El temor a la muerte, así como la multitud de creencias que rodean la festividad de Todos los Santos, es algo que inmediatamente se percibe en el folklore peralejero cuando uno analiza las diferentes costumbres que se extendían entre nuestros ancestros.
Como sabemos, este tipo de creencias, no deben únicamente circunscribirse al ámbito local, pues tenemos constancia de como algunos de los que se entienden como malos augurios, se expanden también por buena parte de la provincia conquense, e incluso en zonas más alejadas.
Clarificar su origen, es bastante complicado, no obstante, salta a la vista que además de los que veremos estrechamente relacionados con la religión católica, habrá otros que perfectamente ahondan más en el tiempo, arrastrando reminiscencias paganas.
En La Peraleja, uno que estaba muy extendido hasta no hace tanto en el tiempo, es el de que cada vez que una lechuza se posaba sobre la zona alta de la Iglesia del Arcángel San Miguel, según los vecinos, aquello era presagio de una muerte inminente entre alguno de los habitantes.
Tengamos en cuenta que las lechuzas son animales recogidos en las Sagradas Escrituras, además de un ave nada difícil de ver en este territorio. Otra criatura, aunque en esta ocasión mitológica, sobre la que se contaban relatos de terror, era el monstruo del Bú (este tenía los rasgos de un búho antropomorfo, que era especialmente mencionado para asustar a los niños).
Resultan interesantes estas ideas paralelas que retroalimentan más si cabe el temor sobre este tipo de criaturas, puesto que la lechuza es un animal que la simbología medieval ha relacionado con el pueblo judío que traicionó al Hijo de Dios, si a ello le añadimos que es un ave nocturna (otro atributo negativo dentro de nuestra concepción occidental), y que además emite un sonido que nos trae a la mente los lamentos de una persona, contamos, pues, con suficientes características para explicar el porqué de esa idea negativa tan extendida entre nuestros antepasados alrededor de los búhos y las lechuzas.
De la misma forma, las creencias y manías, también se extendían en el ámbito de la gastronomía. Así pues, una era la que recomendaba como durante las jornadas de Todos los Santos y Fieles Difuntos, no se elaboraran gachas. En cambio, se entendía que hacer puche no comportaba ningún problema, ya que se decía que las ánimas no acudirían hasta las casas para hacer de las suyas.
Otra de las acciones mal vistas durante aquellos días era la de salir a cazar. Es por este motivo que la práctica cinegética estaba prohibida. Por ello se recordaba al vecindario una canción, que relataba la historia de un cazador y una liebre, en la que el hombre que había incumplido la obligación de no salir a cazar, podía llevarse una sorpresa nada apetecible. Igualmente, la disposición de calabazas en las zonas altas de la localidad, tenía una funcionalidad protectora, pues estaba extendida la creencia de que si estas se distribuían en zonas destacadas, como espacios elevados o puntos de acceso a la población, aquellas se creía que protegían el lugar de almas intrusas, en su intento por acceder a casas ajenas.
Sabemos por ejemplo que en otros lugares como la vecina localidad de Saceda del Río, la gente de antaño pensaba que los árboles que se encuentran en la orilla del río Peñahora que quedaban anexos al municipio, protegían a sus vecinos de enfermedades y otros males que pudieran afectarles.
David Gómez de Mora
Cronista Oficial de La Peraleja