En julio de 2019 ya dedicamos un artículo a esta cuestión, y en la que planteamos las líneas que marcaron la importancia adquirida por un movimiento ideológico, del que por desgracia no ha existido un análisis profundo a nivel provincial, más teniendo en cuenta como en muchos de los puntos que conforman nuestro territorio, el carlismo tuvo notables repercusiones, y que durante décadas posteriores, todavía sus gentes seguirían manifestando.
Un año después de esa referida publicación, quisimos volver a focalizar el mismo tema a través de una recopilación de datos a escala local, que nos hablaban de ese apoyo a la causa sublevada, y que como veremos, vinieron motivados por una serie de elementos tanto de tipo social como económico, que del mismo modo, intuimos que se extenderían por otros tantos lugares de la geografía conquense.
Es por ello que en esta ocasión quisiéramos seguir ahondando todo esto más si cabe, en parte gracias a la información que se puede desgranar del estudio efectuado hace unos años por Félix González (1993), en el que claramente se aprecian indicios de como las políticas liberales, fueron el caldo de cultivo perfecto para la génesis de una sociedad rural conquense muy crítica y molesta, que acabaría abrazando sin dilaciones las ideas carlistas en muchos puntos de esta tierra.
Tras el afianzamiento de un sistema político corrupto, y que resultaría decisivo para explicar el escenario que se desarrolló en las calles de muchas localidades de la provincia durante la tercera guerra carlista, es cuando ya venía aflorando una trama de caciques distribuidos por diferentes puntos de la geografía provincial, en la que se desangrarían y explotaría al máximo las desigualdades que brindaron las políticas de desamortización.
Por un lado, la afección y desarrollo del movimiento en la zona de la Manchuela, dentro del perímetro que comprendería la zona noroeste de Alarcón, como por otra parte en el marco que abarcaría el área de influencia optense, servirán de ejemplo para plasmar esta serie de características, y que tan hábilmente pueden intuirse a través de los datos que nos aporta en su estudio González Marzo (1993).
Cabe decir que en estas dos regiones, se perciben una serie de paralelismos políticos y socioeconómicos bastante claros, al tratarse de pequeños núcleos poblacionales, que ya no es que dependiesen o estuviesen anexos junto a una ciudad como la capital de Cuenca, sino que quedan en las afueras de enclaves de un segundo nivel en términos demográficos, como resultaría en el caso de Alarcón o Huete, de ahí que estemos tratando focos estrictamente ruralizados, en los que la mentalidad y forma de vida fomentarán la defensa de ese tradicionalismo, que lejos de los acontecimientos e intereses desarrollados por el carlismo vasco o catalán, no faltaron razones de peso para que en estas tierras de Castilla se perfilara gente volcada con el bando sublevado, especialmente a raíz de la instauración de las políticas liberales que ya arrastraban aquellos polvos desde la época del trienio y la desamortización de Mendizabal, y que por desgracia, el sistema del momento reavivaría a mediados de siglo, pues las sucesivas acciones del gobierno ejercían como un fuerte varapalo para el mantenimiento de un modelo de vida, que ya estando en horas bajas, supondría el estoque final que arrastraría a la pobreza a muchos de los labradores como familias que habitaban estas tierras.
González Marzo (1993,40) define muy bien esta situación cuando al tratar el tema nos dice que aquello “sirvió para que un grupo de caciques rurales, se nutriera de la desamortización para incrementar sus bienes a costa de un patrimonio que les era ajeno. Eran miembros de una -revolución- teatral, que una vez derrocada del poder Isabel II, se sumaron al grupo de los vencedores”. Se trataba de labradores y gente procedente de oficios liberales, que a través del engaño y el aprovechamiento de la nefasta situación económica que vivía el país, supieron sacar tajada del asunto, buscando medrar desde la política, puesto que por aquellos tiempos era el nuevo trampolín en el que los linajes veían posibilidades para mejorar su posición, una simulación de la vida burguesa que venía desarrollándose en las grandes ciudades como Madrid o Barcelona, pero que como veremos en la mayoría de ocasiones se quedaba a mitad de camino, al no contar con una base que les permitiera afianzar sus influencias más allá del pueblo del que eran oriundos. En este sentido si que apreciaremos determinados apellidos que acabarían consiguiendo incrementar su poder a nivel político, obteniendo por ello representación como diputados o preservando sus descendientes un papel destacado entre la administración de la capital conquense.
