Entre las líneas genealógicas de esta casa asentada en el referido municipio malagueño, merece mención aparte la historia de una rama que desde finales del siglo XVIII hasta mediados de la centuria siguiente, reflejaría un esbozo de la realidad que escondían aquellas casas de labradores, en donde la necesidad de invertir y preservar el patrimonio agrícola para que sus hijos lo disfrutasen, como del mismo modo les ayudara a mantener unas ciertas condiciones aceptables de vida, se convertían en una de las principales preocupaciones, que atormentaba a aquellos campesinos locales que habían nacido con una azada bajo el brazo, sabiendo lo importante que era la disponibilidad de un bien agrícola propio, y que les podía salvar literalmente la vida cuando se vivían periodos de fuerte carestía, bien por la propagación de epidemias, plagas o guerras.
Corría el año 1847, cuando Antonio Gómez Rodríguez, joven labrador de 35 años, hijo de Juan Gómez y María Sebastiana Rodríguez, veía que se acercaban los últimos días de su vida. De acuerdo a la partida de defunción que cualquier puede consultar en el Registro Civil de la localidad, comprobará como el médico diagnostica su defunción como resultado de un cáncer, enfermedad ya muy conocida por los médicos de la época.
Antonio Gómez era el ejemplo de aquellas casas trabajadoras, que a base de esfuerzo y sacrificio, consiguió atesorar un patrimonio que le daba a él y a los suyos ciertos privilegios en una sociedad tan desigual como la andaluza, en donde una pequeña cantidad de terratenientes, controlaban una buena parte de la producción, y en la que inconscientemente se estaba consolidando una sociedad mayoritariamente dependiente de una minoria. Un escenario socialmente muy desigualitario, donde el jornalero salía de debajo de las piedras, y los pequeños o medianos labradores como la familia de Antonio, a duras penas podían mantener el estatus que con tanto ahínco les habían enseñado sus padres que habían de salvaguardar a toda costa.
Nuestro personaje, una vez que fallece, será enterrado en el cementerio de la localidad, pidiendo que lo amortaje su esposa María Josefa Gil Chito. Entre las últimas voluntades de Antonio veremos como se destinan 60 misas para la salvación de su alma, lo que le comportaría un gasto aproximado de unos 300 reales para la época.
Antonio murió a una edad en la que por aquellos tiempos desgraciadamente no era el único. Decir que ocho años antes había casado con su mujer, quien no aportó ningún bien al matrimonio, pues todo lo que había en el hogar procedía del patrimonio de los Gómez. Ambos tuvieron un total de tres hijos, de los que dos murieron a corta edad, por lo que únicamente sobreviviría una hija menor, llamada María Sebastiana (en honor a la madre de Antonio).
Resulta no menos curioso la indicación que hace en su testamento el labrador cuando dice que si su mujer casa con otro hombre “que se le quite la tutela (de su hija), y se saque de su poder, así como los bienes, para que se entreguen a su hermano Cristóbal Gómez”. Lo cierto es que este tipo de exigencias no eran nada extrañas en aquella época, pues las veremos en otras tantos testamentos en los que las mujeres no aportaban una dote significativa en el momento de su boda.
Además de lo dicho, este declara que durante el matrimonio adquirió una yunta de vaca (una pintada, y la otra negra, de seis y cuatros años respectivamente), y un mulo también de cuatro años, junto con una finca de siete fanegas en la partida de la Nina, como otras tierras, donde menciona la zona de la Vega.
Catorce años después, su hija ya siendo adulta, será acompañada por su madre y su padrastro Antonio Ramírez Francés, el día que decidirá casarse y reflejar por escrito ante el notario del pueblo aquellos bienes que esta aportaría en la dote de su matrimonio, y que como veremos básicamente venían a ser los que había heredado de su padre. Por aquel entonces María Sebastiana Gómez Gil tenía 25 años, y acabaría casando con el cañetero José Cantalejas.
