Don Juan había heredado un vasto territorio, que bajaba hasta lo que son hoy tierras alicantinas desde la localidad conquense de Belmonte y en la que había nacido en 1419, donde además estaba el principal bastión de la familia, y del cual fueron sus primeros señores cuando su abuelo don Juan Fernández Pacheco recibió el lugar por gracia de Enrique III.
A partir de ese momento el linaje en cuestión de un par de generaciones se proyecta de forma descomunal, auxiliando a la corona en momentos decisivos, y extendiendo la influencia de su entramado familiar alrededor de la corte.
La extensión del territorio descendía desde la Manchuela Conquense, integrando varios de los lugares estratégicos que veremos dentro de la actual provincia de Albacete, tal y como sucederá con Chinchilla, hasta finalmente posicionarse en tierras alicantinas. Desde luego no será un hecho casual que lo que nosotros denominamos como la cola de sus dominios, o cabeza de entrada (según como se vea), afiance su posición con la remodelación de dos grandes fortalezas actualmente alicantinas (las de Sax y Villena).
Don Juan Pacheco era hijo de
Alfonso Téllez-Girón y Vázquez de Acuña, así como de María Pacheco (II Señora
de Belmonte). Tras haber combatido al lado de Enrique IV en la primera batalla
de Olmedo, Juan II de Castilla le entrega el título de Marqués de Villena en el
año 1445, y que como era sabido, abarcaba parte de los dominios que en el
pasado controlaron la noble familia de los Manuel. Juan Pacheco era un
hombre orgulloso con miras, y por ello a través de sus alianzas familiares
como políticas con otros linajes de su mismo círculo social, llegaría a
restaurar y expandir un proyecto territorial muy ambicioso.
Por ello como decíamos no fue
un hecho baladí que dos de sus principales bastiones se ubicaran en la punta de
aquel extenso dominio, lo que le obligó a fortificar y adecuar tanto las plazas
militares de Sax como de Villena.
Respecto a la primera, sabemos
que la construcción se alza por encima de los 500 m.s.n.m., tratándose de un
castillo roquero, que sobre una zona escarpada cierra cualquier acceso
adicional al lugar, lo que permite una defensa mucho más segura, y que se
complementa con un buen control visual de lo que es la Vall del Vinalopó.
La fortaleza aprovecha la
disposición natural del relieve, la cual mantiene una forma encrestada y
alargada, sobre la que se posiciona la base de la construcción, de modo que
existen flancos con un elevado gradiente de pendiente, que hacen inaccesible su
acceso, de ahí que únicamente la vertiente noreste es la que conformará su zona
de entrada. Debido a que el castillo es el que se adapta al medio, su planta es
completamente irregular. Para ampliar la defensa del lugar, se alzaron dos
torres (una en cada uno de sus extremos), guarnecidas con paredes de un buen
grosor, y fortaleciéndose con almenas y saeteras. Por desgracia existían otras
estructuras auxiliares en el recinto pero que hoy no han llegado a conservarse,
como sería el caso de un puente levadizo.
La construcción ya se la
encontró edificada don Juan Pacheco, por lo que éste llevaría a cabo una serie
de obras de adaptación y remodelación que le permitieron asegurar con mayor
contundencia el control de la plaza, y que ya por naturaleza reúne todas las
características propias de un castillo casi infranqueable.
No muy lejos de Sax, a
escasos quince kilómetros, se hallaba otra de las propiedades de don Juan
Pacheco, el castillo de Villena, o también designado como castillo de la
atalaya. Del mismo modo que el de Sax, sus orígenes es factible que se remonten
a la época de dominación musulmana, probablemente como ocurre con el antes
citado durante el siglo XII, momento en el que se alzarán por este entorno toda
una serie de fortificaciones.
A pesar de hallarse sobre una
zona con pendiente que realza la construcción, la morfología del terreno nada
tiene que ver con la plaza ocupada por el de Sax, fenómeno que motivaría a que debiese
ampliarse el sistema defensivo ya desde su etapa primigenia. Por ello no
resulta extraño entender que cuando el rey don Jaume I quiso tomarlo, hubo de
hacerlo varias veces, debido al grosor de sus muros como de la trama defensiva
desplegada alrededor de su planta.
