Hasta la fecha hemos dedicado algún artículo a la familia Gómez de Cañete la Real, la cual como veremos tendrá una procedencia variopinta tal y como demuestran varias de sus diferentes ramas genealógicas, poseyendo no obstante un reconocimiento de hidalguía en los padrones de finales del siglo XVIII y en el que se englobaban los portadores de este apellido.
En el presente artículo quisiéramos ahondar en una de las líneas escasamente estudiadas, pero sobre la que quedan muchas cuestiones por esclarecer, concretamente la casa descendiente de José Gómez y María García, quienes a mediados del siglo XIX ya habían muerto, aunque con anterioridad encargándose de asegurar una continuidad a través de varios de sus hijos. Desgraciadamente Ana Rosalía moriría sola poco tiempo después, siendo asesinada en su hogar, cuando alguno o varios criminales entraron a robar en su domicilio familiar, hallándose muerta en el sillón tras ser ahogada con un cojín. Una información de sumo interés y que conocemos gracias a Joaquín Beltrán, investigador al que agradecemos esta reseña, puesto que nos ayuda un poco más a conocer una parte de la historia de nuestra familia.
Sobre los vástagos de José Gómez y María García veremos como en el referido testamento se reflejan los nombres de Aurora Gómez, Juan Gómez, Diego Gómez, Francisco Gómez, Rosa Gómez y Francisca Gómez. Todos ellos hermanos de Ana Rosalía, y entre los que hemos podido averiguar, como varios de sus descendientes mantendrán una serie de políticas matrimoniales que girarán entorno a un conglomerado hermético de linajes locales, siendo el caso de los Ruiz o Ferrete.
En realidad se trataba de pequeños hacendados o labradores, que a través de una serie de estrategias y pactos familiares, supieron asegurar la tenencia de un patrimonio, que dentro de la compleja desigualdad social que existía en este lugar, donde había una reducida masa de terratenientes que controlaban la economía local, conseguían en cierto modo vivir con una serie de garantías, gracias a las que conjuntamente iban apoyándose, a pesar de no contar con una proyección que nunca iría más allá de la de disponer de una serie de recursos y bienes raíces en el lugar donde se habían asentado sus antepasados.
Nos resulta interesante el caso de Ana Rosalía, quien en su testamento aporta algunos detalles sobre los bienes que custodiaba en el hogar. Concretamente la referencia la extraemos del Archivo Provincial de Málaga, puesto que en la sección de protocolos notariales, más concretamente en el del año 1852, esta encontrándose bien de salud solicita que se recojan por escrito sus últimas voluntades.
Ana Rosalía nos informa de que sus padres José y María eran naturales y vecinos de Cañete, pidiendo como era costumbre que su cuerpo fuese amortajado para el día en que muriese, aunque precisando que en lugar de descansar en el cementerio del pueblo, a éste se le diese sepultura eclesiástica dentro de la hoy desaparecida ermita del panteón, cuya advocación estaba dedicada a Nuestra Señora de los Remedios. Añade que todo ello “con ataúd, medio entierro y traslación de mi cadáver con el acompañamiento del clero hasta dicho panteón”.
Sabemos que cada misa costaba un total de cinco reales, pues poco después se especifica su valor. Como solía ser habitual, esta indica que cada una de las personas que porten su cuerpo, recibiese como compensación diez reales de limosna.
Resulta interesante la cifra que dedica por aquellos tiempos para el rezo de misas, cuando pide que el día de su muerte se manden por su alma y la de sus padres un total de 1000, con el estipendio de cinco reales cada una, además de llevar un coste de seis todas aquellas que resultasen oficiadas en San Gregorio. Obviamente de todo ello se desprende que la cantidad invertida sobrepasaba los 5000 reales.
