Perdices, codornices, conejos, liebres y jabalís, serán algunos de los ejemplares más buscados en esas dietas de antaño, donde la carne de caza era un componente indispensable en la alimentación de nuestros ancestros. Tanto las ballestas y arcos, como posteriormente las armas de fuego, eran siempre aprovechadas, fuese tanto para defender las explotaciones del daño que podían generar los animales en las zonas de cultivo o en el ganado, así como en la búsqueda de un alimento que no estaba al alcance de todo el mundo.
Por otro lado, el apoyo de los perros era importante en determinados tipos de caza (tal y como sigue sucediendo), sin olvidarnos de animales como el hurón, el cual entra en la madriguera provocando la salida de conejos y liebres para que el cazador finalice la operación. Sabemos que por ejemplo estos ejercían otras labores adicionales, como la desratización de los corrales.
Sin lugar a duda, una de las especies cinegéticas más apreciadas era el jabalí, por ello los lugares con presencia de agua (charcas o lagunas), eran cazaderos idóneos, especialmente en la época estival, cuando esta carne era escasa.
En aquellos tiempos la gente era muy pragmática, de ahí que por ejemplo los cuernos de determinados animales se empleaban como recipiente para el almacenaje de pólvora. Pensemos además que había muchas restricciones (especialmente hasta el siglo XIX) por lo que no todo el mundo tenía acceso a una escopeta. De ahí que estas se trasmitieran generacionalmente entre los miembros de una casa como un objeto de preciado valor.
Sabemos que el jabalí es un animal prudente, inteligente, con un oído y olfato desarrollado, lo que provoca que su caza no sea tan sencilla como algunos creen. Su fuerza y peligrosidad cuando está herido, bastante conocida es por cazadores curtidos, ya que estos pueden embestir con energía. Su dentición se compone de 44 piezas, destacando sus colmillos, que con el trascurso del tiempo van creciendo, por lo que el animal los afila muy a menudo, para que así corten mucho mejor.
Thaleka en su didáctica cinegética de caza menor, comenta el problema que genera el granizo en las poblaciones de estas aves; así pues, “durante la estación calurosa, desgraciadamente son frecuentes las tormentas y tempestades que forman las nubes que descarga el granizo, que, bajo todos los conceptos, resulta un meteoro ¡terrible y desfavorable!, porque, aparte los daños que causa a los cultivos y la agricultura en general, muere mucha caza si es antes de septiembre, en que mata a los pollos de perdiz y otras aves que aún no tenían la suficiente resistencia ni desarrollo y no saben defenderse ni guarecerse” (Thaleka, 1959, 33).
Las gentes con menos recursos, harán uso del ingenio con diferentes tipos de trampas, que se convirtieron en una de las formas más extendidas que ayudaban a combinar la obligación del trabajo en el campo, al mismo tiempo que poder tener la suerte de que alguna presa cayera, y así disponer de una fuente de alimento adicional que llevarse a casa.
No obstante, y como se ha comentado, la práctica cinegética, no siempre se desarrolla para la búsqueda de alimento, sino también para el control de poblaciones de animales. Esto lo veremos con ejemplares como el zorro y el lobo, los cuales siempre se cazaron para mantener a raya las explotaciones ganaderas.
Estos poseen una alta capacidad de adaptación al territorio, de ahí que históricamente siempre han abundado, especialmente en nuestra franja geográfica. No obstante, si el lobo llegó a desaparecer a principios del siglo XX debido a la intensa persecución que se le dio, no se podría decir lo mismo del zorro, el cual ha conseguido sobrevivir de modo permanente, a pesar de haber estado presente incluso en momentos críticos, cuando la presión sobre la especie era muy elevada.
Para concluir, no podemos pasar por alto el caso de las rapaces, y sobre las que Kees Woutersen ya nos indica que “desde el siglo XVII las rapaces diurnas han sido perseguidas y matadas sistemáticamente por el hombre en toda Europa. Aunque estas aves han sido perseguidas desde ‘siempre’, no es hasta el siglo XVIII cuando se alcanzan unas cotas tan altas, de tal manera que empiezan a influir gravemente en sus poblaciones (…) el miedo a que estas mataran especies de caza ha influido especialmente en estas matanzas sistemáticas” (Woutersen, 2000, 11). Añade el autor “la persecución aumentó en el siglo XVIII debido a la mejora de las escopetas y se dio una persecución en gran escala como nunca se había visto en Europa” (Woutersen, 2000, 11).
Cierto es que además de resultar en ocasiones un competidor para los cazadores, sabido es que aves como los buitres, pueden buscar comida en las crías de ganado en el momento del parto, comportando ello no solo la muerte de esta, sino que también la de la madre.
David Gómez de Mora
Bibliografía:
*Ledesma Rubio, María Luisa (1989). “La caza en las cartas de población y fueros de la Extremadura Aragonesa”. Aragón en la Edad Media, Nº8, pp. 427-440
*Thaleka (Juan Soler Lluch, 1959). Didáctica cinegética. Tratado de caza menor. Editorial Pulide, 319 pp.
*Woutersen, Kees (2000). Fieras, rapiña y caza. Historia de la fauna de Aragón, 127 pp.