miércoles, 5 de octubre de 2022

El uso de los amuletos y objetos religiosos en las sociedades rurales de antaño

Sabido es que las creencias populares tenían un enorme peso en las poblaciones de siglos atrás. Un rasgo que se agudizaba en las comunidades que estaban asentadas en zonas rurales, donde la sensibilidad en lo tocante a temas vinculados con las enfermedades y la muerte eran cuestiones de constante actualidad que atormentaban a sus gentes. 

Como ya hemos comentado en alguna ocasión, la esperanza de vida centurias atrás nada tenía que ver con la situación que hoy conocemos. Los avances en medicina han permitido que desde la segunda mitad del siglo XIX se marcara un punto de inflexión, que paulatinamente iría alargando y mejorando el periodo de vida de una persona, de ahí que resulte necesario imaginarse para comprender con que sensibilidad se afrontaban los años, ante la dificultad que conllevaba el riesgo de un parto, o la cura de dolencias contra las que no se disponía de medios eficientes que garantizaran una mejoría segura.

Es en este sentido cuando los amuletos cobraban un enorme protagonismo, en una sociedad profundamente católica, y en la que por tanto, su uso no era visto con buenos ojos. 

Estas prácticas poco a poco irán extirpándose o readaptándose, aunque para ello transcurrirán muchísimos siglos, pues la conversión pagana, siempre traía el riesgo de la asimilación de ritos difíciles de cambiar. Una cuestión que no empezará a clarificarse hasta finales del medievo, pero que no impedirá que especialmente en las zonas rurales, siguiera gozando de apoyo entre mucha de la población con baja formación.

Así pues, el peso de las culturas ancestrales que irán entremezclándose en los sustratos y folklore local, calarían en pueblos donde se alteraban los hábitos católicos y paganos, cuestión que todavía apreciaremos en las tenencia de determinados objetos, que a pesar de ir canalizándose hacia la idea del corpus cristiano, seguían estando influenciados por esa mentalidad y superstición popular que arrancaba de épocas remotas.

Como decimos, especialmente en los entornos rurales, la formación y control del clero hasta el momento del Concilio de Trento, permitió la persistencia y desarrollo de prácticas, que difícilmente se podían extraer de una gentes que ya las había adoptado como propias. Se trataba de un compendio de ritos y dichos, en los que se relacionaba el poder o facultades de algunos objetos (especialmente para fines protectores), sobre los que muchas veces acabará estableciéndose una delgada línea, entre la que no sabremos muy bien si su empleo, estará más cerca del trasfondo pagano o de los preceptos establecidos por la iglesia católica.

Así pues, por ejemplo, a finales del siglo XVII, entre los bienes de la acomodada optense doña Ángela de Alcázar, se cita la presencia de un Santiago de azabache, un objeto en este caso aprobado por la iglesia, y que formaba parte de las colecciones de arte sacro que poseían en el medievo las casas reales, y que durante aquella época gozaba de enorme reputación, hasta el punto de que existía un gremio de maestros joyeros, especializados en este material (los azabacheros), sobre el que el Vaticano tuvo que regular la comercialización y bendición de piezas, siempre y cuando estas no salieran de los talleres reconocidos dentro de la ciudad de Santiago de Compostela, pues algunos peregrinos veremos cómo los podían adquirir para después revenderlos, creándose así un negocio en torno a su manufacturación.

En este sentido, el azabache era un mineral de enorme calado simbólico, ya que al margen de la utilidad que se le dará a través de la talla del Apóstol, los romanos ya lo designaban con el nombre del "ámbar negro" (succinum nigrum), atribuyéndole propiedades mágicas, pues como es sabido, si este mineral es frotado con lana, se acaba cargando de electricidad estática, y por tanto, puede atraer materiales de escaso peso, cosa que a los ojos de la gente de antaño, se creía que era una cualidad sobrenatural de la piedra, y que según la tradición también mitigaba el cansancio de quien la portaba.