Un cuestión que por un lado demostraba el poder de la familia, mientras que por otro su preocupación y creencias en los preceptos católicos. Recordemos que desde la Edad Media iconográficamente el Purgatorio será un lugar con llamas, donde se estaba a la espera de redimir los pecados, antes de conseguir alcanzar la salvación. En nuestro caso vemos como en Cañete existía una Cofradía de las Ánimas, de ahí que durante los testamentos que realizaban las familias, siempre se dedicaban esa serie de misas, que además de ir dirigidas a los integrantes de su núcleo familiar, se destinaban también para las almas de aquellos que se encontraban a la espera de su purificación en tan temido lugar. La preocupación por si el alma quedara allí presa, potenciaba la búsqueda y acumulación de indulgencias, a través del ingreso en las diferentes Cofradías.
Además, Ana Rosalía solicitará que para el primer aniversario de su muerte se le dedique una misa con responso cantada a Nuestra Señora de los Dolores, junto con una limosna de 22 reales. Entre las donaciones indica que se den seis fanegas de trigo convertidas en pan para los pobres de la localidad, durante un periodo de tres años en cada aniversario de su defunción. Obviamente todo este tipo de obras eran actos positivos que aceleraban el proceso de la salvación del alma y consiguiente salida del Purgatorio.
Como suele ser habitual esta citará a varios de sus familiares, entre los que aparecen miembros de la familia Ruiz, pues como veremos, el linaje mantendrá una estrecha política matrimonial con esta casa de hacendados hasta inicios del siglo XX. Entre los datos que hemos recabado conocemos por ejemplo que su hermana Aurora Gómez había casado con Juan Ruiz León, familia sobre la que en otro artículo nos gustaría detallar algunas informaciones acerca de su papel dentro de la sociedad cañetera.
Entre las donaciones a sus allegados leemos por ejemplo que destina a su resobrina Aurora Gil Ruiz-Gómez y a María Luisa Ruiz doce duros de plata para que cada una se encomendase a Dios. Del mismo modo, a su sobrino don Manuel Ruiz Gómez, destina 3500 reales, junto todo el mobiliario de su casa, sin olvidarse del resto de sobrinos, a los que entrega diferentes cahices de trigo.
La ropa era también un bien muy preciado por aquellas fechas, de ahí que indique que todas las prendas que poseía fuesen a parar a su hermana Aurora Gómez, además de a sus hijas, sin olvidarse de su sobrino favorito, don Manuel, a quien añade los colchones y sábanas de su dormitorio.
Especifica a continuación que el rosario que tiene de plata sobredorada vaya destinado de nuevo a su favorito don Manuel, así como otro que poseía de plata con azabache para su hermana Aurora.
Añade que por cargo de conciencia y penitencia, se complementen sus mandas de salvación con otras treinta misas, lo que supondrá un total de 1030, así como que su casa y que estaba valorada en 6000 reales, ya estaba en poder por aquel entonces de don Manuel. Esta se ubicaba en la calle de Santa Ana, lindando arriba con la vivienda de Sebastián Pulido, y abajo con las casas de Salvador Duarte. Comenta que con anterioridad tuvo otra vivienda que hacía esquina en la calle San Cristóbal, además de dejar ciento sesenta fanegas de trigo que tenía prestadas, tal y como recogía en sus recibos, además de un tocino a Antonio Galán.
Nombra por albaceas testamentarios a su cuñado Juan Ruiz León y a su sobrino don Manuel Ruiz Gómez, siendo todo ello recogido por el puño del presbítero cañetero don Manuel de Anaya, a fecha del día de nochebuena de 1852.
A continuación leemos que en 1853, su cuñado informa que Ana Rosalía fallecería víctima de un crimen la noche del 22 de mayo de ese mismo año, tal y como recogerá la documentación judicial de la época. Resulta como menos llamativo que esta efectuase un testamento claramente muy desigual, en el que vuelca la practica totalidad de sus bienes en la línea de su hermana, y que como sabremos no será la única que dejará descendencia, quedando por otra parte la de su hermano Diego Gómez, quien casaría con María Ramírez y que tendrán por hijo a Francisco Gómez Ramírez, primo hermano del gran favorecido don Manuel Ruiz Gómez.
¿Envidias familiares, un codicilo anunciado?, son muchas las hipótesis que se pueden barajar al respecto.
David Gómez de Mora
Referencias:
* Archivo Provincial de Málaga, P-6213. Año 1852. Testamento de Ana Rosalía Gómez