La preocupación por la salvación del alma, motivará que muchos creyentes antes de fallecer, desearan que su cuerpo descansara en un lugar que les resultase provechoso, puesto que dependiendo de la sepultura que ocupaban dentro de la iglesia, estaba extendida la creencia de que ello reportaba una serie de beneficios que le permitían al difunto acelerar el periodo de tránsito en el tan temido Purgatorio, alcanzado con ello lo antes posible su salvación.
Por norma general los lugares más demandados eran los más cercanos al altar mayor, pues este es el punto donde se oficia la Eucaristía. De ahí que zonas como la del coro, por ser ese espacio donde se decía misa, alcanzaban una mayor notoriedad y por tanto valor a la hora de buscar un punto en el que poder enterrarse.
A medida que nos alejaríamos de estas primeras filas, el coste de las sepulturas iba disminuyendo. No obstante, la presencia de altares laterales, dependiendo de la advocación a la que estaban dedicados, podían darle cierto valor a una zona en concreto, tal y como ocurría en muchos templos con el de la Virgen del Rosario o San Miguel Arcángel, así como un santo al que se le tenía especial devoción.
No olvidemos que la búsqueda de lugares destacados desde el punto de vista espiritual fue una constante, por lo que las capillas privadas además de los beneficios salvíficos que podían dar, representaban un elemento de distinción social, razón por la que los señores de Piqueras (la familia Ruiz de Alarcón), optó en el siglo XVI por adquirir un espacio propio a través de una capilla dedicada a Nuestra Señora de la Concepción.
Igualmente hemos de destacar, que la importancia de aquellos enterramientos, ya no solo dependía de esa cercanía al punto donde se celebraba la Eucaristía, ya que incluso el lado que se ocupaba y que podía ser la parte del evangelio (izquierda) o el de la epístola (derecha) también se tenía en cuenta. Así pues a mano derecha tal y como se descendía del altar se decía que había mayor cantidad de favores para las ánimas del Purgatorio.
En este sentido, gracias a un croquis que hallamos entre las hojas de un libro de capellanías y fundaciones de la Iglesia Parroquial de San Santiago el menor, podemos detallar con precisión que lugares de enterramiento ocupaban cada una de las familias del pueblo. Tengamos en cuenta que estas sepulturas se aprovechaban generacionalmente, por lo que dentro de las mismas se podían almacenar los cuerpos de muchas personas durante un periodo de varios siglos de historia.
Los nombres y apellidos de estos vecinos, nos sirven de gran ayuda, junto con el pago de misas que se recogen en sus mandas finales en el momento de redactarse su partida de defunción, ya que nos aproximan sobre que personalidades conformaban esa élite local, y que como tantas veces hemos repetido, tuvieron un papel destacado en las riendas de una modesta economía municipal sobre la que tantas cuestiones nos quedan por investigar y escribir.
La distribución de las sepulturas se regía en torno a siete filas, de las cuales las tres primeras en cada lado contaban con seis sepulturas, quedando de esa misma forma cinco desde la cuarta hasta la séptima y última del templo. Como era costumbre en las afueras del edificio había un espacio adjunto de enterramiento, donde se sepultaba a aquellas personas que no habían recibido el sacramento del bautismo, siendo en su mayoría niños recién nacidos, así como también vecinos que por falta de recursos, no podían permitirse el lujo de ocupar una zona privilegiada dentro de los vasos de almas que anteriormente hemos descrito.
De forma resumida comentamos que la primera fila solía estar controlada por miembros del clero, tal y como ocurría con más de la mitad de las tumbas que habrán en esa franja anexa al altar mayor. Veremos algunos vecinos como una tal María Navarro y que podría ser la esposa de Laurencio López, ambos piquereños casados en 1658 y padres de Manuel López, un labrador que aglutinó los vínculos de Quiteria Cano Gil y de María Gil. Otro caso es el de la tumba de Julián López-Rodrigo, quien procedía de un linaje local que solapó ambos apellidos en la segunda mitad del siglo XVI.
