La
endogamia ha sido una fórmula empleada en muchos de los enclaves de
nuestra geografía, ya no solo entre las élites del ámbito
aristocrático urbanita, sino también en focos rurales, donde debido
a una serie de patrones que marcan la idiosincrasia de estas zonas
con baja densidad demográfica, se fue gestando desde tiempos remotos
un modo propio de afrontar los problemas, tales como la repartición
de la tierra o la estabilidad de los grupos de poder dentro de aquellos lugares aislados de los grandes focos de influencia poblacional.
Cierto
es que en el caso del área conquense que hemos analizado, será una
constante la repartición equitativa del patrimonio familiar entre
los hijos, no obstante, en el momento en que cualquier linaje
pretenda asentar unas bases que le permitan acrecentar su estatus o
potenciar el nombre de la familia de ese lugar, apreciaremos como se
recurrirá a la creación de fundaciones, tales como vínculos,
capellanías y mayorazgos, que pretendían aglutinar el patrimonio de
manera aislada en un único lote, de los cuales siempre resultará
beneficiada una única persona o familia, rompiendo por tanto con esa
tradición extendida entre la sociedad conquense de dividir las
tierras e incluso las casas a partes iguales entre todos los vástagos
de un mismo núcleo familiar.
La
verdad es que para entender patrones sociales de esta tipología, es
necesario haber ahondado en mucha documentación local. Talvez de
este modo, uno puede aproximarse mejor al esclarecimiento de dicha
cuestión, pudiendo así confirmar o desmitificar esa literatura que toca
por encima la vida en espacios escasamente estudiados por la historiografía actual.

Por
la parte que nos toca, cabe decir que apreciamos idénticos patrones matrimoniales a lo largo de los diferentes
enclaves que hemos ido estudiando con el paso de los años, guardando
claros paralelismos tantos los municipios del área meridional de la provincia,
siendo el caso de Piqueras del Castillo, Buenache de Alarcón,
Barchín del Hoyo o Rubielos Altos (donde se han analizado a fondo
todas las partidas sacramentales como documentación notarial
conservada), así como de la misma forma en el área de la Alcarria
Conquense, c oncretamente en el caso de municipios como Villarejo de
la Peñuela, Castillejo del Romeral, Caracenilla, Verdelpino de
Huete, Saceda del Río, Carrascosilla, La Peraleja, o en el barrio de Atienza de la ciudad de Huete.
Analizando
cada uno, podemos decir que en todos siempre se detectan
los mismos patrones en lo que concierne al desarrollo de políticas
matrimoniales cerradas, especialmente entre familias de similares
características sociales (al menos en el abanico cronológico que
abarcan los siglos XVI-XVIII), de ahí que podemos suponer, que no
nos encontramos ante un hecho casual, sino que muy probablemente,
ante una idea muy extendida por todo el arco de nuestra geografía
peninsular, pues incluso en zonas apartadas, como es el caso de
Peñíscola (Castellón) o Cañete la Real (Málaga), hemos apreciado
que este patrón se repite, de ahí que estemos ante un mecanismo
social más común de lo que nos podríamos llegar a imaginar.
Ahora
bien, cabe analizar a través de las fuentes que nos lo permitan, qué
razones movían a estos linajes a actuar de ese modo. Una de las
respuestas podría encontrarse en lo que son los libros de protocolos
notariales, así como también en las dispensas matrimoniales, y que
veremos en los diferentes archivos diocesanos, junto las colecciones
de documentos de las parroquias locales.
A través del capítulo 18 del libro de Levítico, ya se recordaba desde la iglesia
la prohibición de celebrarse matrimonios entre parientes con una consanguinidad muy estrecha.
Cuestión que veremos ya esbozada durante la Baja Edad Media a través
de la estipulación de algunas normas, pero que no será
estrictamente delimitada hasta la llegada del Concilio de Trento,
cuando se dejará claro que grado de parentesco había de existir
entre los contrayentes. No obstante, y como veremos, esto no siempre
fue así, pues cualquiera que ha estudiado a fondo las relaciones
matrimoniales a través de genealogías en municipios pequeños, verá
como los enlaces matrimoniales entre personas que eran primos
hermanos no fueron un caso inaudito, de ahí que a continuación
pasemos a desarrollar algunas cuestiones, y que hemos observado a
colación de los diferentes documentos con los que hemos ido
trabajando durante estos años, en lo que respecta a las localidades del
territorio conquense anteriormente citadas.
