el ganado caprino o lanar no podrá entrar en las zonas de marjal, como resultado de los daños ocasionados, bajo pena de veinte sueldos, distribuyéndose un tercio de la multa para la corona, otro para la Univesidad del municipio y el restante al acusador. Un hecho similar sucedía con las acequias, donde ni el ganado caprino, lanar y porcino podían cruzarlas, señalando en este caso la imposibilidad de acercarse a la acequia templaria como a la acequia del Rey, quedando prohibido su acceso a los prados, por puente o caminos adyacentes de nuevo con 60 sueldos de multa.

Las eras también se habían convertido en un lugar que preocupaba a los propietarios, por ello se informaba que ningún tipo de ganado pequeño, como el porcino u otro similar, gozará entrar en las mismas. Tampoco estaba permitido su tránsito en la zona conocida como del bovalar, partida en la que se estipularán de forma precisa sus lindes, los cuales iban desde la cruz del peiró hacia el azagador, hasta el camino de Alcalà (derecha del barranc de les Moles), en dirección a la heredad de Mateo Boix, desde donde se encontraba un mojón, y que delimitaba con otro que había en el camino de Cervera, y sellaba el perímetro con uno que se conocía como de los Vilarroigs, donde estaba la propiedad del noble don Francesc Giner, junto con el peñiscolano Jaume Salvador, bajando desde allí camino abajo hasta la casa de Saura, y volviendo por el camino de los marjales, para cerrar el circuito con la citada cruz del peiró. Se añade además que el ganado debe llevar dos campanillas sonantes por cada grupo de cien cabezas, cosa que de no realizarse conllevaba una pena de diez sueldos.

David Gómez de Mora

sábado, 24 de octubre de 2020

La ramaderia segles enrere en l'àrea de Vinaròs-Peníscola

Amb el pas del temps ha anat canviat molt l'evolució històrica del cultiu en aquesta zona del nord de Castelló, un fet fàcil d'entendre degut a la bona disposició del territori per la seva extensió sobre un pla quaternari, que únicament veurem alterat per punts muntanyencs com és el cas dels petits turons de la Misericòrdia, Perengil i Nao, a més de la Serra d'Irta. De la mateixa manera, el perfil socioeconòmic de les seves localitats (Vinaròs, Benicarló i Peníscola) no ofereix grans diferències, la qual cosa explicarà aquesta similitud en el respectiu model de producció seguit amb el pas dels segles.

La presència de la cultura islàmica des d'un punt de control com la fortalesa de Baniskula, on s'albirarien les diferents alqueries del pla (Beni-al-Arós i Beni-Gazló entre altres), explicaran part d'una herència transmesa. El sistema de reg que des del període romà s'inculcaria en aquestes terres, però que a causa de la seva escassa pressió demogràfica pràcticament no deixarà vestigis, tornarà a reaprofitarse durant els moments d'eixa instalació, on les sénies explotant l'aigua de les zones subterrànies, facilitaran una producció agrícola que va haver de complementar-se amb una economia ramadera.

Aquesta qüestió ja va ser esbossada fa més de deu anys en el nostre treball sobre el Vinaròs d'època musulmana, un sector que va tenir una importància destacada en la vella economia medieval de la que practimanet no sabem res. Les rutes transhumants i la connexió des de les terres de l'interior amb la zona portuària del litoral, explicada per la seva escassa distància com a causa de la brusquedat del canvi de relleu, són elements claus que permetrien la presència d'una xarxa de transport més fluida i prolífica, de la que haurien resultat altres punts menys accidentats, un fet que sense cap dubte serà decisiu en la manutenció d'una ramaderia local, tal com reflecteixen els topònims de moltes partides d'aquests termes municipals.

Després de la reconquesta cristiana l'avanç de l'agricultura vinícola i la seva exportació com a font d'ingrés en el món mariner, es complementarà amb la producció ramadera, fet que explicarà molta de l'erosió a la qual es veurà sotmesa part de la terra i consegüent desfiguració del paisatge del seu entorn. Serà doncs en eixe moment quan la barraca s'anirà transformant en una icona que identificarà a una societat formada per petits llauradors i ramaders, que intentaran créixer socialment, aconseguint llocs destacats dins de la modesta piràmide social que es va anar generant en un territori que a partir de finals del segle XV es veurà en una progressió ascendent, motivada en part gràcies a la prosperitat generada en molts punts del Regne de València. Aquelles construccions s'efectuaran aprofitant les mateixes pedres del lloc que s'estava treballant, identificant-se així en terres de cultiu de zones de secà. Certament les barraques o cases de pedra no eren punts en els quals es podia desenvolupar una vida permanent, no obstant això aquestes s'aprofitaran de manera esporàdica en temporades concretes, evitant així llargs desplaçaments cap al nucli urbà, i que com bé sabem res tenien a veure amb els que avui efectuem gràcies als vehicles motoritzats. Les barraques es cobrien fins al sostre, arribant algunes a comptar fins i tot amb portes que les segellaven íntegrament, d'aquesta manera l'ús com a zona de descans o residència esporàdica podia prolongar-se.

