lunes, 29 de agosto de 2022

Apuntes sobre los cortijos cañeteros

Buena parte del patrimonio rural andaluz se fundamenta en algo que para nosotros representa el icono de la vida en el campo en estas tierras meridionales de la península ibérica: los cortijos. Un elemento arquitectónico asociado a una explotación agrícola y/o ganadera, que nos muestra el urbanismo disperso de antaño, alrededor del que se explotaban las tierras (especialmente ligadas al trigo y el olivo), y que a su vez conformará el principal motor económico de las zonas interiores de una provincia con una indiscutible tradición campesina.

Un entorno de paz y acusado trabajo, aislado, pero donde el esfuerzo y el sacrificio diario por sacar adelante la explotación, recordaba la dura vida que soportaba el labrador andaluz. Cierto es que dependiendo del poder de sus propietarios, este tipo de construcciones podríamos catalogarlas en pequeñas, medianas o grandes. Por desgracia, la consiguiente despoblación de las áreas interiores, la caída de la natalidad, el estilo de vida actual, y la dificultad del mantenimiento que generan este tipo de obras, han dado pie a que muchos cortijos caigan en el abandono y consiguiente estado de ruina, conllevando esto no solo su desaparición a corto o medio plazo como un elemento arquitectónico de valor histórico, sino también como una parte de la historia que representa los quehaceres que enaltecieron la vida diaria de nuestros antepasados.

El origen de estas construcciones con toda seguridad se remonta a la época de dominación romana, recordándonos su aspecto a las características villas. Unas residencias campestres con su respectiva explotación animal, donde vivía el propietario y los trabajadores que mantenían el conjunto de tierras.

En el caso de Cañete la Real, estamos efectuando un registro pormenorizado de cada uno de sus cortijos, habiendo cuantificando hasta el presente un cómputo total de poco más de un centenar entre los que tienen un escaso recorrido histórico,  antiguos, así como otros muchos desaparecidos durante el siglo pasado, y de los que solo nos queda el testimonio de una toponimia que certifica su paso por el tiempo.

Recordemos que Málaga es una provincia que aunque mira hacia al mar, cuenta con un abundante relieve que invita a que muchas de las explotaciones agrícolas empezaran a contar con un espacio residencial en sus inmediaciones, lo que permitirá de este modo que sus propietarios dispongan de un lugar en el que acogerse, para así conseguir un acortamiento del tiempo en el momento de desplazarse hasta el lugar de trabajo, además de mantener un mayor control del recurso que les daba de comer.

El cuidado de animales, especialmente ganado ovino y caprino, unido al uso de un suelo de secano, donde gramíneas, olivos y vides abundaban por doquier, fueron los elementos agrícolas que irían dando forma a la estampa del cortijo cañetero, y que en muchas ocasiones definiríamos como de tamaño mediano o pequeño. Y es que a pesar de que existan excepciones como ocurre con el de Ortegícar y la Colá, por norma general la sociedad cañetera se fundamentaba en labradores modestos, ayudados muchas veces por jornaleros, que disponían de viviendas campesinas recogidas, diseminadas ampliamente por su término municipal. Así pues, en el momento de referirnos a muchos de estos cortijos, habremos de entenderlos como obras que se adscribían a una economía agrícola que no daba prácticamente la posibilidad de garantizar unos excedentes exagerados para comercializar, y por tanto, traduciéndose en fincas o parcelas explotadas por una misma familia.

Los pleitos que hemos ido estudiando desde el siglo XVI entre la mesta y los vecinos de Cañete, reflejan ese ansia de los habitantes en un intento por querer adquirir un terreno o parcela que sustituya el pobre uso comunal dedicado a la ganadería, y que según el testimonio de sus vecinos, no rentabilizaba para nada si se comparaba con los frutos que otorgaba la tierra labrada. Probablemente, la ocupación de muchas de estas fincas que los cañeteros considerarán una auténtica pérdida ganancial por haberse dedicado a un uso ganadero poco rentable, son la base que motivará el alzamiento de algunas de esas casas de campo, que con el trascurso de los años derivarán en las explotaciones y cortijos que hoy conocemos.

En Málaga, como sucede en Castilla a la hora de repartir el patrimonio entre los vástagos, los lotes patrimoniales se hacían en partes y proporcionalmente, cosa que promoverá una sistema de producción por el que se empezarán a edificar muchas de esas obras rurales, y que dependiendo de su tamaño o prosperidad de la familia, irán haciendo evolucionar la explotación del cortijo, aunque dentro de un marco limitado. No obstante siempre hubo excepciones, pues grandes terratenientes en estas tierras tampoco faltaron, y prueba de ello se refleja en la desigualdad social que recogimos a través de los datos del Catastro de Ensenada a mediados del siglo XVIII dentro de este municipio.

