Con el transcurso de la Edad Media, veremos como la sociedad irá cambiando paulatinamente a medida que pasen los siglos XVI y XVII. En este sentido, dentro de los estudios historiográficos, no nos cabe la menor duda de que el Concilio de Trento marcará un punto de inflexión, pues nos aportará una nutrida fuente de información a través de la obligación pastoral que supondrá la redacción de los libros de bautismos, matrimonios y defunciones en cada municipio.
De esta manera, los volúmenes manuscritos se convertirán en datos indispensable que aquellos estudiosos que deseen entender con mayor precisión el funcionamiento de la sociedad de aquel entonces habrán de consultar, puesto que de lo contrario muchas veces se incurrirá en el error de estereotipar modelos genéricos y vagos que nos alejan de la realidad vivida en el pasado.
El honor, el papel del hombre dentro del núcleo parental, el peso de la tradición oral y las altas tasas de analfabetismo, son factores que marcarán de manera decisiva los hábitos y mentalidad de ese periodo. Tanto en las ciudades como en los focos rurales, la importancia del linaje no será un tema secundario, pues la reputación de sus integrantes, los logros alcanzados, y el consiguiente nombre que una casa irá dando al núcleo familiar (y que muchas veces se sintetizará de cara al exterior a través de un apellido en concreto), serán varias de las formas con las que se demostrará la posición que cada individuo ocupará en una sociedad notablemente jerarquizada.
Evidentemente la tenencia de bienes y el atesoramiento de un patrimonio apoyado en tierras o ganado, será una de las credenciales que más marcará esas posiciones dentro de los núcleos rurales, y que retroalimentará un proceso complejo repleto de variables.
La importancia que suponía la presencia de un religioso dentro del hogar (no solo era una garantía adicional desde el punto espiritual), pues con él toda la familia ya no solo podía contar con un miembro que constantemente rezaba por sus seres queridos, sino que disponer de una persona formada, salvaba el problema del analfabetismo en el hogar, una barrera que no hemos de olvidar que limitaba muchas de las aspiraciones de aquellos que deseaban crecer socialmente en un entorno donde las facilidades y herramientas eran muy limitadas. En este sentido, apreciaremos como muchas personas con el tiempo se las irían ingeniado para retener parte de los conocimientos que habían oído transmitir en sus casas, ya que al fin y al cabo era todo lo que uno podía aportar.
De este modo, el relato oral será una de las principales formas a través de las que se transmitirán aquellas informaciones vinculadas con el entramado familiar, donde uno podía llegar a saber sin disponer de una genealogía escrita, cuál era el grado de consanguinidad que compartía con cada uno de sus vecinos.
En este aspecto, el ser humano ante las limitaciones busca soluciones que le permitan desarrollar un camino alternativo para la consecución o entendimiento de las cosas, de ahí que el analfabetismo o no poder contar con un registro escrito que ayudara a plasmar la información que recibía, obligaba a trabajar mucho más la mente, y por tanto, apoyarse en la tradición oral como fuente con la que conseguir que sobrevivieran distintos de los datos que se iban incorporando.
A la vista están los interrogatorios que se realizarán por parte de la iglesia para cualquier tipo de trámite en el que se necesitaba de la ayuda de testigos, que en algunas preguntas debían recordar el parentesco que tenían con un individuo, sobre el que estos habrán de precisar el nexo o vínculo familiar que les unía, y con el que muchas veces ni tan siquiera habían tratado en persona, de ahí que un labrador sin estudios, podía ascender varias generaciones y establecer un parentesco colateral con un vecino por medio de una de sus tatarabuelas, tirando únicamente de los relatos familiares y filiaciones que en su casa le habían relatado.
Es en ese momento pues cuando los árboles genealógicos se convierten en herramientas indispensables, no solo para agilizar averiguaciones administrativas de la época, sino también como reflejo de una muestra del estatus o pertenencia que cada uno tenía respecto a un linaje. Cierto es que la nobleza y las élites del lugar comenzarán a darle un uso de realce social, pues veremos como en las ejecutorias de hidalguía, junto a esa ascendencia familiar, se acompañará el emblema heráldico que nos recordará la cara más artística y distintiva que tendrá el conocer las raíces de un apellido, controlándose a su vez el origen de cada individuo, de modo que esa información procedente de los libros se acababa convirtiendo en un objeto de control social, y por tanto un arma de doble filo.
