jueves, 11 de julio de 2019

La fuerza del carlismo en las zonas rurales de Cuenca


La fuerza del carlismo en las zonas rurales de Cuenca. Cuestiones y dudas por esclarecer.


Por David Gómez Mora

“Todavía el 8 de enero de 1887 el alcalde se ve en la obligación de comunicar al Gobernador Civil -que algunos vecinos de esta localidad se presentan en público con boinas [rojas], por más que no producen alarma y quizás sin ningún interés, pero sin dejar de producir sospechas por ser de los que han militado en las filas carlistas y, tratando de evitarlo, han contestado-" (Collado, 2004, 184).

Esta breve pero interesante descripción, que refleja en su libro sobre El Picazo Benedicto Collado, nos muestra de manera modesta pero real, la estampa de un suceso más extendido de lo que se ha creído, y que hasta la fecha consideramos que no ha sido debidamente tenido en cuenta, puesto que se vivió en otros muchísimos municipios de la provincia de Cuenca.

No sabemos si la falta de interés, desinformación o una suma de variados factores, son suficientes argumentos para justificar el olvido al que se ha sometido el tema del carlismo dentro del contexto historiográfico de estas tierras, a pesar de la escasa distancia que nos separa de su ocurrencia en el tiempo.

Por un lado es entendible la aparición de lagunas sobre esta cuestión, si partimos de que mucha de la documentación, se encuentra esparcida en numerosos fondos locales, con escasa presión demográfica y que hasta la fecha no han sido investigados. Por lo que es necesario establecer un arduo trabajo de consulta, en el que la escala para comprender una idea global de este movimiento político, es más dificultosa de lo que pudiera parecer, alejándose bastante de la idea o visión que imperaba en la ciudad de Cuenca (principal baluarte del liberalismo de la provincia), donde hay que remarcar que tampoco faltaron defensores entre sus filas.

Las guerras carlistas en las tierras de Cuenca ha sido una cuestión tratada por algunos historiadores. Probablemente el análisis más extenso y del que se extraen conclusiones muy interesantes, es el efectuado por el cronista de la ciudad, Miguel Romero Saiz, en su trabajo “El saco de Cuenca: Boinas rojas bajo Mangana”. En este caso, su autor ya nos advierte en la parte introductoria, que el conflicto se vivió de manera intensa durante lo que se conoce como la tercera guerra, debido al nivel de crueldad alcanzado en plena contienda.

Visto a grosso modo, y desde dentro de una idea simplista, diríamos que durante el siglo XIX, Cuenca abanderó una posición más abierta de cara a las políticas de índole económica (en comparación con el resto de su provincia), fenómeno por el que el liberalismo se entendió como una forma de avance, progreso e innovación, que por otro lado, en las franjas rurales, contrastaba por completo, pues la pérdida de calidad de vida de muchas familias, junto con el desencadenamiento  de una batería de acciones que fueron en contra de los intereses la Iglesia, motivarán un acercamiento hacia las tesis carlistas, que inmediatamente generarán un caladero de simpatizantes, que ideológicamente apoyarán a los sublevados desde un segundo plano.

Sabemos que antes de la toma de la ciudad, el carlismo se nutrió de seguidores, organizados alrededor de comités locales, sin necesidad de participar activamente en la disputa bélica. El peso del catolicismo en las zonas rurales de Cuenca, es una cuestión de sumo interés. A modo de hipótesis, creemos que los elementos sociológicos que determinan el apoyo con el que contaron muchos puntos de la provincia (a pesar de carecer de una base foral con un hondo sustrato identitario como el que se podría argumentar en los casos de las tierras de Euskadi y Catalunya), explicarían el surgimiento de una idea, que hasta la fecha no ha sido desarrollada profundamente, y que radicaría en el modelo de proyección social que se vivía en esta zona, y que claramente estaba alineado de manera simbiótica con la importancia que jugaba el clero. Se trataba de un fenómeno con unas raíces que venían desde muy atrás, en las que su extirpación significaba tirar por tierra los valores tradicionalistas, que en aquellas modestas localidades de la geografía conquense, eran inalterables para muchos de sus vecinos.