Para
llegar a celebrar un matrimonio entre familiares relativamente
cercanos, era necesario pedir una dispensa matrimonial, es decir, un
autorización en la que la iglesia aprobaba que los contrayentes
podían mantener una relación matrimonial siempre y cuando se
demostrara qué tipo de nexo existía en términos genealógicos,
gracias al traslado de datos del linaje, y que se extraían desde sus
parroquias locales, informándose de este modo sobre el grado de
consanguinidad existente entre dichas partes, a la vez que se
argumentaba el motivo que llevaba al desarrollo de esa unión. Para esto los
curas de cada pueblo, consultarán las partidas de matrimonio de cada
antepasado directo de esas persona (al menos cuatro generaciones),
elaborando diferentes genealogías (a veces con diseños muy
elaborados), en los que se estipulaba con precisión el grado de
consanguinidad entre ambas personas, aportando además el testimonio
de vecinos, que confirmaban si la información trasladada o
argumentada era verídica.
No
obstante, veremos como la cosa cambiaba en el momento de justificarse
el motivo por el que se producía aquel enlace, ya que era necesario
detallar que había llevado a la celebración de un matrimonio entre
gente con un parentesco tan próximo.
Por
norma general las dispensas acarreaban un gasto, aunque veremos que
a veces podían no llegar a costearse, debido a la pobreza de
la familia, tal y como literalmente registra la
documentación, pudiendo así la gestión resultar gratuita o a muy bajo
precio. No
obstante, por norma general lo habitual es que esta se acabase
pagando, ya que al fin y al cabo, detrás de aquel informe había todo un trabajo burocrático y de
investigación, que como veremos en diferentes lugares y momentos se
afrontó de muchas formas.
Como
datos anecdóticos, no podemos pasar por alto una hoja de un libro
parroquial de La Peraleja, en la que el cura deja por escrito que
este se encontraba desbordado al intentar averiguar el entronque de
una línea común entre dos personas, dejando para ello aparcado el
tema, y animando por escrito en una nota a que si algún atrevido se
veía con ganas, que fuese este quien acabase desentrañando la faena.
Cierto
es que muchas veces estas labores detectivescas no solo se reducían
al ámbito de las dispensas, pues para la tenencia de una capellanía
o el aprovechamiento de una fundación, el párroco había de elaborar genealogías
que permitiesen demostrar el entronque entre el fundador y el
interesado, tal y como se estipulaba en las cláusulas de su
creación.
Conocemos
el caso de Buenache de Alarcón, donde un párroco elaboró durante
el siglo XIX un índice matrimonial detallado que ya arrancaba desde
el siglo XVI, y en el que alfabéticamente recogerá la página y
tomo de la partida matrimonial de cada vecino. Una labor que el
investigador de hoy agradece con creces.
Tampoco
podemos pasar por alto el libro de genealogías de los vecinos de
Villarejo de la Peñuela, en el que de nuevo, otro párroco, y
gracias a multitud de árboles que indexa en el mismo libro, traza
los parentescos entre sus vecinos, agilizando de esta forma las
tareas para cuando uno de los parroquianos fuese a casarse con un pariente o
solicitara las prestaciones de una fundación.
Cabe
decir que estos casos los conocemos por el hecho de que hemos
analizado a fondo las políticas matrimoniales y genealogías de
estos pueblos concretamente referidos, no obstante, pensamos que
deben haber otras tantas obras de esta clase en los diferentes
archivos de nuestra geografía, y que se insertan en ese interés por
tener controlada al milímetro la consanguinidad entre vecinos, al
tratarse de lugares donde el vecindario era pequeño, y por tanto
había mayores posibilidades de fomentarse políticas cerradas.
