La importancia de la ganadería en la antigua sociedad peñiscolana, es una cuestión que cualquiera puede comprobar cuando pasea por diferentes zonas de su término municipal. Y es que este enclave marinero, nunca perdió de vista la riqueza de sus montes, razón por la que desde el medievo tenemos constancia documental en la que se nos informa de su explotación y aprovechamiento para el uso de ganado ovino, caprino e incluso vacuno, el cual compartirá una parte de los recursos de sus montañas, con las viejas rutas trashumantes, y que desde zonas lejanas de nuestra península, acababan transitado hasta estas latitudes.
Los montes de Irta se caracterizan por la presencia esparcida y aislada de numerosas estructuras ganaderas, tales como corrales y viviendas de pastores, que antaño integraban uno de los pilares de la economía primaria de la zona. La misma que como sabemos durante periodos críticos, acabará convirtiéndose en uno de los botes salvavidas al que se agarrarán muchos de nuestros antepasados para poder salir hacia adelante.
A poco más de 500 metros de la frontera con el término de Alcalà de Xivert, y en plena sierra peñiscolana, se conservan los vestigios de una estructura ganadera que como evidencian sus ruinas, todavía estuvo funcionando hasta entrado el siglo XX. Nos estamos refiriendo al corral de Colom.
Este corral es un claro ejemplo de construcción integrada por una arquitectura rústica, destinada para el cuidado como protección de ganado, y cuya superficie aprovechable como zona de cobijo para los animales, abarca un área total de 370 metros cuadrados, conservándose todavía vestigios de lo que era uno de los patios, las parideras o zonas cubiertas, en las que el pastor como era costumbre tenía adherida una modesta vivienda, que a pesar de sus reducidas dimensiones, tenía el espacio básico para que este pudiese desempeñar una vida normal a lo largo de varios días, sin necesidad para ello de tener que volver hacia su hogar habitual.
Entre las amenazas con las que habían de lidiar los pastores y ganaderos, veríamos como una de las principales era la presencia del lobo, el cual ya aparece reflejado en algunas referencias escritas, puesto que hasta entrado el siglo XIX, sus incursiones en estos puntos, serán uno de los grandes quebraderos de cabeza que atormentaba a muchos de nuestros antepasados que se dedicaban al oficio. No hemos de olvidar que estas zonas posicionadas en plena sierra, eran puntos habituales por los que se movían las manadas.
El corral del Colom se ubica sobre una zona elevada, que le permite poseer unas buenas vistas con miras hacia el mar, además de un control del entorno, al posicionarse no muy lejos de la costa, sobre una cota cercana a los 130 m.s.n.m.
La orientación de la puerta de acceso a la vivienda está en dirección hacia el SE, lo que permitía estar cobijado al inquilino, evitando así el estorbo del mestral, y que como sabemos en esta zona sopla con mucha fuerza, a pesar de ubicarse en las entrañas de Irta. La estructura ganadera se dispone sobre una loma, que de forma escalonada conserva una serie de márgenes de piedra seca, que evidencian un complemento agrícola, y que por tanto ampliaban los dominios de la explotación rural.
Junto a su parte baja discurre el barranco de Torre Nova, así como el camino de herradura por el que antaño se desplazarían aquellos pastores que acudían a otras explotaciones serranas del entorno. Dentro de lo que era la parte doméstica de la construcción, apreciamos como se aprovechaba al máximo el escaso espacio del que se disponía, habiendo una chimenea, que expulsaba hacia el exterior el humo de la lumbre, sin olvidar que a lo largo de las paredes interiores de la vivienda, existían diferentes huecos que servían para almacenar objetos, además de encajar los clásicos cañizos que ejercían como puntos de apoyo en los que siempre se podía colgar la ropa u otros enseres, evitando de esta forma su contacto con la parte baja de la vivienda. A pesar de su reducido tamaño, esta única habitación, todavía daba para dividirse en dos alturas, una inferior que funcionaba como pesebre, y justo arriba otra que bien armada con vigas servía como zona de descanso. En el caso que nos ocupa, apreciamos que existe una habitación anexa, y que conjuntamente quedaba protegida por arriba con un tejado a dos aguas.
Antaño la gran mayoría de personas que se encontraban en zonas como la que describimos, disponían de su correspondiente arma con llave de chispa. Y es que esta, además de garantizarles una cierta seguridad en medio de una zona donde a veces no llegaba a pasar nadie en todo el día, les valía también para ahuyentar a los lobos que podían acercarse hasta su explotación. Sabemos que a principios del siglo XX, su presencia en este área es prácticamente nula.
Otra construcción anexa a los corrales y su vivienda, era el aljibe, un depósito indispensable para almacenar las aguas pluviales, cuya principal finalidad era la de abastecer a todo el ganado que había en el lugar. Precisamente, en el caso de este corral, apreciamos una piscina que conectaba por debajo de la construcción, con unas dimensiones nada despreciables, pues era necesario que a través de esta pudiesen mantenerse más de un centenar de cabezas de ganado. Incluso puede comprobarse como permanecen los restos de un sistema de canalización, que permitirá distribuir el agua por diferentes puntos de la zona para la consecución de este fin.
David Gómez de Mora