De vez en cuando entre los bienes de la documentación notarial pueden leerse diferentes reseñas que llama la atención, tal y como sucede en este caso con el listado de posesiones reflejado en un inventario del año 1624 de Verdelpino de Huete, perteneciente al hijo de Francisco Pintado del Olmo y Juana de la Peña.
Entre los objetos que se describen apreciamos los clásicos textiles y aperos de campo, propios en el hogar de cualquier familia. No obstante, merece nuestra atención, un objeto, que si bien ya lo hemos visto en otros documentos de idéntica índole, queremos remarcarlo por la finalidad e importancia que adquiría. Concretamente se trata de “una ballesta con sus gafas”, que acabará heredando Francisco Pintado de la Peña, y que los peritos tasadores valorarán en 7 reales.
A priori la ballesta puede parecernos un arma más propia del medievo, por lo que la idea de que esta durante el siglo XVII estaba anticuada, no deja de ser una equivocación, pues nada más lejos de la realidad, la ballesta siempre fue empleada como arma de caza, especialmente entre las gentes del ámbito nobiliario, con la que además jugaban como entretenimiento para ver quien conseguía acertar en el centro de la diana. Hay que decir que con el paso de los años, y tras la incorporación de las armas de pólvora, obviamente la ballesta fue perdiendo fuelle, pero no por ello dejándose de emplear, especialmente en zonas rurales, en las que muchas familias que practicaban la caza veían en su uso un arraigo ancestral, además de que no era costosa de reparar.
La ballesta que se nos describe en este inventario de Verdelpino de Huete conserva también la gafa o pata de cabra, es decir, la pieza que se usa para cargarla, y que consta de una palanca que sirve de apoyo entre un par de ganchos y arcos.
Las cacerías de venado y jabalí fueron antaño muy habituales en estas tierras interiores, de ahí que familias de labradores con ciertos recursos como los Pintado, practicarían en más de una ocasión estas actividades, en las que desde luego el medio físico se prestaba para su desarrollo.
David Gómez de Mora