martes, 24 de diciembre de 2024

Los humilladeros

Entre las construcciones que en ocasiones podremos ver en las entradas de algunas de las localidades de nuestro territorio, están las que popularmente se han denominado con el nombre de humilladero.

Algunas todavía pueden apreciarse en determinados lugares de la geografía conquense, ya que por norma general, se posicionaban en las afueras de los municipios, para que de este modo, si un viajero o vecino pasara por su lado, se “humillara” en ese punto.

Con la acción de “humillar” se hacía alusión a la actitud mediante la cual la persona que pasaba junto a ese espacio, agachaba su cabeza o se postraba, parándose a rezar, o simplemente persignarse, agradeciendo de este modo la llegada hasta la población en el caso de que viniese de fuera, o también, solicitando que el trayecto que debía de cubrir al salir del municipio, se desarrollara sin incidencias.

Por desgracia durante la Guerra Incivil de 1936-1939, muchas de estas obras se vieron afectadas, destruyéndose las cruces de piedra o quemándose en el caso de que fuesen de madera, quedando en el olvido bastantes ejemplares, aunque otros volverían a rehacerse.

La forma de los humilladeros no respondía a un diseño específico, ya que podían alzarse sobre una obra de base cuadrada o rectangular, con gradas, verjas, o emplazando en altura la cruz o imagen que se veneraba.

Como decimos, su aspecto será variado, pues hasta se podían cubrir con un tejado, dando lugar en algunos casos, a la formación de una ermita con el trascurso del tiempo. Ya hemos comentado en más de una ocasión, como la preocupación que acechaba a la gente en épocas determinadas (especialmente durante la festividad de Todos los Santos y Fieles Difuntos), indicaba según las creencias, que las procesiones de almas podían invadir las calles de los pueblos, motivando que muchas personas, encendiesen velas, para que aquellas almas encontraran su camino a través de la luz, y así no varar en casas ajenas. Es por ello, que los humilladeros, al posicionarse en las zonas de entrada y salida de los municipios, se creía también que podían ejercer esa labor de protección, extendiéndose incluso en el momento de solicitar ahuyentar otro tipo de peligros, tal y como sucedía hasta hace poco más de 100 años con el lobo.

Tengamos en cuenta que el daño que este cánido podía ocasionar en las zonas donde había animales, siempre fue una preocupación que mantuvo en vilo a muchos de nuestros antepasados. Así pues, todavía nos han trasmitido historias que se remontan oralmente a finales del siglo XIX, donde se hablaba de como por ejemplo en la localidad de Verdelpino de Huete, los mayores advertían de las entradas nocturnas de lobos en la población a través del camino de acceso por su flanco meridional.

Algo similar ocurría en Saceda del Río, donde sus habitantes en las afueras de su iglesia, justo en el inicio del camino que lleva hacia las Fuentecillas, consideraron que era necesario mantenerlo protegido, para que quienes entrasen o saliesen del lugar, pudieran solicitar o agradecer estar salvaguardados.

Cabe decir que este tipo de creencias, nos recuerdan bastante a las extendidas en zonas como las tierras del norte de Castellón, donde en la parte superior de sus cementerios, se remataban los muros con antiguas estelas discoidales del camposanto medieval, ya que se decía que si estas se topaban en el camino por donde circulaba el animal, impedía que estos entrasen hasta el interior del cementerio en busca de carroña.

Al final comprobamos, como estos humilladeros y que muchas veces la gente confunde con otro tipo de construcciones que darían para un artículo más amplio, era la de proteger a sus vecinos, demostrando aquellos al mismo tiempo, su agradecimiento con el Creador, a través de ese gesto de humildad, tal y como en estas fechas representamos con la figura de los magos de Oriente, al postrarse ante el Hijo de Dios con una actitud de respeto y reverencia, a pesar del rango que socialmente se les atribuirá.