Es por este motivo, que la idea arraigada con materiales como el que nos ocupa, derivará en la producción de emblemas cristianos, que además en el caso del Santiago de azabache u otros objetos del mismo mineral (como sucederá con las cruces cristianas), generará una producción a gran escala.

Hecho similar ocurría con el coral, un material mucho más caro que el anterior, y que se aplicará en la elaboración de rosarios, entre los que por ejemplo está el de la citada doña Ángela, a quien le veremos en su testamento citados un par (uno de 15 decenas, y otro de 5, engarzado sobre un aplique de plata). 

Los rosarios dependiendo del material con el que estaban elaborados indicaban el estatus de sus poseedores. Recordemos que el coral desde antaño era también un material al que se le asignaban diferentes poderes, como evitar el mal de ojo. Su empleo como exvoto lo veremos en la cultura fenicia, evolucionando hasta el medievo, cuando también se le asignará la facultad de proteger enfermedades, siempre y cuando este material estuviera en contacto con la piel de su portador, de ahí que tanto adultos, como niños llevarán colgantes que los mantendrán siempre en contacto con este pólipo marino. Para Dioscórides su uso era recomendable en el tratamiento de cicatrices de ojos, cura de llagas, así como para aquellas personas con dificultad para orinar.

Otro material preciado era el granate, y es que aunque no lo veremos muchas veces en los testamentos como los objetos anteriores, se le denominará con el nombre de piedra del sueño, pues estaba extendida la creencia de que puesto debajo de una almohada o en una parte de la cama, evitaba que la persona tuviera pesadillas. Función que como sabemos muchas veces era suplida por la lavanda, pues se le adjudicaban las mismas propiedades a los ramilletes de esta planta.

También será habitual ver elementos religiosos fabricados con cristal de roca, un tipo de cuarzo que apreciaremos en relicarios, cruces procesionales, y otra serie de piezas artísticas, y que realzaban el valor de dicho material. Los chupadores de bebés muchas veces estaban elaborados de cuarzo, atribuyéndoles propiedades protectoras contra enfermedades relacionadas con la vista o los males de ojo.

Entre los restos de animales, además del coral, también tendremos los colmillos y dientes de jabalí, además de las caracolas de mar y las conchas. Sabemos que por ejemplo los primeros, eran un protector muy empleado entre los niños, encastándose como colgante o también atado en la muñeca. Para las heridas muchas veces se persignaba al afectado con el diente de este animal sobre la zona molesta, así como también cuando este tenía dolor de muelas, se posaba en la zona inflamada.

Por lo que respecta a las caracolas de mar, estaba extendida la creencia de que además de ser una buena protección contra los espíritus (por lo que se colocaban en diferentes puntos de la casa, especialmente en aquellos municipios de las áreas litorales, donde por su consumo y abundancia era sencillo conseguirlas), el portarlas encima, se creía que alargaba la vida de su propietario.

Igual de curiosa era la idea que había entorno a las conchas marinas, ya que además de emplearse como protectores para los niños, en las mujeres estaba extendida la creencia de que su tenencia era buena para aquellas mujeres que deseaban quedarse embarazadas o deseaban asegurarse un buen parto.

En otro grupo tendríamos los objetos ya vinculados directamente con el catolicismo, como cruces, detente balas, escapularios, rosarios y medallas. Ni que decir que el símbolo de la cruz nos recuerda la presencia permanente de Dios en nuestras vidas, pues fue su Hijo quien murió en ella para que el resto de mortales encontrásemos la salvación.

Por lo que toca a los detente balas (y que todavía seguiremos viendo cómo se emplean entre la gente que participa en contiendas bélicas), su uso viene produciéndose desde hace varios siglos atrás, cuando se indica que quienes portaban consigo la imagen del corazón de Jesús, veían que al entrar en combate, gozaban de una especie de gracia que les protegía de la artillería enemiga. El relato se extendió como la pólvora, por lo que se acabaron creando protectores que llevaban grabada esta ilustración, acompañándose con la frase de “detente, bala”, alcanzando notable protagonismo durante el trascurso de las guerras carlistas entre los integrantes del bando tradicionalista, asegurándose pues que quienes los portaban no recibirían el impacto de la artillería enemiga. Su uso seguirá en auge durante la guerra civil de 1936-1939, especialmente en los Tercios de Requetés.

