Entre los hijos ilustres que ha dado este municipio, resultaría imposible no citar el nombre de don José Antonio Conde, un erudito de su tiempo, que como todo buen lingüista y arabista, no solo se conformó con entender el significado de aquellos idiomas que estudiaba, sino que también se sumergió en el mundo de la historia y las antigüedades, en un afán por conectar los relatos y hechos de aquellos pueblos con el contexto arqueológico en el se fueron desarrollando.
Nuestro peralejero procedía de una familia de clase acomodada, lo que junto con el apoyo de otros parientes y vecinos, le permitió poder desarrollar una formación académica, indispensable para introducirse firmemente en el campo de las humanidades. Como muchos de los grandes de su tiempo, José Antonio fue un investigador insertado dentro de las corrientes liberales que empezaban a emerger por aquella época, y en donde iban lográndose grandes avances en el ámbito de la interpretación de las fuentes clásicas, en aras de conciliar una lectura más precisa de los acontecimientos que marcaron aquellas culturas olvidadas que nos habían precedido.
Sabemos que durante la invasión napoleónica, sus ideas afrancesadas le permitieron insertarse dentro de los partidarios de José I. Su padre era un labrador acomodado, don Juan Manuel Conde, quien desempeñaba el control de sus explotaciones en La Peraleja, a la vez que en algunos momentos llegaría a ser la cabeza visible de la política local, ejerciendo por esta razón en alguna ocasión como alcalde municipal. La madre del estudioso era Antonia García, también vinculada con otra casa en la que se disponía de ciertos recursos, razones de peso por las que José Antonio como sus hermanos llegaron a tener una infancia aceptable en este apacible enclave de la Alcarria Conquense.
Su formación en el Seminario de San Julián de Cuenca, como posteriormente en la Universidad de Alcalá, le permitieron desarrollar una visión muy crítica con la doctrina vigente, lo que no le libró de más de un susto. Finalmente conseguiría ser abogado de los Reales Consejos, miembro honorario de la Real Academia Española, además de ejercer como archivero en la Biblioteca Real de El Escorial, donde perfeccionó sus conocimientos sobre la cultura musulmana. A todo ello le seguirían una serie de publicaciones, entre las que cabe destacar una traducción en 1799 del texto árabe de la famosa descripción geográfica de Al-Idrisi.
Cabe destacar su labor por enriquecer la “Colección Lithológica de España”, incorporando inscripciones de cultura anteriores, que iban desde la época íbera, romana y musulmana, además de una catalogación numismática del fondo de la Real Academia. Sobre su figura, tanto a nivel personal como profesional, existen numerosos estudios, siendo el caso de Pedro Roca, Richard Hitchcock, Manuela Manzanares, Julio Calvo, y otros tantos investigadores que darían para una lista más completa.
En el caso que nos ocupa, nuestro interés radica en desentrañar las raíces sociales de una familia, que antes de que llegara al mundo nuestro protagonista, deberíamos de englobar entre varias de las casas de labradores con recursos afincadas en La Peraleja y sus alrededores. Como casi siempre solía ocurrir en estos casos, a primera vista, uno ya se percata de como estos linajes disfrutaban de una serie de comodidades, indispensables para cimentar una base en la que hijos con intereses y capacidades para el estudio, pudieran desempeñar y aflorar sus inquietudes culturales, con muchas más facilidades que las de cualquier otro joven de su tiempo.
Aunque no hablemos de la misma época y ámbito académico, veremos ciertos paralelismos sociales con otras familias de ilustrados insertados en estas corrientes ideológicas, es el caso del geógrafo y político Fermín Caballero, quien también procedía del seno de una casa de labradores de las tierras alcarreñas, y que al igual que sucedió con Conde, no dudaron en defender aquella mentalidad liberal, bastante crítica con las costumbres de la tierra en la que nacieron. En el caso de Fermín, su padre, Juan Vicente Caballero y Duque, era natural de Verdelpino de Huete, otro linaje con propiedades, que sin ser excesivamente uno de los más ricos del lugar, vivía con ciertas garantías, pues además del campo, compaginaba su oficio con el cobro de las tercias reales a los vecinos de la zona.
La genealogía del arabista peralejero José Antonio Conde es toda una muestra de esa mentalidad más abierta y con miras de superar el modelo social precedente, y que rompería con las clásicas políticas endogámicas entre labradores a las que tan acostumbrados se encontraban los vecinos de esta localidad hasta la fecha. Y es que a pesar de que muchas veces se ha comentado que el primer apellido de nuestro personaje procedía en origen de Valdemoro del Rey, lo cierto es que el bisabuelo de José Antonio era natural de Buendía, por lo que tras la boda con su esposa Ana de la Espada, es cuando la familia se afincará en dicho lugar, un municipio que por cierto fue la zona de reposo de muchas líneas segundonas de la nobleza más destacada de la alcarria conquense. Aflorando de sus casas apellidos como Malla, de las Muelas, Parada y otros tantos que reconocerían su hidalguía en variopintos enclaves de la zona. Lástima del sesgo de información que existe entre los registros históricos de esta localidad, como resultado de la quema de una parte importante de su archivo parroquial durante los acontecimientos de la guerra incivil española.
Matizar que realmente la conexión de nuestro estudioso de La Peraleja venía únicamente por una de sus ocho bisabuelas, ya que incluso el segundo apellido de su padre, y que se tiene como natural de La Peraleja, era en realidad oriundo del cercano Huete, donde los Zeza o Ceza, como ya sabemos, eran una familia de la nobleza local con un pasado converso, sobre la cual ya indicamos hace escaso tiempo el verdadero origen genealógico que se esconde en ese mito genealógico que los remonta a tierras de Castilla la Vieja. Por otro lado, la familia materna estaba representada por una línea de labradores desahogados, procedentes de Villanueva de Guadamejud y Cuevas de Velasco. El apellido Muñoz era el que portaba entre su sangre como más directo con el municipio, por lo que cabe imaginar que los Ceza se apoyarían en el patrimonio de esta familia, para luego ampliar sus bienes, y concentrarlos con la casa de los Conde.
También sabemos que José Antonio tuvo bastantes hermanos, los cuales siguieron diferentes estrategias conyugales, es el caso de su hermana doña Teresa Conde, quien casaría en 1742 con el vecino de Valdeolivas, don Manuel López Coronel (otro linaje procedente de fuera), así como la otra cara de la moneda la reflejaría su hermano Antonio Conde, quien sin llevar el don, entablará matrimonio con la peralejera Isabel de Hernán-Saiz y González en 1766.
Estos enlaces eran al fin y al cabo un reflejo de como los tiempos cambiaban en aquellas casas en donde se buscaba medrar, además de renovar la sangre con familias foráneas del lugar de origen. Decir que José Conde (abuelo del arabista), falleció en La Peraleja durante el año 1736, pagando por la salvación de su alma un total de 400 misas. Por aquel entonces la familia todavía guardaba ese espíritu tradicional, que poco a poco iría disolviéndose a medida que las políticas matrimoniales abrían su radio de acción.
Los Conde tenían claro que su forma de escalar peldaños, iba más allá de las tierras de La Peraleja, y eso como veremos ya lo sabían desde la primera generación en la que se asentaron, cuando calibraron con detalle el peso que la casa de los Zeza, y especialmente los Muñoz, jugaban en ese lugar.
David Gómez de Mora