Entre los bienes de la capellanía que fundó el maestro don Baltasar Domínguez (un peralejero que ejerció como cura en la villa de Recuenco), se citan determinados parajes y propiedades de labradores locales, que nos ayudan un poco a hacernos una idea sobre como estaba distribuida la tierra entre algunas de las familias más destacadas de esta localidad.
El testamento comienza citando una ermita dedicada a San Francisco, y que se hallaba justo en las inmediaciones de la población, de ahí que esta se situara en la zona de extramuros. Recordemos que muchas localidades tenían diferentes construcciones de esta tipología, por lo que en ocasiones se alzaban a petición de un particular encargado de sufragarlas, tratándose de modestos edificios en los que si no se realizaba un adecuado mantenimiento, estos podían caer en estado de ruina, a pesar de las obligaciones que conllevaba su ejecución. Al respecto, en La Peraleja conocemos además de la popular ermita de Nuestra Señora del Monte, otra que se encuentra dedicada a San José, o una ya desaparecida y que tenía por titular a Santa Ana. Como solía ser habitual, ocupaban los espacios que coronaban los cerros (en este caso en cotas levemente superiores a los 900 m.s.n.m.), y nunca excesivamente lejos del municipio, para que así sus vecinos pudiesen frecuentarlas, especialmente durante los días de romería.
Respecto al patrimonio de Baltasar Domínguez, vemos como entre los topónimos que se mencionan está el de una finca ubicada en lo alto de la sierra, en un paraje llamado “la lamparilla”. Esta tierra de doce almudes de trigo lindaba por un lado con un corral que se adscribía a la capellanía fundada por Jerónimo de Hernánsaiz, así como por otra parte con una propiedad de la capellanía creada por Tomás González Palenciano (personaje cuya familia ya hemos tratado con anterioridad en algún artículo).
Otra parcela era la que el religioso tenía en un paraje denominado como “la coronilla”, con cabida de cuatro almudes de trigo de sembradura, y que entre sus lindes tenía como límite la propiedad del presbítero de Santa María del Campo, don José de Ceza, un linaje de la nobleza optense que comenzó a proyectarse a partir del siglo XVI y que más tarde conseguiría que se le reconociese su nobleza. Otra finca de idénticas dimensiones, así como lindante con el religioso antes citado se hallaba en esas inmediaciones. Sabemos que el topónimo de la coronilla todavía persiste, aunque bajo la forma plural de las coronillas, al hacer alusión a las diferentes lomas redondeadas que coronan la últimas elevaciones que transitan por esa zona abrupta, y que lindan con la franja de la Sierra de La Peraleja. Otro topónimo diferente aparece en una propiedad que recoge la escritura, esta vez situada en la zona del “hornillo”. Nombre que seguramente nos está recordando la mayor temperatura que se percibe en el área, al estar expuesta a una mayor radiación solar. Esta propiedad sabemos que daba al religioso diez almudes de trigo de sembradura, estando a poniente con la finca de la capellanía del cura don José Benito, otro peralejero que ejerció en Villar del Águila. Por último otra tierra era la que lindaba con las fincas de varios labradores peralejeros, siendo este el caso Miguel de Molina, o el vínculo de José de la Fuente Higueras.
Queda claro que tanto la iglesia a través de las fundaciones religiosas, como los labradores particulares que mantenían diferentes propiedades, bien bajo la figura de un vínculo, o repartidas de forma disgregada a lo largo del término, conformarán la base de la economía agrícola que se moverá en esta localidad durante el trascurso de los siglos. Bien es cierto que la ganadería fue un añadido que complementaba parte de esa vida campesina, tal y como evidencian diferentes topónimos, así como los restos de corrales que todavía podemos presenciar a lo largo de las tierras de La Peraleja.
Del mismo modo, no hemos de olvidar que la casa de los Domínguez es una de las más antiguas que tenemos registradas en La Peraleja, y es que durante la primera mitad del siglo XV, ya se cita a los vecinos Juan y Martín Domínguez.
David Gómez de Mora
Cronista Oficial de La Peraleja