Durante las últimas décadas la industrialización y el despoblamiento de las zonas rurales, propiciaron que la apicultura fuese quedando relegada a una de las muchas labores que realizaban nuestros antepasados y que nosotros vemos como paulatinamente va desvaneciéndose. Por desgracia en la actualidad la cosa pinta peor, pues además de los estragos por los que el gremio está pasando, la disminución de las poblaciones de abejas, como la caída de los precios al entrar en juego el mercado chino, ahogan más si cabe al sector, ante la falta de ayudas o medidas que permitan respaldar de manera eficiente la supervivencia de un oficio milenario.
A mediados del siglo XVIII el Catastro de Ensenada nos indica que tanto en Barchín, Buenache como Piqueras la producción media por colmena se situaba en unas cuatro libras de miel y tres onzas de cera. Siendo su precio a 8 reales la libra, mientras que a 25 la arroba de miel.
En Barchín del Hoyo había un total de 504 colmenas, repartidas entre más de una treintena de propietarios, de los que destacaban Vicente Gascón (con 80 colmenas), Ana López Navarro (con 75 colmenas), Julián López (con 45 colmenas) y don Julián Ruiz y Alarcón (con 42 colmenas). En Buenache existían 340 colmenas, estando distribuidas entre Pedro Zamora Martínez, Pedro Alcaraz Carrasco, Lucas Hortelano, Alonso Rabadán, Juan Saiz Domínguez, Matías González, Alonso López y otros vecinos. Finalmente, en Piqueras había 240 colmenas, repartiéndose estas entre Juan Antonio de Zamora, Esteban de Zamora, Julián de la Morena, Pedro Ruiz y otros vecinos.
Hemos de decir que para la extracción de la miel debía de llevarse a cabo todo un proceso artesanal, y que consistía en empezar ahumando las colmenas para que las abejas no se pusieran violentas y evitar así que ataquen a las personas encargadas de extraer los paneles. Para que el hielo y las lluvias no dañasen la colmena, la zona superior se sellaba con hojas seca y una losa. Además se debía dejar una parte de la producción dentro de la colmena, de modo que los insectos pudieran seguir alimentándose y generar más paneles.
Una vez sacados los paneles, estos se estrujaban y presionaban de manera que discurriera el líquido de los restos que quedaban en la cera. La miel si está fría filtra peor, por ello muchas veces era necesario calentarla. Una vez separada, esta se guardaba en tinajas. Con la cera resultante, toda ella se colocaba en un recipiente, donde luego era calentada hasta que el agua empezaba a hervir. A continuación se separaba, dejándola enfriar, y dando como resultado una cera virgen idónea para la elaboración de cirios y velas.
Apreciaremos que en localidades montañosas con menor cantidad de habitantes respecto otras más grandes donde la cifra de colmenas decae, muchas veces ello se deberá a que en las primeras, tanto por la orografía o por el paisaje del territorio, la abundancia de flora silvestre como tomillo y romero en las áreas de monte, propiciará que estos espacios que no se trabajaban, fuesen puntos idóneos para la colocación de mayor cantidad de colmenas.
David Gómez de Mora
Referencias:
*Catastro de Ensenada de los municipios conquenses de Barchín del Hoyo, Buenache de Alarcón y Piqueras del Castillo