Incluso si nos referimos a la misma ciudad de Cuenca, y que durante la tercera guerra acabó sucumbiendo al carlismo, el Doctor Romero (2010, 7), tímidamente ya abre esta posibilidad cuando indica que “quizás, ese ahondamiento en el problema católico como base potenciadora de esta tercera guerra, tuviese la clave justificadora en ese trágico enfrentamiento entre conquenses, ciudad provinciana de fuerte raíz confesional”.

El avance de la incursión carlista en la provincia, desde un momento inicial se podría argumentar por factores que obedecen a la escasa presión demográfica del lugar. Visión que infravalora el peso de los núcleos rurales, ya que al margen de los datos de población o cuestiones vinculantes con el bandolerismo, para nosotros el clero juega un papel importantísimo a lo largo y ancho de las sociedades locales de la Alcarria, la Serranía o la meseta meridional.

El recibimiento que se les dan a las tropas carlistas en muchos de los lugares que van visitando, es sólo un ejemplo más. Así lo vemos en el caso de Iniesta en la primera guerra, donde además de sumarse a las filas milicianos locales, se les dio una cálida acogida por parte de sus vecinos. Fenómeno similar sucedió en los municipios de Villanueva de la Jara y Campillo de Altobuey. Tampoco olvidemos las escenas vividas en Cuenca tras la última contienda, donde son destacados los apoyos al movimiento y que veremos por mediación de muchos habitantes de localidades dispares como Mohorte, Belmonte, Belmontejo o Villaescusa de Haro, entre otras.

Conocer los motivos que llevaron al apoyo carlista desde las zonas más profundas de la provincia, es sumamente importante, ya que nosotros ignoramos cualquier tesis que abogue por un impulso o arrebato irracional de sus habitantes.

Creemos necesario remarcar que en cada localidad hay una serie de familias con una formación y poder, que especialmente desde el sector clerical, nos ayudarán a dar respuesta a este interrogante. Como bien indicaba Romero, el catolicismo de la provincia ha tenido un peso crucial en la sociedad conquense, sólo hay que cotejar los fondos de la documentación presente en el Archivo Diocesano de la ciudad de Cuenca para apreciar su calado con el trascurso de los siglos.

Es probablemente este caldo de cultivo, lo que siempre fomentó un ideal tradicionalista, que conectado al sistema de proyección social que desde finales del siglo XV tenemos bien documentado, será lo que acabará generando una conciencia bastante sólida, acerca de la preservación de un modelo de vida, ante el surgimiento de unos nuevos movimientos ilustrados con tesis renovadoras, que en la ciudad de Cuenca cuajaron rápidamente, en contra de lo ocurrido en el resto del territorio de la provincia. Y es que, todavía a finales del siglo XVIII e inicios del XIX, para las familias conquenses del ámbito rural (independientemente de su condición social), la Iglesia fue siempre un eje de referencia, que facilitaba un medraje social de sus integrantes, ya que otorgaba un estatus y renombre seguro a sus allegados. Ante este sistema de engranajes perfectamente establecido y estudiado (donde las familias con patrimonio iban ocupando las posiciones principales), se generó una estructura de poder, que dependía notablemente del ámbito eclesiástico.

Bandera carlista empleada por Don Ramón Cabrera, en: flickr.com/photos/21132151@N04/2355653514

En aquella sociedad rural, donde se estrecharon las ideas confesionales con la capacidad económica de los linajes, habría que sumar un detonante (la posición geográfica de la provincia conquense), pues no hemos de olvidar que el polvorín carlista cogía fuerza desde Levante en dirección a Madrid, catalizando más si cabe, su involucración en un conflicto con el que se toparon de cara, además de los motivos antes descritos.

