En las afueras del casco urbano de La Peraleja, a varios centenares de metros en dirección hacia la franja meridional, apreciamos como en lo alto de una modesta elevación, se alza una discreta construcción: se trata de la ermita de San José. Un edificio de planta rectangular, construido en el siglo XVII, y que dos peralejeros mandaron erigir a su costa, tras obtener el permiso del obispado para poder oficiar misa en su interior.
De esta ermita podemos resaltar
algunas características. La más llamativa es su construcción a base de
sillares, así como algunas marcas o incisiones, que aprovechando el material de
su obra, resulta muy apto para afilar metales, razón por la que algunos vecinos
con el trascurso del tiempo, cada vez que llegaban hasta allí, aprovechaban las
cualidades de la roca para poner en condiciones sus navajas o cuchillos.
Sobre esta práctica, hay
diversas teorías, una de las más aceptadas es que estaba extendida
la creencia, de que aquellos objetos cortantes que entraban en contacto con un
espacio sagrado, tradicionalmente se les atribuía la adquisición de una serie
de propiedades mágicas, argumento por el que veremos muchas veces en edificios
religiosos este tipo de muescas, originados por la acción del fregamiento de los filos sobre este material.
Cierto es que los sillares a
pesar de estar extendidos por todo el templo, es casi siempre en la parte de
las esquinas, donde mayor concentración de marcas se suelen registrar. Tampoco
podemos pasar por alto algunas inscripciones o grafitis, que a falta de un
estudio más detallado, en algunos casos hemos de encuadrar durante el siglo XX.
Ahora bien, uno de los
elementos que más nos resulta llamativo, es la zona de la que se extrajo la
piedra con la que se alzaría este edificio. Siendo precisamente el mismo
espacio en el que se encuentra la referida construcción, hecho que permitió que
los obreros y canteros no tuvieran que desplazar los bloques más allá de unos
cuantos metros del lugar en el que se encontraban.
Esto como veremos favorecerá el
abaratamiento de la obra, pues los bloques literalmente irán destinados al
lugar en el que se estaban extrayendo. Las pruebas que lo demuestran son los
restos que las diferentes herramientas dejarán sobre la roca, además
de los negativos rectangulares que dan testimonio de su arranque
sobre la misma superficie de la zona.
No obstante, este espacio
aguarda todavía un elemento de mayor interés, pues caminando por los alrededores,
descubrimos a los pies de la ermita, varias zonas excavadas, y
que presentan la particularidad de hallarse conectadas en parejas a través de
un modesto surco, siempre posicionándose una en un nivel superior a la otra, hecho
que nos recuerda a muchas de las cazoletas presentes en el yacimiento de la
Cava de Garcinarro, siendo por ello a nuestro juicio, petroglifos de similares
características.
Hay que decir que ese conjunto
de huecos excavados, se hallan sobre un enclave que tampoco será fruto de la
casualidad, ya que este tipo de colectores elaborados para realizar ofrendas,
libaciones o sacrificios, son hitos que nos están señalando un espacio
sacralizado por la cultura del momento que los elaboró.
Tengamos en cuenta que aquellos
accidentes geográficos con una buena visual, siempre poseerán ese interés por
parte de cualquiera de los grupos humanos que hayan pasado por este territorio,
pues por norma general suelen fijar sobre este tipo de entornos un foco con una
significación divina o sobrenatural. Podemos casi garantizar que alrededor de
este espacio, pueden aparecer más elementos de similares características,
además de las cuatro cazoletas que nosotros detectamos, y que como ya se ha
indicado, se presentan en grupos de dos.
Podemos intuir que en el siglo
XVII durante el proceso de extracción de los sillares, es factible imaginar que
podrían haberse perdido algunas de estas formaciones, al trabajarse
directamente sobre la roca en la que se disponen. El conjunto de cazoletas
que hay alrededor de la ermita y su cantera anexa, suman un total de cuatro. La
nº1 posee una forma rectangular con borde redondeado (de unos 21,5 cm. de largo y 17 cm. de ancho), conectando a través de un surco de dos
metros aproximadamente, con otra cazoleta (la nº2), de forma rectangular y con
unas medidas de 23,5 cm. x 19,5 cm.; el otro grupo lo componen la cazoleta nº3,
de forma también semi-rectangular, con un tamaño de 26 x 23 centímetros,
estando conectada por un surco de 1’25 metros, con otra (la nº4), de forma
similar, y medidas de 23 x 17 centímetros.
Cabe incidir en que todo el espacio
descrito (donde englobaríamos tanto la ermita y cantera del siglo XVII, como los
citados petroglifos), aporta una importancia
histórica-arqueológica a toda la parte elevada del cerro, por lo que es
indispensable tenerlos presentes de cara a su puesta en valor, ya
que al fin y al cabo integran una pequeña parte de ese amplio patrimonio con el
que cuenta esta localidad.
David Gómez de Mora
Cronista Oficial de La Peraleja