miércoles, 25 de septiembre de 2024

El castillo de Corbó

Uno de los restos fortificados que podemos encontrar en las tierras del territorio castellonense, es el Castell de Corbó. Se trata de un conjunto de ruinas que todavía quedan en pie, y que a ojos de cualquier persona, están indicándonos la presencia de un antiguo espacio infranqueable, integrado en la línea defensiva que en el medievo cubría esta área interior de la actual zona septentrional de la provincia de Castellón. Este, y que también en ocasiones veremos designado como Castell de Corbons, se emplaza a una altura por encima de los 1000 m.s.n.m., gozando de unas privilegiadas vistas, que obviamente no son fruto del azar, puesto que desde su posición, se controlan otros puntos estratégicos, tal y como sucederá con el castillo de Culla (a 1121 m.s.n.m.), y que dista a poco más de 10 kilómetros del lugar.

Los restos del castillo que apreciamos en la actualidad, se hallan en línea recta a más de 7000 metros del área urbana del municipio de Benassal. Es por ello, que podemos imaginar como este puesto, era un enclave independiente.

Gracias a la documentación histórica, sabemos que el castillo se registra bajo poder cristiano desde la primera década del siglo XIII, arrastrando una antigüedad mucho más allá en el tiempo, siendo uno de los enclaves estratégicos que delimitarán la línea fortificada de la zona que hoy ocupa la comarca del Alt Maestrat, en la que el hisn de Culla ejerció una clara influencia, buscando tierras abajo entornos del área prelitoral como lo que hoy es Albocàsser.

Castillo de Corbó. Imagen de J. Serrador

Corbó será un nido de águilas, que podemos catalogar como una fortificación de tipo roquero, reforzada por dos torres gemelas de planta cuadrada, además de una mayor, junto un aljibe para el almacenamiento de agua, así como una línea de muralla.

Sobre el topónimo Corbó, Joan Coromines (V. III, pp. 433, col. A, l. 43) en su Onomasticon Cataloniae, indica que este nombre podría derivar de un mozarabismo alusivo al término “culmen”, es decir, cima de la montaña.

El castillo de Corbó, debemos situarlo dentro de ese conjunto de fortificaciones, que durante el medievo permanecerán en funcionamiento en esta área montañosa, y que se asocian al perímetro fortificado de otros puestos como el de la Torre d'en Bessora, Ares, Castellfort, y demás enclaves que conectarán sus visuales hasta el área dels Ports, donde ya entraríamos dentro del corazón del hisn morellano. Un espacio con grandes prestaciones estratégicas, sobre el que se desconocen muchos datos respecto a su articulación defensiva, ya que tendríamos diferentes puestos, que incluso a día de hoy siguen siendo un enigma, tal y como ocurriría con el castillo de Montelober (entre otros).

David Gómez de Mora

viernes, 20 de septiembre de 2024

Los Covarsí de Vinaròs

Los Covarsí o Covarsi (dependiendo del lugar y autor que consultemos), son un linaje que empieza a documentarse con frecuencia entre la élite local a partir del siglo XVI. Durante esta centuria, leeremos referencias de miembros de esta casa, viendo reseñas de integrantes destacados en la localidad como mercaderes, que tendrán al mismo tiempo familiares dentro del brazo eclesiástico, constituyendo por ello una de esas familias bien posicionadas, que incluso en el siglo XIX, serán reconocidas como gente del estado noble, además de hallarse estrechamente relacionados con el carlismo varios de sus componentes.

El estatus de esta familia queda patente desde tiempo atrás, cuando el gobernador militar don Rodrigo de Borja i Llansol, se hospedó en la casa de Jaume Covarsí. Obviamente, personalidades de esta índole, sabido es que no escogían una vivienda cualquiera para pasar los días que resultase necesario durante su estancia en la localidad.

Los cargos ocupados por algunos de los Covarsí en el ámbito municipal, junto con esa estrecha relación que mantendrán con el trascurso del tiempo entre el clero e inserción en la élite local, son credenciales suficientes para entender su importancia en la historia de Vinaròs.

