Hace un año, en nuestro libro “Peñíscola siglos atrás”, dedicábamos una serie de páginas a los diferentes corrales que podemos encontrar en el término municipal de esta localidad litoral del norte castellonense, en la que especialmente, gracias a la disponibilidad de un relieve montañoso como la Serra d'Irta, se favorecerá a lo largo de su historia la explotación ganadera en toda la zona.
En el diccionario de autoridades (tomo I) del año 1726, leemos como se denomina con el nombre de “barda”, aquella cubierta o protección realizada con sarmientos, paja, espinos o broza, que se coloca sobre las tapias de corrales, huertas u heredades, que gracias a su sujeción a través de barro o piedras sobre su superficie, da como resultado una prolongación en altura de los muros de las propiedades ganaderas, en las que al disponerse los restos de plantas espinosas, se genera una acumulación de desperdicios que sirven como repelente para aquellos animales que intentasen introducirse en el interior de los corrales.
Como bien sabemos, este tipo de medida defensiva, se aplicaba en los corrales, y obviamente, en el campo peñiscolano no pasaría desapercibida. Un espacio geográfico de una gran riqueza ambiental, en la que han abundado diferentes especies que antaño causaron muchos quebraderos de cabeza a la gente dedicada al sector de la cría de animales. Y es que el lobo no fue solo el principal depredador que hasta el siglo XIX podía alimentarse de aquellas reses que los pastores cuidaban dentro de sus explotaciones.
Zorros, gatos monteses y ginetas, son otros ejemplos, que igualmente, siempre que podían, intentaban introducirse dentro de aquellos recintos, aprovechando que la altura del muro del corral pudiese no ser excesivamente alta para ellos.
Los pastores más mayores de nuestra tierra, nos han contado como todavía recordaban que en tiempos de sus abuelos, era normal reforzar las zonas altas de las paredes de estas construcciones, mediante esas líneas de plantas espinosas, que solían ser por su abundancia en el terreno ejemplares secos de aliagas (Ulex parviflorus), espino blanco (Crataegus monogyna), zarzaparrillas (Smilax aspera), aunque también pudiesen servirse de restos de otras especies que no tuvieran espinas, pero que valían para dificultar el paso por encima del muro, siendo este el caso de los restos de la poda de los antiguos campos de viñas (Vitis vinífera).
David Gómez de Mora