Para fortuna de los que realmente deseamos llegar a la verdad, esta cuestión poco a poco va esclareciéndose, ya que el escribano, además de ejercer su función como testimonio de fe pública, también alteraba y falsificaba documentos.
Los motivos podían ser variopintos, yendo desde el interés por ennoblecer a una persona o su familia, hasta borrar pistas que pudiesen comprometer a alguien que deseaba desprenderse de un hecho deshonroso.
Al igual que hoy, pagando podían solventarse muchos de esos problemas. Por ello consideramos que no supone una barbaridad o un error decir que el fraude era una parte importante del modus vivendi de esta profesión.
Esto lo apreciaremos tanto en escribanos y notarios encargados de trasladar partidas sacramentales como en los volúmenes de los archivos de protocolos habidos en cada municipio del país.
Durante estos años he de decir que me he topado con auténticas joyas de la manipulación escrita, y que solo desde la experiencia y el esfuerzo invertido en ingentes cantidades de tiempo comparando y cruzando datos, uno puede llegar a intuir, aunque he de matizar que eso tampoco es garantía de nada, pues no serán pocas las informaciones escritas que se me han podido pasar por encima. Seguro que muchas.
Me resulta imposible no mencionar la elaboración de un libro entero de partidas de defunción de Saceda del Río, cuya finalidad era únicamente la de demostrar como en el siglo XVIII una familia de la nobleza local (los Martínez Unda), intenta evadir sus raíces plebeyas del siglo XVI, al proceder de una casa de labradores, que doscientos y pico años después declaraba ante la Chancillería que procedía de una estirpe de notables hidalgos de tierras vascas.
Y es que no todo acaba aquí, pues será normal ver la alteración de partidas de bautismo y matrimonio en los traslados de escribanos, sin olvidar menciones de padrones que jamás existieron, y otras tantas artimañas con las que el investigador ha de lidiar, a veces más por intuición, a menos que la fortuna nos acompañe gracias a la aparición de pruebas, facilitadas por el cruce de datos, en los que afloran súbitamente anacronismos, en los que al escribano se le han pasado por encima pequeños detalles que al final reflejan el verdadero trasfondo de ese documento.
Muchos escribanos eran auténticos expertos que ni los mejores detectives de legajos llegan a desenmascarar. De ahí la problemática que en ocasiones supone el poder afirmar con contundencia sospechas fundadas en familias que se están investigando.
Como sabemos, los grandes interesados en contratar estos servicios eran aquellas familias con miras de proyectarse socialmente. No hay que olvidar que estos profesionales poseían datos de un enorme valor dentro de cada localidad, pues al fin y al cabo ejercían un oficio privado que se podía desempeñar desde su hogar, con posibilidad de transmitir generacionalmente, creando así auténticos fondos documentales de todo un pueblo, en el que se tenían registradas todas y cada una de las propiedades y secretos de muchas familias del lugar.
Tampoco será raro ver uniones matrimoniales entre linajes de escribanos de un mismo pueblo cuando existía más de una escribanía en ese sitio. Todo quedaba en casa, nunca mejor dicho.
Estos, desde sus despachos domésticos recibían a todos aquellos clientes que necesitaban de sus servicios. Al respecto, veremos auténticos expertos adaptando la letra al tiempo que se le requería invocar la manipulación escrita, o incluso llegando a alterar el papel sobre el que redactaban sus encargos, para que este pareciese mucho más antiguo si se debía de dar el caso.
Los escribanos eran en ocasiones linajes con un pasado converso, así como familias que habían medrado socialmente de forma súbita, gracias a la cantidad de datos con los que jugaban, pues además de su servicio como fuente legal, eran grandes sobornadores, debido a la ingente cantidad de datos sobre vecinos que tenían en sus manos.
Entre sus artimañas estaba también la de renumerar hojas, añadir o eliminar determinadas reseñas anteriores, incluyendo datos adicionales dentro de los libros, hasta el extremo de aprovechar huecos en blanco, y que solo desde una paleografía muy diferente o por el color de la tinta, el investigador raras veces puede detectar, a menos que tenga un ojo muy desarrollado.
Tampoco faltaron los escribanos menos cuidadosos, que con tachones y correcciones poco laboriosas acabarán dejando pistas de su torpeza. La invocación de documentos que jamás existieron, y que muchas veces cuando se va a la fuente original nunca aparecen por el hecho de que pueden ser una invención, son solo un ejemplo más.
Como decíamos, estos profesionales trabajaban desde casa, y como un oficio que se transmite de padre a hijo, también les legarían los cuchicheos y tejemanejes de aquellos vecinos que acudían en su ayuda. Tampoco faltaban los curiosos que les visitaban previo pago para únicamente recibir información sobre los bienes que tenían algunos de sus vecinos, no fuese que el patrimonio que decían tener no llegara a ser en realidad el imaginado, ya que por medio había una matrimonio apalabrado entre los hijos de ambas familias.
Las informaciones que podían extraerse en lo referente a fundaciones de capellanías y mayorazgos no eran moco de pavo, y es que había muchos intereses en juego, como el de averiguar las aspiraciones a las que podía optar una familia que no tenía muy claro su vínculo parental con otra del pueblo, o conocer de forma precisa las clausulas establecidas en determinados tipos de fundaciones patrimoniales.
La usurpación de un apellido que solía alargarse, o la invocación de un supuesto antepasado del que jamás se podrá demostrar ningún tipo de rastro, serán solo un ejemplo más de aquella red de caciques municipales.
Habituales serán en este sentido las referencias de deudos y familiares de gente importante, pero que genealógicamente nunca llegamos a conectar, dejando el dato como una referencia ambigua, en la que de esta forma, técnicamente el escribano nunca llega a comprometerse, o en donde se invoca a datos orales de vecinos ya fallecidos, obviamente imposibles de contrastar a esas alturas.
El interés por borrar cualquier resquicio de conversión, haciendo hincapié reiterado en la pureza cristiana de ese linaje, o la anteposición de un don en nombres en los que nunca antes había estado, serán solo una de las tantas maniobras en un campo de la investigación historiográfica que como decimos, con el tiempo y poco a poco vamos conociendo.
En el caso que nos ocupa, desde finales del siglo XVI y parte del XVII, en la localidad de Verdelpino de Huete, familias como los García, Muñoz y Pérez, serán precisamente las encargadas de manufacturar toda la documentación notarial que salía de cada vecino del pueblo. No cabe duda que su proyección social a partir de esa época, se debe en parte al poder que otorgaba el control de este oficio.
Dos volúmenes de protocolos notariales de Verdelpino de Huete (siglo XVII). Archivo Municipal de Huete
David Gómez de Mora