“El buey para las vegas y pantanos, el caballo para las llanuras y la mula para las montañas”. Este viejo dicho castellano recordaba una de las cuestiones que tan cotidianamente eran fuente de debate entre muchos de nuestros antepasados dedicados a la labranza. Para gustos los colores, y desde la subjetividad de cada persona, apreciamos diferentes puntos de vista en los que afloran argumentos que ensalzaban cualidades o problemas, mediante los que se comparaban las prestaciones ofrecidas por cada uno de estos animales a la hora de faenar el campo.
Concretamente, el caso que nos ocupa este artículo, viene relacionado con su uso en las labores agrícolas en Verdelpino de Huete, donde como sabemos la agricultura tuvo una notable importancia, a pesar de que parte de su término se halla en una zona montañosa, y en la que la ganadería junto con otros recursos económicos, siglos atrás eran igual de necesarios en el momento de sostener el tejido económico de aquella vieja sociedad rural consolidada por labradores.
Si seguimos el Catastro de Ensenada, veremos como a mediados del siglo XVIII en el lugar la mula era el animal más usado para trabajar, así pues, en el referido documento se menciona la presencia de 54 mulas de labor, además de 42 machos y 18 muletas. Podemos pensar que el tipo de terreno sobre el que se alza la localidad hacían de la mula el animal más idóneo, no obstante, tampoco faltaron algunos caballos, yeguas y bueyes.
Por lo que respecta a las características de estos animales, sabemos que el buey es una especie que no necesita excesivos lujos alimentarios, adaptándose con facilidad a los terrenos dificultosos en los que era más complicado potenciar la actividad agrícola. Su velocidad de trabajo es mucho menor si la comparamos con la del caballo o la mula. Por otro lado, ésta última (resultante del cruce entre una yegua y un asno), ofrece una mayor regularidad a la hora de faenar, además de que su consumo alimenticio es menor que en el caso de las anteriores.
David Gómez de Mora