De la misma forma, los puntos donde se alzarán los humilladeros, marcarán muchas veces los límites hasta los que se realizaban algunas de las bendiciones del término, para así proteger los campos de malas cosechas o la salud de sus vecinos.

En el caso de los municipios que hemos investigado, apreciamos como esta obra podía correr a cuenta de un particular. De esta forma, el creyente, en el momento de redactar su testamento, dejaba clara su voluntad de materializar esa construcción

Además de las cruces, en ocasiones en el humilladero podía colocarse una imagen, y que solía ser con la que guardaba especial cariño el encargado de subvencionar la obra. Igualmente, en estos lugares podían dejarse ofrendas, entre las que estaba la costumbre de depositar una piedra, con la que el caminante estaba solicitando su protección en el momento de partir de ese sitio, así como también en forma de agradecimiento tras finalizar su trayecto al haber llegado hasta el lugar de forma segura.

Sabemos por la documentación del archivo parroquial de Verdelpino de Huete, que en el año 1588, Ana Martínez1 (esposa de Miguel Pérez), al realizar su testamento, entre las cláusulas que solicitará, figurará la del pago de casi 400 misas para la salvación de su alma y familiares, además de donar doce reales para que se realice una bolsa de damasco blanco para los corporales de la iglesia del municipio, así como otro par de reales para ayudar en la construcción del humilladero que mandó levantar su suegro Pedro Pérez.

No olvidemos que este señor fue marido de María Escudero, quien también solicitará reparar el humilladero de Santa Ana años más tarde, lo que nos lleva a pensar que sería el mismo que mandaría alzar y mejorar la familia, contribuyendo su nuera con esa donación.

También leemos en la partida de defunción de doña Ana de Sandoval2 de 1625, como esta mandaba redactar su testamento enferma y ante la inminente llegada de su muerte, solicitando ser enterrada en la Iglesia Parroquial de San Bartolomé Apóstol de Villarejo de la Peñuela, indicando que se efectuara la construcción de un humilladero en la villa de Valparaíso de Abajo, además de que este había de poseer unas dimensiones de diez pies cuadrados, e ir acompañado por la Imagen de Nuestra Señora de la Misericordia.


David Gómez de Mora

Cronista Oficial de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo,

Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela


1 Archivo Parroquial de Verdelpino de Huete. Libro I de matrimonios y defunciones, sig. 4-1

2 Archivo Diocesano de Cuenca, Libro III de defunciones de Villarejo de la Peñuela (1623-1764), Sig. 113/15, P. 212

domingo, 15 de diciembre de 2024

El mundo de la caza. Apuntes históricos

Perdices, codornices, conejos, liebres y jabalís, serán algunos de los ejemplares más buscados en esas dietas de antaño, donde la carne de caza era un componente indispensable en la alimentación de nuestros ancestros. Tanto las ballestas y arcos, como posteriormente las armas de fuego, eran siempre aprovechadas, fuese tanto para defender las explotaciones del daño que podían generar los animales en las zonas de cultivo o en el ganado, así como en la búsqueda de un alimento que no estaba al alcance de todo el mundo.

Por otro lado, el apoyo de los perros era importante en determinados tipos de caza (tal y como sigue sucediendo), sin olvidarnos de animales como el hurón, el cual entra en la madriguera provocando la salida de conejos y liebres para que el cazador finalice la operación. Sabemos que por ejemplo estos ejercían otras labores adicionales, como la desratización de los corrales.

Sin lugar a duda, una de las especies cinegéticas más apreciadas era el jabalí, por ello los lugares con presencia de agua (charcas o lagunas), eran cazaderos idóneos, especialmente en la época estival, cuando esta carne era escasa.

En aquellos tiempos la gente era muy pragmática, de ahí que por ejemplo los cuernos de determinados animales se empleaban como recipiente para el almacenaje de pólvora. Pensemos además que había muchas restricciones (especialmente hasta el siglo XIX) por lo que no todo el mundo tenía acceso a una escopeta. De ahí que estas se trasmitieran generacionalmente entre los miembros de una casa como un objeto de preciado valor.