No cal afegir molt respecte al seu emprament com a zona de confort durant les estacions de primavera, estiu i especialment els inicis de la tardor, quan la collita de la garrofa mobilitzava a famílies senceres a treballar aquells camps, en els quals durant llargues jornades tots els integrants feien vida permanent. Per a millorar la prestació de serveis en aquell entorn, la construcció es complementava amb petites cisternes que servien per a recollir l'aigua de pluja. Les seues plantes de construcció eren variables, podent veure-les des de quadrades, rectangulars, rodones i fins i tot irregulars, tot depenent de l'ús que se li havia pogut donar en el passat i la seva respectiva evolució per aprofitar-se durant generacions, d'ahí que algunes tinguessin adjunts corrals i espais en els que es cuidava del bestiar.

Com sabem, en les zones de muntanya era on millor podien desenvolupar-se les activitats ramaderes, és el cas de les serres del Puig de la Misericòdia i especialment la Serra d'Irta peniscolana. Algunes d'aquelles barraques que gairebé es barrejaven amb el que serien les cases de camp (en les quals ja hi havia algun tipus de mobiliari bastant precari) comptaven amb zones habilitades per a la recepció d'animals, com els pessebres interns. A causa del seu major espai, resultava molt més còmode i segur realitzar un sostre cobert per canyes i margalló (chamaerops humilis), i que com bé sabem sempre ha abundat en proporcions considerables en el pis termomediterrani en el que es troba la nostra vegetació autòctona. I és que no hem d'oblidar que la coberta de pedres (més pesada i perillosa), només s'elaborava per a crear cúpules de barraca, ja que així es garantia l'estabilitat de la zona superior.

Durant l'edat mitjana la ramaderia va poder tenir un paper més important del que ens hem pogut imaginar, no sols evidentment ens referim a les zones interiors de la provincia, sinó també a les zones costaneres com aquesta, on a més del sector pesquer i agrícola, l'explotació animal sabem que sempre ha estat molt present. Recordem que a principis del segle XVI les actuals comarques del nord de Castelló (Ports, Alt i Baix Maestrat), són sense cap dubte els principals centres ramaders del Regne de València. Això aniria estenent-se amb el transcurs dels segles, derivant cap a una explotació de tipus pastoral en aquesta zona, on el bestiar més petit començaria a cobrar més força.

Peníscola. Imatge: arterural.com

Respecte a Peníscola, en un article de Juan Bautista Simó (1982), s'esmenten les diverses partides del terme municipal que es dedicaran a ús comunal, per a així poder extreure pedra, terra, carbó, com també portar al bestiar per part d'aquells veïns que ho van considerar. Degut això es va decidir crear una agrupació que permetés l'aprofitament legal d'aquest conjunt de recursos. Es tractava d'un privilegi, que venia en realitat des de moltíssim temps enrere. A mitjan segle XIX, l'ús d'aquells enclavament comunitaris, va estar a punt de perillar com a resultat de les lleis desamortitzadores, que pretenien posar-ho a subhasta, tal com ja havien fet amb els béns controlats pel clergat.

Sabem per exemple que a mitjan dels anys vuitanta es va acordar que només podien ser membres d'aquesta comunitat, aquells veïns de Peníscola, que de manera fefaent demostressin ser descendents directes de les persones fundadores, i que en total representaven 194 veïns. Un privilegi, que es recolza en el dret que des de temps antics han tingut els habitants de la localitat per a poder explotar els recursos naturals de la seva terra. Coneixem per referències històriques, els problemes i plets que van sorgir entre Peníscola contra els veïns de Benicarló i Vinaròs, com a resultat que aquests acudien fins a les seves muntanyes per a proveir-se de llenya o transitar amb el ramat. Un llistat de concòrdies, que cobraran especial força durant el període climàtic de la Petita Edat de Gel (1500-1800), on la falta de recursos va donar lloc a situacions molt crítiques.

David Gómez de Mora

Bibliografía:

* Simó Castillo, J. B. (1982). “Los orígenes de la comunidad de los montes de Irta”. Revista Peñíscola, nº56

lunes, 19 de octubre de 2020

El antiguo archivo parroquial de Villarejo de la Peñuela

Una de las principales fuentes documentales sobre la que nos hemos ido apoyando durante estos años para reconstruir una parte de la historia de esta localidad, es el antiguo archivo parroquial de este municipio, el cual hoy se encuentra custodiado en los fondos del Archivo Diocesano de Cuenca. Se trata en realidad de una colección de casi una treintena de volúmenes en los que se recogen diferentes referencias que van desde los libros sacramentales hasta los escritos de las varias cofradías, y que décadas atrás se emplazaban íntegramente en la sacristía de la Iglesia de San Bartolomé .

