En 1624 redactaba su testamento Ana Vicente, una peralejera viuda de Miguel Palenciano, y perteneciente a una familia de labradores acomodados. Recordemos que los Vicente serán una de las casas más importantes que encontraremos en esta localidad con un raigambre que se remonta a los tiempos como mínimo de finales del medievo, tal y como lo demuestra su permanencia en la documentación de la época, al igual que sucederá con otras estirpes como la de los Hernánsaiz (entre otras).
Ana era hija de Francisco Vicente y Quiteria de la Oliva, familia con recursos, cuyos hijos habían comenzado a medrar de forma considerable, y eso lo vemos especialmente en el caso de su hermano Juan Vicente, a quien Ana le entrega parte de sus propiedades rústicas. Cabe decir que Juan Vicente había casado con la noble doña Isabel Suárez de Salinas, en ese momento una de las pocas que podía decir que en la localidad portaba sangre de familia noble por sus dos costados. Por un lado el apellido Suárez le venía de los históricos Suárez-Carreño afincados en Huete como mínimo desde el siglo XV. Por otro lado veremos a los Salinas, también reconocidos como hidalgos, no obstante la cosa no acababa ahí, pues tirando de ascendencia en su familia había apellidos como el de los Patiño (también de La Peraleja), Montoya y demás.
No cabe duda que nos encontramos ante un enlace en el que los labradores con recursos de la localidad enlazan con una casa que les reportará renombre, no obstante, analizando los apuntes de nuestra genealogía familiar, comprobamos como los cuatro hijos que tenemos estudiados de Juan e Isabel, casarán precisamente también con familias de La Peraleja, y no con otras foráneas como podría hacer presenciar ese enlace con una hidalga que en ocasiones era el catalizador para dar un paso más allá del ámbito local.
Podemos suponer como hipótesis que por esa fecha las ejecutorias de hidalguía de las casas de los Patiño, Daza y Suárez eran el recuerdo de unos tiempos mejores, que por ello obligarían al linaje a tener que formalizar vínculos de sangre con familias de labradores locales, lo cual entra dentro de la lógica social que bien conocemos en la que por intereses burguesía agraria y nobleza en decadencia acaban sellando pactos que refuerzan sus posiciones de forma conjunta.
Veamos en el testamento que Ana manda más de 180 misas por la salvación de su alma junto familiares y almas del purgatorio, una cantidad nada pequeña para la época de acorde a las solicitudes que leemos en el libro de defunciones de la parroquia del Arcángel San Miguel. Por otro lado veremos que Ana no tuvo suficiente con estas mandas, pues reparte su patrimonio entre sus sobrinos (suponemos que por no haber dejado descendencia), siendo estos los hijos de los citados Juan e Isabel.
Otra tierra irá a parar a un hermano llamado Miguel Vicente, y que por tanto lo era conjuntamente de esta junto con Juan. Finalmente solicita que su sobrino Francisco Vicente, y que hemos podido averiguar que era marido de Ana de Hernánsaiz, recibe la casa de morada que esta tenía.
Analizando los nombres y apellidos de los personajes que van saliendo en el testamento, comprobamos como Juan tuvo al menos que conozcamos cuatro hijos (los citados sobrinos de Ana), Isabel Vicente, mujer de Agustín Parrilla; Gervás Vicente, esposo de María de la Peña y de la Oliva; Francisco Vicente, marido de Ana de Hernánsaiz y Juan Vicente, esposo de Isabel del Olmo Muñoz (esta descendiente de la noble familia de los Castro).
Estos datos en su conjunto nos evidencia tres cosas, la primera es que el linaje de los Vicente apuesta por una serie de políticas entre familias del lugar, en detrimento de enlazar con gente de fuera (Parrilla, Hernánsaiz, Peña y Olmo, los cuatro como sabemos apellidos netamente peralejeros); la segunda cuestión es que a pesar de sellar esta serie de matrimonios locales, cierto es que algunos como los Oliva o los Peña en determinados lugares de la zona ya tenían el reconocimiento de familia noble, con lo cual la idea de seguir esa dinámica conyugal que daba preferencia al hermetismo local como al que tan bien acostumbradas estaban esas casas no era mala idea; del mismo modo, queda patente la preocupación que personas como Ana Vicente tenían respecto a la llegada de la muerte, pues los casi dos centenares de misas no eran suficiente para seguir aprovechando y como era costumbre, mandar una serie de memorias a sus sobrinos, que obviamente conllevaban el pago de otra serie de misas por parte de quienes recibían esos bienes, para así dedicárselas a su anterior propietaria, y sirviendo a su vez para retroalimentar ese plan de salvación en el que nadie reparaba en invertir el aceleramiento de la salida de su alma del purgatorio.
Un testamento, parecido a muchos de los que hemos expuesto en ocasiones anteriores, pero que nos resulta interesante por reflejar esas preocupaciones e idiosincrasia de nuestros antepasados en una época en la que la vida y la forma de socializarse entre la gente nada tiene que ver con la que nosotros hemos conocido.
David Gómez de Mora
Cronista Oficial de La Peraleja
Referencia:
*Archivo Municipal de Huete. Protocolos Notariales de La Peraleja. Caja nº7