Sabemos que el jabalí es un animal prudente, inteligente, con un oído y olfato desarrollado, lo que provoca que su caza no sea tan sencilla como algunos creen. Su fuerza y peligrosidad cuando está herido, bastante conocida es por cazadores curtidos, ya que estos pueden embestir con energía. Su dentición se compone de 44 piezas, destacando sus colmillos, que con el trascurso del tiempo van creciendo, por lo que el animal los afila muy a menudo, para que así corten mucho mejor.


Como curiosidad, y muestra de la relevancia que la caza del jabalí tenía durante la Edad Media, María Luisa Ledesma comenta sobre la Crónica de Jaume I, que el Conqueridor cuando “recibió la noticia de la ocupación de Ares y Morella por las tropas cristianas, se hallaba en Gea de Albarracín, a donde había sido invitado por el noble don Pedro Fernández de Azagra a participar en una cacería de jabalíes” (Ledesma, 1989, 432). En estas monterías de la época, las ballestas y las lanzas eran las armas más usadas. 

Una especie más asequible, y con abundante presencia en nuestro medio, siempre fue la perdiz, cuya caza era muy practicada por nuestros ancestros, aunque para ello si era necesario se hubiesen de efectuar largas esperas, gracias a ejemplares de reclamo, que permitirán que la jornada fuese provechosa.

Thaleka en su didáctica cinegética de caza menor, comenta el problema que genera el granizo en las poblaciones de estas aves; así pues, durante la estación calurosa, desgraciadamente son frecuentes las tormentas y tempestades que forman las nubes que descarga el granizo, que, bajo todos los conceptos, resulta un meteoro ¡terrible y desfavorable!, porque, aparte los daños que causa a los cultivos y la agricultura en general, muere mucha caza si es antes de septiembre, en que mata a los pollos de perdiz y otras aves que aún no tenían la suficiente resistencia ni desarrollo y no saben defenderse ni guarecerse” (Thaleka, 1959, 33). 

Las gentes con menos recursos, harán uso del ingenio con diferentes tipos de trampas, que se convirtieron en una de las formas más extendidas que ayudaban a combinar la obligación del trabajo en el campo, al mismo tiempo que poder tener la suerte de que alguna presa cayera, y así disponer de una fuente de alimento adicional que llevarse a casa.

No obstante, y como se ha comentado, la práctica cinegética, no siempre se desarrolla para la búsqueda de alimento, sino también para el control de poblaciones de animales. Esto lo veremos con ejemplares como el zorro y el lobo, los cuales siempre se cazaron para mantener a raya las explotaciones ganaderas.

Estos poseen una alta capacidad de adaptación al territorio, de ahí que históricamente siempre han abundado, especialmente en nuestra franja geográfica. No obstante, si el lobo llegó a desaparecer a principios del siglo XX debido a la intensa persecución que se le dio, no se podría decir lo mismo del zorro, el cual ha conseguido sobrevivir de modo permanente, a pesar de haber estado presente incluso en momentos críticos, cuando la presión sobre la especie era muy elevada.

Para concluir, no podemos pasar por alto el caso de las rapaces, y sobre las que Kees Woutersen ya nos indica que “desde el siglo XVII las rapaces diurnas han sido perseguidas y matadas sistemáticamente por el hombre en toda Europa. Aunque estas aves han sido perseguidas desde siempre, no es hasta el siglo XVIII cuando se alcanzan unas cotas tan altas, de tal manera que empiezan a influir gravemente en sus poblaciones () el miedo a que estas mataran especies de caza ha influido especialmente en estas matanzas sistemáticas” (Woutersen, 2000, 11). Añade el autor “la persecución aumentó en el siglo XVIII debido a la mejora de las escopetas y se dio una persecución en gran escala como nunca se había visto en Europa” (Woutersen, 2000, 11). 

