No me cansaré de decir que me gusta seguir viviendo en la Cuenca de los siglos XVI-XVIII. Es posiblemente de esta forma (gracias a la lectura de todos los documentos posibles que existen sobre esa época), la forma a través de la que una persona de nuestros días, puede llegar a entender con mayor precisión, de qué manera vivían y pensaban muchos de nuestros antepasados 300 o 400 años atrás.
A falta de una máquina del tiempo, poco más se puede hacer.
Recordemos que dentro de las iglesias había capillas y zonas de diferentes categorías en lo que respectaba a la jerarquía salvífica de las almas del Purgatorio. Precisamente, una por su importancia eran los altares dedicados a advocaciones concretas, destacando por su tradición dentro del catolicismo cristiano el de la Virgen del Rosario.
En el caso de La Peraleja veremos tanto por sus libros de parroquia como notariales, que desde siglos atrás ya existía una capilla dedicada a esta advocación mariana. Es por ello que nos encontraríamos ante un espacio muy delimitado y concreto del templo, al que los peralejeros deseaban acceder llegado el momento de su muerte.
Ya indicamos que la línea de los Parrilla que ejercían como escribanos, y que eran una de las casas más acomodadas de su tiempo, tenían precisamente en ese preciso lugar su punto de enterramiento. No obstante, veremos que estos no serán los únicos, pues leyendo el testamento de María Rojo (mujer de Alonso de Tudela e hija de Juan Rojo Conde), esta vecina solicitará que su cuerpo descansase en la sepultura que tenía su padre, y que también se ubicaba dentro de la capilla de la Virgen del Rosario.
Es por esta razón que tanto los Parrilla en el siglo XVIII, como los Rojo en el XVII, serán algunos de los vecinos que consiguieron hacerse con una parcela dentro de un espacio tan solicitado.
La tradición relata que la práctica de la oración por las Benditas Ánimas del Purgatorio siempre se ha efectuado para conseguir de forma satisfactoria la intercesión de la Virgen María, y consiguiente limpieza de los pecados de las almas de los difuntos, en su búsqueda por la salvación, para así abandonar lo antes posible su estancia en el Purgatorio.
El interés por poder depositar los cuerpos de los fallecidos en un espacio tan concreto, unido a la práctica de diferentes oraciones junto a su altar, y bajo el que estaban los cuerpos de los difuntos, era una fórmula que combinada aceleraba la entrada de aquellas personas en el Reino del Dios.
David Gómez de Mora