Entre los bienes de María Sebastiana podremos leer la casa de la calle del agua y que ya era de su padre (tasada en 6.698 reales). Añade también una tierra en la partida del Velazquillo (también de su padre Antonio, valorada en 17.500 reales). Luego veremos la finca de la Vega (tasada en 1.375 reales), como otra de tres fanegas en 3.300 reales. Incluso aparece una propiedad agrícola que posiblemente pudo haber heredado por otro miembro de la familia de su padre, pues lindaba con la finca de su tío Cristóbal Gómez, y valorada en 4.200 reales, junto con otra tierra de idéntico coste, además de una yunta de vacas que hacían ascender el cómputo final a la suma de 38.023 reales.
Ahora bien, cabe preguntarse como aquellas propiedades, y que ahora eran de la familia Gómez, habían llegado hasta Antonio. La clave a esta pregunta radica en los testamentos de sus ancestros, en donde se puede seguir más o menos de qué forma este linaje va manteniendo como puede un patrimonio, y que por desgracia en zonas como la que estamos estudiando, siempre solía ir diluyéndose y empobreciendo a sus propietarios. Esto sucedía por el hecho de que en Andalucía como en Castilla, premiaba el modelo de repartición cooperativista, en el que si un padre poseía 6 tierras y tenía tres hijos, le daba dos a cada uno, es decir, comida para hoy pero hambre para mañana, lo que en cuestión de un par de generaciones denigraba por completo la calidad de vida de toda la descendencia. Para ello los cañeteros abogaban por políticas matrimoniales planificadas y bastante cerradas en términos de consanguinidad, de manera que aquello siempre favorecía que el patrimonio pudiese recaer en casas de primos, que luego volvían a recoger en cierto modo siempre y cuando la familia no hubiera tenido muchos hijos.
Este era al fin y al cabo uno de los mecanismos que aquellos labradores que tenían cierta capacidad de decisión por poseer algunas tierras, intentaban llevar a cabo para ralentizar aquel sistema tan injusto, en el que buena parte del término municipal estaba en manos de los miembros de la alta nobleza, que desde sus mayorazgos, paralizaban la venta de cualquier propiedad que formara parte de su fundación, pues las leyes lo prohibían taxativamente. Escenario que generaba una sociedad cada vez más desigual, y en las que linajes de labradores como el que nos atañe, se las ingeniaban de todas las maneras posibles para seguir resistiendo sin ser absorbidos como otros muchos jornaleros que al final acababan trabajando para los grandes señoritos de la tierra.
¿Pero de dónde venía el patrimonio de Antonio y su hija?, pues del abuelo Juan Gómez Costilla, hijo legítimo de Cristóbal Gómez y Josefa Marina Costilla, ambos también naturales de Cañete y bisabuelos de la antes referida María Sebastiana Gómez. Juan Gómez Costilla redactó su testamento en 1828, solicitando ser amortajado con hábito franciscano con manda de 135 misas, casando en primeras nupcias con Teresa de Rueda, con quien sólo tuvo dos hijas, muriendo la primera con tres años después de que lo hiciera su madre.
José casó en segundas nupcias con María Rodríguez de Mesa, teniendo por hijos a José Gómez, Juan Gómez, María Gómez y Antonio Gómez. El padre dice que heredó de sus padres la casa de la calle del agua, y que ya trajo antes de casarse (su mujer indica que sólo vino con la ropa que tenía), de ahí que el patrimonio de la vivienda procedía de nuevo de los Gómez. Señala que esta casa la heredó de sus padres, de ahí que la vivienda la denominemos como de los Gómez-Costilla. Indica que pagó a sus hermanos la parte que tocaba de la casa (es decir, a Antonio Gómez, Rafaela Gómez y Ana Josefa Gómez), dándoles a cada uno 600 reales, es decir, la casa estaría valorada en 2400 reales, sobre la cual se hallaba impuesta una memoria a favor de los beneficiados de la iglesia de Cañete, por lo que pagaba 17 reales anuales.