Escudo de armas de la familia Covarsí (en campo de plata, tres cruces dentadas de sinople)

No obstante, si hubo algún personaje que destacó por encima de todos los portadores de este apellido, ese fue sin lugar a duda don Cosme Covarsí y Membrado, un famoso militar que encabezaría el movimiento faccioso durante el trascurso de la primera guerra carlista en la población.

A pesar de que la primera guerra carlista le sorprendió con 64 años, aquello no fue inconveniente para convertirse en un símbolo visible del carlismo entre las tierras de Vinaròs-Peñíscola, integrando en las filas a sus cinco hijos, junto otros muchos voluntarios que consolidaron una parte de la columna dirigida por el Barón de Herbés, y que acabó desintegrándose en diciembre de 1833. Al poco tiempo, don Cosme y su hijo don Gregorio, fueron capturados y fusilados por las tropas liberales.

Sabemos que el hijo mayor de don Josep Covarsí i Conca era cura (este en septiembre de 1836 ostentaba la graduación de teniente en la división de Cabrera). Por otra parte, una de las líneas del linaje acabará emigrando hacia Extremadura, donde también seguirían manteniendo su posición social, dando figuras destacadas como sucederá con el pintor don Adelardo Covarsí, hijo de don Antonio Covarsí y biznieto del referido don Cosme.  El segundo vástago en orden de edad del cabecilla vinarocense era don Fernando Covarsí, quien siguiendo a su padre y hermanos, fue el único que consiguió sobrevivir los varapalos de la primera contienda. Don Fernando estuvo entre las filas de Carnicer, alcanzando más tarde el grado de capitán.

David Gómez de Mora

miércoles, 4 de septiembre de 2024

La cerámica arquitectónica aplicada a las cocinas valencianas. El caso de la cocina de los Servitas del Convento de Quart de les Valls

Desde que la azulejería en forma de arrimaderos, zócalos o paneles llegó a España proveniente de la vecina Italia, su desarrollo, tanto en el interior de los edificios religiosos como en residencias de particulares, constituyó una gran fuente de expresión artística para la cerámica, según nos comenta María Eugenia Vizcaíno en Azulejería barroca en Valencia.1 Además, en nuestro ámbito mediterráneo, contribuía a protegerse de las bacterias. Por tanto, el deseo de buscar cierta salubridad fue un factor determinante en el surgimiento de la cerámica arquitectónica aplicada en los interiores.

Si bien las iglesias revestían sus capillas, o los conventos los refectorios, las cocinas de las casas, primeramente, nobles, desplegaban, a través de este tipo de cerámica, toda una iconografía de la vida cotidiana basada en la preparación de los platos, el trasiego de los criados o los alimentos que se consumían. Hemos de decir que todo este tipo de azulejos no surgieron a la vez, pues, los aplicados a las cocinas, según el profesor Inocencio Pérez Guillén, fueron una creación que se podría situar a partir de 1770.2 Entre los cuales, se pueden destacar los de la cocina que se conserva en el palacio del Marqués de Dos Aguas, o el palacio de los Exarch de Valencia. Algunos incluyen figuras a tamaño completo realizando labores domésticas propias de ese espacio, pero, de hecho, hay gran variedad de tipologías. Según el director del Museo Nacional de Cerámica y Artes Suntuarias González Martí, Jaume Coll, este lo divide en diferentes tipologías.

Algunas de estas cocinas se llegan a clasificar según si sus chapados son a media altura, si ofrecen figuras a gran tamaño, si los chapados cubren toda la pared, etc., pero también está la llamada tipología de “azulejo de figura completa”, que consistía en representar una figura ocupando el mismo tamaño que el propio azulejo (este solía ser de 22 cm a 22,5 cm; medida del palmo valenciano). Estos, que se pusieron muy de moda a inicios del siglo XIX, se pueden encontrar, por ejemplo, en la cocina de los Alós en Alzira, la cocina del Obispo Beltrán en Sierra Engarcerán y, en nuestro caso, en la cocina del convento de los Servitas de Quart de les Valls, recientemente estudiada.