Es toda una suerte el poder conocer la información que albergan sus millares de hojas, pues su contenido no sólo podemos emplearlo como una herramienta genealógica a la hora de reconstruir la ascendencia de nuestros antepasados, sino también como una útil radiografía social con la que analizar que políticas matrimoniales y distintas familias fueron adquiriendo poder en este lugar con el trascurso de los siglos, más concretamente desde mediados del siglo XVI hasta la primera mitad del siglo XX.

A falta de un análisis más detallado sobre las consecuencias que tuvieron los diferentes conflictos bélicos que acaecieron en esta zona, observaremos como Villarejo dentro de las dificultades y avatares que supusieron para el patrimonio religioso guerras como la de sucesión, independencia, carlistas y por último, la incivil española, podemos garantizar que su archivo ha corrido mucha mejor suerte si lo comparamos con el de otras localidades en las que poco o casi nada se llegó a preservar, y eso que como ya se advierte en el libro de “Tesoro artístico y guerra civil: el caso de Cuenca”, la Iglesia de Villarejo durante la última contienda fue empleada como corral (de la Vega, 2007, 250).

La colección de libros parroquiales se componen de un total de 28 volúmenes, cada uno con diferentes tipos de cubiertas. Cabe reseñar que existe uno bastante peculiar, que no es nada frecuente de encontrar entre esta clase de documentación. Se trata de una obra de genealogías que tenía como funcionalidad establecer el parentesco entre sus vecinos, una herramienta indispensable debido a la fuerte endogamia que se había practicado en el pueblo, pues no olvidemos que la continua realización de dispensas matrimoniales llevaría al párroco a ingeniar un sistema de consulta mucho más práctico, en el que sólo con visualizar el índice por nombres de vecinos, sería sabedor de que lazo parental existía entre los contrayentes, y es que no olvidemos que aunque “la regulación del matrimonio y sus impedimentos se establece en el Concilio de Trento. La consanguinidad en el matrimonio es una cuestión que proviene desde la antigüedad.” (Henarejos, 2015, 28).

Entre los libros del antiguo fondo eclesiástico veremos dos alusivos a las cuentas parroquiales, iniciándose su marco cronológico en el año 1577 y finalizando en 1852. Este tipo de volúmenes guardan bastante significación para ahondar en la realidad social de algunas familias, además de la historia del edificio religioso, pues un mayordomo, y que por norma general era gente procedente de familias bien posicionadas del lugar (ya que sabían leer, escribir y contar), se encargaba de redactar cada cierto tiempo las cuentas de la parroquia, convirtiéndose de este modo en el responsable de la administración económica del templo. El mismo debía de llevar al día los cobros de rentas y gastos, reflejando su gestión en las hojas de dicho libro. No olvidemos que estas anotaciones luego eran revisadas por un notario en el volumen de fábricas, así como por un visitador o el mismo Obispo, aunque este último siempre podía delegar dicha función en algún compañero de confianza.

La mayoría del grueso del antiguo fondo lo componen los libros de carácter sacramental, es decir, los de bautismos, matrimonios y defunciones. Estos respectivamente comprenden un total de 18, de los cuales 7 son de bautismos (1.622 - 1.898), 4 de matrimonios (1.626 - 1.883) y otros 7 de defunciones (1.555 - 1.929).

Una tercera tipología documental son los libros de capellanías y fundaciones, de la cual se conserva únicamente un volumen y que data del año 1748. En el mismo se registra la creación de aquellas instituciones que tenían como propósito el pago de una serie de misas y permitir la formación de futuros párrocos. Recordemos que el fundador, y que era una persona con posibles, dejaba reflejado en las mandas de su testamento una cantidad de dinero en forma de renta para que con el mismo se pudieran pagar una serie de misas por la salvación de su alma. Aquello crearía una estructura de apoyo social, que muchas veces marcará las políticas matrimoniales e intereses de unas y otras familias, simplemente por guardar un parentesco con aquel fundador y que les permitiese aprovechar las prestaciones de dicho servicio. No olvidemos que esas actividades vinculadas con el pago de misas, eran acciones positivas para la salvación del alma, lo que conllevaba una mejor situación en el más allá, además de dar entidad y nombre al linaje que se encargaba de poseer la fundación.

Imagen: https://www.diocesisdecuenca.es/archivos-diocesanos/

Por último tampoco podemos olvidar los libros de cofradías y que en su totalidad suman cinco congregaciones. Estos representarán una aportación de siete volúmenes, dos para la cofradía de las ánimas (1631 - 1896), otro par para la cofradía de la Virgen del Rosario (1.688 - 1.934), y uno restante para cada una de las otras tres, es el caso de la de Santa Ana (1705 - 1756), del Santísimo (1668 - 1933) y Vera Cruz (1646 - 1826). Esta clase de obras nos revelan detalles como el número de misas que se destinan a varios de los cofrades fallecidos, aspectos vinculados con la contabilidad de la hermandad, quienes eran los integrantes de la misma, la compra de diferentes utensilios para su mantenimiento, así como las normas o reglas que se debían de seguir dentro de la congregación, además de otro tipo de funciones.

