jueves, 12 de diciembre de 2024

Algunas tradiciones y creencias sobre Todos los Santos y Fieles Difuntos en La Peraleja

El temor a la muerte, así como la multitud de creencias que rodean la festividad de Todos los Santos, es algo que inmediatamente se percibe en el folklore peralejero cuando uno analiza las diferentes costumbres que se extendían entre nuestros ancestros.

Como sabemos, este tipo de creencias, no deben únicamente circunscribirse al ámbito local, pues tenemos constancia de como algunos de los que se entienden como malos augurios, se expanden también por buena parte de la provincia conquense, e incluso en zonas más alejadas.

Clarificar su origen, es bastante complicado, no obstante, salta a la vista que además de los que veremos estrechamente relacionados con la religión católica, habrá otros que perfectamente ahondan más en el tiempo, arrastrando reminiscencias paganas.

En La Peraleja, uno que estaba muy extendido hasta no hace tanto en el tiempo, es el de que cada vez que una lechuza se posaba sobre la zona alta de la Iglesia del Arcángel San Miguel, según los vecinos, aquello era presagio de una muerte inminente entre alguno de los habitantes.

Tengamos en cuenta que las lechuzas son animales recogidos en las Sagradas Escrituras, además de un ave nada difícil de ver en este territorio. Otra criatura, aunque en esta ocasión mitológica, sobre la que se contaban relatos de terror, era el monstruo del (este tenía los rasgos de un búho antropomorfo, que era especialmente mencionado para asustar a los niños).

Resultan interesantes estas ideas paralelas que retroalimentan más si cabe el temor sobre este tipo de criaturas, puesto que la lechuza es un animal que la simbología medieval ha relacionado con el pueblo judío que traicionó al Hijo de Dios, si a ello le añadimos que es un ave nocturna (otro atributo negativo dentro de nuestra concepción occidental), y que además emite un sonido que nos trae a la mente los lamentos de una persona, contamos, pues, con suficientes características para explicar el porqué de esa idea negativa tan extendida entre nuestros antepasados alrededor de los búhos y las lechuzas.

De la misma forma, las creencias y manías, también se extendían en el ámbito de la gastronomía. Así pues, una era la que recomendaba como durante las jornadas de Todos los Santos y Fieles Difuntos, no se elaboraran gachas. En cambio, se entendía que hacer puche no comportaba ningún problema, ya que se decía que las ánimas no acudirían hasta las casas para hacer de las suyas.

Otra de las acciones mal vistas durante aquellos días era la de salir a cazar. Es por este motivo que la práctica cinegética estaba prohibida. Por ello se recordaba al vecindario una canción, que relataba la historia de un cazador y una liebre, en la que el hombre que había incumplido la obligación de no salir a cazar, podía llevarse una sorpresa nada apetecible. Igualmente, la disposición de calabazas en las zonas altas de la localidad, tenía una funcionalidad protectora, pues estaba extendida la creencia de que si estas se distribuían en zonas destacadas, como espacios elevados o puntos de acceso a la población, aquellas se creía que protegían el lugar de almas intrusas, en su intento por acceder a casas ajenas.

Sabemos por ejemplo que en otros lugares como la vecina localidad de Saceda del Río, la gente de antaño pensaba que los árboles que se encuentran en la orilla del río Peñahora que quedaban anexos al municipio, protegían a sus vecinos de enfermedades y otros males que pudieran afectarles.

David Gómez de Mora

Cronista Oficial de La Peraleja

miércoles, 11 de diciembre de 2024

La creu del llop de Peñarroya de Tastavins

Durante los años treinta del siglo XIX, tenemos constancia a través de documentación histórica, información detallada sobre la presencia de un lobo que a lo largo de la zona fronteriza de Catalunya y Aragón, efectuó diferentes ataques, que acabaron traduciéndose en la muerte y temor de muchas personas. Una situación en la que el miedo se apoderó de las gentes que habitaban la zona que hoy engloba la franja que va desde el Baix Ebre hasta la Matarraña.

Aquella bestia, finalmente, tras varios años de ataques, acabaría siendo abatida en la localidad de Peñarroya de Tastavins, enclave limítrofe del interior de las tierras turolenses, aunque lindante con la Tinença de Benifassà, donde se puso punto y final a una pesadilla que llevaba aterrorizando a sus gentes desde hacía casi un lustro.

Tengamos en cuenta que la mayor parte de las personas que mató aquel lobo, eran niños, que como era normal, en aquellos tiempos ejercían labores de ayuda en el campo o en las masías de sus familiares, de ahí que este cánido aprovechara su vulnerabilidad.

Conocemos datos sobre algunas de esas personas (edad de la víctima, año del suceso, lugar, o que estaban haciendo en el momento cuando se produjo el ataque). Lo cierto es que entre este animal, y la famosa Bestia de Gévaudan, habría solo una separación de unas siete décadas, por lo que no hemos de olvidar, que nos encontramos en una época donde este tipo de tragedias, parece ser que hasta que no llegamos a finales del siglo XIX, eran una realidad. Manteniendo en alerta constantemente a las personas que vivían en las zonas rurales, donde este animal habitaba. Precisamente, un hito que recuerda uno de los ataques producidos por ese famoso lobo de nuestras tierras, es la conocida como “creu del llop.