Con motivo de los más de ocho siglos de historia de la construcción, se han ido sucediendo adaptaciones y ampliaciones que cubren este largo periodo, no obstante existen partes que según se sabe fueron levantadas o acondicionadas durante el siglo XV en tiempos de don Juan Pacheco. Al ocupar un enclave de elevado peso estratégico, en el que ha ejercido como zona de frontera, su plaza ha sido celosamente custodiada a lo largo del tiempo.
Uno de los lienzos de muralla,
así como varias plantas del castillo que lo remodelaron en un castillo-palacio,
son algunas de las obras que debemos de adjudicar al periodo del Marqués de
Villena. Tras su muerte y la pérdida del control por parte del linaje, este se
revertió de nuevo dentro de los dominios de la corona. Ahora bien, para
comprender la historia de este territorio, debemos de analizar
los orígenes y poder de otra familia asociada a la casa de los Pacheco: los
Cárdenas.
Los Cárdenas son un linaje
que de forma muy similar a los anteriormente descritos, se proyecta
meteóricamente con motivo de su posición cercana dentro del seno de los
reyes. Como veremos este tipo de acciones serán mucho más provechosas y
eficientes que las desempeñadas por otros miembros de la nobleza, que si bien
en guerras participaron al lado del rey con otorgamientos de señoríos o
títulos, o más complicado aún, partiendo de una base burguesa, que poco a poco,
y a través de alianzas matrimoniales irán medrando a sus integrantes, los
Cárdenas obviando esos tradicionales mecanismos de ascenso social, vieron claro
el momento idóneo para dar su gran salto.
Esto sucede cuando don Gutierre
de Cárdenas (personaje que vivió buena parte de su vida durante el siglo XV y
consuegro del Marqués de Villena), se convirtió en uno de los grandes
instigadores para que el rey don Fernando acabara sellando alianzas
matrimoniales con doña Isabel, de ahí el recibimiento del ingente patrimonio
que pertenecía a los dominios señoriales de Elche, y que Isabel había adoptado
como dote de su suegro tras afianzar la boda con su hijo Fernando II de Aragón.
Con esta acción los Cárdenas medran socialmente de una forma espectacular. No
obstante, lo que el Marqués de Villena no se imaginaría, es que una de sus
hijas, acabaría casando con un hijo de don Gutierre, ya que cuando esta alianza
se establece, don Juan Pacheco ya hacía tiempo que había fallecido.
Del enlace entre la hija del
Marqués y el vástago de don Gutierre de Cárdenas (don Diego de Cárdenas),
nacerá don Bernardino de Cárdenas y Pacheco. Este personaje y conocido como el segundo
Duque de Maqueda, es una de las figuras más relevantes que forman parte de los
anales de la nobleza que ha dominado la ciudad de Elche. Por ello ostentó los
cargos de Virrey y capitán general de Navarra y València.
Entre sus muchos bienes, se
hallaba lo que formaba parte del antiguo Señorío de Elche, el cual le venía por
su abuelo antes referido (don Gutierre), cuando la reina Isabel recibió esos
lugares como dote por parte de su suegro el Rey de Aragón, de ahí que esta como
agradecimiento por su labor negociadora, optase por recompensarle con estas
mercedes. Entre estos bienes la casa de los Cárdenas recibirá el enclave
ilicitano así como sus territorios adjuntos y entre los que estaban el lugar de
Santa Pola y su isla (Tabarca).
La isla de Tabarca ejercía
una función efectiva de escollera natural que protegía la zona portuaria
de Santa Pola, una avanzadilla perfecta,
que distaba a tan solo ocho kilómetros de la población. Como sabemos, la
frecuencia con la que aparecían los piratas en muchas de sus numerosas
incursiones, hacían de este punto un espacio inseguro, que a falta de pruebas
más contundentes que demuestren la presencia de un puesto de vigilancia antes
de la llegada de los Duques de Maqueda, nos conducen a un área de recreo, donde
los Cárdenas y sus acompañantes se entretenían con la celebración de jornadas
de caza. Y es que la isla, siempre ha sido un reservorio de aves, que
seguramente junto con conejos, fueron motivo de visitas en muchas ocasiones.