Cierto es que además de resultar en ocasiones un competidor para los cazadores, sabido es que aves como los buitres, pueden buscar comida en las crías de ganado en el momento del parto, comportando ello no solo la muerte de esta, sino que también la de la madre.

David Gómez de Mora


Bibliografía:

*Ledesma Rubio, María Luisa (1989). “La caza en las cartas de población y fueros de la Extremadura Aragonesa”. Aragón en la Edad Media, Nº8, pp. 427-440

*Thaleka (Juan Soler Lluch, 1959). Didáctica cinegética. Tratado de caza menor. Editorial Pulide, 319 pp.

*Woutersen, Kees (2000). Fieras, rapiña y caza. Historia de la fauna de Aragón, 127 pp.

jueves, 12 de diciembre de 2024

Algunas tradiciones y creencias sobre Todos los Santos y Fieles Difuntos en La Peraleja

El temor a la muerte, así como la multitud de creencias que rodean la festividad de Todos los Santos, es algo que inmediatamente se percibe en el folklore peralejero cuando uno analiza las diferentes costumbres que se extendían entre nuestros ancestros.

Como sabemos, este tipo de creencias, no deben únicamente circunscribirse al ámbito local, pues tenemos constancia de como algunos de los que se entienden como malos augurios, se expanden también por buena parte de la provincia conquense, e incluso en zonas más alejadas.

Clarificar su origen, es bastante complicado, no obstante, salta a la vista que además de los que veremos estrechamente relacionados con la religión católica, habrá otros que perfectamente ahondan más en el tiempo, arrastrando reminiscencias paganas.

En La Peraleja, uno que estaba muy extendido hasta no hace tanto en el tiempo, es el de que cada vez que una lechuza se posaba sobre la zona alta de la Iglesia del Arcángel San Miguel, según los vecinos, aquello era presagio de una muerte inminente entre alguno de los habitantes.

Tengamos en cuenta que las lechuzas son animales recogidos en las Sagradas Escrituras, además de un ave nada difícil de ver en este territorio. Otra criatura, aunque en esta ocasión mitológica, sobre la que se contaban relatos de terror, era el monstruo del (este tenía los rasgos de un búho antropomorfo, que era especialmente mencionado para asustar a los niños).

Resultan interesantes estas ideas paralelas que retroalimentan más si cabe el temor sobre este tipo de criaturas, puesto que la lechuza es un animal que la simbología medieval ha relacionado con el pueblo judío que traicionó al Hijo de Dios, si a ello le añadimos que es un ave nocturna (otro atributo negativo dentro de nuestra concepción occidental), y que además emite un sonido que nos trae a la mente los lamentos de una persona, contamos, pues, con suficientes características para explicar el porqué de esa idea negativa tan extendida entre nuestros antepasados alrededor de los búhos y las lechuzas.

De la misma forma, las creencias y manías, también se extendían en el ámbito de la gastronomía. Así pues, una era la que recomendaba como durante las jornadas de Todos los Santos y Fieles Difuntos, no se elaboraran gachas. En cambio, se entendía que hacer puche no comportaba ningún problema, ya que se decía que las ánimas no acudirían hasta las casas para hacer de las suyas.

Otra de las acciones mal vistas durante aquellos días era la de salir a cazar. Es por este motivo que la práctica cinegética estaba prohibida. Por ello se recordaba al vecindario una canción, que relataba la historia de un cazador y una liebre, en la que el hombre que había incumplido la obligación de no salir a cazar, podía llevarse una sorpresa nada apetecible. Igualmente, la disposición de calabazas en las zonas altas de la localidad, tenía una funcionalidad protectora, pues estaba extendida la creencia de que si estas se distribuían en zonas destacadas, como espacios elevados o puntos de acceso a la población, aquellas se creía que protegían el lugar de almas intrusas, en su intento por acceder a casas ajenas.