La idea de la pertenencia a una especie de clan o grupo, con el que se comparte un nexo sanguíneo, y que se exterioriza al resto de personas a través de algo tan simple como el portar un apellido al que se asocian un conjunto de seres que han ido logrando un conjunto de hazañas o actos positivos durante su vida, son motivos suficientes por los que habrán de conocerse, seleccionarse y recordarse los hitos más trascendentales, para así incorporarlos a aquella base de datos mentales, que evidentemente se complementaba con las relaciones informativas que el párroco a través de las partidas sacramentales podía confirmar o desmentir si se daba el caso.
Cierto es que en los pueblos muchas veces no resultará necesario realizar excesivas indagaciones, pues el cura solía ser nativo del municipio, de ahí que este ya partía de un conocimiento igual o incluso más preciso en lo que respecta a las relaciones parentales entre la gente de su parroquia.
No hemos de olvidar que las casas eran los grandes centros de conocimiento, por ello desde sus entrañas será donde irá perfilándose culturalmente a una parte destacada del grueso poblacional. Sabemos como por ejemplo durante fechas concretas, como la celebración de Todos los Santos y los Fieles Difuntos, era costumbre que las familias se reunieran alrededor de la chimenea, recordando historias y relatos sobre sus familiares o parientes del municipio, ya que en esas jornadas las creencias avivaban más si cabe el interés por saber de las almas de aquellos vecinos que ya no estaban entre los vivos, y con los que en ocasiones había vínculos familiares.
Por aquel entonces la burguesía rural ya había comenzado a jugar un papel importante dentro de los grupos de poder, y esto lo percibimos en el momento de celebrarse los sacramentos matrimoniales, ya que antes los integrantes deberán aportar de acorde a su estatus una serie de bienes con los que garantizar la base de aquella futura vida familiar. La idea de preocupación en términos sociales por intentar adquirir bienes, queda reflejada claramente cuando en muchos testamentos podemos leer que esa persona indica que antes de fallecer ya “ha mejorado” la cantidad de tierras o patrimonio en relación a las que esta poseía durante la fase inicial de convivencia con su pareja.
Cuando hablamos de vecinos, cabe decir que las viudas y los pobres no eran contabilizados como tales, bien es cierto que si leemos las referencias que después tendremos en el Catastro de Ensenada, en las pequeñas localidades conquenses estudiadas no había grandes cantidades de pobres de solemnidad. El ser declarado vecino, comportaba una serie de beneficios, que evidentemente permitían una mejora de las condiciones de la gente que residía en el lugar, como por ejemplo tener derecho a un pasto comunal, u otra serie de ventajas, que siempre se agradecían dentro de la economía familiar.
La ruptura entre los grupos de poder se apreciará claramente en el momento de la muerte, cuando las casas con más recursos invertirán ingentes cantidades de misas, para poder sacar su alma con mayor rapidez del purgatorio, además de contar con un entorno privilegiado dentro de los espacios sagrados de cara a esa economía de la salvación. De ahí que resultará fundamental conocer a fondo los preceptos de la religión católica, para comprender esa sociedad de siglos atrás, hecho que muchas veces se ignora por completo en las investigaciones de carácter histórico. Un grave error que deforma o mutila el contexto en el que debemos de analizar casi todas las cosas.
Es por ello que consideramos necesario, no solo el conocer las bases de los principios morales que articularán el pensamiento de la gente de esa época a través del cristianismo, sino que incluso precisar con detalle esas escrituras que conforman los textos sagrados, ya que es a través del párroco (bien en las misas del domingo o durante la celebración de las fiestas), desde donde se marcarán muchas de las pautas que ceñirán la conducta, comportamiento, hábitos, y consiguiente forma de vida de nuestros antepasados.
Es entendible que la labor adicional que supone para el investigador recurrir a estas fuentes, alargan o complican más su trabajo de estudio, no obstante, si queremos comprender con un mayor detalle que ideas o preocupaciones invadían la mente de aquellas gentes, pensamos que resulta inevitable tener un conocimiento de los textos bíblicos, puesto que hasta la entrada del siglo XIX, marcaron sin lugar a duda la forma de pensamiento de nuestra cultura, especialmente en aquellas zonas de carácter rural.
David Gómez de Mora