sábado, 26 de octubre de 2024

Lobos y lobazos antaño en la montaña tarraconense

Hace escaso tiempo publicábamos datos alusivos a ataques de lobos, vividos durante el siglo XIX en las zonas interiores del norte de Castellón (a través de referencias como las que comentaba Segura Barreda), o también los datos aportados por Josep Maria Massip en la franja de Paüls y alrededores.

Si se analiza detenidamente la presencia de este animal por nuestras tierras durante ese periodo final de su existencia, en el que la población de esta especie ya se había visto drásticamente afectada en el número de sus representantes, llama poderosamente la atención, que a pesar de estar en una grave situación durante la segunda mitad del siglo XIX, no faltarán historias que relatarán el temor y preocupación por muchos de nuestros antepasados cuando caía la noche, especialmente cuando debían cubrir trayectos por dentro de zonas boscosas o apartadas de las poblaciones, donde el lobo todavía se podía dejar ver.

Estos relatos nos recuerdan el miedo que se vivía en espacios montañosos muy aislados como la franja de la Tinença de Benifassà, donde localidades como Fredes, debían sellar sus accesos con tablas de madera, garantizando al mismo tiempo el cierre de las puertas de sus viviendas. Una historia que se asemeja a la recopilación de situaciones escritas en la obra de Jaume Sabaté i Alentorn, en un interesante libro titulado “Bandolers, llops i vents al Priorat”, donde veremos como hasta hace poco más de 125 años, el lobo todavía era una realidad en muchos lugares del país.

En este trabajo, el autor extrae información de los diferentes pueblos de la zona investigada, recopilando relatos orales de la gente más mayor, que todavía por trasmisión oral recordaban, en un periodo, que como se ha indicado, hemos de entender que representa la etapa final en la que este animal se hallaba en nuestra zona.

Es por ello de agradecer la labor que historiadores como Jaume Sabaté en su día efectuaron, ya que esta se produce en un momento clave, puesto que nos encontramos ante las últimas generaciones de personas, que gracias a su memoria y arraigo con ese lugar, todavía pueden arañar al trascurso del tiempo, testimonios de enorme valor, que de no haberse dejado por escrito, con casi total seguridad buena parte de las personas ignorarían por completo.

El libro de Sabaté centra en uno de sus capítulos por localidades del Priorat, aquellos relatos que mencionan historias en las que aparecerá el lobo entre la gente del lugar. Estas, que la mayoría de ocasiones nos sitúan en la segunda mitad del siglo XIX, son una evidencia del miedo y dureza de la vida de aquellas personas que residieron en zonas rurales como la que representan esta comarca montañosa, y qué tierras más abajo conecta con la ribera del Ebro, y con la cual la población del norte de Castellón ya comenzamos a estar más familiarizados desde el punto de vista histórico como geográfico.

De los testimonios que trascribe Jaume Sabaté, comprobamos como cuando los campesinos se veían intimidados por uno o varios lobos que les seguían, una de las formas con la que intentaban ahuyentarlos, era dejando que su faja se arrastrara por el suelo mientras esa persona seguía desplazándose, así como también encendiendo fuego, para que así este cánido se apartara del lugar, ya que se decía que la luz de una hoguera o una antorcha casi siempre lo intimidaba. Igualmente, podemos leer en este libro, el uso de frases que todavía seguimos empleando, como resultado de esa herencia en la que el temor con toparse con un lobo, dará lugar al nacimiento de expresiones como “parece que has visto a un lobo” o “ver las orejas al lobo”.

El temor a que los lobos se introdujeran en las casas era algo habitual. Es por ello que la gente se encargaba de dejar bien cerradas las puertas, puesto que estos en muchos casos solían acudir hasta el área vecinal de los municipios. Esto obviamente explicaría esa preocupación en lugares como Fredes, con el uso de barreras de madera, para así impedir la entrada de este animal dentro del casco poblacional. Eran tiempos en los que no había supermercados, y por lo tanto, lo que se criaba en los corrales se cuidaba con mucho esmero, puesto que de ahí salía la alimentación y fuente de supervivencia de muchas familias de la época.

Una jauría de lobos hambrientos ataca a un campesino en Transilvania (1929). Original grabado polícromo. Anónimo. Reverso impreso. En: https://www.grabados-antiguos.com/product_info.php?products_id=61472

No faltarán en esta obra historias que relatan como se verán ejemplares de lobos, que debido a su tamaño y peso muy por encima de la media, eran en ocasiones temidos por los mismos cazadores, hasta el punto de que salía más a cuenta escapar del lugar, que intentar encarar a los animales para abatirlos. La llegada de la noche era un momento importante en esta zona montañosa, ya que con la marcha del Sol, veremos que el lobo comenzaba a tener mayor actividad.