Otro factor crucial, será la pérdida de estatus de muchísimas familias desde los momentos previos al estallido de la primera guerra. No olvidemos que el siglo XVIII marcará un punto de inflexión a nivel económico dentro de la provincia, ya que desde décadas atrás ya era imposible de ocultar el fuerte debilitamiento del sector primario, que potenciará destacados movimientos migratorios, en los que el éxodo rural era una realidad que iba in crescendo. No será por ello casual, que en el intervalo que conecta los siglos XVIII con el XIX, se produce la decaída de algunos municipios históricos, siendo ese el caso de Huete, y que no por designios del azar, fue junto con sus tierras, otro de los caladeros con seguidores por la causa.

A este escenario de crisis, han de sumarse las políticas desalentadoras y claramente perjudiciales para el modelo de vida de estas tierras tradicionalistas, y que estaban en estrecha convivencia con el brazo eclesiástico. Y es que las actuaciones del Trienio Liberal son el prolegómeno de una serie de movimientos que dejan ver la situación que se avecina para muchos de aquellos componentes de la modesta burguesía como de la nobleza local. La Ley Desvinculadora de 1820 fue una declaración de intenciones de lo que todavía estaba por venir.

Durante la tercera guerra carlista, la prensa era un caldo de cultivo con consecuencias inmediatas en la misma capital, pero igual de productiva en la difusión de ideas a corto plazo en el resto del territorio provincial. En el caso de Cuenca asistimos a la creación de dos periódicos, que a pesar de su efímera duración, reflejaban los intereses de los carlistas, estos fueron La Juventud Católica y la Honda de David. “La Juventud Católica, periódico de información, nació en diciembre de 1868. Lo dirigía el sacerdote Benigno Bujada, y su principal redactor fue Trifón Muñoz y Soliva, canónigo magistral de la Catedral. Este último fue a su vez director de La Honda de David, periódico satírico, dedicado a combatir la libertad religiosa durante los debates de las Constituyentes” (López Villaverde y Sánchez Sánchez, 1998, 173), (Higueras, 2012, 2). En 1871, apareció la "Bandera Nacional", remando en la misma dirección que los dos medios anteriores, y que por aquel entonces ya habían desaparecido.

Aunque hasta el momento del conflicto, el carlismo en Cuenca se manifestó más en tertulias que en el campo de batalla, no cabe la menor duda de su apoyo en las zonas rurales, donde no faltaron adeptos entre muchísimas familias de diferentes clases sociales. Al respecto, El Eco de Cuenca (1869) concluía que “en la provincia de Cuenca hay mucho carlista, pero casi podemos asegurar que no es gente de armas” (Higueras, 2012, 2).

De nuevo el periódico del Eco de Cuenca (1872) alertaba sobre la creación de comités carlistas “en todos los pueblos de la provincia”, siendo en la mayoría de los casos “presidentes los curas y secretarios los sacristanes” (Higueras, 2012, 11). Obviamente este dato viene a respaldar la simbiosis entre la Iglesia y el carlismo en el territorio conquense, y que como bien sabemos venía estableciéndose desde los tiempos que nos conducían a la guerra de los años treinta.

Muestra del interés y fuerza que tuvo este ideario en las franjas rurales, lo apreciamos a grandes rasgos en cuatro áreas de la provincia, que durante los años setenta del siglo XIX reforzaron su posición. Estos espacios geográficos principalmente corresponden a las comarcas que hoy denominamos como de La Manchuela y La Mancha Baja (en la franja meridional), así como en la Alcarria y en una parte de la Serranía Alta (en lo que concibe al área septentrional).

Inarejos (2008, 307) nos revela como aquella actitud no fue una acción espontánea que cobró fuerza en la década de los setenta (cuando el carlismo incrementa de manera drástica su número de simpatizantes), puesto que ya durante el Bienio Progresista (1854-1856) desde el clero se participó activamente con la causa, descubriéndose en Los Hinojosos (Cuenca) una organización que llegaba hasta el mismo Obispado. Obviamente las ideas liberales atacaban de pleno el ideario cristiano, para ello la Iglesia se defendía como podía, sumando incluso a las filas de Don Carlos sacerdotes que habían sido ordenados en la Diócesis Conquense.