Analizando por partes los
dominios del linaje, primeramente cabe destacar la fortaleza del castillo de
Elche o Palacio de Altamira, una construcción de gran envergadura, cuyas raíces
se remontan probablemente al periodo de dominación islámico, momento en el que
se alza la construcción primaria y que luego se reajustará para ofrecer un funcionalidad
militar a la población tras la reconquista, y es que de forma estratégica esta
se ubica junto a un corte fluvial destacado del Riu Vinalopó, al circular por
uno de sus laterales. Las reformas y ampliaciones que se irían realizando en el
edifico hacen que nos encontremos ante una construcción que vivirá diferentes
fases evolutivas.
Los Cárdenas no solo focalizaron sus obras militares en la parte del castillo, pues dispusieron de otras construcciones que recordaban a la ciudadanía el poder de sus señores. Este es el caso de la torre de la Calahorra, próxima al castillo, y también de origen islámico, sirviendo probablemente como una torre de vigía que se adosaría a la muralla musulmana en el periodo de la ocupación islámica. La torre y que podría datar del mismo momento del que derivaría la construcción primigenia del castillo, llama la atención por su planta cuadrangular. En su interior podemos ver simbología masónica, al ser empleada como logia, además de múltiples elementos añadidos especialmente a partir del siglo XIX, con motivo de los movimientos románticos y modernistas.
Otra fortaleza adscrita a los
dominios de esta familia es la del castillo de Santa Pola, también sumergido en
diferentes reformas constructivas, pero cuyo origen no es tan tardío como los
anteriores, ya que vendrá de la mano de la familia Cárdenas, cuando don
Bernardino de Cárdenas mandará su alzamiento. Desde luego motivos no le faltaron,
pues por aquellos tiempos nuestra costa estaba infestada de piratas procedentes
del norte de África, de ahí la necesidad de cubrir con garantías las nuevas
posiciones que el linaje había adquirido.
Precisamente, adjunto a los
bienes de Santa Pola estaba adscrita la antes mencionada isla de Tabarca. Un
espacio que a pesar de tener en ese momento un escaso valor estratégico (al no
poder desempeñar los Cárdenas un planificación de asentamiento poblacional y
del que explotar recursos), sirvió como zona de recreo para celebrar sus
cacerías, tal y como tenemos constancia por una de las crónicas que recoge en
su obra Vicente Biendicho, quien nos
recuerda como cuando el historiador Diago al tratar algunos aspectos referentes
a la isla de Tabarca en su obra sobre los anales del Reino (libro 1, capítulo
7), así como el Licenciado Gaspar Escolano en su primera década, libro 4,
capítulo 8, número 12, hacen alguna alusión a la isla.
Concretamente Diago (1613) nos informa que antiguamente esta isla se llamaba Plumbaria, mientras que Escolano se refiere a ella como “La Isla Planesa, por la llanura que tiene, como arriba se dijo: que es tanta, que convida a los amigos de caza de conejos, pasen a ella en barcos, por los muchos que engendra, por ser tan tratable y llana”. Cabe mencionar que Escolano ya resalta la reserva de conejos que tenía el lugar, fenómeno por el que la familia aprovechará la propiedad como punto de actividad cinegética, ante la dificultad que comportaba una instalación humana, pues por un lado no había disponibilidad de agua dulce, y por otro, estaba el riesgo constante de los piratas que aprovechaban el lugar como punto de descanso, ante la proximidad a la que se encuentra de la costa, y a la que tan frecuentemente intentaban asediar.
