jueves, 29 de octubre de 2020

La Peraleja durante 1769 a través de su libro de defunciones

Aquel fue uno de los muchos años que se vivieron en La Peraleja, otro más, sin excesivos cambios o novedades que alteraran la rutina de un municipio con una vida prácticamente dedicada a las labores agrícolas, y que había conseguido ensalzar a algunas de sus familias desde siglos atrás. Una gesta lograda gracias a la riqueza que generaba la posesión de fincas, junto otros ingresos que podían proceder de oficios complementarios, y que en su conjunto fueron la clave de la prosperidad de muchas casas de su vecindario.

Molina, Olmo, Benito, Jarabo, Palenciano, Hernán-Saiz, Parrilla, González-Breto, Vicente o de la Peña, son sólo algunas de aquellas estirpes que en determinadas líneas alcanzaron cierta comodidad, pues sabiamente superior pactar un conjunto de políticas matrimoniales locales, y que ayudaron a la tenencia de bienes dentro del pueblo, fenómeno que permitió la inversión de una parte de este dinero en el pago de estudios religiosos en varios de sus hijos, así como la obtención de alguna de las escasas escribanías que había en la localidad.

Durante 1769, sabemos por las referencias testamentarias del libro de defunciones del lugar, que los escribanos eran Miguel Parrilla y Juan Jarabo. Conocemos por sus reseñas algunas de las últimas voluntades de varios de los integrantes de estas familias, tal y como sucederá con María de Molina, quien era viuda de Bernardo de Hernán-Saiz. Esta testaría ante Juan Jarabo con pago de 100 misas el día de su entierro, habiendo casando en primeras nupcias con Diego de Huete.

Meses antes fallecía Miguel del Olmo, esposo de Ana Martínez. Éste era hijo de una familia de propietarios locales que trabajan igualmente la tierra. Miguel testó ante el escribano Parrilla con manda de 120 misas. Resultan interesantes los datos que nos proporciona sobre sus tres hijos, a quienes dejará en sus últimas voluntades como herederos de todos sus bienes (dos de ellos eran eclesiásticos). Por un lado tendríamos a don Francisco del Olmo, quien ejercerá como presbítero, así como Fray Antonio del Olmo, que será monje en el Monasterio de San Bartolomé. Recordemos que por aquellas fechas era importante para la familia que uno o varios de los vástagos ejercieran dentro del clero, pues esto daba poder y nombre a los integrantes de la casa. Ya hemos repetido en múltiples ocasiones el orgullo y tranquilidad que suponía para muchas personas el disponer de un familiar en el seno de la Iglesia, para así contar con un rezo permanente de misas por la salvación de su alma. Esto hará que Carlos del Olmo se acabara convirtiendo en la única línea de varón que permitirá que se prolongue la descendencia tras casar con María Palenciano en el año 1744. María era hija de José Palenciano y Ana Isabel González y González, una familia de la pequeña nobleza local (los González-Breto). Será precisamente poco tiempo antes, cuando este mismo José Palenciano, morirá con pago de 130 misas, dejando entre sus herederas a la esposa de Carlos del Olmo, lo que obviamente facilitaría en la medida de lo posible que la descendencia pudiese contar con ciertos recursos.

Otro peralejero con parte de su familia vinculada al brazo religioso fue José Benito, quien por aquellas mismas fechas moría, mandando reposar su cuerpo en un lugar privilegiado del templo, se trataba de la capilla del Santísimo Cristo de la Luz. Una información de interés, puesto que no sabemos si ese lugar tenía algo que ver con el punto de enterramiento del linaje familiar, hecho que de cara a futuras investigaciones vamos a estudiar, puesto que hemos de decir que no contábamos con ninguna referencia hasta la fecha. José testará ante Juan Jarabo, solicitando el rezo de 200 misas, además de donar una limosna de 150 reales. Su primera esposa fue Micaela de Molina, y entre sus hijos mencionará a don José Benito (personaje que por aquel entonces era cura en Villar del Águila). Sin lugar a dudas este será un ejemplo más de ese modelo familiar con recursos, y que verá en la Iglesia una de las principales salidas para proyectar el nombre del clan. No olvidemos que esta casa ya había ostentando con anterioridad la escribanía en el municipio, además de haber entroncado en diferentes ocasiones con gente de bien como los Jarabo, por lo que nadie ponía en duda sus influencias dentro del modesto vecindario en el que siempre destacaron por tener hijos que abrazaron la vida contemplativa.

Tampoco podemos pasar por alto la figura de Gerónima de la Peña, viuda de Francisco Vicente, quien en 1769 tras morir mandará el pago de 150 misas. Esta donaría además una casaca, que dejará a cargo del pago de sus hijos Miguel, Julián y Ana Vicente (esta esposa de Manuel Palenciano). Gerónima creará una fundación sobre una finca que tenía una cabida de dos almudes y medio. Dicha propiedad lindaba por arriba con una memoria de Portalrubio, mientras que por abajo con una tierra de las monjas de Priego. Datos de sumo interés, ya que reflejan de nuevo como el clero continuaba teniendo en su poder muchas de las parcelas agrícolas del término. Bien es cierto que el marquesado de La Peraleja pudo llevar aparejado otras muchas propiedades que escapaban de los dominios de agricultores de la localidad, un problema con el que tenían que lidiar aquellos labradores que pretendían expandir sus ambiciones al querer adquirir una mayor cantidad de tierras, pues la legislación les impedía comprar, al estar sujetas a una figura que incapacitaba su venta o partición, no obstante, ello no sería problema para determinadas casas que ya disponían de un buen lote con las que ganarse la vida.

Finalmente, como decíamos, 1769 fue uno de los años en los que todavía la rutina sosegada seguía siendo una de las principales señas por las que se caracterizaba el quehacer diario del campesino peralejero. Habrá que esperar un poco a la llegada de las políticas liberales, que en cuestión de varias décadas cambiarán parte del escenario económico con el que se había forjado aquel tipo de sociedad rural, en la que elementos como la devoción y la promoción eclesiástica de algunos de los vástagos de la familia, eran credenciales lo suficientemente importantes para remarcar el poder y aspiraciones de vecinos que se preocupaban por el nombre y descendencia de los suyos.

David Gómez de Mora

Referencias:

* Libro III de defunciones (1694-1779), Sig. 30/16, P. 817

davidgomezdemora@hotmail.com

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Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 20 libros entre 2007-2023, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).