Entre los bienes agrícolas que poseía menciona que tenía dos fincas, cinco reses vacunas, además de varias casas como la que compró a sus hermanos en la calle del agua (en origen de sus padres), y que lindaba con las viviendas de Francisco Arenas y don Alonso Verdugo.
También cita otra casa en la calle de Cabra, que linda con la de don Gabriel de las Cuevas y doña Inés González, así como otra vivienda en la calle del Guijo, y que compró a don José Pedrique. Otra vivienda adquirida poco antes de morir era la que compró en la calle nueva a Isabel Ximénez. Nombra también otra finca de considerable extensión de 18 fanegas en la zona de la Nina (y que será la que le llegará fragmentada a su hijo Antonio) y que compró a don Mariano Cañistro (vecino de Ronda), así como también la finca de la Vega y que linda con el camino que va hacia el Castillo de Ortegícar.
Añade a sus bienes otra finca por la misma zona, junto con otra de seis fanegas de tierra. Comenta que tiene en arrendamiento 6 fanegas en el Velazquillo de la dehesa, junto con un patrimonio animal formado por un mulo, tres jumentos (asnos) y 24 reses vacunas de varias edades, así como 700 reales en metálico junto con el menaje de la casa y su ropa. En ese momento sus hijos del segundo matrimonio son todos menores (Antonio que era el más pequeño y que fallecerá veinte años después, por aquella época contaba con unos 14 ó 15 años). Por su parte su hija Ana Gómez de Rueda casó con José Rodríguez, a quien le dio una mula y 2000 reales cuando sellaron su matrimonio para que se comprasen una casa.
Si analizamos los bienes de Juan Gómez veremos que este poseía una treintena de animales, más de media docena de tierras que le daban una producción bastante aceptable, además de varias viviendas. Ahora bien, si nos fijamos en su hijo Antonio, debido al modelo de repartición de bienes por iguales, la cosa cambiará, pues este tendrá la mitad de tierras y una sola casa. Este tipo de modelos de repartición de patrimonio, son una prueba palpable de como afectaban socialmente a las familias que vivían en zonas como la que estamos tratando.
Ahora bien, finalmente cabe preguntarse si la aparición de sucesivos hijos en un mismo matrimonio, eran en parte el anuncio de una reducción de los bienes en generaciones posteriores. Sobre el origen de los bienes de los Gómez, veremos como Cristóbal, tras haber casado con Josefa Costilla Camera, aportaría una cantidad reseñable, teniendo en cuenta que todo el patrimonio de su hijo Juan podía ser una cuarta parte de lo que a este le llegaría, siempre y cuando sigamos la lógica de la repartición del patrimonio equitativo entre vástagos.
La madre de Juan, Josefa María Costilla, testó en 1793, por lo que fallecería joven, enterrándose en la iglesia parroquial con hábito de franciscano. Esta compró tres partes de la casa a sus hermanos de la calle del agua, por lo que podemos decir que en origen la vivienda que todavía llegará en la segunda mitad del XIX a su biznieta María Sebastiana Gómez, procedía en origen de esta parte de la familia. Dicha propiedad lindaba abajo con el horno del Duque de Medina.
Podemos suponer que las tierras que la familia aportará a sus descendientes procedían de Cristóbal Gómez, pues Josefa únicamente aportará una finca y la referida casa. No obstante, veremos como el linaje no tenía deudas con nadie, hecho que resulta extraño en Cañete, tal y como hemos podido comprobar en muchos de sus testamentos.
David Gómez de Mora
Referencias:
* Archivo Provincial de Málaga. P-6189. Año 1793. Testamento de Josefa Costilla
* Archivo Provincial de Málaga. P-6199. Año 1828. Testamento de Juan Gómez Costilla
* Archivo Provincial de Málaga. P-6210. Año 1847. Testamento de Antonio Gómez
* Archivo Provincial de Málaga. P-4040. Año 1861. Relación de bienes de María Sebastiana Gómez