David Gómez de Mora

Bibliografía:

* Archivo Diocesano de Cuenca. Referencias sobre los volúmenes parroquiales de Villarejo de la Peñuela. 

* Henarejos López, Juan Francisco (2015). Matrimonio y consanguinidad en España. Discursos y prácticas en los siglos XVIII y XIX. Universidad de Murcia. Facultad de letras.

* Vega (de la) Almagro, Víctor (2005). Tesoro artístico y guerra civil: el caso de Cuenca. Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, 434 pp.

Apuntes sobre los Molina de Villarejo de la Peñuela

Una de las familias con cierta relevancia que vivieron durante los siglos XVI-XVII en Villarejo fueron los Molina, un apellido afincado en el municipio desde los primeros registros parroquiales que se conservan del lugar, y sobre el que queda mucha historia por escribir. Ya con anterioridad a estos Molinas les dedicamos unas breves reseñas en un artículo que llevaba por título “Antiguas familias de labradores en Villarejo de la Peñuela. Los Delgado, Molina y Redondo”.

Por ahora son escasas las referencias que hemos conseguido recoger sobre su origen social, no obstante, si analizamos algunos matrimonios celebrados durante el siglo XVII, apreciaremos que tipo de estrategias conyugales habían empezado a establecer diversas ramas de la familia. En nuestro caso nos resulta muy llamativa la procedente de Francisco de Molina (fol. 89), un persona que nació durante la primera mitad del siglo XVII y que falleció en el año 1671, una vez enviudado y luchando en el campo de batalla. La referencia sobre este villarejeño la conocemos gracias a su partida de defunción, donde se especifica que murió en el castillo de Rosas (plaza de armas de Catalunya).

Creemos que la fortaleza a la que se podría estar refiriendo el documento sería en realidad el castillo de la Trinitat de Roses. Un dato que por ahora no podemos confirmar de manera segura, pero que deja la puerta abierta a que como mínimo especulemos con la posibilidad de que Francisco, una vez viudo (pues su esposa María de Torrecilla había muerto en 1658), decidiera alistarse en el ejercito en busca de una mejora de su calidad de vida.

Desconocemos los acontecimientos que marcarían el rumbo de su vida desde ese instante hasta el momento de su fallecimiento, no obstante sabemos que su hija Ana Leocadia de Molina acabaría casando con Julián Sainz en 1664, otro apellido sobradamente conocido por la disponibilidad de recursos con la que contaban algunos de sus integrantes. Julián aparecerá precisamente como testamentario de su suegro, con fecha del 25 de octubre de 1671. Entre las mandas podemos leer como este solicitará que “se eche rogativa todos los domingos del año por su ánima y se diga sobre la sepultura de sus padres y abuelos todos los días del año un responso rezado”.

En 1688 moría Ana Leocadia Molina (fol. 118, la hija de Francisco), esta invocaba al nombre de una de sus antiguas parientes, la señora Leocadia, quien a principios del siglo XVII había celebrado sus esponsales con Martín Delgado, quien era procedente de Valdemoro del Rey. Los enlaces estratégicos de aquel primer periodo se repiten con casas como los Sainz, Peña y Delgado, hecho que evidenciará un poco en que línea se movía el clan tras su instalación en el lugar alrededor de la segunda mitad del siglo XVI, fecha que nosotros hemos aproximado basándonos en nuestras hipótesis al estudiar los nombres que aparecen en los libros eclesiásticos.

Imagen de la Iglesia de Villarejo de la Peñuela (Raúl Contreras)

Ana Leocadia solicitó 60 misas, junto con una misa anual y rogativa, además de que su cuerpo fuese enterrado en la Iglesia Parroquial, práctica habitual, pero que en este caso era un lugar concreto y especial, dato que hemos podido leer a través de la partida de defunción de su hija Ana Sainz de Molina (fol. 245-v), quien al morir en 1747 mandará que su cuerpo descanse en la sepultura donde se halla el de su madre Ana Leocadia, y que se situaba precisamente junto a la capilla de Nuestra Señora, un espacio religioso del templo sobre el que prácticamente nada sabemos, pero que como vemos el párroco reseñara en este documento. Un hecho poco habitual si atendemos a que en la mayoría de defunciones simplemente este menciona que los villarejeños mandaban enterrarse en alguna sepultura de dentro del cuerpo de la Iglesia Parroquial.

