La tradición católica nos recuerda como tras la muerte, el alma seguirá su curso, aunque en este caso, bajo el paso del evo, es decir, sobre un marco temporal en el que los parámetros que empleamos para entender el mundo terrenal dejan de ser iguales, ya que en ese estado, se parte de un principio en donde nunca llega a existir un final.
Desde la religión cristiana, se explica claramente como el alma preserva los pecados que el mortal ha llevado en vida, pues aunque a partir de ese momento, esta no muda en sus ser, sí lo hace en sus operaciones, por lo que la iglesia recordará que tras el fallecimiento, debe pasar un tiempo de limpieza para la salvación, dependiendo del grado en que se halla corrompida la parte espiritual del ser humano.
Partiendo de esta base teológica, es donde comenzaremos a ver a través de la documentación que consultamos (especialmente en el caso de los testamentos), como existen diferentes fórmulas que tendrán como propósito que la persona antes de fallecer, reconozca su perdón y arrepentimiento para conseguir una mejora del estado de ese alma, que por norma general necesitará para pasar por el Purgatorio tras la muerte.
La preparación para ese momento como veremos se llevará a lo largo de la vida del cristiano, a través de la asistencia a misa, actos positivos como la ayuda a gente necesitada, así como demostrando su implicación con el clero local, bien sea a través de su participación en actos religiosos, recibiendo los sacramentos o integrando una de las cofradías del municipio.
Intentar conocer qué parámetros estructuran la economía de la salvación desde la perspectiva histórica, es un modo más en el que los historiadores nos apoyamos para desentrañar cómo vivían nuestros antepasados, especialmente cuando hablamos de zonas rurales, en las que el peso de la religiosidad y la tradición siempre estuvo más presentes que en las grandes ciudades.
El ejercicio de la limpieza espiritual se podía hacer durante el paso por el mundo terrenal, así como primordialmente continuando con la llegada de la muerte, dentro de lo que sería el tránsito del Purgatorio.
En el primer caso, veremos fórmulas diversas, como la de realizar rutas largas a lugares sagrados (peregrinando), o bien simplemente participando en un Vía Crucis o procesión local.
Efectuar una donación de bienes en vida, o reflejándola previamente en un testamento, era también otra de las formas. Será habitual leer en las mandas de muchos antepasados personas que donan mantas, sábanas, almohadas o diferentes cantidades de dinero para el hospital del lugar donde residían.
Igual de importantes serán las limosnas, y que muchas veces se acompañarán con un complemento alimenticio, en el que el pan no podía faltar, y que irán dedicadas a los pobres de solemnidad.
La veneración a las reliquias en determinadas festividades también será otra oportunidad para mejorar el estado del alma.
De la misma forma, la construcción y mecenazgo de edificaciones religiosas, tal y como hemos comprobado en la lectura de los diferentes libros parroquiales y notariales de cada municipio, serán primordiales. Recordemos como los León en Caracenilla financiarán una parte de las obras de la iglesia parroquial, o como en Saceda del Río los Vicente alzarán una capilla, e incluso durante la segunda mitad del siglo XVI, un vecino de Villarejo de la Peñuela se encargará de financiar directamente la construcción de una ermita, sin olvidarnos del alzamiento de humilladeros, y que en el caso de Verdelpino de Huete la familia Pérez promoverá. Cabe decir que por norma general este tipo de mandas se esperaba que empezaran una vez que esa persona fallecía, pues con ello se aprovechaba la acción para que así, una vez el alma del difunto estaba insertada en el Purgatorio, comenzase a sanearse por mediación de estas obras.
Igualmente, el pago de misas por los difuntos, o el querer recibir una indulgencia, fuese plenaria o parcial, para que la disfrutasen las almas del purgatorio, era otra de las fórmulas empleadas para colaborar en la economía grupal de la salvación.
Otro aspecto que apreciamos en los testamentos, es el apartado dedicado a las mandas de compensa por parte del enfermo a sus familiares (normalmente hijas o sobrinas), que por encargarse de su cuidado antes de su muerte, estas recibían algún artículo de valor o incluso una finca, por la que normalmente deberá ir aparejada una misa en memoria de su donante cada año. De esta forma se retroalimentaba el círculo salvífico, en el que el ayudante obraba caritativamente, y a cambio el enfermo devolvía su favor con un bien patrimonial que ya no iba a poder disfrutar, y que además le reportaba un rezo adicional por la salvación de su alma cuando llegase al Purgatorio.