Igualmente, se recomendaba no salir a partir de las horas nocturnas, ya que las posibilidades de encontrárselos se multiplicaban. Los habitantes más mayores, casi siempre recordaban relatos en los que en alguna ocasión se había tenido algún encuentro con el cánido, así como de gente que había salvado su vida por subirse a la zona alta de un árbol o llegar lo antes posible a una masía, y así conseguir perderlos de vista. Este tipo de historias, son también recogidas en los testimonios de la obra de Sabaté, y que si los comparamos con otras narraciones extendidas por la Península, veremos que guardan elementos en común.

Otra cuestión que debemos tener en cuenta, es que no todo el mundo contaba con una escopeta, pues esta arma de fuego, no siempre estaba al alcance de todo el mundo, por ello era normal, que el garrote se convirtiera en una de las herramientas más usadas por aquellas personas, como garantía mínima para intentar ahuyentar al animal.

Sabemos que los lobos muchas veces se acercaban hasta las explotaciones o zonas donde había animales, por eso era importante tener el ganado a buen resguardo, contando los corrales con muros suficientemente altos, para que otras alimañas como los gatos monteses tampoco pudiesen entrar, y que al mismo tiempo se podían reforzar con “bardas”, es decir, restos de espinos y brozas que se colocaban en el remate superior de la pared, de forma que incluso las especies trepadoras no llegasen a introducirse en el interior.

Las historias de como un par de lobos se colocaban a lado de viandantes, siguiéndoles durante trayectos que se hacían eternos, veremos que son también otro de los ejemplos recogidos por Jaume Sabaté.

Igualmente, la presencia de determinadas cruces en medio de los caminos, eran también elementos protectores según la creencia de la época, así como indicativo de personas que habían fallecido por el ataque de este animal. En las áreas con mucha vegetación boscosa, se recomendaba no merodear mucho rato. Así pues, en las zonas apartadas, como podían ser masías o ermitas, eran puntos de cierto riesgo, al carecerse de bastante ayuda si se necesitaba.

Tampoco faltarán historias que hablarán del “llopás” o lobazo que con su tamaño intimidaba, y que además podía llegar a verse en repetidas ocasiones en un mismo lugar. También veremos la importancia de proteger a los perros encargados de velar por el ganado con las características carrancas en sus cuellos. Entre las muchas historias que recoge Sabaté, podemos destacar la de un lobo rabioso que en 1844 en la zona de La Poboleda atacó a varias personas, hiriendo por desgracia a algunas de estas, por lo que tras haber sido mordidas por el animal rabioso, finalmente acabaron falleciendo (Sabaté, 2000, 66).

Otro caso que cita el autor, es un testimonio que sitúa en la localidad de Siurana de Prades (Sabaté, 2000, 68-69), en el que un niño de escasa edad cuya familia vivía en una masía, se vio atacado por un lobo que consiguió entrar en la vivienda, con la fortuna de que la madre tuvo tiempo de actuar, permitiendo que el lobo soltara a la criatura. Aquel niño consiguió salvar su vida, aunque como resultado del ataque, quedó con el labio partido el resto de su vida.

Esta historia nos recuerda bastante a una de las personas atacadas en Francia en la segunda mitad del siglo XVIII por la Bestia de Gévaudan, en la que una madre de forma heroica consiguió rescatar a su hijo cuando estaba siendo arrastrado por el lobo. Un hecho que por desgracia fue más habitual de lo que nos podemos imaginar, pues el mismo Segura Barreda ya relata como en las tierras del norte de Castellón “era muy común el cebarse los lobos en la carne de los niños, que un momento de descuido les proporcionaba” (Segura, 1868, 60, vol. I).

David Gómez de Mora


Referencias:

*Massip i Gisbert, Josep Maria (2013). “El lobo blanco de els Ports. Nuevos datos de unos años trágicos”, nº78. Mètode, pp. 9-13

*Sabaté i Alentorn, Jaume (2000). Bandolers, llops i vents al Priorat. Col·lecció Camí Ral, nº16, 94 pp.

*Segura Barreda, José (1868). Morella y sus aldeas. Volumen I. Ed. Javier Soto, 460 pp.

davidgomezdemora@hotmail.com

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Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 25 libros entre 2007-2024, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo local. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).