Ana había casado en 1722 con Mateo de Torralba, otro villarejeño procedente de una familia del pueblo. Ella, al igual que su madre, solicitará un total de 60 misas, y nombrará como herederos a a sus hijos Sebastián, Mateo y Gabriela de Torralba, quienes por ahora desconocemos si siguieron empleando esa sepultura como punto de enterramiento familiar.

David Gómez de Mora

Referencias:

* Archivo Diocesano de Cuenca. Libro III de defunciones (1623-1764), Sig. 113/15, P. 2126

miércoles, 7 de octubre de 2020

Notas sobre la religiosidad en Villarejo de la Peñuela siglos atrás

Durante la segunda mitad del siglo XVI en la tranquila localidad conquense de Villarejo había pocas familias, un computo que a duras penas superaba la cifra de cien hogares, no obstante, aquello no era inconveniente para que entre bastantes de sus vecinos el peso del catolicismo tuviera una importancia reseñable, pues al margen de su funcionalidad como trampolín social desde el que poder catapultar algunos de los hijos de quienes disponían de mayores recursos, la fe era un aspecto difícil de despreciar en una sociedad de labradores en la que el culto no sólo se restringía a la misa de los domingos. Entre los párrocos del municipio veremos diversos personajes a lo largo de la segunda mitad del siglo XVI, es el caso de Feliciano de Ojeda, García de la Fuente, Francisco López o Simón de Moya, entre otros. Tampoco podemos olvidar a los escribanos del municipio (Miguel de Culebras, Juan Sánchez de Sotos o Alonso López), encargados de redactar los testamentos y mandas que se referenciarán en los libros de defunciones.

Será el 12 de septiembre de 1580 cuando fallecerá en Villarejo la señora Catalina Martínez. Se trataba de una mujer volcada con la religión, pues nadie ponía en tela de juicio su compromiso con el cristianismo, hecho que podemos desprender de las referencias testamentarias que se extraen de su amplia partida de defunción. Esta era esposa de Juan García, y como practicante y devota recibió en su lecho de muerte los sacramentos de la penitencia eucarística y extrema unción. A diferencia de otros vecinos que acudían al escribano de Valdecolmenas, esta efectúo su testamento ante el villarejeño Juan Sánchez de Sotos.

Iglesia de Villarejo de la Peñuela. Fotografía de Raúl Contreras

Catalina primeramente solicitaría que para su entierro acudieran tres clérigos que celebrarían las misas por su ánima. Para seguir con la tónica habitual pidió unos oficios de difuntos con nueve lecciones y letanía cantada, incluyendo una novena en la que también quería que se hallasen otros tres clérigos. Las misas que exigiría se repartirán entre diferentes sitios, es el caso del convento de San Francisco de Huete, donde solicitaría 20 junto con ofrenda de rogativa diaria como era costumbre. Especificaría que cada año se celebrara una misa por su alma con tres lecciones y letanía cantada, junto con seis misas del Espíritu Santo y la Vera Cruz. Pidió otras cinco para las fiestas principales de la Virgen. Igualmente solicitará otras para los días de San José, las siete angustias, los misterios gozosos y la Santísima Trinidad (todas ellas cantadas). Además de Villarejo, en Huete acompañaría las del convento de San Francisco con varias mandas diferentes que en total sumaban un total de 100, donde tendríamos las dedicadas a sus suegros, padres y almas del purgatorio. Habría que añadir otras cuarenta que repartirá entre amigos y familiares de pueblos de los alrededores, como será el caso de Caracenilla, donde incidirá en que se dediquen diez a Juan de Alcázar, Diego de Alcázar y Catalina de Alcázar. En Valdecolmenas de Arriba mandará otra decena a Miguel de Culebras y Pascual de Culebras, mientras que en Villar del Horno diez para Ana Martínez, Matías Martínez y Pedro Martínez. Por último no hemos de olvidar la decena restante que en Naharros irá dedicada a sus abuelos. Otras de las donaciones se destinarán para la Virgen de la Sotarraña, así como para la Iglesia de Villar del Horno. Sin olvidar un paño negro labrado de seda que donará, junto con una manda a la ermita de Santa Ana de Villarejo de una delantera de Bretaña con tres varas de largo.

Su hijo Juan García recibirá “la suerte de casas que me cupo en la partición que hicieron mis hijos con cargo que me diga unas vigilias y una misa el día de San Ildefonso en cada un año perpetuamente y después de sus días lo herede su hijo si viviere en esta villa, y sino la nieta o nietos míos que vivieran en ella que sean de mi descendencia prefiriendo siempre el varón a la hembra con el dicho cargo para siempre jamás” (fol. 15). Donará al mismo un pedazo de la casa que pertenecía a “la Bartola”, y una suerte con fiesta de aniversario para el día de San Andrés. Tampoco se olvidará de una finca que tenía en la zona del Valhondo de 16 almudes para el Santísimo Sacramento, así como una manga con cintas para la cruz de la Iglesia de Villarejo y otras piezas de textil que irán a parar al hospital de Villar del Horno, todo ello quedando reflejado en el testamento que redactaría el 20 de noviembre de 1581, es decir, poco menos de un año antes de morir.

