El lobo es uno de los animales
que más ha marcado la mentalidad y costumbres de nuestros antepasados, debido tanto
a la percepción como consecuencias en un espacio geográfico, en el que la
explotación animal ha sido uno de los principales sustentos que daba de comer a
la población.
Durante el medievo el lobo se
asoció con lo demoniaco y el mal. Esto evidentemente influyó de manera decisiva
en una concepción negativa que se extendió como la pólvora, generando una idea
irreconciliable que poco o nada tenía que ver con la que los soldados en época
romana tenían de este, al ser considerado todo un símbolo que representaba la
valentía, la fuerza y el coraje en el campo de batalla.
No faltan referencias que nos
recuerdan el temor que el lobo ocasionaba en corrales y zonas de explotación
ganadera, donde esa percepción de enemigo irreconciliable se insertará dentro
de una amalgama de creencias que lo vincularán con el mismísimo diablo.
Recordemos por ejemplo que la
figura de San Antonio fue primordial en esas sociedades rurales, donde el
protector de los animales será frecuentemente invocado, siendo especialmente
aclamado el día de su onomástica, ya que además de salvaguardar el ganado, la costumbre recordaba como la bendición
de las campanillas portadas por las reses, siempre se decía
que además de evitar la caída de rayos en el rebaño, repelía la presencia del
cánido.
Aquella imagen nefasta
divulgada en los bestiarios, ayudaba menos a cambiar una percepción, en la que
se entremezclaban manías y rumores, como la de que si el animal miraba fijamente
a una persona, esta podía sufrir una especie de maldición o mal de ojo incurable.
En este sentido, dentro de la botánica,
serán muy sintomáticos los nombres con los que se irán conociendo a determinadas
plantas, debido a las creencias y usos que históricamente se les fueron asignando.
Así por ejemplo, conocido es el
arbusto que denominamos vulgarmente como espantalobos (Colutea arborescens), del
cual la tradición popular indica que si sus semillas eran movidas a modo de
sonajero, estas podían ahuyentarlo.
Esta planta y que es fácil de
ver tanto por las tierras de Castellón, como en Cuenca y otros muchos lugares
de nuestra geografía, será uno de esos tantos remedios empleado por nuestros
ancestros, y que distaría bastante de algunos más directos y agresivos, como ocurrirá
con una planta denominada “haba de lobo” (Helleborus foetidus) o también mencionada
con el nombre de hierba de los ballesteros, ya que a través de su jugo tóxico, esta
se impregnaba en las puntas de las flechas que se disparaban al enemigo, de modo
que la víctima en caso de ser alcanzada, tenía con ello todavía más posibilidades
de fallecer.
En la misma línea, y
aprovechando la toxicidad de algunas especies, veremos el uso que se le dará al
matalobo o matallops (Aconitum napellus), la cual es extremadamente venenosa, por
lo que aprovechando sus raíces, hojas o savia, era introducida dentro de un
trozo de carne a modo de cebo, o bien en los cadáveres de las reses muertas, al ser destinada para un mismo fin.
David
Gómez de Mora