Mucho ha llovido desde aquellos tiempos en los que la agricultura era una de las fuentes de riqueza que enalteció socialmente a una parte de las familias que residían en sus respectivas localidades, y que a través del control de sus tierras y producción de grano, medraron y consolidaron un nombre, indispensable para encajar en un escenario social en el que el poder del campo y la religión eran dos de las principales credenciales que confirmaban la posición que un linaje podía acabar alcanzando en su paso por este mundo terrenal.
Caminando por las calles de Verdelpino de Huete, uno todavía puede apreciar vestigios de ese pasado no tan lejano en el tiempo. Aquel en el que para comerse una hogaza de pan, había detrás un proceso de elaboración costoso, casero y sacrificado, que recordaba constantemente los duros quehaceres diarios a los que se tenían que enfrentar nuestros antepasados. Una sociedad digna de admirar por el esfuerzo y sinfín de preocupaciones que les comportaba el haber de tener sus ojos puestos en los frutos de una cosecha que hasta el final de la temporada nunca se sabía como podría acabar.
En este sentido, una de las principales herramientas que acompañaban al labrador de antaño era lo que se denominaban como los rulos de era. Se trata de unos cilindros de roca maciza con una perforación en su zona central, en la que se encajaba una barra de hierro que permitía que la parte saliente se acoplase a un enganche para que así este fuese arrastrado por el animal. Ejemplares de estos veremos en múltiples zonas de nuestra geografía rural, siendo el caso de Verdelpino de Huete, donde algunos hoy sirven como zona de asiento. Los rulos son sin ninguna duda uno de los muchos inventos que de manera discreta han pasado desapercibidos como elementos ornamentales en muchas casas y poblaciones del país, gracias a los que la sociedad pudo mejorar y prosperar en términos económicos.
Estos cilindros de piedra llegaban a pesar hasta una tonelada, encargándose su elaboración a canteros que evidentemente sabían trabajar la piedra. Para ello les debían de dar una forma concreta, dependiendo del uso que se le quería aplicar. Así por ejemplo, veremos los rulos que se usaban para trabajar en las eras, estos tenían forma troncocónica, siendo los recomendables para prepararla. Con su peso y forma, conseguían separar las impurezas y hierbas tras machacarlas. Por otro lado, aquellos que eran más alargados y presentaban un menor grosor, se usaban para equilibrar y endurecer el terreno de cultivo. Existen otros menos comunes, caracterizados por presentar estrías, y que servían como trillo en el momento de trabajar las tierras de cultivo.
Recordemos como por estas fechas, aunque ya desde finales de mayo, las eras empezaban a prepararse, para ello, una vez eliminados los hierbajos, además de disponer de un terreno mojado, se pasaba el rulo para dejar el suelo en unas condiciones aceptables. La superficie de este cilindro se cubría con paja para que así la tierra mojada no se adhiriera, y por lo tanto su labor fuese más efectiva.
David Gómez de Mora