La localidad de Caracenilla es uno de esos enclaves adscritos al área de dominio optense que presenciará el crecimiento social de algunas de sus familias, fenómeno que motivará que una parte de estas inserten a algunos de sus miembros dentro del clero local, y que era por aquel entonces una de las formas con la que satisfacer las posibilidades de mejorar el estatus de un linaje, al darle un nombre y representación muy bien considerada en una sociedad profundamente católica como la de aquella época.
Desde antes de los años cincuenta y a lo largo de toda esa década el párroco de Caracenilla más importante fue don Andrés de Montemayor, personaje perteneciente a una de las familias de la nobleza conquense más destacada, con su capilla privada en la misma Catedral de Cuenca, pero con un pasado converso que nada tenía que ver con las gestas caballerescas que como solía suceder de forma tan común en aquellos tiempos, vanagloriaban un supuesto pasado cristiano que como sabemos nunca fue cierto.
Mientras tanto, y durante cerca de unas cuatro décadas dedicándose a servir a Dios, veremos al religioso Pedro Pérez de Albendea, quien pertenecía a los Pérez, una destacada familia de la burguesía rural caracenillense. Su apellido solapado con los Albendea (una familia de la nobleza local reconocida en la ciudad de Huete), le permitió distinguirse de otras líneas de Pérez que había en la localidad.
Se trata como decimos de un personaje perteneciente a uno de los linajes más poderosos de Caracenilla, los Pérez de Albendea, y cuya unión del apellido se produce durante el siglo XVII, gracias al enlace entre Pedro Pérez y Francisca de Albendea. Los Albendea eran una familia hidalga, con cierto bagaje incluso en la localidad de Huete. En el testamento de su hermana Elvira Pérez (1668), se dice que este era sobrino del Licenciado Juan Muñoz, una figura de peso dentro del clero de Caracenilla. Pedro mandaría 1000 misas, además de enterrarse en la sepultura de San Roque, junto con el resto de capellanes en el año 1674 (momento de su muerte).
Mientras tanto, el relevo será cogido por otros curas del lugar, como sucederá con Francisco Pérez Garrote y el licenciado Sebastián Saiz Pérez, estos también integrante de la misma casa de los Perez caracenillenses. Sebastián aparecerá firmando en el libro de defunciones hasta el año 1686. Le seguirá durante unos años don Gabriel de la Bulga y Aguilar, hasta que este será sustituido por don Constantino-Bruno del Castillo y Jaraba desde finales del siglo XVII hasta que con la entrada del siglo XVIII lo veremos compartiendo su oficio con el cura Antonio Solera de Alcázar. Éste era hijo de Domingo Solera y Dorotea de Alcázar, siendo nieto paterno de Domingo Solera y Juliana Fernández, vecinos de Verdelpino, y nieto materno de Juan de Alcázar Requero e Isabel de Palomares, vecinos de Caracenilla, mandando un total de 800 misas en su partida de defunción.
Otros religiosos que veremos serán el teniente de cura Juan Antonio González Pérez, quien en los años treinta ejercerá en la parroquia local, alargando esta función hasta más adelante. Tampoco podemos pasar por alto al licenciado José de la Fuente, quien estuvo en activo hasta su fallecimiento en 1741. Desde años antes leeremos el nombre de Juan José de León, este representante de una familia que asentada en la centuria anterior, estará dominando y representando el clero local al tener parte de las capellanías de la localidad adscritas a su familia.
David Gómez de Mora
Cronista Oficial de Caracenilla