Sobre Tabarca, Vicente Biendicho indica que “está a la parte de Levante del promontorio y cabo del aljibe, dicho así por uno que tiene dicho cabo muy antiguo, por lo menos es de tiempos de moros, porque aljibe es vocablo morisco, y está cerca del Castillo o lugar nuevo, fortaleza muy grande, consideración bien guarnecida de armas, piezas y soldados, y es del Excelentísimo Duque de Maqueda y Nájera, y Marqués de Elche. Está esa isla al medio día de esta ciudad, y a su vista tienen de longitud cosa de media legua, de latitud medio cuarto poco más, no tiene agua, ni ha sido jamás habitada, aunque me dicen que hay vestigios que debieron de ser de alguna atalaya o abrigo de pescadores. Dista de tierra firme media legua, y por esta distancia no se atreven a pasar bajeles grandes o levantiscos. Pequeños si, por que según dicen los experimentados en este paraje hay una barra de arena que tiene de fondo allí el mar cinco brazas, que cada una conforme nuestra cuenta tiene 9 palmos y ½ que en la medida con que medimos las tierras de regadío de nuestra huerta contando en cada tahulla 16 brazas en cada parte del cuarto. Llámase esta isla hoy de Santa Pola; Escolano dice que un vocablo corrompido de otro no sé si Santa Paula, los antiguos lo llamaron Plumbaria por el color de plomo a ceniciento que tiene mirándola de lejos. Pero digo que se llama de Santa Pola, porque debió de ser dedicada al Dios Apolo o a la Diosa Palasquasi apollinis Insula, como también lo estuvo dedicada a Apollo la Isla Delos en el mar Egeo, que es una de las cicladas, y en ella nació Apollo y por eso se dice Apollus Dellus y Creta fue dedicada a Júpiter (…), como también era costumbre dedicarle los montes y bosques el Parnaso lo fue de Apollo, y el monte” (fols. 31-31 v.)
Continúa diciendo que “los provechos que de esta isla tenemos son el abrigar nuestro Puerto contra los vecinos de mediodía, sirviendo de notable reparo, y abrigo porque en ella desbravan la furia, y cuando llegan al puerto vienen moderados, la mucha y abundante caza que hay de conejos que se ha visto en dos días cazar los lebreles del Señor Duque de Maqueda el año 1609, cuando la expulsión de los moros ciento cincuenta si bien es verdad que costó bien cara la caza, pues que por haberse quedado un perro a quien el Señor Duque estimaba sobre los demás, mando volver por una barca con veinte y cuatro hombres que saltados en tierra fueron salteados por los moros de una fragata que entró por Levante a la que el Duque se salió por Poniente, suerte del Duque, y desgracia de los cautivos: están bien de mucho provecho por el buenísimo pescado que en toda la ribera de la isla se pesca de todo género; los daños que recibimos de esta isla son muchos porque es madriguera de corsario y son muchas las personas que ha sido cautivas en ella, si bien ahora no es tanto daño por el mucho cuidado con que van a ella, y por qué los moros navegan con bajeles redondos y no en fragatas como solían. Se dice que el Excelentísimo Dique de Lerma, cuando con su Majestad Felipe III privaba le puso en el ánimo de que se edificase un fuerte en la isla, no tuvo efectos por lo mucho que costaría el sustentarle y porque está cerca del lugar nuevo” (fol. 31 v.)
Recordemos que el IV Duque de Maqueda y Nájera, y que participaba en esa cacería era don Jorge de Cárdenas y Manrique de Lara, hijo de don Bernardino de Cárdenas (por quien recibe el ducado de Maqueda y marquesado de Elche), mientras que su madre, doña Luisa Manrique de Lara le aporta el ducado de Nájera. Su abuelo paterno era el II Duque de Maqueda y I Marqués de Elche, don Bernardino de Cárdenas y Pacheco, quien ya era un apasionado de las prácticas cinegéticas, y que del mismo modo que sus descendientes, desarrollaba cuando podía en la isla de Tabarca.
Sirvan pues estas líneas para recordar una parte de los dominios e influencias que poseyeron dos grandes linajes, y que marcaron sin ninguna duda un periodo importante de la historia de la tierra de Castilla como del Vinalopó, a través de construcciones o elementos urbanos que se han preservado, y que hoy representan una porción destacada del patrimonio alicantino.
David Gómez de Mora
Bibliografía:
* Biendicho, Vicente (1640). Crónica de Alicante
* Diago, Francisco (1613). Anales del Reyno de Valencia
* Escolano, Gaspar (1610-1611). Década primera de la historia de la insigne y coronada ciudad y Reyno de Valencia