Si hablamos sobre los orígenes
de la disciplina encargada del estudio filosófico de la naturaleza y el
universo físico, resulta imposible obviar el nombre de Platón. Defensor de la
teoría que explicaba como el alma vive a modo de prisionera dentro de nuestro
cuerpo desde el instante de nuestro nacimiento, y como de importante es
filosofar para aprender a morir.
Sin lugar a dudas los griegos
habían conseguido avanzar de manera satisfactoria en un terreno en el que hasta
la fecha nadie lo había conseguido. Factores favorables de tipo socioeconómico,
una mayor disponibilidad de tiempo para el ocio, además del fomento del
pensamiento y la religión, son sólo algunas de las claves.
Del mismo modo es imposible
obviar la influencia que tuvo sobre este personaje Sócrates (su mentor), quien
entiende a la perfección la significación que supone el bien moral y la
sabiduría como dos cualidades que están estrechamente interconectadas.
El encuentro de la filosofía y
el cristianismo viene de la mano del magisterio primitivo, donde se refleja la
importancia del amor cristiano ligado a la palabra de Dios dentro de su
comunidad. Autores como San Agustín de Hipona, a pesar de criarse con un padre
pagano y vivir una parte de su vida alejado de la palabra del Señor, entiende
la necesidad de acercarse al mensaje que su madre como creyente le había
transmitido.
En su persona emergen el
estudio de la filosofía, retórica o derecho. Y es que a pesar sumergirse en el
mundo del maniqueísmo, es capaz con el tiempo de entender la clave del mensaje
divino.
Obviamente él será un producto
de una sociedad cambiante, que en aquellos instantes se veía sumamente agitada
por nuevos vientos de cambio social, y que sabiamente sabe canalizar en su
pensamiento, donde demuestra hábilmente en su “Ciudad de Dios”, como la
paralización del paganismo romano hubiera evitado males mayores entre sus
gentes.
El neoplatonismo que
desencadena aquella corriente de pensamiento reformada, permite una mejor
asimilación de Platón, desde el prisma de la dicotomía alma y cuerpo en el campo
de la religión. Siglos después Santo Tomás de Aquino demostrará con una
mentalidad más propia de lo que hoy denominaríamos como científica, como de
importante es saber interpretar los fundamentos de los dogmas cristianos.
La escolástica medieval tomará parte
importante en esta actividad, generando un poso filosófico dentro de la
teología cristiana que ya desde hacía mucho tiempo estaba empezando a
extenderse por nuestro globo entre las mentes de los grandes pensadores del
cristianismo.
Nuestra sociedad occidental entenderá el sistema productivo desde un modelo feudalizado, en el que premiará por encima de todo el derecho divino. Autores como Santo Tomás reflejarán una visitón dualista desde la perspectiva social, en las que obviamente la tenencia de la tierra se acabaría convirtiendo en un elemento regulador que consolidará el sistema económico desarrollado por nuestros antepasados.
Al fin y al cabo todo estaba
estrechamente interconectado, por ello es ahí donde uno debe de empezar por
entender la importancia que la religión y la forma de pensar tienen en la
creación de una cultura, en la que cada lugar acaba moldeando y distinguiéndose
para bien o para mal de sus vecinos.
Afortunadamente el cristianismo
incide en la importancia del amor y la ayuda comunitaria, y es que a pesar de
que con el trascurso de los años vemos un alejamiento de determinados preceptos
que en la base paleocristiana nada tendrán que ver con las tensiones liberadas
en tiempos del medievo, el poso del mensaje siempre seguirá estando presente.
Con Guillermo de Ockham
llegaremos al post-pesimismo, a pesar de su intento por buscar una teología que
respondiera a las necesidades ofrecidas desde la filosofía como la ciencia. No
olvidemos que en tiempos de San Agustín se remarcaba que la consecución del
conocimiento se alcanzaba a través de la iluminación divina, mientras que
después Santo Tomás le da un cariz más sensitivo.
Durante el la Baja Edad Media
los franciscanos vuelven a recuperar parte de esa esencia que impregnaba los
valores de las primeras comunidades, distinguiendo que la filosofía beberá de
la razón, así como la teología de una palabra revelada, aunque al final
filosofía y religión acababan convergiendo, pues la primera tiene como objetivo
buscar una verdad, mientras que la religión ya la da por asentada en la
revelación gracias a la fe. Es decir, al final uno podía entender que la
filosofía es la búsqueda de Cristo.
Además, como bien expone San
Francisco de Asís, esa idea debe de llevarse a la práctica a través de su
imitación, bien por la ascética, el estudio de los textos y la vivencia de la
penitencia. Al final se comprende que el hombre por naturaleza busca la
felicidad, y está radica en el encuentro con la verdad, por lo que ese camino
obviamente debe de realizarse desde el conocimiento y la práctica de la
religión.
David Gómez de Mora