En muchas de aquellas casas se escondían complejos y tabús de índole social, en los que era necesario blanquear el origen de la familia, además de distanciarse del lugar en el que florecieron sus ancestros, en busca de una vida confortable como de buena imagen que otorgaba el residir en la ciudad. Las capitales se convertirían en bastiones de aquel ideario liberal, abierto y acogedor, que en el caso conquense, lejos de representar un entorno urbanita, era lo más parecido a los movimientos de cambio social y arquitectónico que se estaban viviendo en la capital de España o la lejana ciudad condal. Como bien indica González Marzo (1993, 194), las diferencias entre políticos y caciques insertados en este movimiento eran mínimas, pues en el caso de nuestra provincia venían a ser lo mismo.
Familias de abogados y políticos con solera emularán con éxito esa nueva sociedad liberal, garante de un proceso revitalizador para una clase recién emergida ideológicamente, que intentaba parecerse dentro de lo posible a aquellas gentes que miraba con malos ojos la vida tradicional de los focos ruralizados. Un detonante que junto con las tierras usurpadas en muchos de los pueblos, motivaron que el carlismo campara con intensidad, y donde el campesinado como el clero rural hábilmente verán un punto de apoyo a la hora de defender sus intereses.
González Marzo (1993, 60) nos informa que el clero regular fue saqueado durante el periodo del trienio liberal y la desamortización de Mendizabal. En lo que respecta al clero secular las fincas de las fábricas parroquiales, curatos, capellanías, memorias de ánimas y santuarios supondrán alrededor de un 80% del patrimonio desamortizado.
Entre los municipios en los que la usurpación de los “baldíos realengos” (terrenos que el Estado robará a los pueblos, para beneficio de particulares y caciques), cabe destacar el caso de Buenache de Alarcón, siendo uno de los más afectados de la provincia, donde se extrajeron un total de 302 hectáreas, tal y como recoge González Marzo (1993, 117). No es de extrañar que jornaleros y labradores que explotaban estos recursos, acabaran enrolándose en las filas sublevadas que veremos por estas tierras durante la última contienda carlista.
Tampoco podemos obviar el caso de Huete, el cual en censos fue el más afectado de toda la provincia (por delante de la ciudad de Cuenca). Aquellos municipios se acabaron convirtiendo en focos abanderados de este movimiento, que al vivirse en zonas apartadas de gran afluencia demográfica, creemos que en parte se han silenciado o directamente menospreciado, debido a los escasos estudios que desde la perspectiva local se han realizado en la materia. Así pues, en lo que se refiere a las enajenaciones de estos lugares, veremos como “la resistencia de los pueblos, fue puesta de manifiesto a través de actuaciones de sus ayuntamientos, bien a través de sus vecinos, siendo más frecuente de lo que cabía esperar” (González Marzo, 1993, 75). No olvidemos que para desgracia de muchos de los afectados, aquella corrupción partía de una sofisticada red que tenía su origen en el mismo municipio, en los que supuestos garantes de los derechos del pueblo, acababan siendo familiares, parientes o amigos de quienes finalmente pujaban por la tierra que adquirían de su vecino. Ciertamente “casi siempre se produjo una resistencia vecinal, consecuencia de un rechazo más o menos firme a ver consumado el expolio de un patrimonio común” (González Marzo, 1993, 77), ya que realmente se estaba afectando a la vecindad general del municipio, aunque como veremos, esto no siempre fue así.
Como ya era sabido, en muchas de estas subastas los interesados en pujar (previo acuerdo para repartirse el pastel), sabían más o menos el margen de dinero que podían invertir, ahorrándose de esta forma parte del mismo, pues ya habían apalabrado cantidades a gastar con sus competidores, para luego poder invertir más si lo deseaban en otros lotes que incrementaban sus ganancias patrimoniales.
Los dos puntos que nos interesaría estudiar en este artículo y que ya hemos comentado anteriormente son la franja del triángulo de Buenache de Alarcón-Piqueras-Barchín, así como la zona de Huete y sus enclaves aledaños.