En la segunda fila de nuevo veremos como la iglesia seguía controlando la mitad de las sepulturas, aunque apareciendo también nombres de personalidades destacadas del municipio, como sería el caso de la tumba de don Matías de Barambio, cura piquereño con más de un centenar de propiedades. Tampoco podemos olvidarnos de las hermanas Crespo, de entre las que Juliana mandó que se diera para la Cofradía de la Virgen del Rosario un cuadro de Nuestra Señora de la Leche. En esa misma zona tendríamos a uno de los representantes de los Lizcano y que en Buenache eran reconocidos como hidalgos.
En la tercera fila veríamos sepulturas de la familias Zamora (también reconocidos como nobles con ejecutoria), y del progenitor de los Lizcano, Antón, quien ejercerá como ebanista. En la siguiente fila, y a partir de ahí ya con dos sepulturas, tendríamos otras familias conocidas del pueblo, como es el caso de los Gil, Checa o la tumba de Alonso López-Fernández, un integrante de otra familia con recursos, cuyo enlace surge de la boda en 1612 entre Alonso López y su esposa María Hernández o Fernández, quienes controlaron una fundación con cerca de una treintena de tierras.
A medida que nos iríamos alejando veremos otros linajes locales, pero que evidentemente ya no gozaban de los mismos beneficios espirituales que los anteriores. No obstante, cabe matizar que los nombres y apellidos de las personas a las que se adscribe cada una de esas sepulturas, son en realidad los de esos propietarios que las adquirirán, por lo que muchos individuos de su familia podrán ser enterrados allí, sin necesidad de que tuviesen que portar el mismo apellido. También hemos de añadir que muchas veces estas tumbas se revendían o volvían a comprar por otras personas, de ahí que resulte complicado el poder hacer un seguimiento de un espacio de enterramiento continuo entre cada familia del pueblo.
Adjuntamos a continuación un listado enumerado de esos propietarios de las sepulturas que se referencian en la segunda mitad del siglo XVIII debajo del suelo de la Iglesia Parroquial de San Santiago el menor de Piqueras del Castillo, y que pueden relacionarse con el croquis de su distribución que hemos adjuntado:
1- Iglesia
2- Iglesia
3- Iglesia
4- Julián López-Rodrigo
5- María Navarro
6- Iglesia
7- Iglesia
8- José de Villora
9- José de Villora
10- Iglesia
11- Iglesia
12- Iglesia
13- Iglesia
14- Iglesia
15- Matías de Barambio
16- Rosa-Benita Beltrán
17- Juliana de Crespo
18- Iglesia
19- Ana de Crespo
20- Cecilia López
21- Iglesia
22- Iglesia
23- Iglesia
24- Gabriel de Lizcano
25- Iglesia
26- María Lozano
27- María Lozano
28- Esteban de Zamora
29- Martín Gil
30- María Delgado
31- Antón de Lizcano
32- María de Zamora
33- María de Zamora
34- Ana Ruiz
35- Ana Cano
36- Julián Rodrigo
37- Martín Gil
38- Gabriel de Lizcano
39- Alonso López-Fernández
40- Juan de Reyllo
41- Juan de Martín Gil
42- Isabel Ortiz
43- María Hernández
44- Juan de Zamora
45- María de ¿?
46- Pedro de Checa
47- Pedro Martínez
48- Ana de Lucas
49- Martín Gil
50- Martín Cano
51- Juan Bañales
52- Quiteria Cano
53- Catalina de Arcos
54- Catalina de Arcos
55- Juan López
56- Julián Martínez
57- Juan López-Rodrigo
58- Juan de Juncos
59- Pascual de la Orden
60- María Diega
61- Juan López
62- Pedro López
63- Juan Bañales
64- Iglesia
65- Iglesia
66- Iglesia
67- Iglesia
68- Fabián Mateo
69- Juan de Juncos
70- Ana López
71- Domingo Cano
72- Pedro Cantero
73- Iglesia
74- Iglesia
75- Iglesia
76- Iglesia
David Gómez de Mora
Cronista Oficial de Piqueras del Castillo
Referencia:
*Archivo Diocesano de Cuenca. Libro de Capellanías y Fundaciones de Piqueras del Castillo, años 1759-1769. P-2593