Durante
los años treinta del siglo XIX, tenemos constancia a través de
documentación histórica, información detallada sobre la
presencia de un lobo que a lo largo de la zona fronteriza de
Catalunya
y
Aragón, efectuó diferentes ataques, que acabaron traduciéndose en
la muerte y temor de muchas personas. Una situación en la que el
miedo se apoderó de las gentes que habitaban la
zona
que hoy engloba la franja que va desde el Baix
Ebre
hasta
la Matarraña.
Aquella
bestia, finalmente, tras varios años de ataques, acabaría siendo
abatida en la localidad de Peñarroya de Tastavins, enclave limítrofe
del interior de las tierras turolenses, aunque lindante con la
Tinença
de
Benifassà,
donde se puso punto y final a una pesadilla que llevaba aterrorizando a sus
gentes desde hacía casi un lustro.
Tengamos
en cuenta que la mayor parte de las personas que mató aquel lobo,
eran niños, que como era normal, en aquellos tiempos ejercían
labores de ayuda en el campo o en las masías de sus familiares, de
ahí que este cánido aprovechara su vulnerabilidad.
Conocemos
datos sobre algunas de esas personas (edad de la víctima, año del
suceso, lugar, o que estaban haciendo en el momento
cuando se produjo el ataque). Lo cierto es que entre este animal, y
la famosa Bestia de Gévaudan,
habría solo una separación de unas siete décadas, por lo que no
hemos de olvidar, que nos encontramos en una época donde este tipo de
tragedias, parece ser que hasta que no llegamos
a
finales del siglo XIX, eran una realidad. Manteniendo en alerta
constantemente a las personas que vivían en las zonas rurales, donde
este animal habitaba. Precisamente, un hito que recuerda uno de los
ataques producidos por ese famoso lobo de nuestras tierras, es la conocida como “creu
del
llop”.
En
este punto, cuenta la tradición que es donde una de sus víctimas se
vio sorprendida. Se decía que aquel lobo tenía un tamaño muy por
encima del que poseía la media, recordándonos a esos "llopasos" (lobazos) que serán descritos por testimonios de las tierras
tarraconenses del Priorat, y que tantos sustos como
tragedias habían ocasionado a sus gentes.
Sabido era por nuestros antepasados el
daño que
el lobo podía ocasionar, especialmente entre las cabañas ganaderas,
no obstante, el temor a que esas ofensivas se extendieran hasta los
vecinos del lugar, era algo también que recurrentemente preocupaba. De ahí que en más de
una ocasión, en lugares como Fredes,
el municipio sellaba con listones de madera sus dos principales vías de
acceso (carrers d'enmig i
major),
para que así estos lobos no consiguieran entrometerse dentro de
su pequeño casco urbano.
El
hecho de que muchas veces las personas atacadas fueran niños, no
obedece a motivos casuales, y es que hemos de pensar que estos eran
el sector de la población más vulnerable, por no tener la misma
fuerza que un adulto, además de no contar con armas con las que
poder defenderse.
Parece
ser que
este lobo una vez que fue abatido en 1839, la situación poco a poco
fue restableciéndose, no obstante, como nos recuerda
Segura
Barreda en 1868, el riesgo y temor estuvo como veremos presente hasta
entrada la segunda mitad del siglo XIX en las tierras del norte de
Castellón, ya que es a partir de ese momento, cuando este cánido
comenzaría a entrar en una fuerte regresión, que le acabaría
conduciendo a su extinción en la zona.
Respecto
al lobo de la Matarraña (y que se movía entre la frontera de las
tierras turolense, tarraconense y
castellonense), nos llama poderosamente la atención alguno de los
testimonios que con el trascurso del tiempo irían generándose, ya que
entre la gente se decía que aquellos ataques podían haberse
producido por una hiena, que se le habría escapado a un domador. Este relato, que para nosotros carece de
sentido, merece la pena ser destacado, puesto que,
precisamente,
lo veremos también presente en la famosa historia de la Bestia de
Gévaudan.
Así
pues, consideramos que no será un hecho casual, que en el caso
francés, las primeras teorías que se esbozaron para explicar los
ataques a sus vecinos, comentaban
que
podrían estar relacionados con una hiena que se escapó de una feria
ambulante. En este caso en concreto, sabemos que después de
conseguir matarse la que se denominará como la “primera bestia”,
aquel animal se llegó a exhibir, siendo estudiado y descrito con
minuciosidad, dejando claro por diversos expertos, que en realidad se
trataba de un lobo, aunque con unas dimensiones inusuales
para lo
que podía ser su tamaño medio.
Es
por este motivo, que entendemos,
como también en el caso de nuestra región, ocurriría un hecho
similar, convirtiéndose con el trascurso del tiempo, a través de
los relatos y leyendas que circulaban por el lugar, en una criatura
exótica y extraña, como era el caso de la hiena, aunque nada más
lejos de la realidad, con toda probabilidad, pensamos que se trataría
de un lobo más, como los que habitaban nuestras montañas.
La creu del llop (imagen de Virgili Verge)
Una
propuesta personal sobre la ocurrencia de aquellos hechos
Un
dato también muy importante que no se ha tenido en cuenta, y que
consideramos que puede ayudar a explicar mejor esta serie de ataques
entre los años 1835 y 1839, es que precisamente, estos se producen
durante el conflicto de la primera guerra carlista (1833-1840), no
siendo a nuestro juicio un fenómeno casual, que “curiosamente”,
el área interior fronteriza de Aragón, Catalunya y Castellón, fuese uno de los puntos más
afectados por este conflicto, al convertirse en uno de los principales bastiones
donde los rebeldes se atrincheraron, además de contar con el apoyo
de mucha de la gente nativa de nuestro terreno.
Es
por ello que entendemos que una parte de esta serie de ataques,
pudieran deberse al abandono al cual estaban expuestas muchas de
nuestras explotaciones, donde los masoveros y pastores, en lugar de
cuidar de sus rebaños, se vieron más inmiscuidos por los daños
colaterales del conflicto, que en las obligaciones de su día a día,
donde también pudieron jugar un papel importante las políticas de
restricción, que en determinados momentos obligaron a que las masías
pasaran a cerrarse, quedando así las labores cotidianas de
mantenimiento
del
territorio, dejadas de lado.
No
olvidemos que los pastores y ganaderos, antaño, además de criar a
sus reses, debían mantenerlas protegidas, lo que por norma general había
de efectuarse desde una gestión cinegética que controlaba las
poblaciones de alimañas, y que obviamente en tiempos de guerra
quedarían en un segundo plano. Hemos
de pensar que muchas veces las labores de tipo cinegético, no solo
se efectuarán para la búsqueda de alimento, sino también (y más
en aquella época) para mantener controladas las poblaciones de
animales que pudieran atacar a su producción (el rebaño), de ahí
que controlar el número de lobos era necesario.
Por
ello, a modo de conclusión, pensamos que si por aquel entonces estas
actuaciones, y que eran indispensables, no se habían efectuado debido al abandono generado en las inmediaciones de las explotaciones
animales, aquello podría haber motivado un mayor riesgo de peligro, y por tanto, de la presencia de un ejemplar como el que nos ocupa.
Si
a esto le añadimos, que las bajas generadas justo en este perímetro
geográfico durante la contienda no fueron escasas, y en donde el lobo
podría haberse encontrado con restos humanos que le acabarían
sirviendo como alimento, partimos, pues,
de
suficientes argumentos, para plantear como hipótesis, que lobos como
este, ya estaban más que familiarizados con el consumo de carne
humana, lo que incrementaría si cabe su voracidad hacia las personas.
David
Gómez de Mora