Dentro del rico bestiario castellano en el que se recogen muchos de los seres mitológicos que enriquecen la tradición y mentalidad de nuestros antepasados, merece la pena destacar el caso del Bú, un animal representando como un gigantesco búho de rasgos antropomorfos, que según cuenta la leyenda perseguía a los niños que no obedecían a sus padres.
El Bú tenía el rostro de un ave, fuertes garras en sus brazos y pies, además de unos característicos ojos rojos, junto con un gran pico afilado con el que podía entrar por las ventanas de las viviendas en busca de zagales que no obedecían a sus progenitores (especialmente cuando llegaba la hora de dormir). Incluso se decía que podía volar, ya que como cualquier ave disponía de dos grandes alas con las que recorría largas distancias.
Conocemos diferentes referencias del Bú tanto en la zona de Castilla y León como en La Mancha. Los adultos solían acordarse de él cuando los niños se alejaban del pueblo, razón por la que veremos como su designación muchas veces se fosilizará entre la toponimia local de aquellas franjas apartadas del área poblada, tal y como sucede en el caso de La Peraleja. Su guarida eran los bosques o pinares, donde permanecía escondido hasta el momento que escuchaba las voces de los niños, además de cuando caía la noche.
Dentro de la partida peralejera del Bú, apreciamos y no por designios del azar la existencia de un barranco llamado con el nombre del mochuelo, e incluso una zona concreta, lindante con Villanueva de Guadamejud, así como anexa a la del Bú, conocida precisamente con el nombre del “búho”, hecho que claramente nos estaría señalando un perímetro de terreno en el que la presencia de esta ave de rapiña y que se extiende por buena parte de la geografía conquense, sería aprovechada para señalar su zona de residencia, fusionándose pues con la leyenda extendida entre los vecinos del lugar.
Los que conocen bien este área de la Alcarria conquense, saben que incluso a día de hoy no cuesta mucho encontrar ejemplares de esta ave entre la rica fauna que se refugia en los pinares que se adaptan a las laderas de las muchas lomas que rompen con la hegemonía de las vegas y llanuras cultivadas de los campos de la Alcarria. La tranquilidad y el silencio de espacios rurales apartados de bullicio urbano, permitían que el canto del animal fuese claramente percibido, una excusa perfecta con la que se recordaba a los niños que ya había llegado la hora de dejar de jugar en la calle y marchar a sus hogares, pues el Bú no andaba muy lejos de allí.
David Gómez de Mora
Cronista Oficial de La Peraleja