Saceda
del Río es un pequeño municipio, adscrito como pedanía a la histórica localidad
de Huete. Un enclave, que de acorde a los datos publicados en el último padrón del
Instituto Nacional de Estadística, se indica que en el año 2022 tenía censados un
total de 8 habitantes. Una reseña curiosa que para nada quita importancia al
pasado de este lugar, ubicado en medio de una zona natural, sobre la que se fue
gestando durante el trascurso del tiempo el asentamiento de una comunidad de
personas, dedicadas mayoritariamente al campo y la ganadería, cuya devoción y
religiosidad queda claramente manifestada a través de tesoros artísticos como apreciamos
en su Iglesia parroquial de la Natividad de Nuestra Señora.
El
peso que la religión católica tuvo en este lugar fue tal, que durante la
realización del Catastro de Ensenada (a mediados del siglo XVIII), se nos
informa de que el municipio contaba en ese momento con un total de ochos
religiosos, cifra que como sabemos en algunos momentos de su historia llegaría
incluso a ser un poco superior. Un dato aparentemente sin trascendencia, pero
que la posee si se contextualiza que en ese preciso momento, Saceda del Río tenía
solo alrededor de un centenar de casas de vecinos.
Su
Iglesia parroquial es una joya de la arquitectura sacra de estas tierras, donde
tenemos secciones y elementos que nos hablan de los diferentes periodos artísticos
por los que irá pasando el enclave, desde una portada románica, superando el
medievo e introduciéndonos en esas comunidades rurales de la zona, que durante
el periodo renacentista, como posteriormente en el barroco, se afianzaron y
manifestaron su situación económica con algunos periodos de bonanza, que se
manifestaron en la ejecución de diferentes piezas artísticas, de las cuales
Saceda tiene la grandísima fortuna de poder haber salvaguardado sus magníficos
retablos.
Así
pues, entrar en el interior de su templo es toda una suerte, ya que uno puede
sumergirse en el tiempo, contemplando los diferentes altares, y que son el
testimonio de un pasado con mucha historia.
La
relación de esta pedanía optense con su devoción a San Gregorio, resulta
difícil por ahora de precisar, aunque ya podemos anticipar que bebe de un
sustrato de varios siglos de antigüedad. Hecho que apreciamos en los libros sacramentales
de la localidad y que se custodian en el Archivo Parroquial de Huete, y en los
que uno detecta esa estrecha relación entre el sacedero de antaño y una advocación
a la que buena parte de su vecindario constantemente estaba encomendándose.
Sobre
el problema de la identificación de Gregorio Nacianceno y el Ostiense, como ya
se ha comentado en alguna ocasión, existe una confusión general extendida en
diferentes lugares de nuestra geografía peninsular, que podría responder a
varios motivos, ya que además de que ambos santos comparten idéntico nombre,
estos también han sido vinculados como protectores contra las plagas y
problemas derivados de los campos, además de poseer similares atributos con los
que a primera vista resulta complicado el poder diferenciarlos. Ello sumado al
resurgir que el Nacianceno tuvo durante la centuria del XVI y que acabaría
extendiendo su popularidad en muchas zonas (especialmente en las tierras de la
actual Castilla-La Mancha), explican el motivo por el que con el paso del
tiempo estos fueron venerándose, sin llegar a producirse distinciones que los
diferenciasen como en el caso que nos ocupa.
En
Saceda del Rio, San Gregorio además de ser hoy recordado en su altar mayor, llegará
a poseer una ermita propia, la cual siempre fue un lugar especial para nuestros
antepasados, por acudir anualmente a una bonita romería que movilizaba a buena
parte de la gente del pueblo.
A
pesar del estado de ruina en el que actualmente se halla, todavía podemos
presenciar los restos de esa modesta arquitectura, tan características de estas
tierras, que aprovechando los medios y recursos de la zona, hará todo lo
posible para que se alzase en este lugar un espacio de culto cargado de enorme
simbolismo para sus vecinos.
Suponemos
que en tiempos de Madoz (mediados del siglo XIX), esta todavía no se encontraba
en el estado de ruina actual, por lo que podría seguir siendo un lugar al que
se acudía anualmente. Los restos de la ermita se encuentran en las estribaciones
de lo que se conoce como los Altos de la Marquesa, cerca de los límites del
término de Bonilla, pero todavía dentro de las tierras de Saceda, en una cota
por encima de los 1000 m.s.n.m., distando a 2.500 metros del casco urbano, y
por donde se accedía entre fincas a través de un camino que los mayores
denominaban como “Camino del Santo”.
A
día de hoy todavía podemos presenciar los restos de su planta semicuadrada de
unos cinco metros de lado aproximadamente, junto con los resquicios de las
trompas que partiendo de las esquinas permitían que su techo se cerrara con una
cúpula. Sus paredes poseían un grosor aproximado de unos 50 centímetros, y
aparentemente no disponía de ventanas en sus laterales, habiendo como entrada
de luz lo que era la zona abierta al exterior que quedaba en la pared de
enfrente de la puerta. Suponemos que en la parte superior habría una espadaña
con su correspondiente campana.
Como
ocurre con todas la advocaciones que veremos en un lugar concreto, estas no
responden a motivos casuales, de ahí que la veneración a San Gregorio, tenga
que relacionarse con la búsqueda de su protección, como intercesor para el
resguardo de las tierras de cultivo, esas que muchas veces en periodos de
caristía, como durante el desarrollo de riesgos biológicos (siendo el caso de
las plagas de langosta) u otros agentes atmosféricos que tiraran al traste la
cosecha de la temporada, ponían en jaque la supervivencia de muchas familias.