Algunas de estas edificaciones aprovecharán los puntos realzados de las lomas, donde la visibilidad era mucho mejor, además de que la disposición de la pendiente del terreno permitirá un mejor explotación en niveles, en los que las gramíneas, y donde la más repetida era el trigo, irá cogiendo fuerza. Igualmente, olivos, vides, almendros y la complementación de un uso ganadero, serán los elementos económicos que enriquecerán más si cabe la diversidad de estos espacios.

Tanto en el caso de los cortijos de Cañete la Real como en los de cualquier otro enclave de similares características, la cercanía a una fuente de agua o pozo era indispensable en el momento de querer garantizar un uso continuo de la explotación. Igualmente será habitual presenciar abancalamientos, que además de frenar la erosión, mejorarán el sistema de producción de la propiedad. Por otro lado, los fondos de los valles, serán por su cercanía a algún lecho fluvial, zonas de acogida para los cortijos, pues muchas veces junto a los mismos había disponibilidad permanente de agua, al hallarse en sus inmediaciones alguna fuente o manantial.

La piedra del terreno y los tapiales serán el principal armazón que consolidará muchas veces este conjunto de edificaciones, que con el trascurso del tiempo y dependiendo de las posibilidades de sus gentes, irán sufriendo una metamorfosis arquitectónica. Cierto es que para reforzar las esquinas era habitual emplear sillares de calidad que otorgaban una mayor consistencia a la obra.

El encalado de la zona externa de la vivienda, con una finalidad antiséptica, que le acaba a su vez otorgando una personalidad que contrasta con el hierro de las forjas de las ventanas y las tejas de la zona superior, conforma junto con las construcciones adyacentes como los pozos y el horno externo, un conjunto arquitectónico singular de enorme valor histórico como etnográfico.

Igualmente, tampoco podemos ignorar en algunas de estas construcciones, la presencia de un palomar, así como de aljibes que acababan convirtiéndose en la principal solución para combatir las fuertes sequías o el escaso régimen de precipitaciones que en ocasiones castiga con tanta fuerza esta región, pues eran la mejor garantía para el mantenimiento de una explotación ovina o caprina por pequeña que fuese.

Las plantas sobre las que se levantan muchos de los cortijos que hemos estudiado en Cañete se apoyan sobre una estructura rectangular, así como trapezoidal, debido en este último caso al crecimiento orgánico que han ido teniendo con el trascurso del tiempo, al haberse adaptado a las necesidades que sus propietarios fueron considerando oportunas. Es por ello, tal y como hemos presenciado en el caso que nos ocupa, que de una mera casa de huerta o labor, con el tiempo esta podía acabar derivando en lo que estrictamente definiríamos como un cortijo.

La explotación del trigo y su consiguiente aprovechamiento como harina para la elaboración de un pan que en ocasiones no iba más allá del consumo familiar, unido a la extracción del aceite y el vino de la misma finca, nos reflejan una economía con pautas de un evidente intento por autosubsistir en la medida de sus posibilidades, pero que evidentemente necesitaba del intercambio y venta de otros productos exógenos, puesto que no todo siempre podía sacarse de la explotación en la que se encontraba la familia.

La adecuación de habitáculos de almacenamiento alrededor de la vivienda, el empedrado de algunas entradas, la disposición de moreras y árboles con copa que salvaguardan del tórrido verano a los inquilinos del lugar, los patios de labor, los porches con sus parras entrelazadas sobre las columnas que los sustentan, la presencia de cuadras, pajares, graneros, corrales, así como la decoración modesta y escasamente abundosa que veremos en muchas de estas casas, donde el labrador, además de trabajar, salía a cazar con su escopeta (y no precisamente para satisfacer su actividad ociosa, sino que para traer alguna presa con la que alimentar a su familia), reflejan en síntesis una forma de vida auténtica, y por desgracia distorsionada de la que se intenta reflejar actualmente en algunas de estas construcciones.

Para nosotros el cortijo no solo se reduce a una obra arquitectónica característica del sur peninsular, sino que va más allá de lo que pueda simbolizar o recordamos su aspecto, pues no debemos de olvidar que desde dentro de sus entrañas es donde se forjó el estilo de vida de una sociedad respetuosa con el medio, en la que se fue gestando la idiosincrasia de una Andalucía ruralizada, católica, trabajadora y respetuosa con sus tradiciones, esa que sin vacilar de excesivos lujos, donde los mozos desde pequeños sabían muy bien lo que era trabajar la tierra, define a la perfección el escenario costumbrista en el que convivieron muchas de las familias que nos anteceden en esa genealogía familiar que tantos ignoran, pero que fue crucial para el mantenimiento de las gentes que han permitido nuestra existencia hasta el presente.

David Gómez de Mora

davidgomezdemora@hotmail.com

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Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 25 libros entre 2007-2024, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo local. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).