martes, 3 de mayo de 2022

Familias del Barrio de Atienza de Huete. El florecimiento de una burguesía agraria durante los siglos XVI y XVII

No es la primera vez que relatamos como era el día a día de muchas de aquellas casas de labradores que disfrutaban de una posición de cierto bienestar, y que a pesar de no insertarse dentro de la nobleza local, disponían de bienes que les permitían vivir de forma digna, sin perder la ilusión de llegar a ascender dentro de una sociedad estratificada en la que el pedrigree familiar pesaba mucho en las aspiraciones que uno podía llegar a alcanzar en su paso por este mundo terrenal.

En Huete, hablar de apellidos como el de Burbanos o Barajas es hacerlo de linajes de campesinos con independencia y disponibilidad de tierras, que sin insertarse dentro del sector de los grandes terratenientes hidalgos, poseían al menos una cierta calidad de vida, que les ayuda a subsistir en un periodo donde la miseria, el hambre y las guerras eran por desgracia algo cotidiano.

En el año 1665, María de Burbanos realizaba un codicilo ante el escribano Cristóbal de Rozalén, es decir, una modificación de su testamento inicial, que a pesar de no comportar una alteración en las últimas voluntades relativas a la repartición de bienes con sus herederos, conllevaba una serie de cambios, en este caso vinculante al número de misas pagadas y la forma de celebrarse la liturgia con la que se diera descanso eterno a su cuerpo.

María era viuda del juanista Marco de Barajas, por lo que casó después con Miguel de Liñán. En un primer momento la señora Burbanos solicitó que se le celebrasen 400 misas por la salvación de su alma, además de que el Cabildo de curas y beneficiados y capellanes de Sal Ildefonso y religiosos del convento de San Francisco acompañase su cuerpo. A esta cantidad indicará que se le debían de añadir otras 100 misas (40 para sus padres y demás personas, otras 40 para su primer marido Marcos, y las 20 restantes para las ánimas del purgatorio). El cómputo final daba como resultado un total de 500 misas.

No sabemos qué sucedió tiempo después de exigir sus últimas voluntades, pero María cambió de idea, reduciendo sustancialmente la cantidad de misas acordadas, motivo por el que hubo que volver a acudir al escribano y solicitar la referida modificación, quedando finalmente sus exigencias en 150 misas por la salvación de su alma, así como medio centenar para sus padres y primer marido, además de las 20 restantes para las ánimas del purgatorio, quedando la cosa en 220 misas, es decir, la mitad de las que en un primer momento tenía en mente.

¿Falta de dinero?, ¿ausencia de interés por invertir en su salvación?..., por ahora no tenemos claro el motivo, aunque es cierto que muchas familias, incluso siendo creyentes y considerar que el pago de misas era necesario, pensaban que no era trascendente incrementar excesivamente la suma final, puesto que si aquel cristiano había desarrollado una vida ejemplar a lo largo de su vida, con unas cuantas mandas era más que suficiente para ponerse a salvo del purgatorio. Recordemos como en La Peraleja décadas atrás ya hubo un labrador condenado por la Inquisición precisamente por decir delante de sus vecinos que con las misas que cubría la cofradía a la que pertenecía y que siempre se dedicaban a sus integrantes el día que fallecía, había suficiente cantidad para salvar el alma del difunto.

Evidentemente este tipo de comentarios eran motivo para tener problemas con el Santo Oficio, no obstante, bien sabemos que muchas veces la cifra de misas, además del factor fe como vínculo de salvación, eran una forma de demostrar al resto de habitantes el poder que amasaba esa familia, es decir, una estrategia de proyección social post mortem que además de ensalzar el nombre del difunto, recordaba al resto del populacho la capacidad económica con la que se movía el linaje. Un arma de doble filo que desde luego no pasaba desapercibida por aquellas casas bien posicionadas, y que planificaban al milímetro los enlaces que les permitiesen incrementar su posición, o como en el caso que nos ocupa, seguir creciendo con tal de acrecentar una calidad de vida aceptable.


Iglesia de Santa María de Atienza. Huete (foto: descubrecuenca.com)

María había casado con Marcos de Barajas, un optense con un apellido que por aquellos tiempos comenzaba a florecer entre las familias de Atienza con posibles, y es que  en 1634 doña Petronila de Barajas acabaría casándose con don Marcos de Parada Peralta e Hinestrosa, este a su vez nieto paterno de don Alonso de Parada, hermano del tercer Señor de Huelves (Parada, 2004, 703).

