Una pintura muy conocida del puerto de Vinaròs es la de Pere Oromig: la expulsión de los moriscos. Iniciada en 1612 y acabada un año después, ésta formaba parte de una serie de cuadros que representaban la expulsión de 1609.
El rey Felipe III encargó al virrey de València, el Marqués de Caracena, que mandara hacer un conjunto de obras sobre la representación de los diferentes puertos valencianos en los que se produjo. En el caso de Vinaros, la pintura de Oromig presenta la imagen del campanario de la Iglesia Arxiprestal como uno de los elementos más destacables en la composición. Una torre cuadrangular y de forma exageradamente alargada que despunta hacia el cielo.
Si tenemos en cuenta la imagen actual de la torre no podemos decir que sea una representación fidedigna. Ésta, más bien, ofrece una imagen muy idealizada donde el que interesa destacar es su altura, lo cual no es extraño si tenemos en cuenta el carácter propagandístico del lienzo. Otra representación que se plasmó de nuestro campanario la vemos en el libro de Horas del archivo parroquial de la Iglesia Arxiprestal. En esta ocasión la imagen se acerca más a la realidad: siendo dividido en tres líneas de imposta y con un solo cuerpo de campanas y una base en forma de talud. La torre se construirá con piedra y mortero, reforzando con sillares de piedra sólo los flancos y el piso superior de las campanas. Y es que si algo tenía nuestro campanario, es que se integraba simbióticamente con el resto del templo como una Iglesia-Fortaleza que reflejaba cierta inexpugnabilidad.
Sin lugar a dudas era uno de los elementos arquitectónicos más destacados que reforzaba el perímetro amurallado de nuestra localidad, al discurrir junto a sus alrededores uno de los dos principales accesos a la población. Salta a la vista que la trama arquitectónica exterior de nuestra Iglesia Arxiprestal nos recuerda mucho al de una fortaleza, ello es así, puesto que desde el momento de su ejecución hasta el siglo pasado, ésta jugaba ese doble rol que hoy ya casi todos conocemos.
El pasillo militar que recorre sus flancos oeste, norte y este, es un ejemplo más del papel militar que ostentó, y de la funcionalidad geoestratégica desempeñada por Vinaròs, pero que obviamente vendrá heredándose desde el momento de la fundación del Reino de València, y que también quedaría reflejado en la desaparecida iglesia gótica, de ahí que el mismo Viciana antes de su desmantelamiento, como posteriormente interpretará Borràs Jarque, creerá este último que también funcionó como iglesia-fortaleza, al aprovechar las prestaciones defensivas de su respectivo campanario.
El estrecho acceso del actual campanario, no es tampoco casual, así, en el supuesto de un intento de asedio, los enemigos debían de acceder como máximo de uno en uno, estrategia favorable para quienes desde la segunda planta podían defender con mayor efectividad.
A partir de esta segunda planta, y justo detrás del reloj, nos encontramos con ese pasillo (que se ubica por encima de las capillas), donde nos toparemos con diferentes habitáculos donde aún se pueden observar algunos grafitis presentes en sus paredes (los más antiguos datables a priori durante el siglo XIX, así como otros que se enmarcan en pleno siglo XX). Las secciones del pasillo militar interior destacan por su baja altura. En este caso, evidentemente volvemos a toparnos con características propias de un edificio de funcionalidad defensiva, pues recordemos que en el supuesto de que un contingente enemigo consiguiera alcanzar ese lugar, el rebajamiento y la estrechez de los accesos, dificultaría su avance, pues difícilmente podrían emplear con precisión sus armas de fuego. Una serie de argumentos que en su conjunto, facilitarían un mejor control de este espacio, y que durante las guerras carlistas se reforzará con un piso superior, ya abierto hacía el exterior.
Además de la pared ataludada, una de las características más llamativas de este sector del edificio, lo tenemos en el grosor de sus paredes. Hemos de pensar que por aquellas fechas la pólvora ya había revolucionado el mundo de la armamentística, y por lo tanto para poder resistir con mayor eficacia el fuego enemigo, era menester disponer de unos muros más resistentes.
Por último también es interesante destacar la funcionalidad de las aspilleras, entre las cuales merece la pena remarcar la que se ubica en la esquina del flanco NW, y que está orientada hacia la actual calle San Cristóbal (el primitivo acceso para quienes intentaban efectuar una ofensiva desde el norte de la población). Pues en el caso de producirse, estos quedaban expuestos al fuego vinarocense, al situarse en el punto de mira que focaliza el lugar, así como por la dificultad de poder responder con acertada precisión.
Otra de las partes destacadas del edificio es su portada plateresca y lo que conocemos como la capilla de la comunión.
Borràs Jarque nos señala en su crónica como esta portada será aprovechada de la iglesia gótica. Por otro lado, autores como José Antonio Gómez Sanjuán, plantearon ciertas cuestiones que abogaban por una línea contraria, como el que veremos reflejado en un artículo de prensa local durante el mes de abril de 1985, cuando refiriéndose al origen de la misma, añade que “de lo que tampoco dudamos es de que esta portada no es específicamente una puerta de iglesia. Los dos personajes, en los dos medallones circulares, ni son santos ni tienen por qué serlo. Los angelotes, contra lo que pudiera parecer, tampoco son indiscutiblemente elementos religiosos, antes bien son muy corrientemente localizables en arquitecturas profanas. Es, por lo tanto, una portada estructuralmente profana. ¿Cómo fue a parar a una iglesia?. Y precisamente a una iglesia que iba a demolerse en breve y para la que ya se recaudaban fondos entre la población... ¡Todo un contrasentido!”.
Según la interpretación de Gómez Sanjuán, la portada podría no haber salido de la iglesia gótica. Lo cierto es que Borràs Jarque tampoco se apoya en ninguna referencia documental fiable para realizar la tesis del aprovechamiento desde otro templo religioso.
Es cierto que si profundizamos en su aspecto, apreciamos que en el supuesto de que fuese un antiguo acceso religioso como el que siempre se le ha atribuido, éste era de un tamaño no muy grande. Si a ello le sumamos que incluso la decoración es idéntica a la que tenemos en una fachada de la calle San Juan, en donde aparecen los mismos medallones y unos ángeles de traza muy similar, nacen pues cuestiones más controvertidas, acerca de cuál podría haber sido su origen. Del mismo modo, para aquellos que deseen romper una lanza a favor de Borràs Jarque, es igual de factible pensar que esa portada nada tendría que ver con otro edificio que no fuese la antigua iglesia, debido a que dichas piezas se enmarcan en un mismo marco cronológico, previo a la construcción de la que luego será la Arxiprestal, habiendo sido una locura no aprovecharla, y teniendo en cuenta el poco tiempo que había pasado desde su elaboración.
David Gómez de Mora