A día de hoy muchos teólogos reconocen incluso que aquellas personas que padecen una dura enfermedad que merma sus capacidades, limitándola a ser dependiente, hasta el punto de no poder actuar de modo propio, se considera que ya están viviendo su propio Purgatorio en vida, por lo que parte de ese periodo que después necesita el alma para sanar, ya está produciéndose desde antes de su último adiós. Al respecto será habitual ver como la mayoría de testamentos que hemos leído se realizan indicando que esa persona ya estaba enferma de carnes y postrada en la cama, pues es a partir de ese momento cuando empezaban a dispararse las posibilidades de una muerte inmediata, por lo que todo debía quedar bien atado. Una costumbre que como sabemos ha ido variando, pues antaño ante un empeoramiento rápido del enfermo, la menor esperanza de vida, la disponibilidad por proximidad del escribano local, y la precariedad en el campo de la medicina, hacían que muchos de estos testamentos no se elaboraran hasta que había indicios de una muerte casi segura, de ahí que el intervalo de tiempo que transcurría desde que el notario redactaba las voluntades del interesado, hasta que leamos en el libro de defunciones su partida de fallecimiento, tenemos una fórmula para averiguar cuánto tiempo se dejaba pasar entre ambos momentos.
También veremos la celebración de determinadas festividades, como los años jubilares, y que a partir del siglo XIV, la iglesia católica comenzará a extender.
En este sentido, cobrarán fuerza algunas celebraciones locales, como veremos en La Peraleja el día de San Miguel o el de la Virgen del Rosario en Verdelpino de Huete, sin olvidarnos del periodo del Triduo Pascual (es decir, desde el día del Jueves Santo hasta el Domingo de Pascua, cuando se conmemora la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús).
Igualmente la confesión correcta y sincera de los pecados, junto con la recepción de la extremaunción, serán importantes, tal y como se reflejará en la documentación en el último caso, para que así quede constancia del compromiso del cristiano por acelerar el periodo de estancia en el Purgatorio.
Obviamente el acudir a misa era otro de los métodos que ayudaban a demostrar el compromiso del creyente.
El portar rosarios, cruces, medallas o besar un escapulario, eran también actos que limpiaban el alma del mortal.
Igualmente, en el momento de la redacción de los testamentos, se plasmará la voluntad del interesado, cuando cada año se había de ir a su sepultura o lugar de enterramiento a realizar una serie de ofrendas, por las que a cambio se favorecía a la persona encargada de efectuarlas, con la obtención de algún bien de valor o propiedades, que a su vez comprometían a ésta a pedir una misa por la salvación del donante. Una costumbre idéntica a la de la compensación realizada como ayuda durante la vivencia de la enfermedad.
Integrar una cofradía o ejercer como mayordomo de la misma, además de colaborar con donativos, era también otra forma de aminoramiento de los pecados en vida.
Ahora bien, como veremos, llegada la muerte, la preocupación del difunto seguía estando presente, pues aquellas obras realizadas en vida, alguien debía de continuar efectuándolas mientras el alma se hallaba en el Purgatorio, de ahí que como hemos visto, además de las mandas que recompensando obligaban a los vivos a tenerlos presentes, habrán otras fórmulas que garantizaban el rezo por esa persona.
El tiempo que se transcurría en el Purgatorio no se podía precisar con una especie de tabla numérica, pues siguiendo la tradición, dependerá del tipo de vida que esa persona llevó durante su existencia, de ahí que este estado irá variando dentro del marco temporal del evo.
Veremos teólogos que interpretarán de manera exegética que este periodo podía oscilar cerca de unos 40 años, apoyándose en el tiempo que el pueblo de Israel vagó por el desierto, así como otros lo incrementarán a varios siglos de duración.
Existen descripciones del Purgatorio que van variando dependiendo de la idea de cada religioso a lo largo de la historia, aunque desde la iglesia se recuerda que este es un estado y no un lugar, de ahí que debamos de entender el enfoque físico e iconográfico como un recurso para que el mensaje llegase pedagógicamente a los mortales.
Dante y otros religiosos lo sintetizarán en una serie de niveles, donde su estancia era insoportable, otros intercalan momentos de serenidad para la reflexión del alma, hasta el punto de que incluso esta pudiese visitar el mundo terrenal, para así apreciar y comprender que errores había cometido esa persona en vida.
En ese sentido se inserta una parte de la corriente que tradicionalmente relata que durante la llegada la víspera de Todos los Santos y hasta el día de los Fieles Difuntos, las almas volvían al hogar en el que residían con sus seres queridos. No será tampoco por ello casual que las indulgencias durante los primeros días de este mes fuesen importantes.
Valgan estas notas para una mejor comprensión de la documentación que muchas veces ignoramos cuando pretendemos realizar un estudio social e histórico, y que nos aportan una información valiosísima para profundizar en el corpus teológico y consiguiente mentalidad católica que ha acompañado desde siglos atrás esas sociedades rurales, que siempre vivieron simbióticamente con los principios y valores de la doctrina cristiana.
David Gómez de Mora