Antes de 1566 el clérigo Domingo de Molina dejó todos sus bienes raíces (es decir, aquellos que por su naturaleza no se podían mover, tales como viviendas y fincas), a su hermano Miguel Sánchez y a su cuñado Juan del Pozo, estando estos integrados por su casa, así como varias viñas y tierras de pan llevar. Todo ello siempre aparejado con una serie de obligaciones, entre las que estaba la de realizar una serie de misas, que de esta forma pusieran a salvo del Purgatorio el alma de Domingo cuando falleciese.
No obstante, el gran beneficiado de este patrimonio resultará ser el hijo de su hermano Miguel, es decir, su sobrino el clérigo Miguel Sánchez de Molina, quien como solía ser habitual, por ser familiar y formar parte del clero, se prefería que controlara cualquier fundación religiosa que se cimentara patrimonialmente en los bienes de su linaje. Y es que no hemos de olvidar que era muy importante garantizar no solo la prolongación de la estirpe en hijos laicos que mantuvieran el estatus y nombre de la familia, sino que también a través de figuras insertadas en el brazo clerical, para seguir así dando más si cabe un mayor nombre al grupo, además de contar con la garantía de un rezo por las almas de sus seres queridos a medida que iban abandonando este mundo, pues la preocupación por la salvación del alma, además de la reputación que conllevaba el contar con un religioso en las filas del linaje, eran aspectos de notoria importancia en una sociedad tan profundamente católica como la de aquellos tiempos.
En el libro primero de defunciones de la parroquia de Villarejo, se relata que en casa del señor de la villa, don Fernando de Ribera, se encontraba el testamento del clérigo anteriormente citado, Domingo de Molina, quien desprendemos que tendría una relación bastante buena con el señor, especificando en el documento que su hermano Miguel, así como su cuñado Juan, repartieran en partes equitativas los bienes que Domingo poseía, volviendo estos tras fallecer al pariente que fuese clérigo más cercano a la familia.
Con ello el patrimonio no se disgregaba, por lo que se dejaba que durante esa generación aquellas propiedades se disfrutasen entre los suyos, pero siempre recordando que estas acabarían en la fundación de quienes habían optado por guardar su celibato, entregándose en cuerpo y alma a Dios, como ya había hecho Domingo.
Se especifica como solía ser costumbre, que esos bienes no se podían vender ni cambiar, estipulando que la persona que los tuviese, había de pagar un total de 24 misas anuales. De esta forma se garantizaba que la futura personas encargada de gestionarlos, pudiese tenerlos acumulados dentro de un mismo lote, y que será el que acabaría consolidando la capellanía de las ánimas del purgatorio de Villarejo de la Peñuela.
Es por este motivo que podemos decir que la casa de los Sánchez de Molina será la encargada de fundar dicha capellanía, indicando además que sean los señores del lugar, es decir, los descendientes de los Ribera, quienes aseguren el cumplimiento de sus obligaciones, lo que explicará porqué el testamento de Domingo se hallaba dentro de la casa-palacio que los señores tenían en el pueblo.
Domingo indicará también que los bienes muebles, y que son los opuestos a los bienes raíces o inmuebles, es decir, aquellos capaces de transportarse, representando por tanto las pertenencias y objetos personales del clérigo, fuesen repartidos entre todos sus hermanos, quienes eran Juana Sánchez, Bartolomé Sánchez, Juan Sánchez, y la familia de los referidos Miguel y Catalina (la esposa de Juan del Pozo).
Recordemos que el apellido Sánchez muchas veces mutará bajo la forma Saiz o Sainz, de ahí que a medida que analicemos las genealogías de los villarejeños, estos pueden hacer alusión a un mismo tronco familiar.
Unas cuantas hojas antes de la reseña que hemos comentado de Domingo de Molina, apreciamos debajo de una partida de defunción de 156o, como se indica que Juan del Pozo, cuñado de Miguel Sainz, manda su hacienda al referido Miguel con un cargo anual, para que este le diga el día de San Blas una misa. Con esto los hijos de Miguel podían disfrutar de la casa de la familia Pozo, indicando a su vez que el yerno de Miguel, y que era Andrés López, recibiese una huerta que Juan tenía junto a la fuente del pueblo.
Siguiendo nuestros apuntes podemos añadir que Quiteria Sainz, hija de Miguel y sobrina del cura Domingo de Molina, era la esposa del referido Andrés López, quien dejó por escrito en su testamento, que el día que ella falleciese, su marido heredase una tierra que tenían en el “arroyo de la calleja”, y que perteneció a su padre Miguel, precisando que esta tenía como lindes una propiedad (no sabemos cuál), del señor del lugar de Villarejo, don Fernando de Ribera. A cambio exige que cada año se le celebre una misa y vigilia la jornada de San Gregorio, así como que dicha propiedad, en el momento en que Andrés muriese, recayera en el hijo que ambos habían tenido, Miguel López Sainz.
No sabemos si esa nota y que se plasma en esa hoja del referido libro, tiene alguna relación con una que veremos más adelante, cuando se indica que Catalina Sánchez, la mujer de Juan del Pozo, estipula que sus bienes compuestos por casas, viñas y tierras, los posea su marido, con pago de una misa y vigilia anual el día de San Blas, añadiendo que esta tiene una tierra que linda con el río y don Fernando de Ribera. No obstante, lo que sí que apreciamos, es que en este primer volumen de defunciones, las hojas no siguen un orden cronológico, alternándose unos años con otros, creándose un caos de fechas, que resultan difíciles de entrelazar, debido a que es hasta el momento el volumen sacramental más antiguo que se conserva del municipio.
Cierto es que estos datos no tienen gran trascendencia, pues independientemente de si ambas referencias separadas por varios años, fuesen alusivas a una misma propiedad, lo que si podemos desprender es que las asociaciones entre las casas de los labradores acomodados, siendo el caso de los López y los Sainz o Sánchez, ya venían produciéndose desde siglos atrás, y es que a pesar de que en la centuria del XVIII, ambas podemos considerarlas como unas de las más prosperas del municipio, veremos que estas políticas matrimoniales, ahondan todavía más si cabe en el tiempo, dentro de esa red de alianzas endogámicas, en las que el patrimonio se buscará que recaiga en casas nativas de la población, tal y como lo demuestran las transferencias de propiedades entre miembros de una misma familia, en donde lo único que se pedía a cambio, era que el rezo por sus almas fuese constante, con tal de limpiarlas del pecado, para purificarlas y salvarlas del Purgatorio.
David Gómez de Mora
Cronista Oficial de Villarejo de la Peñuela
Referencia:
* Archivo Diocesano de Cuenca. Libro I de defunciones de Villarejo de la Peñuela (1557-1578), Sig. 113/13, P. 2124