La repartición del patrimonio era una cuestión marcada por la idiosincrasia de cada lugar. Cierto es que la base del derecho romano, permitirá que con la legítima, cualquiera de los hijos gozase de un sustento mínimo, con el que como sabremos, muchas veces poco podía hacerse.
Si una persona no conseguía incorporar tierras o bienes, es decir, “mejorar” su patrimonio, difícilmente podía aspirar a que sus descendientes medraran socialmente, pues el hecho de no tener una tierra que antaño daba algo de rentabilidad (en parte debido al refraccionamiento al que se había visto sometida), era una señal inequívoca de la decaída de esa línea de la casa, y que obligaba a convertirse a toda la familia en jornaleros.
Con Alfonso X veremos como ya se comenzará a promover la protección de los bienes dentro de lotes indivisibles. De manera que con el trascurso de los siglos, tanto los vínculos como los mayorazgos, nos recordarán que la acumulación de tierra beneficiaba a aquellos propietarios que decidían ir apartando a un lado las fincas más productivas. Cierto es que las Leyes de Toro en 1505 al dejar establecer un vínculo sobre el tercio y quinto de los bienes de una persona, potenciaban dicha figura, quedando claro que estos no podían partirse, pero sí incrementarse, “mejorándose” a través del añadimiento de fincas u otros bienes.
El vínculo lo podía realizar cualquiera, no obstante, la diferencia primordial que tenía con el mayorazgo, es que en el segundo caso se necesitará de una licencia o confirmación por parte del rey. La llegada de las políticas liberales durante los años veinte del siglo XIX, supusieron su desaparición.
Aunque la nueva mentalidad del siglo XIX, aparentemente favorable para el progreso y la economía del país, debía reportar nuevos cambios en la base social, veremos que esto nunca sucedería, y es que las medidas populistas a través de las que se atacó al clero, y que como quedó a la vista tras la desamortización, únicamente redirigieron esos bienes a las manos de quienes gozaban de mayor poder, demostraron como ese mecanismo de adquisición por subasta, era todavía más excluyente, por lo que si analizamos el perfil de los nuevos terratenientes que empiezan a entrar en escena, veremos que no se produce ningún tipo de cambio que fomentase una regeneración en el marco social.
Tampoco hemos de olvidar que muchos mayorazgos se fundan en testamentos, en los que se indicaban por parte del escribano una serie de obligaciones, entre las que estaba la de mantener permanentemente en buen estado todas las propiedades, además de ayudar y alimentar a aquellos miembros de la familia, como ocurriría con los hermanos o parientes que lo necesitasen.
Los mayorazgos se podían componer no solo de tierras, sino también de casas, capellanías, o incluso privilegios, sin olvidar cargos entre los que estaban los de regidor o hasta una escribanía. Las familias con miras, y que veían factible permitir que algunos de sus integrantes crecieran socialmente, ya se encargarán de conseguir que uno de sus hijos disfrutase de una mayor cantidad de tierras. La idea de mejorar, no solo a nivel grupal, sino también dentro de lo que era la fundación familiar, se acabará convirtiendo en una solución eficiente para aquellos linajes que deseaban que su nombre adquiriese un estatus, pues al fin y al cabo, la idea de pertenencia a un mismo tronco genealógico, era una forma más de remar en una misma dirección, quedando siempre abierta la posibilidad de que una línea, por lejana que quedase de la otra, casi siempre guardaba un mismo parentesco, hecho que en municipios pequeños, donde la cifra de habitantes no era excesivamente elevada, daba pie a que en poco tiempo si todavía no habían transcurrido muchas generaciones, resultase necesario efectuar una dispensa matrimonial en el caso de casarse dos personas del pueblo, pues los nexos genealógicos seguían sin estar tan alejados. Una estrategia eficaz, que permitía que líneas que podían haber ido a menos, volviesen a incrementar sus posibilidades de crecer, pues volvían a insertarse entre algunas ramas destacadas del linaje.
La posibilidad de aspirar a capellanías para así acomodar a alguno de los vástagos, o volver a recuperar indirectamente un patrimonio que generaciones pasadas estaba en manos de un mismo tatarabuelo que ambos cónyuges compartían, eran motivos suficientes para que los enlaces entre vecinos de un mismo lugar no resultasen un tema casual.
Del mismo modo, la compra y adquisición de tierras por parte de labradores o miembros de actividades gremiales, quedan reflejadas en las hojas de los protocolos notariales, habiendo así constancia de ese interés por parte de los propietarios en incrementar y mejorar una tenencia de bienes que fomentaban el crecimiento del linaje.
David Gómez de Mora