En la sierra de cuyo nombre recibe este barranco su designación, encontramos uno de los parajes más emblemáticos del parque natural de la Serra d'Irta. Un cauce fluvial con un recorrido aproximado de unos siete kilómetros, que tiene como punto de origen una zona abrupta, ubicada en una cota cercana a los 400 m.s.n.m., desde la que va descendiendo en busca de las aguas del Mediterráneo.
En su primer tramo, gracias a la confluencia de una serie de escorrentías (como son las del barranc de la carrera, el de la mala entrada o el del mas del senyor), veremos que empieza a articularse un cauce encajado que irá incrementando su anchura, a medida que este va acercándose a la línea de playa.
A partir del punto señalado, y durante un trayecto de poco más de un kilómetro, afloran modestos afluentes entre los que destacan el del barranc del pou del moro. Hito clave por diferentes cuestiones geomorfológicas, puesto que delimita la cuenca media, desde donde todavía nos quedan por descender cerca de unos tres kilómetros, y que nosotros ya calificamos como su zona baja. En esta superficie de terreno aparecen pequeños torrentes, como ocurre con el del barranc de lo clot de maig o el de la font de Canes.
El área baja es un espacio natural de enorme riqueza ambiental, del que llama tremendamente nuestra atención las muchas terrazas agrícolas que fueron escalonándose sobre los laterales del barranco. Y es que hasta no hace muchas décadas, esos lugares eran puntos aprovechados como zona de cultivo. Hecho lógico, si tenemos en cuenta la escasa frecuencia con la que discurre el agua de las lluvias (salvo episodios torrenciales), permitiendo casi sin ningún riesgo su aprovechamiento como espacio agrícola.
La presencia de abundantes márgenes de pedra seca que nos remontan a épocas pasadas, en las que hábiles agricultores, como pastores y ganaderos que transitaban con sus reses a diario, son en realidad el testimonio de una economía tradicional en la que crecieron nuestros abuelos. Un entorno ruralizado, que a pesar del gran cambio de imagen que ha vivido esta localidad enrocada, refleja la auténtica esencia del peñiscolano que se forjó a caballo entre las aguas del mediterráneo y las tierras de Irta.
Estas anchas paredes de roca caliza, son un elemento patrimonial de considerable valor, que además de integrarse sobre un paisaje en el que se consolida una arquitectura tradicional de la que tan orgullosos nos sentimos muchos de los que vivimos en este área geográfica, aguarda diversos fines, entre los que está el de frenar la erosión del suelo que parapetan, al ejercer como efectivos contenedores de sedimentos para mantener la agricultura en la zona, además de hitos linderos, que referencian los dominios de la propiedad de cada labrador.
Como sabemos muchas de estas fincas se dedicaban a la explotación de una agricultura secano, de ahí que veamos olivos, almendros y algarrobos dispersos (de los que todavía en este último caso, se preservan ejemplares centenarios), recordándonos con ello como las gentes de Peñíscola y Xivert que tenían sus fincas en esta zona, venían a recolectar durante las temporadas correspondientes aquellos frutos que daban de comer a su familia.
A la vez que se desciende el curso del barranco, el caminante puede presenciar algunas de las ardillas que pueblan estos pinares y que corretean por sus copas. Una vegetación que cubre un amplio sotobosque mediterráneo, en donde no debe extrañar la presencia de jabalís, tal y como evidencian varias de las pisadas que estos animales van dejando a su paso por las partes más húmedas del lecho fluvial, en busca de puntos con agua que les permiten saciar su sed.
Desde la perspectiva geomorfológica, dentro del barranco y a falta de un estudio más detallado de la zona, apreciamos diferentes puntos de ruptura de pendiente, más concretamente tres dentro de lo que sería el área referida, y que en el mapa adjunto hemos numerado. Llama también nuestra atención un modesto corral que se realizó aprovechando la morfología abrigada de las paredes del cauce, ubicado en lo que sería el margen septentrional del lecho, a escasos 700 metros de su parte final.
Dicha cavidad tiene en su base un muro de dos metros de largo, por uno de alto y 50 centímetros de grosor, dividiéndose en dos secciones, entre las que sobresale una pequeña entrada, y por la que el pastor podía acceder para guarecerse en su interior.
David Gómez de Mora