Del primer lugar poco hay que decir, pues conocida era la Sierra del Monje, sobre la que muchos forajidos se refugiaron en tiempos de las guerras carlistas. Emblemático será el enclave de Navodres, donde los hombres rebeldes y afines a la causa se reunían clandestinamente. Aunque el gobierno local de tinte liberal que había en Barchín relata que este enclave fue atacado por los carlistas, poco se detendrán en explicar acerca del expolio al que se sometieron a muchos de sus habitantes como resultado de las continuas apropiaciones indebidas que se hacían de sus tierras para vendérselas a otros particulares. Primeramente el lugar era un foco con un notable calado tradicionalista, un municipio tremendamente religioso que ya en la época del Catastro de Ensenada casi llegaba a tener una decena de curas, y eso que contaba con poco menos de 200 hogares. Además de ese sustrato claramente católico, hay que añadir que el patrimonio expoliado llegó a sumar más de 400.000 reales de vellón, tal y como podemos leer por una tabla sumatoria de González Marzo (1993). En este sentido, veremos como al clero se le quitaron una quincena de fincas durante la segunda mitad del siglo XIX, además de otras siete empleadas como explotación colectiva por los vecinos, junto con otras 17 pertenecientes a labradores del pueblo. En Piqueras el daño también fue importante, y por ello proporcionalmente la cifra de labradores volcados con la causa durante la tercera guerra no fue baja. En esta ocasión González Marzo contabiliza que de la ganancia expoliada al clero y a campesinos del lugar, el gobierno liberal consiguió recaudar más de 120.000 reales de vellón (y eso que las subastas se cerraban siempre a la baja). En Buenache también se enajenaron tierras tanto al clero como a particulares.
Como veremos en este caso eran en muchas ocasiones personas de fuera o que si residían en el pueblo, realmente no llevaban muchas generaciones en el lugar. Por ejemplo José Poveda, vecino de Alarcón, era un labrador acomodado que se hizo con un solar en Buenache (González, 1993, 32), o el señor Francisco Sierra, bonachero que no tuvo ningún problema en comprar un terreno que ocupaba 128 hectáreas, junto con el horno de pan de Barchín por un coste irrisorio de 22.810 reales de vellón. La familia amplió su patrimonio, y ello lo apreciamos cuando veremos como en la misma hoja (González, 1993, 340), Pedro José Sierra, adquiere un solar y un cuarto ruinoso en el mismo lugar por un precio muy bajo.
No obstante, como decíamos, hubo otros enclaves en los que la situación se tensó hasta puntos inimaginables, hecho que apreciaremos en municipios como La Peraleja, Caracenilla, Saceda del Río, y especialmente Valdemoro del Rey, donde el grado de expolio patrimonial alcanzó cotas preocupantes.
Como sucederá con los casos anteriores de municipios con una raíz católica, estamos en lugares en los que el labrador agradecía a Dios el poder disfrutar de unos bienes, que tan honradamente tanto él como sus ancestros habían venido trabajando de manera ininterrumpida, alternando esa rutina diaria con la presencia de hijos y familiares dentro de la iglesia, funcionando estos como garantes de una salvación del alma para cuando llegara la muerte, además de portadores de un renombre al linaje, permitiendo cerrar grandes acuerdos para la celebración de casamientos con personas del círculo familiar.
Si Huete era ya de por sí un polvorín donde el carlismo tuvo fuerte aceptación, mucho menos lo iba a ser Valdemoro, el gran damnificado de las políticas liberales. Que una pequeña localidad como esta, viera que más de la mitad del territorio expoliado perteneciera a labradores del lugar, era solo una muestra de como se estaban desarrollando los hechos. No es por ello de extrañar que aquella situación se tradujera en escenas de conflictos y tragedias, como ya había pasado en el trascurso de la primera guerra, cuando en el año 1837, “una facción con la fuerza de 30 a 40 caballos sorprendió a los vecinos Valdemoro del Rey, en el que por instigación de un vecino del mismo que se había unido a los carlistas, asesinaron inhumanamente al Alcalde Constitucional, cuyo cadáver dejaron en medio de la plaza, dirigiéndose hacia la Peraleja” (BOE, nº1001). Como decíamos, este horrible hecho acaeció durante la primera guerra, recrudeciéndose la adoración al movimiento durante la última contienda cuando muchos varios de sus labradores lo habían perdido todo, dato que todavía la tradición oral del lugar recuerda.