Los escapularios también tienen la finalidad de acompañar al devoto y permitirle seguir con sus preceptos católicos, no obstante, su uso cabe indicar que no aporta una gracia como sucede en el caso de los sacramentos. Sabemos por ejemplo que el escapulario de la Virgen del Carmen, durante el medievo se decía que quien lo portaba en el momento de la muerte no llegaba el Infierno, hecho que motivó que muchísima gente siempre lo llevara encima. En el caso de los rosarios, veremos como desde antaño estaba extendida la creencia de que estos alejaban el mal y ayudaban a limpiar los pecados, portándose como las medallas en el cuello, así como en la muñeca.

Tampoco podemos pasar por alto las cruces, principal emblema del cristianismo, y que nos viene a recordar el martirio vivido por el hijo de Dios por la carga de nuestros pecados. Entre los diferentes tipos de cruz veremos la de Caravaca, la cual se decía que podía impedir que una persona fuese alcanzada por un rayo, funcionando a su vez como un protector contra la rabia si se daba el caso de que un animal mordiera a quien la portaba.

Por otro lado, las medallas siempre se han vinculado como una herramienta eficiente para prevenir enfermedades, teniendo en algunos casos una finalidad concreta dependiendo de la advocación a la que esté dedicada, así por ejemplo, en el caso de Peñíscola sabemos que la de Santa Ana se dice que ayuda a las mujeres a tener un parto seguro.

Los lazos rojos con cascabel eran muy empleados, especialmente en la tierra de Cuenca, funcionando como amuletos protectores para los niños recién nacidos. Aunque hoy muchos han quedado reducidos a la tira, antaño el cascabel se decía que cuando sonaba servía para ahuyentar los malos espíritus, además de proteger del mal de ojo, cuestión que posiblemente puede guardar relación con la cábala.

Igualmente, la bellota era uno de esos frutos que históricamente estarán integrados dentro de la superchería local, pues a lo largo de las diferentes culturas, se le han atribuido una serie de cualidades que potenciarán su empleo como amuleto. De la misma forma que la castaña, esta es fácil de conseguir, de ahí que su uso se extenderá por muchos lugares, indicándose su funcionalidad como protector y fuente de fortaleza a quien la llevara consigo, cuestión por la muchas veces se insertaba dentro de saquitos o prendas de ropa.

Por último, otro tipo de amuleto con mucho recorrido a lo largo de la historia de nuestro territorio han sido las higas, estas siempre se han facturado con minerales como los comentados al principio. Su característico diseño de puño cerrado, extendido desde los tiempos de la romanización, le valió los atributos de protector para el mal de ojo, los celos, así como cualquier tipo de enfermedad.

Sabemos que muchos de estos amuletos y diferentes objetos podían emplearse en momentos determinados, insertándose dentro de las viviendas, pues con ello se consideraba que quedaban protegidos todos los inquilinos que residían en el hogar. Evidentemente, había momentos concretos del año, en los que había una mayor preocupación por fomentar su uso, tal y como sucederá durante los días que irán desde la tarde de la víspera de Todos los Santos, hasta el transcurso del día de los Fieles Difuntos, pues no fueron pocas las historias que avisaban del daño que las ánimas errantes en su tránsito por las calles y casas del pueblo podían ocasionar en el caso de realizar una visita inesperada.

David Gómez de Mora


Bibliografía:

-ARCHIVO MUNICIPAL DE HUETE. Protocolos notariales, Nº197, año 1694. Diego de Alique.

-GÓMEZ DE MORA, DAVID (2020). “La terapéutica del reino mineral entre las élites (siglo XIV-XVI)”. En: davidgomezdemora.blogspot.com, sábado, 7 de noviembre de 2020

davidgomezdemora@hotmail.com

Mi foto
Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 25 libros entre 2007-2024, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo local. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).