Fuente: (Higueras, 2012, 11)

Sin lugar a dudas, la transición del siglo XVIII al XIX, fue crucial para ver con otros ojos, como de importante era el germen social y económico, que poco después potenció la defensa ideológica de este movimiento.

En nuestro caso hemos analizado dos zonas con notable afluencia carlista, y sobre las que en un futuro quisiéramos desarrollar más dicha cuestión. Por un lado estaría el entorno de Barchín del Hoyo-Buenache de Alarcón-Piqueras del Castillo. Municipios en donde el tradicionalismo estuvo bastante extendido, y que conectaba con el apoyo de otras agrupaciones distribuidas en pueblos cercanos.

Desde la perspectiva general, podría pensarse que en esta franja de la Manchuela los adeptos al bando rebelado eran escasos. Incluso hay quien ha intentado englobar de manera conjunta el ideario de todo un pueblo, apoyándose en los intereses de un puñado de vecinos afines a los gobiernos legítimos que por aquellos tiempos estaban ocupando las alcaldías. Grave error, que no escenifica para nada el complejo escenario, donde intereses y discrepancias de unos y otros particulares, imposibilitan la catalogación en una única forma de pensamiento.

Manuel Fernández Grueso (2014) nos informa al referirse a la Manchuela que la partida más importante de la región fue la de los hermanos Palillos, estando formada por jinetes en su mayor parte, y siendo “una de las más célebres unidades de guerrilleros a caballo que levantaron pendón por la causa legitimista de Don Carlos V en Castilla la Nueva” (Fernández, 2014, 3).

Tenemos constancia por testimonios orales que varios miembros afines al clero local, abrazaron las ideas carlistas en el caso de Buenache, así como otros muchos de los habitantes que residían en la vecina localidad de Piqueras del Castillo. En ambos (especialmente el segundo), el carlismo tuvo un peso importante. Y aunque pudiera parecer una idea residual, por el hecho de que no colaboraron directamente la gran mayoría de sus simpatizantes, no escasearon las alabanzas hacia la causa sublevada.

Otro entorno con notable actividad, fue el área de Huete. Bien es cierto que a priori algunos enclaves como Gascueña y demás municipios de la zona se mostraron partidarios hacia el gobierno legítimo. Aunque en Huete obviamente había carlistas, así como nostálgicos austracistas, que sin lugar a dudas ejercieron su influencia.

En los municipios de estas áreas apartadas de las grandes urbes, fue donde el carlismo cogió fuerza. Y es que hemos de recordar que aquel conjunto de políticas reformadoras, no afectaron exclusivamente a los integrantes de la nobleza, sino que también a la pequeña y mediana burguesía local, pues con su instauración, se amenazaba la integración del patrimonio que históricamente había enriquecido a muchos de sus componentes, ya que no sólo se anulaba la figura del mayorazgo, sino que la de otro tipo de fundaciones y demás agrupaciones patrimoniales de tipo religioso, en las que no era necesario la firma de un Rey que acreditara la nobleza de su familia. Y es que en Cuenca, como en otros territorios de Castilla, en numerosas ocasiones, los propietarios de mayorazgos no era obligatorio que contaran con la licencia del monarca, puesto que a través de contratos matrimoniales o testamentos era más que suficiente. Bien conocido es el caso de linajes de ricos labradores como los Saiz-Mateo, Vicente y demás, en donde su mayorazgo se genera sin tener que desplazarse más allá de la escribanía local.

Por la documentación genealógica que durante estos años hemos ido agrupando y analizando, podemos decir que en el territorio conquense las élites están asociadas de manera simbiótica con la Iglesia, tanto que desde la pequeña nobleza siempre se intentará que alguno de sus hijos pueda formar parte de cualquier Orden Religiosa, así como desde la burguesía rural, buscarán adjudicarse alguna plaza que permita proyectarlos desde dentro del clero.