Sabemos por ejemplo que en otros lugares como la vecina localidad de Saceda del Río, la gente de antaño pensaba que los árboles que se encuentran en la orilla del río Peñahora que quedaban anexos al municipio, protegían a sus vecinos de enfermedades y otros males que pudieran afectarles.

David Gómez de Mora

Cronista Oficial de La Peraleja

miércoles, 11 de diciembre de 2024

La creu del llop de Peñarroya de Tastavins

Durante los años treinta del siglo XIX, tenemos constancia a través de documentación histórica, información detallada sobre la presencia de un lobo que a lo largo de la zona fronteriza de Catalunya y Aragón, efectuó diferentes ataques, que acabaron traduciéndose en la muerte y temor de muchas personas. Una situación en la que el miedo se apoderó de las gentes que habitaban la zona que hoy engloba la franja que va desde el Baix Ebre hasta la Matarraña.

Aquella bestia, finalmente, tras varios años de ataques, acabaría siendo abatida en la localidad de Peñarroya de Tastavins, enclave limítrofe del interior de las tierras turolenses, aunque lindante con la Tinença de Benifassà, donde se puso punto y final a una pesadilla que llevaba aterrorizando a sus gentes desde hacía casi un lustro.

Tengamos en cuenta que la mayor parte de las personas que mató aquel lobo, eran niños, que como era normal, en aquellos tiempos ejercían labores de ayuda en el campo o en las masías de sus familiares, de ahí que este cánido aprovechara su vulnerabilidad.

Conocemos datos sobre algunas de esas personas (edad de la víctima, año del suceso, lugar, o que estaban haciendo en el momento cuando se produjo el ataque). Lo cierto es que entre este animal, y la famosa Bestia de Gévaudan, habría solo una separación de unas siete décadas, por lo que no hemos de olvidar, que nos encontramos en una época donde este tipo de tragedias, parece ser que hasta que no llegamos a finales del siglo XIX, eran una realidad. Manteniendo en alerta constantemente a las personas que vivían en las zonas rurales, donde este animal habitaba. Precisamente, un hito que recuerda uno de los ataques producidos por ese famoso lobo de nuestras tierras, es la conocida como “creu del llop.

En este punto, cuenta la tradición que es donde una de sus víctimas se vio sorprendida. Se decía que aquel lobo tenía un tamaño muy por encima del que poseía la media, recordándonos a esos "llopasos" (lobazos) que serán descritos por testimonios de las tierras tarraconenses del Priorat, y que tantos sustos como tragedias habían ocasionado a sus gentes.

Sabido era por nuestros antepasados el daño que el lobo podía ocasionar, especialmente entre las cabañas ganaderas, no obstante, el temor a que esas ofensivas se extendieran hasta los vecinos del lugar, era algo también que recurrentemente preocupaba. De ahí que en más de una ocasión, en lugares como Fredes, el municipio sellaba con listones de madera sus dos principales vías de acceso (carrers d'enmig i major), para que así estos lobos no consiguieran entrometerse dentro de su pequeño casco urbano.

El hecho de que muchas veces las personas atacadas fueran niños, no obedece a motivos casuales, y es que hemos de pensar que estos eran el sector de la población más vulnerable, por no tener la misma fuerza que un adulto, además de no contar con armas con las que poder defenderse.

Parece ser que este lobo una vez que fue abatido en 1839, la situación poco a poco fue restableciéndose, no obstante, como nos recuerda Segura Barreda en 1868, el riesgo y temor estuvo como veremos presente hasta entrada la segunda mitad del siglo XIX en las tierras del norte de Castellón, ya que es a partir de ese momento, cuando este cánido comenzaría a entrar en una fuerte regresión, que le acabaría conduciendo a su extinción en la zona.