Como decíamos el caso de Valdemoro es tremendamente intenso, pues en las enajenaciones de la segunda mitad del siglo XIX veremos una serie de familias cuyos apellidos se repiten, al ser las principales responsables de la compra de aquel patrimonio desamortizado, siendo este el caso de los Rodríguez. Los integrantes de este primer linaje se hicieron con una importante extensión agrícola del municipio. Así por ejemplo González Marzo (1993, 323), recoge que Juan Rodríguez, compró una heredad de 18'90 hectáreas en Buendía, o que por ejemplo Melitón Rodríguez, otro labrador con recursos, se haría con una heredad y dos baldíos de casi 88 ha. por el precio de 28.360 reales, todo ello sin olvidar a Saturnino Rodríguez, también familiar de este entramado desamortizador, quien adquirió un monte entero de 181 hectáreas en el mismo municipio por un precio de 101.000 reales de vellón.
Por desgracia Saceda del Río tampoco se libraría de estos saqueos y revueltas, hecho que de nuevo podemos poner en línea con la afluencia de un respaldo a la causa. En esta ocasión una de las familias que participarían en estas subastas era la casa de los Martínez-Unda, quienes por aquellos tiempos ya habían medrado notablemente en las esferas de la alta política, además de falsificar en el siglo XVIII su genealogía para conseguir un reconocimiento como miembros de la nobleza local. Tampoco podemos obviar el caso de Benigno Ortega, mediano labrador que se hizo con 2 baldíos de 41 hectáreas al precio de 52.100 reales (González Marzo, 1993).
Tampoco fueron escenarios ajenos a esta dramática situación los campos de La Peraleja, cuando dos familias destacadas del lugar compraron varias de las propiedades que salieron a subasta. Por un lado tendríamos a una línea en concreto de la familia Jarabo, quienes estaban asociados con otros vecinos para así conseguir mayor cantidad de patrimonio. Sabemos por ejemplo que unos de los pujadores que formaban este equipo eran Mauricio Jarabo y José Jarabo. Igualmente no podemos ignorar a los González-Breto, un linaje de la nobleza local que por aquellos tiempos había conseguido dar el gran salto que muchos intentaban imitar. Así pues José González-Breto además de ser subgobernador del Banco de España, también llegaría a ocupar el puesto de Gobernador Civil de la provincia de Cuenca. En este caso la gran perjudicada del lugar fue la iglesia local, pues se le sustrajeron diversas fincas, y que durante esa segunda mitad del siglo llegarían casi a sumar una docena.
Finalmente veremos como Caracenilla tampoco se salvaría del expolio patrimonial. Así pues, Ventura León, secretario del ayuntamiento (González Marzo, 1993, 287), compró un baldío de 9 hectáreas, una ermita, una fragua y un solar en Caracenilla, junto con un pósito en Albalate por una irrisoria inversión de 2.852 reales de vellón. Otra ermita fue adquirida por Agapito Malla (González, 1993, 295), labrador acomodado que compró junto con una heredad de casi 30 hectáreas que no llegó a alcanzar la cifra de 20.000 reales de vellón.
Obviamente, este tipo de sucesos, y que se desarrollarán antes como después de la tercera guerra carlista, servirán en parte para explicar el descontento que había en muchas de estas localidades, pues fueron graves las penurias que tuvieron que pasar muchos de sus habitantes, ya que a las carestías y problemas de una agricultura que iba empobreciéndose, sumada a las dificultades de suministros que producían aquellas guerras que nunca parecían acabarse y que se transmitían de generación en generación, ahora cabía añadir la enajenación del pan con el que muchos daban de comer a toda su gente.
Todavía seguimos pensando en la necesidad de una rigurosa revisión de muchos libros de texto, en los que este tipo de factores (claves y decisivos para entender una parte del movimiento carlista en nuestra zona), sería necesarios desarrollarlos como es debido, antes de realizar juicios genéricos o etiquetar de antemano quienes fueron los buenos y malos de un conflicto, en el que como sabemos quienes más perdieron fueron esas familias de agricultores, y que representaban el verdadero músculo económico de los pueblos en los que residían.
David Gómez de Mora
Referencia:
* González Marzo, Félix (1993). La desamortización de Madoz en la provincia de Cuenca: 1855-1886. Diputación de Cuenca. Área de cultura, 462 pp.