Este modelo regido desde hacía siglos en la provincia, comprobamos como comienza a verse en peligro a finales del siglo XVIII (en la época de Godoy) y hasta la desamortización de Mendizabal, cuando se desarrollan las política liberales, con un claro contenido secular, que ponían en el centro de la diana la base social de esta forma de proyección, con acciones indirectas en algunas ocasiones, y otras veces un tanto menos discretas, que afectaban de lleno a los colegios mayores donde esas familias tenían a sus hijos, yendo deliberadamente contra la permanencia de monasterios y conventos…, todo ello sin olvidar la confiscaciones de bienes a las comunidades religiosas.

Obviamente, tanto por una o por la suma de diversas de estas actuaciones, se promovió una repulsa contra aquel conjunto de directrices políticas. Desde las franjas más apartadas, y en cada una de las parroquias locales, lógicamente el clero advertiría del riesgo de las nuevas ideas que desde hacía décadas atrás se estaban poniendo en práctica, ya que dañaban de pleno aquel sistema sobre el que se generó la riqueza de muchas familias, que para más inri veían como sus lugares de residencia perdían influencia, ante una situación en la que se polarizaba la presión demográfica de las urbes en detrimento de los espacios rurales, dando pie a un éxodo y crisis económica, que en múltiples municipios de la Manchuela como la Alcarria fue notoria.

Pensamos que desde la desamortización de Godoy, pasando por la de Bonaparte, Argüelles y el Trienio, el mensaje era claro. Ante ese escenario, cualquier chispa podía hacer estallar el polvorín, sólo hemos de ver el caso del Picazo, donde desde los primeros instantes, y mucho antes de que Cabrera avivara más los ánimos, hay un claro posicionamiento del carlismo entre los vecinos del lugar, con las sucesivas repercusiones...

El trabajo de Benedito Collado, es un fiel reflejo de lo que estaba produciéndose en muchos de los emplazamientos de la provincia en los que se levantaron partidas favorables a Don Carlos.

El área que engloba todo el territorio que hoy pertenece a la Manchuela tuvo una notoria influencia en el surgimiento de comités carlistas durante la tercera guerra.

Para nosotros no cabe la menor duda que la religiosidad y el clímax tradicionalista que se vivía en los pueblos, fue clave a la hora de interpretar la actitud en defensa del carlismo de muchos vecinos, aunque esta mayoritariamente quedara reducida a una oposición pasiva en el ámbito militar.

En ocasiones se nos olvida el factor social, y que desde la perspectiva de las políticas de proyección era esencial para entender que las nuevas ideas reformadoras, eran contraproducentes hacia los intereses de aquellos enclaves, en los que la Iglesia era un salvavidas para labradores y oficios gremiales, que pretendían medrar, a través de las posibilidades que ofrecía, así como mayoritariamente por el papel o influencia que todavía seguía teniendo la representación de un hijo ocupando una plaza en la capellanía municipal o incluso ascender hacia un nivel superior.

Aquella pequeña nobleza erosionada socialmente, junto con la modesta y mediana burguesía que ansiaba ir creciendo, vieron en la nueva mentalidad, el inicio de un cambio que podía hacer tambalear por completo los cimientos y costumbres de un territorio que desde siglos atrás consideraba innecesario un cambio de planes, ya que su estructura de crecimiento, forjada simbióticamente junto a la Iglesia, era más que suficiente.

A mediados del siglo XVIII, Barchín del Hoyo, tenía un total de ocho curas (en el pueblo sólo había 190 hogares). Obviamente la proporción hablaba por sí sola, pues había un sacerdote por cada veinte casas. Además, a ello habría que sumarle los estudiantes o miembros de órdenes religiosas.

Aquello no era un hecho aislado, y así sucedió en el caso de la Alcarria, donde no fue menos importante el ataque de Valdemoro del Rey en el trascurso de la primera guerra, y en el que tuvo muchísimo peso el apoyo carlista que se dio desde dentro de la localidad.

