El zorro es uno de los animales más audaces que han existido en nuestro ecosistema litoral, siendo un gran quebradero de cabeza, especialmente para pastores y labradores con corrales, que veían cotidianamente el daño infringido en aquellos puntos dedicados a la cría de aves.
Como sabemos este cánido siempre ha representado un problema en los lugares donde se cuidan gallinas, patos o palomas, pues una sola noche le es suficiente para generar un daño considerable.
Conocemos el caso de la Serra d'Irta, donde la especie se mueve con relativa tranquilidad, y en la que antaño sus poblaciones eran bastante importantes, tal y como nos lo sigue recordando la toponimia local con la mallada de la rabosa o el barranc de la rabosa. Su expansión, con especial intensidad desde el siglo XX al haberse eliminado de la cadena trófica sus principales predadores (el lobo y el lince), ayudaron a que este mamífero proliferase en cantidades remarcables. Cierto es que aunque las grandes rapaces son también una amenaza para su especie, la escasa densidad de esas poblaciones y dificultad con la que se dejan ver en esta zona, no suponen prácticamente ninguna preocupación para el animal.
Hemos de recordar que uno de los principales problemas con el que contaban los labradores, no era solo el peligro de que estos se adentraran en sus corrales, sino también el apetito del zorro por los frutos y determinados cultivos que podían estar a su alcance.
Cierto es que el zorro dentro de esa cadena trófica aportaba algo positivo, pues es un buen regulador de las poblaciones de roedores, conejos y liebres, no obstante, esta función en los graneros y casas de campo era suplida por la presencia de los gatos, quienes junto con trampas caseras intentaban mantener a raya a los ratones que merodeaban el lugar. Se considera el olfato de este canido uno de los sentidos más desarrollados y potencialmente activo que tiene durante la llegada de la noche.
Décadas atrás sabemos que el zorro se persiguió con intensidad, siendo por ello habitual la realización de batidas en las que se llegaba a recompensar al cazador por cada pieza cogida. Su presencia se extiende por todo el territorio, debido a la plasticidad ecológica que posee, ya que es un animal que se adapta con facilidad a cualquier espacio, llegando por ello incluso a verse en las periferias de ciudades donde hay presencia de monte o terreno disponible para su instalación.
David Gómez de Mora