La caza siempre ha sido un elemento a tener en cuenta, que va más allá del prestigio social que históricamente se le ha dado en las diferentes culturas que han poblado nuestro territorio, o esa especie de academia que preparaba a los hombres ante la inminente llegada de algún conflicto y que movilizaba las levas de la nación.
Si nos remontamos a autores clásicos, apreciaremos como el mismo Platón sostenía que era indispensable partir de una sociedad fundamentada en una jerarquía que permitiese que el ser humano pudiera disponer y satisfacer de unas necesidades humanas como las que la caza le permitían alcanzar, cosa que hasta no hace mucho tiempo casi nadie ponía en tela de juicio, pues no pocas familias consiguieron alimentar a sus hijos en tiempos de miseria gracias a los recursos animales que les ofrecía el lugar en el que se encontraban.
Tampoco podemos olvidar que la caza ha ido asociada de forma paralela a una sociedad que por necesidad siempre fue armada, en un contexto popular, donde la tradición armamentística fue habitual, y en el que la escopeta del abuelo se heredaba de la misma forma que se hacía con los aperos de labranza o el carro con el que se iba a faenar al campo.
Las armas eran indispensables para defenderse de aquellos depredadores que acechaban el ganado que daba de comer a una familia, así como para proteger al arriero que había de cubrir distancias considerables por lugares apartados y repletos de asaltantes, así como un sinfín de otras muchas situaciones, que al fin y al cabo, explican ese nexo inmemorial entre la caza y el mundo rural.
David Gómez de Mora