Valdemoro del Rey, medio siglo antes, con poco más de sesenta y pico viviendas, contaba con la presencia de tres sacerdotes. Tenemos constancia de que el carlismo fue vitoreado en más emplazamientos, como en el caso de Saceda del Río, que en la segunda mitad del siglo XVIII contaba con unos noventa hogares, pero con ocho curas.

Portada del libro y hoja siguiente del libro de Capellanías y Fundaciones de Saceda del Río (Archivo Eclesiástico de Huete).

Con mayor contundencia se refleja el peso entre clero y tradicionalismo en el principal núcleo Alcarreño (Huete), que por aquellas fechas contaba con 2600 habitantes, pero donde todavía seguían habiendo en pie una decena iglesias, un colegio de Jesuitas, convento, monasterios…, y donde no por cosas del azar, el carlismo también tuvo sus seguidores.

Un panorama que se agravó tras la liberalización del suelo, cuando mediante las desamortizaciones se ataca de lleno a la Iglesia, acción que descaradamente favorecía los intereses de las familias más ricas, y que muchas veces tenían sus raíces fuera del lugar por ser sus abuelos o padres inmigrantes, de ahí que aprovecharan aquella situación que se promovía desde las nuevas corrientes políticas, como una cruzada que alimentaba sus intereses, en detrimento de las familias de labradores que habían vivido desde tiempos lejanos en aquel espacio. El caso del alcalde del Picazo, quien casualmente no era nativo del municipio durante el estallido del conflicto de 1834, es sólo un caso más.

No cabía la menor duda de que los nuevos aires de cambio perjudicaban a la Iglesia como a los pequeños arrendatarios y miembros de la burguesía rural que todavía seguían en su lucha de ascenso social. Estos últimos eran casi la antítesis de las familias de la alta nobleza, con miras en Madrid y Cuenca, que económicamente se pudieron permitir una amplia adquisición de su patrimonio rural, y que no por casualidad mostraron su apoyo a las tesis cristinas. Y es que los propietarios más modestos acabaron viendo el carlismo como la única solución, ante aquel clímax desestabilizador, que a muchos les había conducido a ser jornaleros, imposibilitándolos de toda posibilidad de mejorar su calidad de vida.

Benedicto Collado ya nos informa en su monográfico, que en el mes de septiembre de 1834, en el caso de Campillo de Altobuey se produjo un levantamiento de facciosos carlistas. Así como en el propio Picazo el día tres de septiembre se “produce un levantamiento de los carlistas, dirigidos por Pedro Aquilino Zapata, de 23 años, estudiante de filosofía, natural de Cardenete” (Collado, 123).

Relación de vecinos que el 20 de abril de 1835 se encontraban encausados, por la rebelión, y los que habían sido indultados en esa fecha en El Picazo (Collado, 2004, 152-153).

Sobre dicha acción, reseñamos la descripción que su autor extrae de un Expediente Judicial que se encuentra en el Archivo Histórico Provincial de Albacete, gracias a los testimonios directos de los implicados, donde se relata que “cuando se acercaron a una distancia de cincuenta pasos, salieron de la chopera los que estaban emboscando en ella haciendo fuego con las armas que llevaban dando al mismo tiempo las voces de ¡Viva Carlos V! y ¡A ellos!, Viendo el Alcalde la superioridad de las fuerzas de los sublevados retrocedió y mandó a los que le auxiliaban que le siguieran al pueblo” (Collado, 123-124).

Una vez efectuados una serie de saqueos por parte de los sublevados entre algunas de las viviendas del municipio, éstos se desplazaron hacia la casa de campo de Navodres, donde al verse en peligro, decidieron dispersarse. Unos fueron capturados, mientras que otros se refugiaron en la Sierra de Cuenca, para así incorporarse a las tropas de Cabrera que fueron reclutando milicianos por aquellos lugares donde transcurrían.

Merece la pena añadir esta cita de Collado, donde se muestra la realidad de un panorama que como en El Picazo acaeció en otros tantos lugares de nuestra provincia, pero que por desgracia no se han estudiado a fondo con la misma intensidad. Así nos relata como años después “en prevención de posibles ataques al pueblo, el Ayuntamiento en 20 de febrero de 1837 acordó el nombramiento de un Ayuntamiento paralelo, para ponerse al frente del pueblo y recibir a las partidas carlistas en caso de tener que escapar los liberarles a refugiarse en Alarcón” (Collado, 136).