Uno
de los argumentos más recurrentes para justificar parentescos
estrechos en las dispensas, era el de que en el lugar de residencia
había un vecindario muy reducido, cosa que no daba según los
contrayentes a más opciones.
Otras
veces se llegaba incluso a justificar que debido precisamente al
número de habitantes tan bajo que existía en el pueblo, así como
que no había personas en el lugar de una condición social tan buena
como la de los futuros contrayentes, debía de entenderse que esa era
la única alternativa, y por tanto, legitimar el matrimonio, ya que
el resto de vecinos no reunía las características deseadas.
Resulta
llamativa otra argumentación cotidiana, como la de que si había
algún inconveniente en la celebración de ese matrimonio, las dos
partes se verían en la obligación de buscar personas de una menor
calidad social, avisando con ello que se estaba promoviendo una
degradación del linaje en el caso de no aceptarse ese enlace por
bueno. Este último es sin lugar a duda un dato de notable interés
para quienes estamos interesados en el trazado de las radiografías
sociales de las élites y grupos de poder local, pues veremos de esta
manera, como oficialmente un conjunto de personas se desmarca de
otras, alegando su capacidad económica.
De
ahí que muchas veces, en las dispensas detrás de argumentos como el
de la escasa densidad demográfica, pensamos que hay motivos más
bien de índole social. Esto en parte creemos que derivaría del
tradicional modelo de repartición de bienes a partes iguales entre
hijos, y que ha imperado históricamente en estas tierras. Pues con el
mismo se creaba una bolsa de pobreza en cuestión de una o dos
generaciones a través de sus descendientes, si antes estos no
aglutinaban o incorporaran nuevas tierras o bienes que dieran cierta
calidad de vida a sus familiares, ya que de lo contrario se estaba
entrando dentro de un círculo vicioso, en el que la única salida
era retroalimentar la retención del patrimonio con políticas
cerradas, que a tenor de nuestra opinión, muchas veces se habrán de
justificar por medio de esas dispensas que nos han llegado, y que no
son más que el reflejo de la preocupación de unas gentes por seguir
preservando una calidad de vida aceptable, que además había de
adaptarse a la normativa burocrática establecida desde Trento, así
como a una idiosincrasia del cooperativismo familiar, donde todos los
hijos tenían derecho a una herencia equitativa, en contra de modelos
opuestos, como los que veremos en el caso de Peñíscola o las masías
del norte de Castellón, donde se realizaban
distinciones desigualitarias, dejando a un lado las preocupaciones o consecuencias que aquello pudiese acarrear a los hijos.
Como
ya se ha indicado, la creación de fundaciones dentro de una misma
familia, y que veremos a lo largo de todos estos pueblos, y en las
que se vinculaban una parte de los bienes del linaje, son al fin y al
cabo una herramienta con la que fomentar esas políticas que
premiaban el crecimiento de unas líneas genealógicas por encima de
otras, tal y como sucede en los casos del hereu
catalán, o en la distribución de las propiedades en el territorio
vasco, donde el primogénito prevalecía por encima de sus hermanos.
Podemos
pues proponer a modo de hipótesis, que muchas veces detrás de los
intereses que buscaban justificar aquel enlace entre familiares por
motivos de escaso vecindario, había más bien una serie de razones
económicas (exceptuando casos como en los que se reconocía
públicamente que la familia era pobre), en parte por la búsqueda de
acaudalar, o simplemente mantener un patrimonio, que la tradición e
idiosincrasia del lugar, favorecía a su fragmentación, explicándose
así muchas de esas políticas endogámicas, que como veremos, a
través de las fundaciones y memorias en las que se aglutinaban
tierras, servirán para dar salidas a lotes de bienes, que gracias a
las cláusulas de su creación, impedían su venta o fragmentación,
favoreciendo de este modo el crecimiento social de determinadas
líneas, en contra de ese sistema cooperativista, y que las élites
de cada pueblo sabían muy bien, tal y como reza el refranero, era “pan para hoy, y hambre para mañana”, puesto que segaba cualquier posibilidad con la que poder medrar algunos de los integrantes de
su linaje.
David
Gómez de Mora