Sabemos que la pequeña burguesía se establece en trabajos estructurados desde los gremios. Gracias a nuestro cronista Borràs Jarque, se detallan algunos de estos grupos. Por ejemplo, durante el siglo XVIII, es en el capítulo 33 de su obra, cuando éste hace una mención al respecto, concretamente en la página 377 del primer tomo de su historia de Vinaròs, añadiendo que “en lo social, com ja queda dit, estaven les activitats econòmiques de la Vila agrupades gremialment. I cada gremi tenia admés la seua Cofraria per atendre a la part religioso i moral”.
Igualmente, uno de los grupos del que se aportan bastantes detalles, es el perteneciente a la pequeña burguesía, desde donde partía el gremio de la seda. Sobre el mismo se nos aporta información de interés, y que podemos encontrar en la página 346 de la referida obra.
Aunque, lo cierto es que si había un gremio que destacaba, éste era el de los mercantes, en el cual se hallaban las familias que comenzaban a proyectarse y formar por lo tanto parte de esa nueva clase social.
El gremio de los tejedores fue sin ningún tipo de dudas, uno de los más destacados, y es que a pesar de la escasa cantidad de miembros que lo componían, consiguieron representar un claro foco de distinción social.
Sabemos que las capillas de la iglesia Arxiprestal, comenzaran a tener el patronazgo de los gremios. Como curiosidad, la familia noble de los Febrer de la Torre, se adjudicó la de la Purísima, siendo una de las pocas que lo hizo como linaje.
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Y es que, si alguien deseaba desmarcarse sociológicamente después de la muerte, los espacios religiosos eran el enclave más idóneo, un punto perfecto para la nueva burguesía, ya que desde él se podían alcanzar dichas pretensiones, de ahí que incluso en la decoración de algunas de estas capillas, todavía podamos ver motivos alusivos que con orgullo destacan la pertenencia a dichos gremios.
Este proceso en el cual se vislumbra el interés de los nuevos ricos, puede apreciarse en muchas de las grandes construcciones religiosas de nuestro país. Por citar un caso, merece la pena remarcarse el de Santa María del Pi de Barcelona, en donde tenemos múltiples sepulcros de los gremios, que competían por ocupar un lugar de prestigio dentro del templo, y en donde además de numerarse la cripta que los difuntos ocupaban, también lo hacían obviamente grabando su nombre, apellido y oficio. Y es que además de que sus descendientes supieran del lugar que ocupaban sus antepasados para realizar las respectivas ofrendas, era también importante que su nombre no se borrara de las mentes de los mortales con el paso de la historia.
Esa pugna en la que se inmortalizará sobre la piedra la figura de los miembros de dichas familias que comenzaban a tener poder, es una muestra más del nuevo marco sociológico que se estaba viviendo en todas las localidades de nuestra geografía.
David Gómez de Mora