Ya hemos comentado en más de una ocasión que el peso de la religiosidad en la sociedad labriega de nuestros antepasados fue crucial para entender una parte de sus quehaceres diarios así como de su forma de pensar.
No siendo por ello un hecho casual que la construcción de ermitas se acabó convirtiendo en una actividad que por un lado manifestaba el fervor católico de sus vecinos, además de una muestra palpable sobre las posibilidades económicas que determinadas personas o círculos sociales podían poseer, pues con su alzamiento se demostraba poder o estatus, gracias al pago de determinadas obras siempre que corriesen a cargo de un particular o varias personas.
Conocemos reseñas extraídas a través de la documentación parroquial que nos ofrecen los testamentos de algunos municipios de esta zona de la Alcarria, tal y como ocurre en Saceda del Río, cuando durante la segunda mitad del siglo XVII el Licenciado Francisco Vicente dona 75 ducados a su sobrino Diego Martínez, para que este con 40 de los mismos alzase una capilla junto a la Ermita de Nuestra Señora de la Paz, colocando en su interior una imagen de San Guillermo.
En estos momentos desconocemos con detalle como se gesta la construcción de la antigua ermita a la que a continuación vamos a referirnos en el presente artículo, y sobre la que pensamos como hasta el siglo XIX, todavía se intuyen una serie de indicios que nos hacen pensar en que su estructura principal seguía en pie. Por desgracia ignoramos su advocación, aunque vemos como en los libros de defunción en muchas ocasiones los vecinos realizan mandas a una ermita dedicada a Santa Ana, y que a tenor de su repetición en los testamentos creemos que sería la principal de la localidad, no obstante veremos que esta no será la única que se alzaría dentro del término municipal, pues al menos tenemos constancia de otra.
Esta antigua ermita y que parece ser tenía una planta rectangular, existió en las afueras del municipio, más concretamente a poco más de 400 metros en dirección norte del pueblo, justo donde hoy se levanta el cementerio municipal. Una evidencia histórica que detectamos tanto por la presencia de unos restos de sillería de este espacio, y que se ven confirmados por un mapa del geógrafo Tomás López, al ubicar en ese mismo punto un edifico al que este denomina como ermita.
Como decíamos anteriormente, desconocemos a que advocación pudo pertenecer este edificio, no obstante la documentación eclesiástica ya durante el siglo XVI nos informa de como muchos de nuestros antepasados realizan donaciones a la ermita de Santa Ana, la cual, de acuerdo con uno de los libros presentes del antiguo fondo eclesiástico local, y que hoy se localiza en el Archivo Diocesano de Cuenca, nos recuerda la presencia de esta cofradía, a través de un volumen en el que se recogen interesantes datos sobre sus integrantes durante el periodo de los años 1705-1756.
Sabemos que Santa Ana fue una imagen venerada en diferentes municipios de este área, difundiéndose su culto especialmente a partir de finales de la Baja Edad Media (siglo XV). En el caso de Verdelpino de Huete todavía existe un edificio dedicado a la Santa, así como en otros pueblos de la zona, siendo el caso de Carrascosa del Campo o Pineda de Gigüela (entre otros).
Indicábamos que no podemos confirmar a ciencia cierta la advocación a la que estaba dedicado el templo. No obstante, lo que si se puede asegurar es que todavía existen algunos de sus sillares, resultado de que buena parte de las piedras que formaron sus paredes se aprovecharon, desperdigándose las partes sobrantes en las inmediaciones del cementerio municipal.
La traza de la construcción desaparecida no sería insignificante, puesto que si el geógrafo madrileño en su viaje por esta zona la considero como un hito destacado, sin lugar a duda tuvo que ser porque esta le llamó la atención. Esperamos aportar más datos sobre esta construcción, hasta la que como es de imaginar nuestros antepasados realizarán romerías, al no distanciarse mucho del municipio, además de posicionarse enfrente de sus casas, aprovechando así la altura adicional que le otorgaba el piedemonte sobre el que se disponía, y desde el que se divisa todo su entorno urbano, impregnando así el conjunto con ese encanto tan característico que insuflan este tipo de construcciones religiosas.
David Gómez de Mora
Cronista Oficial de Villarejo de la Peñuela