Cierto es que esto no dejan de ser meras conjeturas, aunque cabe decir que una cosa si estaba clara, y es que la iglesia de Villarejo como mínimo se remonta a principios del siglo XIII, teniendo en ese momento la típica planta románica. Prueba de ello son los canes y tirantes de madera de su nave central, y que todavía nos recuerdan su existencia en un periodo de la historia del lugar del que casi nada sabemos.
Avanzados los siglos, entraríamos dentro de lo que sería la creación del palacio renacentista. Así pues, durante el siglo XVI la residencia de la familia recibiría un cambio de imagen. Una centuria de esplendor arquitectónico para la localidad, puesto que junto con la siguiente, se rematarían tanto esta como parte de la obra de la Iglesia Parroquial, realzando así el aspecto de esta área del pueblo, y que desde la perspectiva urbanística habríamos de englobar como lo que sería el perímetro del casco antiguo, tal y como ya hemos formulado en alguna ocasión al tratar la descripción de la evolución urbanística del parcelario local.
Desafortunadamente, como suele ocurrir con este tipo de edificaciones, a medida que trascurre el tiempo y estas se acaban abandonando, la residencia ya no se volvería a habitar, estando en desuso y cayendo consiguientemente en estado de ruina. Como veremos, algunas partes de la misma se irían reciclando en diferentes lugares de la geografía conquense.
Sabemos por ejemplo que el escudo de los propietarios del palacio se emplazaría en la Venta de Cabrejas, una auténtica joya de la cantería de la época por su tamaño, donde destacan los emblemas heráldicos de las familias que estuvieron asociadas con esta casa de la nobleza villarejeña.
Sin lugar a duda el elemento más representativo es la entrada principal al antiguo palacio, la cual se desplazó durante la segunda mitad del siglo XX hasta la ciudad de Cuenca. Por su traza podemos observar un arco de medio punto sustentado por pilastras y flanqueado por columnas dóricas, sobre plintos que soportan un friso decorado a base de triglifos y métopas que contienen los emblemas de la familia a la que perteneció el palacio, apreciándose en una de ellas el característico león rampante con ocho cruces de Calatrava, y que debemos adscribir al linaje de los Coello.
Paseando por los restos de lo que fueron las paredes de la noble residencia villarejeña, apreciamos vestigios decorativos en el alfeizar, donde encontramos algunas rosetas esculpidas que daban todavía mayor solera al aspecto exterior de la vivienda.
Del mismo modo, si damos una vuelta por alguna de las calles de los alrededores, veremos cómo se han reintroducido en un par de casas los restos de lo que parecen ser unas ménsulas, y que se caracterizan por estar distribuidas en varias franjas, teniendo en la parte superior decoración de hojas, así como debajo una sucesión de arcos, y en el caso de una, un cordón que de nuevo se culmina sobre otra decoración floral en la zona inferior.
Siguen quedándose muchas cuestiones en el tintero que nos ayuden a entender como fue la historia de esta residencia señorial. Tenemos constancia de como a lo largo de la segunda mitad del siglo XVI como primera del XVII, la vida de los señores en el lugar promovió diferentes intervenciones arquitectónicas, bien fuese tanto en la residencia referida como en la Iglesia Parroquial de San Bartolomé, hecho que en parte nos refleja una secuencia de la vida de estas familias de la nobleza local que el público desconoce.
Continuará...
David Gómez de Mora
Cronista Oficial de Villarejo de la Peñuela