Relación genealógica entre los vecinos facciosos del Picazo en los altercados de 1834. En rojo se señalan los implicados (elaboración propia).

Sabemos que la expedición de 1837 del pretendiente, el día 9 de septiembre franqueó la Hinojosa, pasando por Villar de Cañas “donde el clero le recibió con júbilo y las autoridades locales le rindieron homenaje, además de prometerle sumisión y obediencia” (Fernández, 2014, 9). Al día siguiente las tropas se dirigieron a los pueblos de Villarejo, Villar del Saz y Palomares donde lograron reunir más de cuarenta pares de mulas, “de Montalvo se dirigieron a Saelices, cuyas mujeres recibieron a Don Carlos con panderetas y lo acompañaron hasta Villarubio, yendo a Tarancón, alejándose Don Carlos en la casa del padre del hoy Duque de Riánsares” (Fernández, 2014, 9).

Melchor Ferrer en su historia del tradicionalismo español, recalca en el capítulo VI (durante la expedición de Castilla la Nueva) que “si recordamos el entusiasmo demostrado por los pueblos de Castilla al paso de Don Carlos con su expedición del año anterior, se comprueba la emoción que se exteriorizó en distintos modos, como en el pueblo de Buendía (Cuenca) cuyo vecindario al ser liberado de las tropas cristinas sustituyó la lápida que daba nombre de la plaza de la Constitución por la de plaza de Carlos V” (Ferrer, pg. 117). El autor revindica el apoyo de la Mancha a la causa, así como lo olvidada que ha estado esa faceta de los pueblos de Cuenca dentro de la historiografía general.

La importancia de la actividad de los carlistas en El Picazo queda patente por los datos del censo de 1838 en el que consta la siguiente nota: “En el número de matrimonio -del censo-, se hallan comprendidos 21 individuos ausentes de esta vecindad de los cuales 19 se encuentran en la facción y dos en el presidio de Málaga” (Collado, 137).

Las acciones de los carlistas en el área meridional se palpan en varias de sus localidades, de nuevo Melchor Ferrer (pg. 148) indica que en ese mismo año, “el 25 de noviembre, los carlistas combaten en Cañada Juncosa y luego entran en la Alberca de Zancara y en Las Pedroñeras”.

Desde Alarcón se daba soporte a la causa liberal, generándose de este modo el principal bastión de resistencia en la comarca. El panorama nos refleja como en las pequeñas zonas rurales el carlismo cala con fuerza, mientras que a su vez el Gobierno conquense se anticipa a las jugadas, asentando sus principales focos en los enclaves históricos con mayor importancia y capacidad defensiva, obviamente por lo que comprometía al área de la actual Manchuela, Alarcón era sin ningún tipo de dudas el espacio más idóneo.

Volviendo al factor de base, y cuyo origen radica en la herencia de un modelo social que “simplemente” lo que había hecho era transmitirse casi inmaculado con el paso del tiempo, leemos como Antonio Morgado García (2007, 84), comenta que “menor fortuna ha gozado el estudio del bajo clero secular, del que seguimos en una situación de grave ignorancia en lo que a su procedencia social se refiere. Domínguez Ortiz indicó al respecto que en muchos casos eran segundones de familias de hidalgos que pretendían resolver su situación personal de una manera segura, en tanto otros serían hombres de modesto origen y pocas aspiraciones que llevaban una existencia apacible -en tanto que en la Diócesis de Cuenca en la segunda mitad del siglo XVI el 40% son hijos de rentistas, labradores, artesanos y profesiones liberales; un 13% de los mismos con parientes en la Iglesia, reflejo de una fuerte endogamia familiar-” (Nalle, 1992); (Morgado, 2007). Esta idea establecida durante el siglo XVI y que no se alterará significativamente con el paso de los siglos, es la clave que explicaría muchas de las cuestiones que aquí estamos esbozando.