Respecto al lobo de la Matarraña (y que se movía entre la frontera de las tierras turolense, tarraconense y castellonense), nos llama poderosamente la atención alguno de los testimonios que con el trascurso del tiempo irían generándose, ya que entre la gente se decía que aquellos ataques podían haberse producido por una hiena, que se le habría escapado a un domador. Este relato, que para nosotros carece de sentido, merece la pena ser destacado, puesto que, precisamente, lo veremos también presente en la famosa historia de la Bestia de Gévaudan.

Así pues, consideramos que no será un hecho casual, que en el caso francés, las primeras teorías que se esbozaron para explicar los ataques a sus vecinos, comentaban que podrían estar relacionados con una hiena que se escapó de una feria ambulante. En este caso en concreto, sabemos que después de conseguir matarse la que se denominará como la “primera bestia”, aquel animal se llegó a exhibir, siendo estudiado y descrito con minuciosidad, dejando claro por diversos expertos, que en realidad se trataba de un lobo, aunque con unas dimensiones inusuales para lo que podía ser su tamaño medio.

Es por este motivo, que entendemos, como también en el caso de nuestra región, ocurriría un hecho similar, convirtiéndose con el trascurso del tiempo, a través de los relatos y leyendas que circulaban por el lugar, en una criatura exótica y extraña, como era el caso de la hiena, aunque nada más lejos de la realidad, con toda probabilidad, pensamos que se trataría de un lobo más, como los que habitaban nuestras montañas.


La creu del llop (imagen de Virgili Verge)


Una propuesta personal sobre la ocurrencia de aquellos hechos

Un dato también muy importante que no se ha tenido en cuenta, y que consideramos que puede ayudar a explicar mejor esta serie de ataques entre los años 1835 y 1839, es que precisamente, estos se producen durante el conflicto de la primera guerra carlista (1833-1840), no siendo a nuestro juicio un fenómeno casual, que “curiosamente”, el área interior fronteriza de Aragón, Catalunya y el territorio valenciano, fuese uno de los puntos más afectados por este conflicto, al convertirse en uno de los principales bastiones donde los rebeldes se atrincheraron, además de contar con el apoyo de mucha de la gente nativa de nuestro terreno.

Es por ello que entendemos que una parte de esta serie de ataques, pudieran deberse al abandono al cual estaban expuestas muchas de nuestras explotaciones, donde los masoveros y pastores, en lugar de cuidar de sus rebaños, se vieron más inmiscuidos por los daños colaterales del conflicto, que en las obligaciones de su día a día, donde también pudieron jugar un papel importante las políticas de restricción, que en determinados momentos obligaron a que las masías pasaran a cerrarse, quedando así las labores cotidianas de mantenimiento del territorio, dejadas de lado.

No olvidemos que los pastores y ganaderos, antaño, además de criar a sus reses, debían mantenerlas protegidas, lo que por norma general había de efectuarse desde una gestión cinegética que controlaba las poblaciones de alimañas, y que obviamente en tiempos de guerra quedarían en un segundo plano. Hemos de pensar que muchas veces las labores de tipo cinegético, no solo se efectuarán para la búsqueda de alimento, sino también (y más en aquella época) para mantener controladas las poblaciones de animales que pudieran atacar a su producción (el rebaño), de ahí que controlar el número de lobos era necesario.

Por ello, a modo de conclusión, pensamos que si por aquel entonces estas actuaciones, y que eran indispensables, no se habían efectuado debido al abandono generado en las inmediaciones de las explotaciones animales, aquello podría haber motivado un mayor riesgo de peligro, y por tanto, de la presencia de un ejemplar como el que nos ocupa.

Si a esto le añadimos, que las bajas generadas justo en este perímetro geográfico durante la contienda no fueron escasas, y en donde el lobo podría haberse encontrado con restos humanos que le acabarían sirviendo como alimento, partimos, pues, de suficientes argumentos, para plantear como hipótesis, que lobos como este, ya estaban más que familiarizados con el consumo de carne humana, lo que incrementaría si cabe su voracidad hacia las personas.

David Gómez de Mora