Otra vecina con un fuerte arraigo devocionario hacia la religión cristiana fue María Redondo, de quien en el año 1570 se trasladaba parte de su testamento. En el mismo también quedaba patente su compromiso con el catolicismo, hecho por el que en el pueblo se le llegará a conocer cariñosamente con el mote de “la beata”. La familia de María gozaba de cierta posición. Su hermana era Juana Redondo y su cuñado Alonso González. Catalina falleció concretamente el día 5 de septiembre de 1567, ésta fue enterrada en el cuerpo de la Iglesia, zona que durante el siglo XVI era el único espacio donde creemos que descansaban los restos de la mayoría de los habitantes, exceptuando los Señores del lugar, quienes por sus testamentos sabemos que poseían una zona particular, y donde también reposaban sus mayordomos o sirvientes. La beata no estaba soltera, pues además de marido tenía hijos que prolongaron el nombre de la familia. En sus últimas voluntades podemos contabilizar un total de casi un centenar de misas teniendo en cuenta los novenarios que fue solicitando. Esta efectuó pequeñas donaciones, como medio real para la fábrica de la Iglesia y la ermita de Santa Ana, sin olvidar una memoria de aniversario sobre un huerto para su hijo Luis. Otra de las tierras que tenía y que parece ser le venían de su padre era “la fuente el ojo”, ubicada dentro de este término, pero que acabará donando a su hermana Ana Redondo, esposa de Domingo Sánchez, con cargo perpetuo de una misa cada viernes del año.

David Gómez de Mora


Bibliografía

* Archivo Diocesano de Cuenca. Volumen I de defunciones de Villarejo de la Peñuela (1557-1578). P. 2124, Sig. 113/13

* Archivo Diocesano de Cuenca. Volumen II de defunciones de Villarejo de la Peñuela (1578-1595). P. 2125, Sig. 113/14

Los Jarabo y los Vicente de La Peraleja. Alianzas del poder local

Obviar la relación entre los apellidos Jarabo y Vicente en el municipio de La Peraleja es algo prácticamente imposible, puesto que cualquiera que comience a analizar los vínculos genealógicos que se producen entre ambas familias, comprobará los estrechos nexos establecidos entre sendas estirpes desde siglos atrás. Siguiendo nuestros estudios sobre los linajes locales de este enclave, apreciamos como la casa de los Vicente en muchas de sus líneas estará representada por un conjunto de labradores con disponibilidad de recursos que se acabarán convirtiendo en los principales apoyos de la descendencia de Bonifacio Jarabo, personaje clave a la hora de entender la historia de su familia, ya que del mismo emergerá una parte del apellido y que todavía a día de hoy se extiende por estas tierras.

Recordemos que Bonifacio era el hijo de uno de los grandes terratenientes que había en Gascueña, tal y como se desprende por los comentarios de algunos de los testigos que participarán en el pleito de Preguezuelo entre La Peraleja y Tinajas. Tanto él como sus hermanos gozaron de una buena posición, lo que les permitió arrendar una ingente cantidad de tierras, y que en cierto modo eran credenciales más que suficientes para llegar a un nuevo enclave y conseguir durante una sola generación enlazar con las familias de vecinos más influyentes, además de representar su alcaldía y otros cargos que fortalecerán la imagen familiar. Es obvio imaginar que los peralejeros conocían a su padre Juan, quien como sabemos vivió hasta la segunda mitad del siglo XVI. Y es que las relaciones entre Gascueña y La Peraleja fueron una realidad que constantemente veremos reflejada en parte de la documentación. No olvidemos que en ambos municipios pasado el tiempo se prohibirá el reconocimiento de privilegios nobiliarios entre sus vecinos. Una situación que conjuntamente se repetía en Tinajas, donde la tradición relata que a los hidalgos se le recibía a pedradas. Suponemos que esta actitud de intransigencia hacia la nobleza se produciría en siglos posteriores a la época que aquí estamos estudiando, pues no faltan ejecutorias de hidalguías durante el siglo XVI en dichas localidades.

Tanto Bonifacio, como sus hijos y nietos verían desde un inicio en la familia Vicente una serie de paralelismos sociales con los que potenciar sus miras de futuro. Ambas estirpes eran casas de labradores acomodados tal y como se desprende por los testamentos que hemos podido consultar en varios de los volúmenes de protocolos notariales de La Peraleja. El interés matrimonial por cruzar sendas líneas estaba servido, pues con ello se reforzaba su posición dentro del ámbito local, una estrategia a la par de escasa ambición en el contexto geográfico, pues creemos que ambos linajes no pretenderán extenderse más allá del marco municipal en el que residieron.