Recordemos que los Parada, junto con varias decenas de familias asentadas en Huete, formaban parte del conglomerado nobiliario que ya estaba afincado en el municipio, y que empezó a cobrar protagonismo súbitamente a partir de la primera mitad del siglo XV. Como otras tantas estirpes del lugar, entroncaron con familias que arrastraban un conocido pasado converso, fenómeno más normal de lo que hasta la fecha podría parecernos, y que paulatinamente la historiografía nos va revelando. Entre los Barajas de San Nicolás de Medina, veremos celebraciones matrimoniales con linajes conocidos, volviendo a manifestarse vínculos muy estrechos que los relacionaban con Santa María de Atienza. Así ocurrió con Juana de Barajas, hija de Juan de Barajas y Catalina Escudero, que celebró sus nupcias en 1611 con Tomás Aterido, hijo de Miguel Aterido y Juana Galana. Por esas fechas Juan Aterido Galana, también casará con Catalina de Lara, fruto de cuyo enlace vino al mundo Jacinto Aterido de Lara, y quien de nuevo vuelve a repetir idéntico tipo de política matrimonial, al casar en 1632 con Quiteria de Lara. Este entramado unía por varios lados las sangres de los Barajas, Lara y Aterido. Un mecanismo hermético que retroalimentaba aquellos esfuerzos por mejorar su posición, fundamentados en el sacrificio de pequeños y medianos propietarios agrícolas, que no dividían sus bienes y en los que cada generación iba aumentando su radio de influencia, además de insertar a algunos de sus hijos dentro del clero local, lo que propiciaría un nombre y la consiguiente gestación de enlaces conyugales con familias de la nobleza municipal. Sin lugar a duda un catalizador social que les permitirá integrarse entre las élites.

Sobre los Aterido y su círculo social cabe destacar el testamento de Justa López viuda de Juan Aterido, quien en su testamento solicitará enterrarse en la sepultura que sus padres tenían en la Iglesia de San Nicolás de Medina. Esta mandará 200 misas por su alma junto a su marido y progenitores.

Como la mayoría de los linajes antes citados, su familia era juanista, además de cofrade del Cabildo de las Ánimas. Con su esposo Juan tuvo dos hijas, una fue María Aterido, quien en su día recibió tierras y 200 ducados, así como Ana Aterido, quien también fue agraciada con la misma cantidad.

Parece ser que la nieta e hija de Ana será la elegida para llevarse el grueso de la herencia de la familia, por ello Juana declara que sus casas de morada en el Barrio de San Antón y las fincas que tenía recayeran bajo la figura de una fundación en la persona de su nieta María Fernández de Aterido, para ello a cambio sus poseedores deberían celebrar una serie de misas en la iglesia de Santa María de Atienza el día de la Santísima Trinidad así como durante el día de San Juan Bautista.

Sabemos que esta nieta casaría con un miembro de la familia Ceza o Zeza, una casa de hidalgos que comenzó a proyectarse a partir de la segunda mitad del siglo XVI y que finalmente, como tantos linajes conseguiría un reconocimiento dentro del ámbito nobiliario, a pesar de que las crónicas enfatizarán en unos orígenes militares que nada tenían que ver con la vida rural de las tierras de Huete. Entre las cláusulas de la fundación, como solía ser habitual se exige que el patrimonio que recibiese el propietario, este deberá mantenerlo labrado y en uso, comentando que si María no dejara descendencia, el grueso patrimonial recayese en la línea de su otra hija, quien había casado con Luis de Lara, jurado perpetuo optense por el estado llano.

María Fernández tenía por hermano a Tomás Fernández de Aterido, miembro de la Orden de predicadores de Alcalá de Henares, y a quien Justa estuvo alimentando y educando, además de aportar 50 ducados. Otro miembro de la familia fue el sobrino de Justa, el licenciado Juan Muñoz, clérigo presbítero que junto con el anterior, insertaba a esta casa dentro del brazo eclesiástico, jugando así sus influencias dentro del radio de acción en el que residía el círculo de los Aterido y sus asociados.

David Gómez de Mora


Referencias:

* Archivo Municipal de Huete. Protocolos notariales de Huete, caja nº155. Año 1664

* Archivo Municipal de Huete. Protocolos notariales de Huete, caja nº156. Año 1665

* Parada (de) y Luca de Tena, Manuel (2004). “Huete y la guerra contra Francia. Llamamientos de hijosdalgos en 1635 y 1637”. Anales de la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía. Volumen VIII/2, pp. 663-708.

davidgomezdemora@hotmail.com

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Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 25 libros entre 2007-2024, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo local. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).