En los pueblos, donde la disponibilidad de terreno era mayor, la casa se
acompañaba con un corral que se adjuntaban en la zona trasera para dejar el
ganado, y que a la vez estaba comunicado con el hogar.
Las puertas de acceso solían tener dos partes (“de dues fulles”), de manera que
ambas se podían abrir de forma independiente. Muchas veces estas se realizaban
uniendo listones de madera, que una vez conectados, permitían el
aprovechamiento de una puertecilla rectangular superior e inferior, por lo que
la vivienda podía ventilarse sin necesidad de abrir ambos espacios, y así impedir
que se escaparan los animales que había dentro.
En la parte superior de esas puertas se encontraba cerca de la cerradura la aldaba circular, y que realizada con metal servía para golpearse contra la puerta para así avisar de que se quería entrar en la vivienda. En la parte inferior de la puerta se dejaba un agujero (la gatera), para que así los gatos pudieran entrar y salir, manteniendo alejados a los roedores, ya que siempre que podían entraban a buscar comida.
Igualmente, a lo largo de la pared externa de la fachada, se clavaban argollas
bien fijadas, para así tener atada la caballería. En muchas viviendas de
nuestro territorio, mientras más de estas se encontrasen a lo largo de la zona
exterior de la residencia, esto era sinónimo de poder, pues con su múltiple
presencia, se indicaba que el inquilino poseía una mayor cantidad de animales
para transporte o trabajo, y por índole, mayor disponibilidad de recursos
económicos.
Los balcones se realizaban con listones de madera, así como la fachada se
encalaba con cal, pintando de azul añil los marcos de puertas y ventanas, pues
se decía que además de ser un buen ahuyentador de mosquitos, se evitaba con ello
la entrada de malos espíritus en la casa.
La cara inferior de la primera fila de tejas que quedaban expuestas en la zona
externa de la vivienda (el alero, o ràfec en valenciano), se pintaban con
diferentes motivos decorativos, pues también estaba extendida la idea de que
estos protegían la zona superior del hábitat, ya que siempre estaba presente el
temor de que por la chimenea o la planta de la cámara entrasen las almas de los
difuntos.
En algunos pueblos del norte de
la provincia de Castellón era normal que cuando un mozo cortejaba a una
doncella, este acudiera hasta la casa de sus futuros suegros, cargando su
escopeta de hollín, y sin ningún tipo de munición, empezar a disparar contra la
puerta o incluso el resto de la fachada, de manera que mientras más sucia de
carboncillo quedara la residencia, aquello significaba que este estaba más
enamorado. Cabe decir que por norma general había algunos días asignados para
la realización de este ritual, de ahí que en algunos pueblos lo veremos durante
la noche de las hogueras de San Antonio o el primer domingo de mayo, como ocurría
siglos atrás en Castell de Cabres.
La gracia es que al caer la
noche, y en las calles en aquella época poco iluminadas, los mozos realizasen
aquel acto, para que así, llegada la mañana y las primeras horas de luz, las jóvenes
saliesen a ver cuánto les amaba su futuro pretendiente, de manera que entre
estas vacilaban quien era más deseada.
David Gómez de Mora