Si seguimos la documentación de tipo parroquial, apreciaremos como el origen de los Jarabo radica en Gascueña, concretamente durante el siglo XV. A raíz de ahí el apellido irá expandiéndose por espacios colindantes, hasta extenderse por el ancho del territorio conquense. No siendo casualidad que su aparición en lugares cercanos como Saceda del Río, La Peraleja, Villalba, Caracenilla o Mazarulleque nos conduzcan hacia un mismo progenitor. En el caso de La Peraleja, será Bonifacio Jarabo el difusor de su linaje. Este tras casarse hasta en tres ocasiones, dejará una notable descendencia, destacando la figura de Juan Jarabo Catalán, quien de acorde a las referencias parroquiales mencionadas, celebrará nupcias en 1593 con Juana Vicente del Olmo, fruto de cuya unión nacerá Miguel Jarabo Vicente-Campanero, y que en 1623 casará con Magdalena Rojo de Hernán-Saiz.

Los Vicente como peralejeros nativos, ya habían enlazado con los Rojo y los Olmo, además de otras familias en las que premiará una reiterada endogamia. Recordemos que algunos de sus miembros solapan el apellido, fundando vínculos que permitirían distinguir una casa de otra, a pesar de que en origen pudiesen venir de un mismo antepasado, de ahí que por ejemplo en el pueblo se distinguirá entre la línea de los Vicente-Rubio y la de los Vicente-Campanero. Detalles más exactos los tenemos en el caso de Juan Vicente-Campanero y Francisca del Olmo, a través de su hijo Miguel, que en 1598 casa con María Sánchez de Tudela, encargándose de la fundación de un vínculo. La endogamia del apellido seguía su curso, como veremos con Juana Vicente-Campanero Sánchez quien casa en 1617 con Miguel Vicente-Rubio, hijo de Francisco Vicente-Rubio y Catalina de Saceda. Como era previsible, una hija de estos últimos celebrará sus esponsales con Juan Jarabo en 1620 (este nieto de Bonifacio), consolidando de nuevo una unión entre ambas casas.

Alianzas matrimoniales entre los Jarabo y los Vicente de La Peraleja (genealogía familiar)

Francisco Vicente, el padre de Catalina y suegro de Francisco Jarabo, sabemos que muere en 1592 mandando enterrarse en la sepultura que poseía su padre, y que se hallaba en la capilla mayor de la Iglesia de San Miguel de La Peraleja. Este solicitó más 500 misas, de las cuales 200 habían de rezarse en el Convento de San Francisco, y otro centenar en el de Santo Domingo de Huete. En 1626 fallecía Isabel Jarabo, mujer de Juan Vicente, con pago de casi un centenar de misas. En 1632 Juan Jarabo muere con manda de 120 misas, ejerciendo hasta ese momento como alcalde ordinario de la población. Durante el año 1668 lo haría Bárbara Vicente, quien solicitará por el descanso de su alma y otros familiares un total de 200 misas. Cifra idéntica pedirá ocho años más tarde Gabriel Vicente y Vicente.

David Gómez de Mora

Bibliografía:

* Archivo Diocesano de Cuenca. Libro II de defunciones (1578-1595), Sig. 113/14, P. 2125

* Archivo Diocesano de Cuenca. Libro III de defunciones (1623-1764), Sig. 113/15, P. 2126

* Archivo Municipal de Huete. Libro nº1 de protocolos notariales de La Peraleja. Año 1591-1592

El clero de La Peraleja a finales del siglo XVI

Poco sabemos sobre cual era la composición del clero peralejero antes del año 1600, ya que las escasas referencias que poseemos hemos ido extrayéndolas a través de los libros sacramentales que se conservan en la ciudad de Cuenca, y que pueden consultarse en el fondo de su Archivo Diocesano. No resulta necesario enfatizar el papel que jugaban los curas en sociedades rurales donde las tasas de analfabetismo eran elevadas, pues su labor como educadores, consejeros y gente respetada casi nadie se atrevía a ponerla en duda. Y es que obviamente disponer de uno de ellos en la familia, era una credencial más que suficiente para alzar el nombre del linaje allá donde este residiera.

Recordemos que las familias con posibles o aquellas que podían disfrutar de una formación académica bajo el parapeto de una capellanía, eran por norma general de las mejor posicionadas que había en los pueblos, convirtiéndose casi en una cuestión indiscutible que uno o varios de los hijos pudieran ingresar en corporaciones religiosas o ejercieran como capellán en alguna parroquia del territorio. Disponer de un clérigo en el seno familiar ya no sólo era un punto a favor para mejorar el estatus o imagen del núcleo familiar, sino también un elemento positivo en todo lo vinculante a la parte religiosa o de fe, pues su representación y nexo con la Iglesia incrementaba las posibilidades de la salvación de las almas de sus seres queridos, ya que el difunto podía disponer de una persona que celebraba continuamente misas y rezos que ayudaban a abandonar el tan temido purgatorio, invirtiendo una cantidad considerable de liturgias con tal de acelerar su redención.