Aquella visión que venía arrastrándose desde siglos atrás, permaneció casi estática durante mucho tiempo, explicando la consecuente afección que acabó desencadenando entre los componentes de una pequeña burguesía rural y profundamente católica, unos riesgos reportados por la nueva monarquía, interesada en la introducción de unos cambios que alteraban la base del sistema establecido.

Los modestos arrendatarios como los integrantes de la burguesía agraria que todavía no se habían conseguido proyectar, se vieron sumidos en medio de un conflicto donde resultaron ser de entre los más afectados, pues se despedían de toda capacidad  de competir con las familias de rango superior, ya que éstas últimas se convirtieron en las poseedoras de los amplios dominios agrícolas. Como indicábamos anteriormente, la pérdida de estatus de múltiples labradores (que pasaron a engrosar las filas de los jornaleros), fue otro argumento que motivó esa agitación de las clases medias en los espacios ruralizados.

La pequeña burguesía local hay que entenderla en un contexto global, donde se adscriben familias con un patrimonio, que a pesar de no contar con excesivas riquezas, disponían de manera independiente de un conjunto de recursos que les ayudaban a tener una mínima calidad de vida.

Llegados a este punto, hemos de plantearnos, que grado de importancia tuvo el carlismo en los pequeños núcleos del territorio provincial, así como que parámetros promovieron su defensa, al margen de que mayoritariamente se adoptara una postura pasiva por buena parte de sus defensores, ya que no es difícil de obviar que el daño infligido hacía la Iglesia con el beneplácito de una monarquía proclive a los intereses de los gobiernos reformistas, tuvieron sus consecuencias, en una sociedad de fuerte influencia católica.


Bibliografía:

-COLLADO FERNÁNDEZ, Benedicto (2004). El Picazo. Un lugar en tierra de Alarcón. Diputación Provincial de Cuenca. 373 pp.

-DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio (1979). Las clases privilegiadas en el Antiguo Régimen. Madrid: Istmo.

-FERNÁNDEZ GRUESO, Manuel (2014). Guerras carlistas. 14 pp.

-FERRER i DALMAU, Melchor. Historia del tradicionalismo español. 30 Tomos.

-HIGUERAS CASTAÑEDA, Eduardo (2012). “La participación política carlista durante el Sexenio Democrático: el caso de Cuenca”. Homenatge al doctor Pere Anguera, vol. I, Història local. Recorreguts pel liberalisme i el carlisme, Barcelona, 13 pp.

-INAREJOS MUÑOZ, Juan Antonio (2008). “Sotanas, escaños y sufragios. Práctica política y soportes sociales del Neo-catolicismo en las provincias Castellano-Manchegas (1854-1868)”. Universidad de Castilla-La Mancha, Hispania Sacra, LX121, enero-junio 2008, pp. 297-329.

-LÓPEZ VILLAVERDE, Ángel Luis y SÁNCHEZ SÁNCHEZ, Isidro (1998). Historia y evolución de la prensa conquense (1811-1939). Cuenca, Universidad de Castilla -La Mancha, 1998. 173 pp.

-NALLE, S. T. (1992). “God in La Mancha. Religious Reform and the People of Cuenca 1500-1650”. Baltimore: The John Hopkins U. P

-MORGADO GARCÍA, Antonio (2007). “El clero en la España de los siglos XVI y XVII. Estado de la cuestión y últimas tendencias”. Manuscrits. Revista d'història moderna, Nº 25, 2007, pp. 75-100

-ROMERO SAIZ, Miguel (2010). El saco de Cuenca: Boinas rojas bajo Mangana. Diputación Provincial de Cuenca. 152 pp.

-DIARIO, “El Eco de Cuenca”, 17-II-1872. 

-DIARIO, “El Eco de Cuenca”, 28-VII-1869.

davidgomezdemora@hotmail.com

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Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 20 libros entre 2007-2023, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).