En este punto, cuenta la tradición que es donde una de sus víctimas se vio sorprendida. Se decía que aquel lobo tenía un tamaño muy por encima del que poseía la media, recordándonos a esos "llopasos" (lobazos) que serán descritos por testimonios de las tierras tarraconenses del Priorat, y que tantos sustos como tragedias habían ocasionado a sus gentes.

Sabido era por nuestros antepasados el daño que el lobo podía ocasionar, especialmente entre las cabañas ganaderas, no obstante, el temor a que esas ofensivas se extendieran hasta los vecinos del lugar, era algo también que recurrentemente preocupaba. De ahí que en más de una ocasión, en lugares como Fredes, el municipio sellaba con listones de madera sus dos principales vías de acceso (carrers d'enmig i major), para que así estos lobos no consiguieran entrometerse dentro de su pequeño casco urbano.

El hecho de que muchas veces las personas atacadas fueran niños, no obedece a motivos casuales, y es que hemos de pensar que estos eran el sector de la población más vulnerable, por no tener la misma fuerza que un adulto, además de no contar con armas con las que poder defenderse.

Parece ser que este lobo una vez que fue abatido en 1839, la situación poco a poco fue restableciéndose, no obstante, como nos recuerda Segura Barreda en 1868, el riesgo y temor estuvo como veremos presente hasta entrada la segunda mitad del siglo XIX en las tierras del norte de Castellón, ya que es a partir de ese momento, cuando este cánido comenzaría a entrar en una fuerte regresión, que le acabaría conduciendo a su extinción en la zona.

Respecto al lobo de la Matarraña (y que se movía entre la frontera de las tierras turolense, tarraconense y castellonense), nos llama poderosamente la atención alguno de los testimonios que con el trascurso del tiempo irían generándose, ya que entre la gente se decía que aquellos ataques podían haberse producido por una hiena, que se le habría escapado a un domador. Este relato, que para nosotros carece de sentido, merece la pena ser destacado, puesto que, precisamente, lo veremos también presente en la famosa historia de la Bestia de Gévaudan.

Así pues, consideramos que no será un hecho casual, que en el caso francés, las primeras teorías que se esbozaron para explicar los ataques a sus vecinos, comentaban que podrían estar relacionados con una hiena que se escapó de una feria ambulante. En este caso en concreto, sabemos que después de conseguir matarse la que se denominará como la “primera bestia”, aquel animal se llegó a exhibir, siendo estudiado y descrito con minuciosidad, dejando claro por diversos expertos, que en realidad se trataba de un lobo, aunque con unas dimensiones inusuales para lo que podía ser su tamaño medio.

Es por este motivo, que entendemos, como también en el caso de nuestra región, ocurriría un hecho similar, convirtiéndose con el trascurso del tiempo, a través de los relatos y leyendas que circulaban por el lugar, en una criatura exótica y extraña, como era el caso de la hiena, aunque nada más lejos de la realidad, con toda probabilidad, pensamos que se trataría de un lobo más, como los que habitaban nuestras montañas.


La creu del llop (imagen de Virgili Verge)


Una propuesta personal sobre la ocurrencia de aquellos hechos

Un dato también muy importante que no se ha tenido en cuenta, y que consideramos que puede ayudar a explicar mejor esta serie de ataques entre los años 1835 y 1839, es que precisamente, estos se producen durante el conflicto de la primera guerra carlista (1833-1840), no siendo a nuestro juicio un fenómeno casual, que “curiosamente”, el área interior fronteriza de Aragón, Catalunya y Castellón, fuese uno de los puntos más afectados por este conflicto, al convertirse en uno de los principales bastiones donde los rebeldes se atrincheraron, además de contar con el apoyo de mucha de la gente nativa de nuestro terreno.

Es por ello que entendemos que una parte de esta serie de ataques, pudieran deberse al abandono al cual estaban expuestas muchas de nuestras explotaciones, donde los masoveros y pastores, en lugar de cuidar de sus rebaños, se vieron más inmiscuidos por los daños colaterales del conflicto, que en las obligaciones de su día a día, donde también pudieron jugar un papel importante las políticas de restricción, que en determinados momentos obligaron a que las masías pasaran a cerrarse, quedando así las labores cotidianas de mantenimiento del territorio, dejadas de lado.

No olvidemos que los pastores y ganaderos, antaño, además de criar a sus reses, debían mantenerlas protegidas, lo que por norma general había de efectuarse desde una gestión cinegética que controlaba las poblaciones de alimañas, y que obviamente en tiempos de guerra quedarían en un segundo plano. Hemos de pensar que muchas veces las labores de tipo cinegético, no solo se efectuarán para la búsqueda de alimento, sino también (y más en aquella época) para mantener controladas las poblaciones de animales que pudieran atacar a su producción (el rebaño), de ahí que controlar el número de lobos era necesario.

Por ello, a modo de conclusión, pensamos que si por aquel entonces estas actuaciones, y que eran indispensables, no se habían efectuado debido al abandono generado en las inmediaciones de las explotaciones animales, aquello podría haber motivado un mayor riesgo de peligro, y por tanto, de la presencia de un ejemplar como el que nos ocupa.

Si a esto le añadimos, que las bajas generadas justo en este perímetro geográfico durante la contienda no fueron escasas, y en donde el lobo podría haberse encontrado con restos humanos que le acabarían sirviendo como alimento, partimos, pues, de suficientes argumentos, para plantear como hipótesis, que lobos como este, ya estaban más que familiarizados con el consumo de carne humana, lo que incrementaría si cabe su voracidad hacia las personas.

David Gómez de Mora