Lo cierto es que la mayoría de los ejemplos de este tipo de azulejos se circunscriben a entornos aristocráticos o burgueses, siendo único el caso de Quart, pues la cocina perteneció a la orden mendicante de los Siervos de María, la cual abogaba por la pobreza, la ayuda al prójimo y el trabajo cooperativo. Aunque los servitas se documentan en Quart en 1612, cuando fundan su convento después de la expulsión de los moriscos y consiguiente repoblación de la mano de los Próxita, que llegarían a ser barones de la localidad, el cenobio empezó a edificarse seguramente en el siglo XVIII, y estuvo en progresiva construcción hasta los primeros decenios del siglo XIX, siendo abandonado después de la desamortización de Mendizábal. Por tanto, los azulejos, por su tipología, se deben adscribir al primer tercio del siglo XIX.

Los elementos representados en ellos no únicamente son fruto de una copia de los modelos que había en estampas, aucas o incluso en la pintura de bodegón, sino que muestran todo un catálogo de los alimentos que ellos mismos comían y cultivaban, los animales que poseían, además de la representación de tipos populares, una gran selección de aves, paisajes y arquitecturas.

Gracias a que se han podido conservar los libros de cuentas de todo lo que compraban o intercambiaban los servitas se puede reconstruir la vida que portaron estos frailes mendicantes en el Quart del siglo XIX. Todo esto y mucho más los explicamos en nuestro libro “Los azulejos de cocina del convento de los servitas de Quart de les Valls”, y que está a la venta en la plataforma Amazon.


Carme Rosario Torrejón y David Gómez de Mora


1 VIZCAÍNO, Mª Eugenia, Azulejería barroca en Valencia, Valencia, Federico Domènech, 1999, p. 16.

2 PÉREZ, Inocencio, 1992, como se cita en: COLL, Jaume, La cerámica valenciana (Apuntes para una síntesis), Valencia, Asociación valenciana de cerámica, 2008, p. 207.

Apuntes sobre los corrales peñiscolanos (las bardas)

Hace un año, en nuestro libro “Peñíscola siglos atrás”, dedicábamos una serie de páginas a los diferentes corrales que podemos encontrar en el término municipal de esta localidad litoral del norte castellonense, en la que especialmente, gracias a la disponibilidad de un relieve montañoso como la Serra d'Irta, se favorecerá a lo largo de su historia la explotación ganadera en toda la zona.

En el diccionario de autoridades (tomo I) del año 1726, leemos como se denomina con el nombre de “barda”, aquella cubierta o protección realizada con sarmientos, paja, espinos o broza, que se coloca sobre las tapias de corrales, huertas u heredades, que gracias a su sujeción a través de barro o piedras sobre su superficie, da como resultado una prolongación en altura de los muros de las propiedades ganaderas, en las que al disponerse los restos de plantas espinosas, se genera una acumulación de desperdicios que sirven como repelente para aquellos animales que intentasen introducirse en el interior de los corrales.

Como bien sabemos, este tipo de medida defensiva, se aplicaba en los corrales, y obviamente, en el campo peñiscolano no pasaría desapercibida. Un espacio geográfico de una gran riqueza ambiental, en la que han abundado diferentes especies que antaño causaron muchos quebraderos de cabeza a la gente dedicada al sector de la cría de animales. Y es que el lobo no fue solo el principal depredador que hasta el siglo XIX podía alimentarse de aquellas reses que los pastores cuidaban dentro de sus explotaciones.

Zorros, gatos monteses y ginetas, son otros ejemplos, que igualmente, siempre que podían, intentaban introducirse dentro de aquellos recintos, aprovechando que la altura del muro del corral pudiese no ser excesivamente alta para ellos.

Los pastores más mayores de nuestra tierra, nos han contado como todavía recordaban que en tiempos de sus abuelos, era normal reforzar las zonas altas de las paredes de estas construcciones, mediante esas líneas de plantas espinosas, que solían ser por su abundancia en el terreno ejemplares secos de aliagas (Ulex parviflorus), espino blanco (Crataegus monogyna), zarzaparrillas (Smilax aspera), aunque también pudiesen servirse de restos de otras especies que no tuvieran espinas, pero que valían para dificultar el paso por encima del muro, siendo este el caso de los restos de la poda de los antiguos campos de viñas (Vitis vinífera).

David Gómez de Mora

davidgomezdemora@hotmail.com

Mi foto
Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 25 libros entre 2007-2024, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo local. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).