De la misma forma, la aparición de epidemias o enfermedades, generaban bajas,
que hacían que los campos no estuviesen en condiciones aceptables, y por tanto
no poder aprovechar los recursos que brindaba la tierra, y que como sabemos
exigía de un mantenimiento y trabajo constante, razón por la que tanto a través
de la acción indirecta de pestes o bien por el daño causado durante el
trascurso de episodios naturales, era casi siempre necesaria la búsqueda de la
intercesión del santo. Como
en todos los municipios de tradición católica, la Pascua era uno de los
momentos más importantes del calendario litúrgico, por ello durante el Domingo
de Ramos, los vecinos cogían ramilletes de olivo que eran bendecidos por el
párroco con su hisopo, siendo luego depositados en las verjas de ventanas y
balcones de los hogares. Estaba extendida la creencia que cuando se avecinaban
fuertes tormentas o nubarrones sospechosos de traer una descarga violenta, los
habitantes recogían un trozo de rama de olivo para ser depositada en la
chimenea, pues con ello se decía que se prevenía de la caída de rayos o granizo
en los campos.
Algunas
de las verjas de la vivienda se solían acompañar con cruces, de modo que el
efecto protector se agudizara. Por un lado aparte de su funcionalidad salvaguardadora
contra rayos y tormentas, estaba también extendida la creencia de que estas
ramas protegían de aquellos malos espíritus que se pudieran introducir en la
casa, además de portar prosperidad a la familia que habitaba en su interior.
En
este sentido, otra de las operaciones que realizaban los vecinos ante la caída
de granizo, era la de colocar de forma invertida los trébedes (del latín
tripĕdis, “trípode”), de modo que las patas se disponían mirando hacia al
cielo. Se solían poner en la calle, alrededor de la vivienda o en el patio de
la misma, pues se decía que de esta forma se evitaba la caída del tan temido
pedrisco y que podía echar al traste toda la cosecha de la temporada. Esta
costumbre la veremos extendida por diferentes lugares de la Península,
creyéndose que tiene sus reminiscencias como mínimo en tiempos del medievo,
cuando ya hay constancia de su empleo en lugares variopintos. Igualmente
veremos al párroco bendecir el término en determinadas romerías, para que de
este modo el suelo que trabajaban los agricultores quedara protegido por la
mano de Dios.
Ahora
bien, y respecto a San Gregorio, conocemos diferentes episodios, que son
citados en la obra de Manuel de Parada (2019, apuntes para una bibliografía
optense), donde apreciamos la aparición de determinados momentos relacionados
con pestes y plagas, que como anteriormente se ha referido, pudieron haber
promovido seguramente esa búsqueda de una protección espiritual, y que hemos de
pensar que si acontecieron en la cercana localidad de Huete, muy probablemente
por proximidad a Saceda del Río, estos también podrían haberse dejado sentir
entre sus gentes.
Cabe
recordar como este tipo de riesgos biológicos fueron una realidad que periódicamente
azotaban a la población, así lo veremos con la pandemia de mediados del siglo
XIV, o posteriormente con brotes de peste como el de 1494, además del ocurrido
el año 1540, o los episodios tan dramáticos de finales del siglo XVI, los cuales
hicieron sus estragos por estas tierras, y que todavía reaparecerían poco
después, como sucedería en 1601, motivo por el que Juan Bautista de Briones
redactaría su famoso “Discurso lastimoso de la peste que hubo en la ciudad de
Huete en 1601”.
Sobre
plagas de langosta Manuel de Parada indica que además de 1619, “Luis Suárez Fernández en La crisis de la
hegemonía española; siglo XVII, tomo VIII, 1986, recoge plaga en la Ciudad de
Huete y contorno en los años 1674, 1675 y 1676 (…), así como también nos indica
Antonio Checa en el año 1709”.
Queda
con ello claro y a tenor de los datos que nos proporciona este autor, que el
siglo XVII fue una centuria dura para mucha de la gente de estas tierras, tras
la recurrente aparición de plagas de langostas como epidemias que azotaban el
marco geográfico de esta región, y que muy seguramente reforzarían esa
necesidad de encomendarse constantemente a la advocación gregoriana.
Sobre
el origen de San Gregorio en Saceda no contamos por ahora con una fecha exacta
que valga para atribuir un punto concreto de arranque a su devoción en el
santoral local. Únicamente, hasta el momento, de acorde a nuestras
investigaciones, podemos añadir que en el libro de defunciones de la Iglesia
parroquial de Saceda del Río y que abarca entre los años 1670-1738, se indica en
una partida del año 1699 referente a José García-Vaquero (fol. 139), que este
manda “cuando llegue el caso de hacer la
caja o retablo de San Gregorio, se de limosna para ayuda”.
Un
dato de sumo interés y que complementamos con otra referencia procedente escasas
hojas atrás del mismo volumen, donde podemos leer en la descripción de las
propiedades que integran la capellanía del sacedero Juan López-Lobo (fallecido
en 1653, pero cuya fundación se vuelve a trascribir a mediados del siglo XVII
), que en el pueblo existía una zona donde se hallaba “la senda que va a San Gregorio”, es decir, podemos suponer que
durante esta centuria en la localidad ya existía una ermita dedicada al santo.
Ambas
reseñas a pesar de no concretar el origen de la devoción a San Gregorio, nos
indican por un lado que en el siglo XVII este ya era venerado, además de que se
estaba programando la realización de un retablo en el que se debería colocar su
imagen.
David Gómez de Mora
Cronista Oficial de Saceda del Río
Referencias:
*Archivo
Parroquial de Huete. Libro de defunciones de Saceda del Río (1670-1738)
*Instituto Nacional de Estadística. Padrón de habitantes de Saceda del Río a 1 de enero de 2022
*(de)
Parada y Luca de Tena, Manuel (2019). Apuntes para una bibliografía sobre la
noble y leal ciudad de Huete. Madrid