Por aquellas fechas serán dos algunos de los curas más destacados de La Peraleja (Juan de Castro y Miguel de la Oliva). Si algo tenían en común ambos personajes, es que sus familias, los Castro y los Oliva llegaron a tener el reconocimiento de casas integrantes del estado noble, además de estar directamente relacionadas con el linaje del Olmo (una de las principales en la localidad, especialmente durante los siglos XVI y XVII). No será por ello casual que varias de las líneas existentes desde los inicios de los libros parroquiales sellarán alianzas de poder, como la resultante entre Julián del Olmo e Isabel Martínez. Sabemos que el referido Julián fallecerá en 1607 creando un mayorazgo y teniendo por hija a Brígida del Olmo, quien moriría en 1597 y ampliará esta fundación.

 Iglesia de La Peraleja (imagen del autor)

En cuanto a las familias de los párrocos que había por aquellas fechas, veremos como los Castro aparecen documentados en la población de Villarejo de la Peñuela, pudiendo relacionarse sus integrantes con los mismos que vivían en La Peraleja. No olvidemos que en Gascueña este linaje ya había reclamado su hidalguía. En lo que concibe a La Peraleja siguiendo el volumen de defunciones apreciaremos como la hermana de Juan (Juana de Castro) muere en 1594, confirmando en su testamento que este era clérigo de La Peraleja. Juana solicitará que su cuerpo sea depositado en la Iglesia de San Miguel, para después ser enterrado en la Iglesia de San Salvador del Pedroso, donde descansaban los cuerpos de sus padres. Sin lugar a dudas el referido testamento podemos considerarlo como uno de los más importantes que hemos presenciado en los libros sacramentales. Esta era esposa de Andrés del Olmo, personaje perteneciente a una familia que ya se situaba como una de las mejor posicionadas en el municipio. Más adelante, en 1601 morirá el Licenciado Juan de Castro, cura de La Peraleja, y que ya cita como sobrino al licenciado Juan del Olmo Castro (hijo de su hermana Ana), además de a su hermano Andrés del Olmo Castro. Este mandaría ser enterrado en la parroquia madrileña de San Luis.

Como dato de interés, hemos de reseñar que analizando los testamentos de los libros de protocolos notariales que se hallan en el Archivo Municipal de Huete, apreciamos que el licenciado Juan de Castro tenía un total de 26 fincas, junto una casa de morada en el Barrio de la Veguilla de La Peraleja, además de otro pedazo de terreno y una vivienda acompañada por una cueva, sin olvidar otra residencia que se complementaba con un corral (AMH, 1591). En otra referencia del año siguiente (AMH, 1592), leemos que el licenciado solicita una total de 200 misas por su alma para el día que muera, además de encargar el pago de una casulla. Se indica que la hacienda que tenía se la compró a Isabel Jaraba, viuda de Juan de Pedro Saiz.

Por otro lado también tenemos referencias de los Oliva, cuando en 1591 un hermano de Miguel (Pedro de Oliva, casado con Catalina Ballesteros) fallecía en La Peraleja. Este pedirá enterrarse en la Iglesia de San Miguel, justo en la sepultura de su abuelo Miguel de la Oliva, y que según se describe se hallaba en la capilla mayor del templo. Su tía era la señora Francisca del Olmo, y entre la setentena de misas que pide, mandó obras pías a varias iglesias (AMH, 1591).

Esta familia son otro de los grandes linajes, sobre los que poco o casi nada se ha escrito, a pesar de que gozaron de un papel destacado durante los pasados siglos. El cronista de La Ventosa Guillermo Fernández, ya nos comentó que en sus investigaciones apreció la importancia de este apellido, tras ver que estaba adscrito al estado noble, poseyendo incluso su propio escudo de armas. La familia Oliva estaba esparcida por diferentes lugares de la Alcarria, de ahí que los veamos en Tinajas, Saceda del Río y otros municipios, aunque casi siempre con la particularidad de que sus representantes mantienen lazos matrimoniales con familias de un estatus social similar. En el año 1628 moría Miguel de la Oliva y del Olmo, quien por aquel entonces ejercía como párroco de Tinajas. Este solicitó un total de 400 misas, mandando la realización de una memoria para casar huérfanas de su linaje.

David Gómez de Mora

Bibliografía:

* Archivo Diocesano de Cuenca. Libro I de defunciones de La Peraleja (1586-1614), Sig. 30/14, P. 815

* Archivo Municipal de Huete. Protocolo notarial de La Peraleja, nº1, años 1591-1592

davidgomezdemora@hotmail.com

Mi foto
Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 20 libros entre 2007-2023, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).