La Mesta está considerada como una de las grandes agrupaciones gremiales más destacadas de la Europa medieval, y ello no debe de sorprender a nadie, teniendo en cuenta la cantidad de poder que acumuló, así como las respectivas consecuencias que infligirá en un país ruralizado, donde los intereses del sector ganadero se antepondrán al de una sociedad labriega que verá limitada de forma drástica su capacidad de crecimiento en el mercado económico de su tiempo.
Los núcleos de poder mesteños se consolidaban sobre la base social de grandes familias e instituciones que representarán una parte de la élite política que controlaba las riendas del poder. Una estructura tremendamente jerarquizada, que ya partía desde los municipios, en la que alcaldes vinculados con familias destacadas de ese lugar, serán quienes por norma general velarán por los intereses de esta agrupación.
Recordemos que la Mesta había adquirido una serie de privilegios, en virtud de los cuales establecía que si una tierra había sido utilizada como zona de pasto en algún momento, esta quedaba ya indefinidamente para tal uso, siendo por lo tanto inamovible cualquier cambio en su actividad productiva.
Serán innumerables las denuncias emitidas por el Concejo de la Mesta contra labradores de todo el país, y cuya documentación podemos consultar en el fondo del Archivo Histórico Nacional. En los legajos de esos pleitos se refleja una problemática endémica, a la que por desgracia se sumaban un nutrido conjunto de intereses que empobrecían a una mayoría, en contra de una minoría privilegiada que siempre que podía sacaba rédito, especialmente en periodos de guerras. Extendiéndose por ello denuncias en las que la finalidad recaudatoria hará que se promuevan duras sentencias con multas elevadas, gracias a las que la Hacienda Real conseguirá beneficios con los que afrontar la complicada situación a la que estaban siendo sometidas las arcas del estado.
No deberá sorprender por lo tanto que muchas veces en los interrogatorios de las ejecutorias, leamos testimonios de labradores acusados de ser usurpadores de tierras que ya estaban cultivadas desde mucho antes de haber nacido ellos, al haberse realmente roturado en tiempos de sus abuelos o incluso mucho antes, a pesar de que hasta la fecha la Mesta nunca había emitido ninguna queja. Además la presencia de ganado en aquellos suelos, había fomentado la aparición de espacios altamente fertilizados, que gracias al abono recibido, potenciaban más si cabe su uso productivo desde el desarrollo agrícola.
Evidentemente, la necesidad de incorporar capital con el que superar los periodos de carestía, y que encima motivaban con mayor razón ante la desesperación de los nativos, la aparición de zonas de labranza “ilegales”, cuyas roturaciones se apoyaban en un suelo históricamente dedicado a zonas de pasto inutilizadas, motivará un argumentario repetitivo por parte de esta organización, el la que el labrador siempre será el perdedor que habrá de pagar los platos rotos.
Con esto se comprueba una clara relación de causa-efecto, que en momentos de crisis modificará el número de cabezas de ganado de la mesta, razón por la que muchos labradores aprovecharán para roturar y cultivar en esos espacios ajenos, y sobre los que la Mesta siempre acabará tomando cartas sobre el asunto.
El carácter negativo de la Mesta a medio-largo plazo se vio reflejado en las revueltas de los comuneros, cuando parte de la lana producida en el país en lugar de incorporarse al género nacional con la que manufacturar una producción local y de calidad, se exportará hacia el exterior, empobreciendo por tanto al territorio castellano, pues los intereses de los grandes propietarios de ganado y del consulado de Burgos, iban en la línea de potenciar su comercio hacia las tierras de Flandes, donde luego el género se distribuía hacia el resto de Europa.
Los gremios y artesanos castellanos denunciaban una situación, en la que su materia prima en vez de permanecer en su lugar de origen, marchaba hacia afuera por culpa de los intereses de una minoría representada por las ricas familias que cubrían las líneas de comercio extranjeras, al ser los productores locales incapaces de competir con los costes de la lana tal y como la pagaban en la zona flamenca.
Evidentemente el conflicto entre labradores y mesteños fue una disputa eterna, en la que el agricultor buscará explotar hasta el último metro cuadrado la tierra, por lo que en ocasiones la invasión del espacio cultivado podía dirigirse hacia lo que se denominaba como las zonas de paso o “cordeles”. En el terreno económico la Mesta supuso un severo problema para la economía de las zonas rurales, ya que literalmente su permanencia era un freno para el desarrollo de la agricultura, tanto fue así que agudizará muchas de las grandes hambrunas del país, tal y como sucederá al finalizar los siglos XVI y XVIII, debido a la imposibilidad de roturar tierras que pudieran dar un respiro al labrador que veía como sus cosechas estaban limitadas.
La Mesta será disuelta oficialmente en la primera mitad del siglo XIX, más concretamente en el año 1836 (en pleno conflicto de la primera guerra carlista), no obstante, cabría decir que su desaparición realmente ya se había estado produciendo décadas antes. Recordemos que las autoridades estatales que habían promovido aquella “hambre de tierra” a través de un rígido control del uso de los suelos en cada pueblo, comenzarán a disiparse ante la aparición de un nuevo periodo convulso como lo fue la invasión francesa, momento en el que los labradores viendo la desestructuración del país, aprovecharon la situación ante una evidente escasa maniobrabilidad de la Mesta, por lo que comenzaron a ocupar terrenos, y que en muchos casos llegaban a ser incluso de uso comunal, obteniendo de esta forma un respiro ante una evidente descomposición del estado, y que como veremos no comenzará a mejorar hasta finalizada la primera contienda carlista.
Precisamente la desaparición de la Mesta, fomentó que durante los años posteriores nuestro territorio pasara a convertirse en exportador de grano a nivel europeo. Un hecho nada casual, muestra del daño que había generando en nuestros campos a una sociedad ampliamente ruralizada, cuya verdadera riqueza afloraba en las tierras de cultivo. La prueba está en que las penurias y hambrunas que se vivirán en el país a partir de ese momento, nunca volverán a ser como las que acontecieron a finales del siglo XVIII o en épocas anteriores. Desde luego las razones eran claras, y es que a partir de ahora, a pesar de las desgracias venideras, había una mayor disponibilidad de recursos alimenticios con los que afrontarlas.
La liberación y ocupación de las tierras para los labradores, ante la ausencia de un organismo que ya no podía reprimir a los campesinos, comenzó a descomponer una economía ganadera, a la que habrán de sumarse nuevos factores que hundirán más si cabe sus aspiraciones de supervivencia, lo que vendría precisamente a través de la incorporación del algodón en el mercado como fibra textil, desplazando por tanto a la lana, lo que desplomará su precio, e incentivará a que muchos de los grandes ganaderos mesteños inviertan su capital en el cultivo de la tierra, generando en sus casas una metamorfosis social, que los insertará dentro de una burguesía agrícola en la que ahora actuaban bajo la figura de nuevos terratenientes.
Puede parecer un tanto brusco el planteamiento que exponemos en el presente artículo, pero consideramos que la Mesta habría de definirse como uno de los grandes intereses españoles que atacó a la calidad de vida de una parte de la sociedad campesina (ya de por sí limitada por la escasez de recursos), y que de la mejor manera hizo por sobrevivir en las zonas rurales que habitó, siendo por tanto esta agrupación una muestra más del daño que puede llegar a generar un lobby en el desarrollo económico de un país a lo largo de muchos siglos de historia.
David Gómez de Mora