Como sabemos por algunos testimonios orales que nos remontan a la época de sus abuelos, hasta finales del siglo XIX e inicios del XX, era todavía posible escuchar el aullido del lobo en los alrededores de Piqueras del Castillo, así como verlos acercarse a beber hasta su río.
Es importante tener en cuenta que su presencia estaba extendida por muchos puntos de la Península Ibérica, a pesar de la decaída de su población, tras la intensa caza a la que se someterá a este animal, especialmente desde el siglo XVIII. Un hecho que incluso podemos intuir más adelante, alrededor de 1850 en la obra de Madoz, donde ya veremos la existencia de una toponimia en el área que rememoraba el lobo, pero en la que no se recoge su testimonio directo en la mención de esas especies principales que se cazaban en la zona. Fenómeno que obviamente no era indicativo de que este ya no existiese, pues como se desprenderá, el lobo todavía seguía sobreviviendo en determinados puntos del territorio, señalándose en áreas concretas su abundancia.
No hemos de olvidar como la aplicación de las políticas de regulación contra la especie (y en donde además se premiará con un incentivo económico su caza), dispararían de forma notable la reducción de su población.
En el caso de Piqueras del Castillo, sobradamente conocida eran sus andanzas por algunos de los corrales dispersos que había a lo largo de su término municipal. Estos, junto con las zonas de vereda y pasto por donde trascurrían especialmente las ovejas y cabras de pastores, era donde el lobo solía presentarse. Uno de los puntos en el que se movía con mayor facilidad era a lo largo de la Sierra del Monje, por ser un entorno más aislado de la acción humana, así como disponer de una constante presencia de conejos y liebres. No obstante, este también preferiría puntos un tanto más concurridos, como sucedía con el entorno que conectaba Piqueras hasta la aldea de Alcol.
Conocemos una referencia rescatada del Archivo Histórico Nacional, y que recoge en su libro Ignacio de la Rosa (El año mil quinientos de la Mancha Conquense), cuando al hablar del estado salvaje de los montes de esta área que limita con Barchín, menciona que durante la primera mitad del siglo XVII (más concretamente en el año 1613), se habían matado un total de 40 lobos, especificándose que en el término de esta localidad vecina, al presentar un medio montañoso y espeso de vegetación, de no eliminarse parte de sus matojos, no se podía “tener ganados ni otros haberlos ni salir la gente por los montes que por ser tan grande cría muchos lobos y este año se han cogido más de cuarenta lobos pequeños en una legua” (Archivo Histórico Nacional -AHN-, CONSEJOS. Leg. 28391, Exp. 3; Ignacio de la Rosa, 2020).
Resulta interesante esta cita, que nos recuerda como la presencia de vegetación y zonas frondosas de matorrales, eran elementos favorables para que el lobo se reprodujera. No obstante, como sabemos, muchos estudiosos del animal, inciden en que precisamente la deforestación y ocupación de su hábitat natural, favorece su acercamiento hacia las zonas habitadas, y en las que casi siempre había presencia de ganado, puesto que la escasez de los recursos naturales con los que tradicionalmente se alimentaba, obligarán a esta especie a atacar las explotaciones de animales.
Es por ello que veremos que tanto si el monte se dejaba abandonado o como zona de pasto, o si este se erradicaba para crear tierras de cultivo, el problema del lobo siempre estaba presente para los lugareños.
En este sentido, no podemos ignorar la figura de los perros, los cuales muchas veces podían anticipar su presencia. Y es que rara era la vivienda en la que no se dispusiera de su inestimable compañía, independientemente de la cantidad de reses que poseyera la familia que los cuidaban.
Cierto es que entre los miembros de la casa siempre existía la preocupación de que su caballería pudiese sufrir algún tipo de percance, ya que la mula y el borrico, eran en muchas ocasiones algunas de las posesiones más preciadas que podía tener la gente. Tengamos en cuenta que estos animales eran con los que nuestros ancestros se desplazaban al monte para acudir hasta las tierras de labranza que les daban de comer.
Tanto el macho y la mula eran muy aptos para labores de campo, tales como la siembra y el arado. Conocemos por las descripciones del diccionario de Madoz, como precisamente el estado de los caminos de Piqueras del Castillo por aquellas fechas, no era precisamente el más adecuado.
Al mismo tiempo, tenemos constancia de que en la localidad, algunos de sus vecinos contaban con armas de fuego, tal y como se desprende por diversos testamentos que hemos podido consultar. Las escopetas eran empleadas especialmente para la práctica cinegética, así como también para disponer de una herramienta que les ayudara a las personas a defenderse en sus travesías por los caminos de herradura, y donde siempre se corría el riesgo de ser asaltados.
Para las labores de caza, era todavía normal que la gente durante el siglo XIX emplease el arco, además de trampas, como ocurría con los cepos, sobre los cuales la legislación ya advertía en qué zonas no debían estar presentes, puesto que siempre supondrán un peligro para quienes transiten por ese punto, por lo que generalmente estos se disponían en terrenos privados.
El lobo era un animal siempre presente en la mente de la población piquereña, algo que se apreciaba llegada la Navidad, tal y como comentábamos en nuestro estudio sobre el municipio (2024), cuando en los hogares alrededor del fuego de la chimenea, se entonaba un villancico, en el que se relataba la incursión de una manada de lobos dentro de un rebaño, y que como respuesta motivará la acción directa de los ganaderos.
De la misma forma, no faltarán referencias en la toponimia piquereña que nos recuerdan la presencia de este animal, siendo el caso del Vallejo del Lobo, un nombre que como veremos, se repite por otros municipios de la zona, debido a las mismas causas (en Campillo de Altobuey, La Parra de las Vegas...).
En Solera de Gabaldón conocida es la rambla del lobo, así como en la vecina localidad de Chumillas, Madoz (1847, t.VII, 348) indica a mediados del siglo XIX que en este pueblo: “crianse muchos animales dañinos, tales como zorras, lobos, víboras y culebras, y abunda la caza de liebres, conejos, corzos y algún venado”.
David Gómez de Mora
Cronista Oficial de Piqueras del Castillo
Referencias:
*Gómez de Mora, David (2024). Apuntes históricos de Piqueras del Castillo (II parte), 145 pp.
*Madoz Ibáñez, Pascual (1845-1850). Diccionario geográfico estadístico-histórico de España y sus posesiones en ultramar. 16 volúmenes
*(de la) Rosa Ferrer, Ignacio (2020). El año mil quinientos de la Mancha Conquense, 615 pp.